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Un trío muy alocado con dos policías

Ya han pasado muchos años. Quizá demasiados. Pero cada vez que veo un uniforme no puedo dejar de recordar una de mis experiencias más calientes.

Desde siempre me han encantado los policías. No me da vergüenza reconocer que me ponen muy cachonda, la verdad.

Siendo muy joven, se me presentó una oportunidad única y no la desaproveché.

Por aquella época aún vivía en casa de mis padres, en una población a las afueras de la ciudad. Trabajaba media jornada en una inmobiliaria y estudiaba un grado superior de administración y finanzas por las tardes. Muchas mañanas, estando en el trabajo, solía salir a desayunar con una compañera a un bar cercano. Un bar muy de barrio en el que casi a diario aparecía una pareja de policías para desayunar o tomar un café. No siempre eran los mismos. Supuse que irían rotando sus zonas y entraban allí en función de sus servicios. Eran obviamente mayores que yo. Alguno me doblaría perfectamente la edad. Para una chica joven, ver aquellos hombres con aquellos uniformes, aquellas botas y aquellos cinturones con todo tipo de objetos extraños, con esposas y pistola incluídas, los hacía muy atractivos para mí. Por entonces llevaban unas porras largas de madera o material plástico que hoy han sido sustituídas por unas más cortas y extensibles que le han quitado toda la gracia como objeto fetiche. Muchas mujeres sienten un morbo especial por todo ese mundo policial y yo era una de ellas. Ya verlos bajar de su moto, quitarse el casco y pasarse la mano por la cabeza, hacía que se me mojasen las bragas.

Incapaz de decirles nada directamente si me atrevía sin embargo a clavarles alguna mirada con la clara intención de provocar.

-Me dejaría follar aquí mismo -pensaba.

Una y otra vez repetía aquellas palabras en mi cabeza esperando que algún día se hiciesen realidad. Llegué incluso a vestir bastante más extremada para llamar su atención con ropa ajustada, marcando mis caderas y mi impresionante culo. Si no hacía demasiado frío, dejaba algún botón desabrochado de mi camisa para dejar entrever mis pechos.

Con el paso de las semanas, me fijé que había un par de ellos que solían patrullar muchos días juntos. Uno era el típico cuarentón con muchas canas pero aún bien cuidado. De carácter amable, se hablaba con todo el mundo. El otro era más joven, de unos treinta y pocos. Era el típico chulito con cuerpo trabajado durante horas en el gimnasio. Unas espaldas anchas y brazos poderosos. Parecía que iba a reventar la camisa. Los dos me atraían por igual. Uno me parecía un caballero y el otro un salvaje. La combinación perfecta.

En mi mente empecé a fantasear con montármelo con los dos a la vez. Se lo llegué a comentar a mi compañera. Me dijo que estaba loca. Que mejor no me metiera en esos líos. Pero era muy joven y mis hormonas estaban muy revolucionadas.

Cada vez que coincidía con ellos en el bar, deseaba con más ganas ser usada por aquellos dos tíos. Con el más joven ya había intercambiado alguna mirada pero parecía no ser suficiente. Notaba que con sus ojos me repasaba entera pero no conseguía que se acercara a mí. Un día me armé de valor y al acercarme a pagar a la barra les pregunté por las oposiciones para poder acceder al cuerpo. Fueron tan extremadamente educados conmigo en sus explicaciones que me sentí hasta idiota mientras les escuchaba. Pero al menos conseguí que en los días siguientes me saludaran cada vez que nos cruzábamos.

Fue el más joven el que me abordó un día al salir del trabajo. Se había molestado en averiguar dónde trabajaba y no fue una casualidad. Conversábamos cada vez de manera más natural y lo seguimos haciendo en las semanas posteriores. Poco a poco fuimos cogiendo confianza y me permití gastarle alguna broma. Le pregunté por su compañero el cuarentón y le confesé que de todos los polis que había visto, ellos dos eran los más atractivos. Que incluso alguna fantasía innombrable había tenido con ellos. Se lo puse bien fácil. Me dijo que tuviese mucho cuidado con lo que deseaba porque a veces los deseos se hacen realidad.

