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Desde hacía meses le insistía a mi marido, tengo muchas ganas de ir al cine a ver (la película del momento), y él se hacía el desentendido. Una tarde me sorprendió, me invitaba al cine. Ni siquiera pregunté por la película, de hecho no me importaba, mi deseo era salir de las cuatro paredes, del encierro carcelario de la ama de casa. Me alegré, y rápido me emperifollé.
Llegamos al cine, ni siquiera me enteré del programa. Entramos. Mi vista no es nada buena, al parecer sufro de miopía, por esto siempre nos sentamos en las filas más alejadas de la pantalla. La función ya había dado inicio, estaban pasando los comerciales. Medio encandilados todavía, nos sentamos en la segunda fila, casi en el centro. No avancé más; en la siguiente butaca había una persona. Luego de los comerciales, hubo un breve encendido de la luz; pude ver a la vecina; era la persona a mi lado, y estaba acompañada por un hombre; me dieron la impresión de otro matrimonio, y otra ama de casa recompensada por una invitación al cine.
Tan solo al inicio de los primeros créditos de la cinta fue evidente: se trataba de una película erótica, no sabía hasta donde de pornográfica, pero de que tendría escenas de sexo explícito no había duda. Entonces entendí, mi marido me invitó no tanto por complacerme, sino para complacerse él mismo; me encogí de hombros dispuesta a disfrutar del filme.
Con solo ver las primeras escenas deduje que sería una de esas películas en las que lo menos importante era la trama, y sí las escenas plenas de erotismo. Me inquieté; luego me dije, la verdad no tengo porqué no gozar de esto, así tendré buenas fantasías para mis ricas masturbadas. Masturbarme ha sido el maravilloso sucedáneo para las insuficiencia de mi macho, y no solo por los problemas de la erección, sino por la insulso de su forma de acariciar, si decidía hacerme algunas caricias.
No obstante mis dulces, ricas, prologadas y frecuentes masturbadas, mi insatisfacción sexual era apabullante. Si a esto se agrega mi libido exaltada, se pueden imaginar mi estado de ánimo, y también mi disposición a gozar de la película. En la pantalla una hermosa jovencita hacía una presentación de algo en la cabecera de una larga mesa ocupada por hombres y mujeres, ellas hermosas, ellos galanes seleccionados. La presentación terminaba, y uno de los hombres se acercaba a la ponente para invitarla al cenar, ella, sonriendo coqueta, le dijo: ya tengo cita. Pantalla negra para dar paso a: la bella jovencita del brazo de una de las mujeres apenas entrevista sentada a la larga mesa, tomada de su brazo; ambas cruzaban una calle aparentemente para dirigirse a un edificio donde se podía leer: Restorán. Y sentí...
Las butacas de ese cine son amplias, los mismo los descasa brazos; yo tenía mi brazo plácidamente aposentado allí, en el brazo de la butaca, y otro brazo se situó sobre el mío. Me alarmé. Y lo hice porque la extremidad ajena bien pudo situarse en el amplio espacio de la butaca sobrante. Volteé, la vi viéndome; su sonrisa y su mirada fuero sumamente inquietantes; retiré mi brazo aún viéndola, ella continuó con la sonrisa y el brazo en la butaca. Volví a la película más inquieta y desconcertada. Si fuera un hombre el atrevido, seguramente no me hubiera desconcertado, hubiera retirado el brazo propio y ya. Para colmo, la porno se iniciaba; las jovencitas estaban en el restorán, en una mesa; la mesa estaba aislada, daba la impresión. Las manos de las mujeres se entrelazaban, las sonrisas de una para la otra eran amplias, significativas, eróticas. Luego una de ella veía en todas direcciones, para enseguida acercar su rostro a la otra para depositar un beso largo y sostenido en la boca de la jovencita ejecutiva. Mis estremecimientos iniciales, se multiplicaron; no tenía explicación válida para ello, y sin embargo, algo me decía, te estremece el recuerdo del brazo ajeno. Hasta apreté los muslos, sin duda un reflejo de autoprotección, pero, pensé, ¿de qué me protejo?, para contestarme: ¡caramba, me protejo de la vecina!
