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Habiendo abandonado la Universidad y sin trabajo, mis padres me enviaron lejos y sin un céntimo, a Ostende, a casa de mi tía “Mery” por todo el mes de Enero. En realidad Mariela, no era mi tía, era una prima segunda, pero como doblaba mi edad, se hizo propio el título.
Yo recién había cumplido veinte y tras una adolescencia de insubordinación, estaba en la costa bonaerense para “reflexionar”, pero Mery estaba lejos de ser un carcelero; era una persona alegre y hasta un tanto inmadura. Su aspecto traslucía lo anterior: delgada y no muy alta, vestía como adolescente, con shorcitos y remeras; además de la risita de serrucho que colmaba cada una de sus bromas mientras te agarraba del brazo. Mi tía era atractiva, usaba flequillo castaño (como la agente 99); en su rostro oval resaltaba la nariz alargada, un tanto aguileña; los ojos achinados marrones y la boca de labios finitos y siempre rojos. Debo confesar que mis primeras poluciones se las dedique a ella, una tarde de bikinis en la playa.
Hacia una década que no visitaba su hogar, a seis cuadras de la playa, en ese pequeño balneario pegado a Pinamar. Ella, junto a sus hijos Diego y Celeste Vivian holgadamente del alquiler de un par de casas en la zona. Sus hijos conocieron poco a su padre, este falleció unos diez años atrás.
Tal vez mi carcelero debía ser Diego, un regordete un año mayor que yo, siempre de mal humor y con tendencia a la crueldad. Nunca nos llevamos bien y no era lo mismo con Celeste, una chica de dieciocho años un tanto gordita, pero atractiva; cara de galleta con unos ojos negros y aun así brillosos, siendo su mirada insoslayable. Labios de churrasco y nariz respingada, el cabello oscuro y lacio siempre en la cara y el tic de recogerlo con dos dedos. A diferencia de su Diego su carácter, era muy tímido.
Sabiendo mi primo mis escases de efectivo, la misma tarde de mi arribo, en cuanto estuvimos solos me dirigió la singular propuesta.
¿Queras hacerte unos pesos, primo?
Asentí con la cabeza. ¿A quién hay que matar?-sonreí.
A nadie. Te propongo una prenda, solo por hacerla te doy cien pesos, si la superas hay cien más.
El dinero era bueno, lo inquirí con la mirada
Debemos ir al galpón del fondo, allí quedas atado de pies y manos, si te sueltas en menos de una hora, ganaste.
Todo era muy sospechoso, pero necesita el dinero, así que fuimos al galpón. Ese lugar me traía buenos recuerdos, era una habitación de cuatro por cuatro metros con un ventilas y una puerta de chapa; de niños allí guardaban todo tipo de juguetes.
En esa época yo tenía el pelo castaño claro largo hasta los hombros, espigado rozando el metro ochenta. Mi rostro similar al de Celeste, solo que mi tez era blanca y mis ojos almendrados. Esa tarde vestía una remera gris y un short de baño azul, estaba en ojotas.
Bueno primito, manos atrás-
Junte mis muñecas por detrás de mi espalda, enseguida Diego las enlazo con un precinto, lo mismo mis tobillos
-Bueno ahora esa boquita- saco un rollo de cinta plateada
-No dijimos nada de la boca- me sacudí ofuscado
- cincuenta pesos más- acerque la cara
Diego cortó un trozo y lo aplico con fuerza sobre mis labios, que quedaron marcados en relieve.
Mmmfff-, bufe. De a saltitos y sin soltare me sentó en el piso de la habitación. Antes de irse y cerrar con llave, mi captor dio dos vueltas de cinta alrededor de mi boca y tras la nuca.
-MMFFFFFf, intente resistirme, luego seria doloroso sacarme la mordaza. En el galpón había un viejo espejo, me observe un instante, había algo atractivo en el asunto. Sin dejar de ver mi reflejo comencé a forcejear, a retorcerme, soplando la mordaza, gimiendo.
MFFF-MMMM-MMMff. Seguí así un buen rato. Entonces la cerradura giro, en la puerta estaba mi tía, Miro sorprendida, dudo un instante en acercarse.
Yo estaba un poco avergonzado y pensando alguna excusa, me costaba mirarla a los ojos-mmmfff-solo pude quejarme.
Bueno parece que tenemos otro ratoncito!!!- Diego se acercó a su madre, que resignada se dejó precintar las muñecas y tobillos (solo comento que se estaba cansando de estos juegos), ahora estábamos espalda con espalda, sentí su brazier y el calor de su cuerpo.
-No te atrevas a taparme la boca, en serio te digo! Diego hizo caso y cerró la puerta.
Estábamos los dos solos, de reojo pude ver el atractivo brillo de las piernas de Mariela.
-A ver si te puedo sacar la cinta. Ella giro la cabeza y con sus dientitos empezó a rascar mi mordaza, a la altura de la mejilla izquierda. El rico aliento de su boca entreabierta me provoco una erección, que intente disimular. Por accidente salivo mi oreja con su lengua. Es inútil!!!- rezongo.
Mariela a puro esfuerzo se puso de pie y a los saltitos se acercó al ventiluz- No hay nadie! se quejó. Aprovechando que estaba parada, revolvió de espaldas unos cajones, por fin arrojo un alicate.
MMfff- la felicite. Mi tía se recostó en el suelo, su short se había levantado, haciendo visible un retazo de bombacha blanca. Luego de un rato de lucha, corto los precintos. Luego me libero, con cuidado retiro la cinta de mi cara.
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