Una mañana fría y lluviosa de invierno acudí como cada día a desayunar al bar. Apenas había clientes. Mis dos polis no tardaron en llegar. Me saludaron y mientras el más joven se dirigió a la barra a pedir, el más maduro entró directo al baño. Después, el joven me miró fijamente y me hizo una seña con los ojos para que dirigiese a los lavabos. Me dió un vuelco el corazón. Me invadió un calor que me debió poner la cara colorada. No podía creerlo. Sin poder pensar en nada, me levanté sin mirar atrás y me dirigí excitada al lavabo de señoras. Antes de poder abrir la puerta, el policía más maduro me cogió de la cintura por detrás apretándose contra mí. Me besó en el cuello. Le correspondí buscando sus labios. De un empujón entramos dentro y empezamos a comernos la boca. Me metió la lengua hasta la garganta. Qué bien besaba aquel cabrón. Notaba como sus manos sobaban mis caderas y se recreaban en mi culo. Metió sus manos calientes dentro de mis bragas por debajo de mi falda. Buscando desesperado mi sexo. Al apretarse contra mi vientre noté su polla dura luchando por salir del pantalón. Me agaché para intentar liberarla. En ese instante, entró el más joven en el baño. Este no esperó a nadie, salvaje como yo esperaba se sacó la polla y me la plantó en la cara. La agarré como pude y me la llevé a la boca. Mientras, el poli maduro consiguió sacar su miembro y también me lo ofreció. Les mamé la polla a los dos obedientemente sin rechistar. Alternaba una y otra con lujuria e intenté meterme las dos a la vez en la boca sin conseguirlo, pensando que les gustaría verme así de puta. El más joven me puso de pie y me giró contra la pared. Me levantó la falda y no esperó a que me bajara las bragas ya mojadas. Se limitó a apartarlas y me clavó su sucia polla hasta el fondo. Qué cabrón estaba hecho. Era justo como yo esperaba. Un cerdo impaciente por meter polla. Seguí mamando el rabo del más veterano mientras con dulzura él me apartaba el pelo de la cara. Estaba segura de que estaba disfrutando mirando como se la comía una chica joven como yo. Las embestidas de su compañero me estaban matando de gusto y ya me notaba estar muy cerca de alcanzar mi orgasmo. Cuando ya estaba a punto, los muy cabrones cambiaron de posición e impidieron mi corrida. Volvieron a penetrar mi coño y mi boca de inmediato. Nunca antes había disfrutado tanto de un polvo tan cerdo. Me estaban usando como una puta y me encantaba sentirme así. El coño me chorreaba flujo a borbotones. Sus uniformes estaban pringados con mi flujo y no podían parar de follarme. Querían correrse como animales dentro de mí, la joven hembra que los había estado provocando durante semanas. Con la entrada del primer chorro de leche del poli maduro en mi coño, no aguanté más y me corrí como una perra. Jadeando y buscando aire para respirar, apenas pude tragar el semen que me soltó el más joven en la boca sin avisar. Menudo cerdo. Incapaz de respetarme siguió follándome la boca hasta dejar sus huevos completamente vaciados. Me encantaba lo animal que era.

A veces me gustaría saber qué habrá sido de ellos y si se acordarán de aquel polvo tan intenso que vivimos.

Cuando quise incorporarme, el poli maduro abandonaba el lavabo no sin antes pellizcarme la mejilla y dedicarme una sonrisa. Con la ayuda del joven acabé de arreglarme un poco el vestido. Antes de salir, me levantó en volandas y apretándome con fuerza me besó con pasión. Me gustó aquel arrebato. Por unos instantes me hizo sentir suya. Salimos por separado sin llamar la atención.

Al llegar a mi mesa, noté la humedad de mi coño al sentarme. Sentía como las gotas de leche mojaban mis bragas. Buffff . ¡Qué sensación por favor! ¡Qué bien follada! Mis dos polis me sonreían discretamente desde la barra mientras el más joven trataba de limpiar torpemente su pantalón manchado de flujo con una servilleta.

A cabo de un mes, no me renovaron el contrato y no volví a ir a desayunar allí.

Con el tiempo, me eché novio, cambié de ciudad y ya no tuve ocasión de repetir con los dos. Y no por falta de ganas.

A día de hoy, cuando veo un policía que está de buen ver sigo sintiendo un morbo especial por el buen recuerdo que me trae. Me siguen poniendo como el primer día.

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