La secuencia en la pantalla donde las jovencitas continuaban a los besos, y sus manos vagaban ya por los muslos desnudos de ambas; las minifaldas de las dos eran escandalosas, ya lo había observado cuando ella cruzaban la calle, las minifaldas apenas bajaban un poco de la raíz de las nalgas, no sé, tal vez ese apretón de muslos, aunado a la secuencia vista, motivaban a mi vagina a pegar de saltitos, y, caray, me dije, siento los pezones parados, y mi intranquilidad se fue al infinito. Mis manos sobre el regazo eludiendo descansar mi brazo en la butaca, no fuera a ser... el regreso del ajeno, y este pensamiento me turbaba, y lo hacía en el sentido de continuar con mi protección, y al mismo tiempo acariciar mis muslos; mi faldita era igual de escandalosa a las de la película. Y ese lento caminar de mis manos en los muslos me hacían tiritar de... emoción, ¿excitación?, me pregunté, y sentí sonrojos abrumadores. La vecina me observaba, no la veía, pero sentía el peso de su mirada clavada en mí. La jovencita ejecutiva, cínica, tocaba los senos de la otra, joven también, aunque se apreciaba de mayor edad, y, carajo, para volverme loca, dentro de mí deseé tener una mano precisamente en mis senos, y, para colmo, en ese absurdo autoprotector, bajé la mirada, y vi los muslos de la vecina tan desnudos, la faldita casi en la cintura, con más estremecimientos aparté rápido la vista para llevarla a la pantalla donde las jóvenes estaban entrando a una residencia tomadas de la cintura y besándose prologadamente.
Mi vagina se encargó de decirme: estás excitada, y lo dijo mojándose de manera ostensible. Bueno, estuve a punto de pedir al marido que nos fuéramos, o yo retirarme sola, dejándolo a él a continuar excitándose con la pantalla. En lugar de eso, quizá desquiciada, coloqué mi brazo en el descansa brazos de la butaca, pretextando "cansancio" del mismo. Claro, el otro brazo concurrió a la cita de inmediato. Ahí lo dejé, aunque mi mano del otro lado ascendió a mi rostro para enjugarlo sin razón. Entonces fue la mano, sí, la ajena; inició una levísima caricia en mi brazo entumecido de emoción, eso no lo admití en ese momento, ahora lo digo así, aquella tarde continué pretextando cansancio y... era natural, en la estreches del descansa brazos, lo brazos se tocaban, nada para alarmarse, decía mi conciencia erotizada ya. Y luego, el soponcio. No lo sabía, en la oscuridad de la función cinematográfica me enteré: los descansa brazos de esas butacas se pueden retraer como en los aviones; ella dejó mi brazo, luego inició el movimiento para elevar el descansa brazos, yo, en la nubes del desconcierto y la excitación en aumento. Los movimientos de la otra fueron una excelencia de discreción, nadie, excepto yo, se percató. Ahora se sumaba a mi desconcierto, la incertidumbre de a dónde deseaba ir la "intrusa", así continuaba calificándola.
No tardé en saberlo; la mano audaz se posó en mi muslo desnudo e inició una suave ¡y cachonda! caricia en mi bello muslos desnudo. Mis estremecimientos eran ya temblores de 8 grados en la escala de Righter, y mi pucha ya estaba escandalosamente mojada, era sin lugar a dudas, una hermosa catarata de jugos. La mano ascendía con suavidad, sin prisas, la sentí llegar al límite mismo de la ropa, para luego descender al mismo paso; volteé, la vi, me sonreía en una forma deliciosa, así sentí esa preciosa sonrisa. Luego, la mano apretó. Las jovencitas estaban entrando a una lujosa recámara, se situaban frente a frente, los besos eran a lenguas paradas y fuera de las bocas; las manos de ambas en las nalgas de la otra; enseguida una, la más ansiosa, bajaba las manos hasta tomar la falda de la otra, la elevaba, la de la falda levantaba los brazos para permitir la salida del minivestido sensacional, y, oh sorpresa, estaba desnuda bajo el vestido, por eso la belleza del cuerpo deslumbró en la pantalla y... en mis emociones erotizadas, vi los senos maravillosos y los pezones endurecidos, nada les pedían los propios, y la mano ajena sobre mi muslos andaba ya en las meras alturas.
