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Ayer, en la taberna del Calvo, estaba hablando con mi mejor amigo, y entre gin tonics y gin tonics, nos confesamos, yo le había contado mi aventura con "la sobrina de mi mujer", y él me contó lo que le pasara con su hija. Empezó así:
"Como ya sabes, hace seis meses que me casé en segundas nupcias con una enfermera. El pasado sábado, mi mujer, estaba haciendo el turno de noche en el hospital. Su hija, que me llama papá, se había ido a dormir a casa de una amiga. Después de darme una ducha, me puse por encima una bata de casa. Puse en el reproductor una película de hombre maduro y chica joven. Me acomodé en el sillón, y poco después me estaba masturbando, lentamente, ya que me gusta tardar en llegar. El volumen de la televisión estaba alto y no la sentí llegar. No sé el tiempo que llevaba detrás de mí, lo que sí sé es que me metió un susto de muerte, al decirme:
-Tienes un pene precioso, papá.
Me revolví como una serpiente. Tapé la polla con las manos, y le dije:
-Lo siento, hija... Dijiste que dormías fuera de casa...
-Sigue, sigue. Yo me voy a dar un baño.
Se fue. Guardé la peli. Quité el DVD, y en la tele quedó uno de esos programas de mierda. Me fui al mueble bar. Me eché un lingotazo de Hundred Pippers. Lo mandé de un trago. Eché otro y lo volví a mandar de un trago, después me fui a sentar al mismo sillón en el que estaba.
Mi hija, volvió con una bata de casa que le daba por encima de las rodillas. Se sentó a mi lado, y me preguntó:
-¿Y la película que estabas viendo?
-La quité. No era el caso de seguir mirándola.
-¿Ya echaste la leche?
-Que me pillaras haciendo una tontería no te da derecho a hablar como una guarrilla.
-Vuelve a ponerla. Quiero verla contigo.
-¡Ni harto de vino!
-Si no la vuelves a poner le digo a mamá lo que te vi hacer.
-Eso se llama chantaje.
-Llámalo como quieras, pero ponla o me desnudo y te hago yo la película.
-¡No te atreverás!
Se puso de pie. Quitó el cinto de la bata. No llevaba bragas ni sujetador. Sus tetas eran pequeñas y triangulares, parecían diminutas pirámides. Su vello púbico era rubio. Miró para mi entrepierna. Vio el bulto que hacía en la bata mi pene erecto, y sonriendo, me dijo:
-Ya no hace falta que la pongas.
Se sentó en mi regazo. Me besó. Yo saboreé su lengua, pero le dije:
-Esto no está bien, hija.
-Tu pene no dice lo mismo y mi conchita le da la razón.
Me dio las tetas a chupar. Estaban duras como piedras y tenían el tacto del terciopelo. Se las acaricié, se las lamí, se las chupé... Poco después, se arrodilló y me hizo una mamada. No sabía hacerla, pero por eso mismo me gustó más.
-¿Te gusta, papá? -me preguntó.
-Sí.
Unos minutos más tarde, me eché sobre el sillón, y le dije.
-Dame tu conchita que te la voy a comer.
Se quitó la bata. Se sentó sobre mí. La tomé por su cinturita de avispa y llevé su almejita a mi boca.
Era una delicia saborear su almejita y su anito. No iba a parar hasta tener en mi boca el flujo de su orgasmo. Estaba metiendo la puntita de mi lengua en su anito, cuando me dijo:
-Papá, estoy sintiendo algo que nunca había sentido, creo que me voy, que me voy, que me voy...
Lamí su clítoris con mucha suavidad, hasta qué mi hija, exclamó:
-¡¡¡Me muero!!!
Se corrió entre convulsiones y dulces gemidos. Fue una corrida tan sensual que mi polla latía como si estuviese a punto de soltar la leche. Al terminar de llenarme la boca con el flujo mucoso de su corrida, me besó, y me preguntó:
-¿Qué me pasó?
-Que te corriste. Has tenido un orgasmo.
-¡Un orgasmo! Pensé que el orgasmo femenino era un mito. ¡Quiero tener otro!
-¿Te acostaste con algún chico?
-No.
La volví a coger por la cintura. Le puse la polla en la mano, y le dije:
-Vétela metiendo de manera que no te duela.
La fue metiendo. Entraba tan apretada, y me gustaba tanto, que cuando iba por la mitad, la saqué y me corrí en la entrada del agujero de su culo. Se limpió con la bata. Se volvió a meter mi polla, muy despacito, y cuando ya había entrado toda, sin decirle lo que tenía que hacer, me folló como una experta amazona. Buscaba su orgasmo y lo encontró.
-¡¡¡Me viene otra vez, papá, me viene otra vez!!!
Busqué sus tetas con mi boca. Ella buscó mi boca con la suya. Sintiendo la fuerza de su corrida al chuparme la lengua, noté que me iba a correr. Quise quitarla. Mi hija, se apretó contra mí y la metió hasta el fondo.
Después de esto, hice que se corriera a cuatro patas y de pie.
Acabé, en la posición del misionero. Nos volvimos a correr juntos, y como me había vuelto a correr dentro de mi hija, le dije:
-Mañana tienes que tomar la píldora del día después.
-SI, papá, pero. ¿Lo volveremos a hacer?
-Lo haremos, pero tomando precauciones".
Y esta fue la confesión de mi amigo. Espero que les gustara.
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