De pronto, y para otra sorpresa mía, la mano se fue, pero no era así, solo fue por mi mano, la tomó y la llevó a los muslos ajenos, ahí la dejó, carajo, me dije, ¿será posible?, pero ya mi mano sentía la suavidad de esa piel extraña, extraña por ser de otra mujer, esa tersura solo conocida en mis propios muslos, me fascinó, carajo, me dije, ¡es rico...!, y la mano ajena regresó a mi muslo. Y así se inició una inédita competencia de manos para ver cuál de ellas acariciaba más y mejor; yo, haciendo esfuerzos, apenas si podía acallar mis ya evidentes jadeos, la "intrusa" hacía lo mismo, me pareció. Mi vagina pegó de gritos cuando la vecina recorrió las nalgas al borde de la butaca, por eso sucedieron dos cosas, la primera y más alarmante: los muslos se separaron ampliamente, y mi mano quedó en íntimo contacto con ¡los pelos de la pucha ajena!, la muy... no se había puesto calzones para ir al cine; la segunda, la faldita estaba casi en la cintura de la audaz. Aún con los esfuerzos de ella, pude escuchar un sonido claramente suspirante. Después, la mano ajena apretó mi muslo, y jaló en dirección de la rodilla, esto es, indicándome proceder de la misma forma, es decir, empujar mis nalgas al borde de la butaca; era claro, ella, la otra, la vecina, deseaba sentir con su mano lo mismo que sentía la mía. En la pantalla las cuatro manos andaban por los hermosos cuerpos desnudos de las protagonistas, y, carajo, una metía los dedos en la pucha de la otra y la cámara hacía un gran acercamiento y, con esta toma, los dedos metiéndose en la pucha era claramente visible. Me estremecí aún más, y ya me era necesario algo... en mi puchita encharcada.
Quizá esto me "obligó" a aventar mis nalgas hasta el borde mismo de la butaca, sin importarme mi macho, y vaya, él podía haber visto este movimiento inusual; y la vi, me vio, sonrió, y ya su mano estaba recargada en mis pelos, pero yo sí me puse calzones, ¡pendeja!, me dije por esta razón. No podía permanecer en desventaja, por eso mis dos manos, – la una abandonó momentáneamente los pelos deliciosos – con cuidado y discreción, levantaron la faldita, luego tomaron los bordes del horrible calzón y empezaron a bajarlo, y ahora, con mayor discreción y movimientos agilizados por la adrenalina y la excitación al tope, y ahora viendo a mi estúpido consorte metido de lleno en la pantalla, jalaron los calzones hasta colocarlos, primero en las rodillas, no hubo movimiento en ningún sitio, y entonces los calzones bajaron hasta el piso.
Me vio, frunció los labios en una clara señal de beso, y yo, carajo, hice lo mismo, incluso, sorprendida, fui por la mano ajena para colocarla ya, en mis adorables pelitos, en mi jugosa pucha que ya clamaba por caricias, y, claro, mi mano se fue a los pelos mojadísimos de la otra puchita, y ella hizo todavía más adelante las nalgas, con los muslos abiertos de par en par. Y, sin el estorbo del descansa brazos, mi mano pudo agilizar a sus deditos ansiosos de irse a nadar en la laguna rodeada de selvas inexploradas, y los dedos ajenos, atendiendo a mis deseos, se echaron un clavado a la alberca que tenía detrás de los hermosísimos pelos de mi pucha anhelante. En la pantalla la más jovencita chupaba las chichis de la otra, y carajo, se despertó mi deseo de chupar las chichis de mi vecinita.
De plano, dejamos de ver la pantalla para concentrarnos en las miradas mutuas, en el continuo fruncir de los labios enviando besos a la otra, y los dedos acariciando suave, tiernamente las puchas respectivas, con lentitud estudiada, las dos igual, reprimiendo los jadeos y los gemidos, y más, mucho más, los movimientos de las nalgas desatadas por la enorme excitación; del macho ni me acordaba.
Mi bella vecina, era bella, en una secuencia luminosa la vi, jovencita, igual a la de la película en edad, y yo de la misma edad de la pareja de la pantalla, en esta una de ellas arrastraba la lengua desde las chichis hasta llegar a la pucha depilada, me gustan más los pelos, me dije, y mi orgasmo se detonó cuando la se vio a la lengua de la joven en la pantalla, meterse en la puchita de la otra, además, las caricias de los ya considerados sabios dedos, había alcanzado mi capullito y hecho las necesarias caricias en él para la explosión maravillosa de mi orgasmo, de una potencia nunca imaginada. Mis dedos apresuraron la marcha, deseé, loca de deseo, provocar esa misma explosión en la pucha tan deliciosamente acariciada por mis deditos. Y sí, ella detonó su orgasmo, lo sentí por cómo apretó los muslos deteniendo mis dedos, y echó la cabeza hacia atrás, y, carajo, mi orgasmo no se detenía, continuaba incansable, lo mismo los deditos sabios se movían sin descanso, y en la pantalla las chicas hermosas caían en el fabuloso 69 y las cámaras hacían tomas de las lenguas penetrando una y otra puchita y en la banda sonora estallaban los gritos orgásmicos de las dos en la pantalla, casi en simultaneo con los nuestros, pobres mujeres mortales en la sala de cine.
La iniciadora, ahora iniciaba la retirada, tal vez con su clítoris entumecido luego de muchísimos gritos en la pantalla y tomas donde los dedos de las protagonistas iban de la vagina al culito, y de este de nuevo a la vagina, secuencia que yo deseaba actuar ya, ya..., con mi hermosa y audaz vecina. Al retraer mis nalgas, mis desnudos muslos detectaron el asiento empapado de mis jugos, y sonreí enviándole un sentido besito a la vecina que me veía arrobada, suspirando sin ruido, francamente agradecida.
Y pensé, si el hombre de al lado es su esposo, pobre chava, por lo que se ve, está más jodida, más insatisfecha, más deseosa de placer sexual.
Volví a la pantalla, ahí las muchachitas se besaban amorosas mientras sus manos hacían recorridos por nalgas, senos y puchas; las sonrisas eran maravillosas, reflejaban fielmente la satisfacción de ambas; pantalla negra, para volver a una mansión donde dos agraciadas jovencitas, más jóvenes que las otras, desnudas, se acariciaban mutuamente los senos, pequeñitos, de las dos adolescentes.
Las secuencias posteriores no diferían de las ya vistas, sin embargo sí propiciaron el regreso, carajo, ahora fueron mis manos las del regreso a los muslos increíbles de mi vecina, ella me vio, sonrió, me aventó un cálido besito, abrió los muslos, empujó las nalgas al bode del asiento, y al mismo tiempo con sus manos levantaba discretamente la faldita para que yo pudiera ver la pucha llena de hermosos pelos cuyo color no era posible determinar; debía ser castaños, decidí suspirando y ya con mis dedos enrolados con los pelos mojadísimos, y abrí los labios verticales, y ella dio un ligero movimiento a sus nalgas dando su aprobación, y la mano ajena no se hizo esperar, regresó calmada y tierna a mis muslos aún juntos; la hice esperar, no bajé las nalgas, tampoco abrí los muslos, ella me veía sonriendo, y su mano acariciaba deliciosamente la piel de mis muslos, y ya mis dedos nadaban en esa inapreciable piscina, carajo, mi pucha reclamó, y, claro, mis muslos se abrieron de par en par, y las nalgas se fueron al borde del asiento, casi se salen de él, y la mano ajena, teniendo en cuenta el antecedente de muslos apretados, no se apresuró a entrar a la cueva de las delicias, se entretuvo acariciando mis pelos, disfrutando de la excitante humedad de los pelos, yo Acesaba ya, deseaba intensamente la penetración de los deditos, por eso, instintos en acción, elevé las nalgas con cuidado pero con efectividad, para que los dedos entendieran la necesidad inmensa de su deseada penetración en mi puchita; eso hicieron, acariciaron más leve, más tierna, más cariñosamente mis labios llenos de pelos, luego las ninfas erectas, después, para mi enorme satisfacción, y mi candente admiración, los dedos se metieron a la vagina, carajo, a la vagina, y ella me sonreía, sabía a donde había mandado sus dedos. En la pantalla gran acercamiento a las lamidas sensacionales de puchas que las casi niñas se estaban dando, y, ni tardos ni perezosos, los orgasmos nuestros se detonaron sin que los dedos dejaran de acariciar los respectivos clítoris, fuente del inmenso placer de las dos, en la pantalla se escucharon los gritos de los orgasmos de las protagonistas, segundos después de los nuestros.
Tal vez emití un gritito irreprimible, y mi marido volteó a verme; por fortuna en ese momento yo estaba con los ojos en la pantalla, no en los de mi adorable vecinita, ni tampoco en la puchita que tanto me gustaba estar viendo con mi mano explorándola, y por esto pude retraer casi con violencia mis nalgas, bajar mi faldita, y poner cara inocente, sin embargo mis muslos quedaron delatoramente semidesnudos. Pero el cabrón ni en cuenta tomó esto, a pesar de haberlo visto, regresó los ojos a la pantalla donde las jovencitas se metían los dedos en las respectivas vaginas sin dejar de mamar la pucha con lenguas grandes, sibilinas, graciosas en verdad, además de sumamente eróticas, esa sola visión, pensé, me haría tener un orgasmo grado cinco en la escala orgásmica.
Mi marido, no obstante su aparente desentendimiento, permaneció un tanto inquieto, lo sentí, y lo comprobé al percibir sus casi constantes abandonos de la pantalla para verme con el ceño fruncido. Volteé a ver a mi vecina, ella sonreía igual a siempre, y se encogía de hombros indicándome estar al tanto de nuestra desdicha: la inquietud del pendejo de mi consorte.
En fin, ya no fue posible volver las manos a donde tanto había disfrutado, gozado del placer de acariciar otra pucha, otros pelos, otras ninfas, otro clítoris, pero los ojos continuaron solazándose con la celestial visión de los hermosos muslos que continuaron desnudos hasta poco antes del fin de la cinta, esto es, al inicio de los créditos finales. Ambas, puestas de acuerdo con los ojos, hicimos castos movimientos para colocar las faldas en el lugar adecuado, si esto es posible con tan cortas falditas. Ella, más presurosa, hurgó en su bolsa, luego sacó algo, yo, intrigada no dejaba de verla. Ahora fue claro su suspiro; vio a su acompañante, luego al mío, estiró la mano y depositó en la mía una tarjeta, y yo me apresuré a ocultarla en la palma de mi mano. Encendiéndose las luces, ella tocó por última vez mis muslos con el grave riesgo de ser vista por cualquiera.
Nos enfrentamos al ponernos de pies. Las sonrisas de ambas fueron maravillosas, hasta muy afectuosa la sentí, eso quiso expresar la mía. Siguiendo en su onda audaz, frunció los labios en el beso final. El acompañante le tocó un hombro para señalarle la salida, luego se dio la vuelta y pude ver sus caderas y sus nalgas, ambas preciosas. Yo permanecí de pie viéndola irse; me atreví a una discreta despedida con mi mano cuando ella caminaba por el pasillo camino de la salida. La tarjeta punzando en mi mano. Mi marido me instó para salir; lo seguí con los muslos resbalosos y la pucha estilando aún, y no solo eso, al caminar las sensaciones orgásmicas se dejaron venir, aunque no fuero suficientes para llevarme a un nuevo orgasmo. Por esto me metí al baño, me encerré en un cubículo para masturbarme... entonces me di cuenta, mis pantaletas se quedaron en el piso, dentro de la sala de exhibición. Eso me calentó más y mi masturbada fue sensacional, tuve dos postreros orgasmos.
La tarjeta decía:
Dra., Eréndira Ruiz de López.
Y los números telefónicos.
Esa noche no pude dormir recordando el inmenso placer con los dedos ¡de una mujer en mi pucha, y de los míos en la pucha ajena!, y, por desgracia solo aguanté unas cuantas sobadas en mi puchita, estaba muy irritada, y sin embargo alcancé otros dos fantásticos orgasmos. No me importó gritarlos, incluso para coraje del cabrón de mi marido.
Por la mañana, temblando de emoción, marqué el número de la tarjeta, ¡me contestó ella!, y no solo esto, de inmediato me identificó y, dijo, estaba encuerada metiéndose los dedos, excitada en espera de mi segura llamada. Hicimos una cita para esa misma tarde... pero esta es otra historia que luego les contaré.
LINDA
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