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Cuando terminé de arreglarme y me miré en el espejo no podía creerme que hubiera quedado con ella 12 años después. Un cúmulo de desgraciadas circunstancias, nos había hecho separarnos cuando éramos muy jóvenes, la noche que ambos supimos que algo estaba naciendo entre nosotros, fue la última que nos vimos, y ahora, mucho tiempo después, me había vuelto a escribir. Quería que nos viésemos y no pude decirle que no.
Cogí mi coche y me dirigí al bar donde habíamos quedado, nuestra relación no sé terminó de una manera demasiado amistosa y me envolvían los nervios por saber cómo iba a reaccionar ella, como iba a reaccionar yo. Me preguntaba cómo le habrían sentado los años, si se habría casado, si tendría hijos, y sobre todo, si seríamos capaces de perdonarnos.
Aparqué mi coche alejado de la puerta, llegaba algo tarde pero eso me daba la ventaja de poder ser yo el que la viera primero. Desde la distancia pude reconocerla, estaba en la puerta de pie, fumándose un cigarro, exactamente igual que como la recordaba, su pelo rubio siempre perfecto, su esbelta figura, y unas preciosas piernas. Respiré hondo para calmar mis nervios y me acerqué.
Al verme tiró su cigarro y me sonrió, sin duda parecía tan nerviosa como yo. Había estado imaginando ese momento toda la tarde y sin embargo aún no sabía cómo le iba a saludar. Finalmente llegué donde estaba, y le di un abrazo.
Pasamos al bar, había escogido ese lugar porque sabía que sus mesas, situadas cada una en una suerte de pequeños camarotes, nos brindarían la privacidad que necesitábamos para poder hablar largo y tendido.
Escogimos la mesa más alejada de la barra, antes de sentarnos se quitó el abrigo y sentí como se me cortaba la respiración, llevaba una falda por encima de las rodillas y unos pantis negros de encaje que rápidamente me hicieron fantasear. Arriba llevaba una blusa marrón con los primeros botones desabrochados, dejando ver su escote, habían pasado los años pero sus pechos parecían estar tan firmes como los recordaba, tenía unas tetas preciosas, redonditas y bien puestas.
Nos pedimos unas cervezas y empezamos a charlar, entre trago y trago nos contamos cómo nos iba la vida, y recordamos los viejos tiempos, hablamos de la última noche que nos vimos y porque terminamos tan mal, sin duda el tiempo es el mejor remedio para curar las heridas. La noche seguía cayendo y las cervezas también, poco a poco fuimos perdiendo los nervios y ganando confianza, es lo que tiene el alcohol, que te ayuda a desinhibirte. En un momento dado se levantó y se sentó a mi lado. Había pasado mucho tiempo, pero esa mujer me seguía gustando. Y si el destino nos había vuelto a juntar no iba a dejarlo pasar.
Llamé al camarero y le pedí dos chupitos, nada como el tequila para calentar la noche pensé. Cuando llegaron a la mesa iniciamos el ritual de la sal y el limón, nos los tomamos de un trago, y después la besé. Ella no pareció sorprendida, creo que lo deseaba tanto como yo, nuestras lenguas jugueteaban en nuestras bocas y yo cada vez estaba más excitado, puse la mano en su pierna y comencé a subirla despacio, esperaba que en cualquier momento me pararía por estar en su sitio público, pero no hizo nada.
Yo- ¿No te preocupa que puedan vernos? Le pregunté.
Ella- No, ¿por qué debería preocuparme?
Y- Hombre, pues, la chica que yo recuerdo era bastante vergonzosa.
E- La chica que tú recuerdas era joven y tímida, ahora soy una mujer con más experiencia y me he vuelto mucho más traviesa.
Su contestación hizo que mi corazón se acelerara. ¿De verdad se habría vuelto tan juguetona? Tenía que comprobarlo.
Te propongo algo, le dije, ves al baño y llévate el móvil, desde allí mándame una foto que me pueda convencer que lo que dices es verdad. Ella me echó una mirada cómplice, se bebió de un trago la cerveza que le quedaba, cogió su bolso y se fue al baño.
Creo que los segundos que pasaron desde que se fue hasta que sonó mi móvil me parecieron horas. Sonó el whatsapp y me apresuré a abrirlo. En la pantalla apareció una imagen de un pecho desnudo con un enorme pezón oscuro. He de confesar que siempre me han vuelto loco los pezones de grandes aureolas, pero jamás hubiera intuido que los suyos serían así.
Sin poder apartar la mirada de mi teléfono ella volvió y se sentó a mi lado.
-¿Qué? ¿Te he convencido? Me dijo sonriendo.
-Uffff te aseguro que sí, le respondí.
Seguidamente, abrió su bolso dejándome ver un sujetador doblado en su interior, cogió mi mano y la metió por debajo de su blusa. Sus tetas desnudas estaban suaves y tersas. Al contacto con mis manos frías note como sus pezones se pusieron duros y ella soltó un pequeño suspiro. Empecé a besarla mientras mis manos acariciaban sus pechos, sus pequeños gemidos me estaban poniendo cachondísimo.
-Creo que no eres el único que se está poniendo cachondo, me dijo. Abrí un poco los ojos y vi como el camarero intentaba disimular al fondo de la barra.
-¿Quieres que pare? La pregunté.
-No, dijo ella. Que me miren me pone aún más caliente.
Deslicé la mano por debajo de su falda. Su ropa interior estaba empapada. Había llegado el momento de marcharse de allí.
Tras pagar al camarero mirón salimos del local. Ninguno de los dos podíamos conducir por todo lo que habíamos bebido así que decidimos quedarnos en su coche. La zona era residencial y bastante tranquila, y nosotros estábamos demasiado calientes para poner pegas. Un coche grande con las lunas tintadas sería nuestro hotel para esa noche.
Nos metimos en el asiento de atrás. Yo me senté y nada más cerrar la puerta se puso encima de mí y empezó a besarme apasionadamente. Comencé a desabrochar su blusa, sus preciosas tetas se mostraron ante mí. Sus pechos eran increíbles, aún más bonitos que en la foto. Comencé a chupar sus oscuros pezones. Ella echó la cabeza hacia atrás y empezó a gemir como si la estuviera follando. Mi lengua lamía sus tetas y empapaba sus pezones en saliva. Metí mi mano por debajo de su falda y deslicé mis dedos bajo su ropa interior. Llevaba el coñito totalmente depilado, tenía un increíble tacto suave y estaba empapado, muy muy mojado. Metí un par de dedos y soltó un gemido. Mientras mordisqueaba sus pezones mis dedos entraban y salían de su coño y tardó muy poco en correrse.
Se incorporó un poco y se quitó la braguita, luego me desabrochó el pantalón, me sacó la polla, se puso de rodillas y empezó a chupármela, sus tiernos labios bajaban y subían lentamente, notaba como su lengua acariciaba mi glande, mientras su mano me la sujetaba con firmeza, cuando estaba a punto de correrme, se incorporó y volvió a ponerse encima de mí. Empezó a besarme, yo agarraba su firme culo y la apretaba contra mí, hasta que de pronto me percaté que no estábamos solos, en la calle un hombre que paseaba a su perro merodeaba alrededor del coche. No estaba seguro si nos podría ver a través de los cristales tintados pero aun así decidí parar.
-Hay un hombre fuera, advertí. Ella se detuvo y levantó la mirada. Ya pensaba que me acababan de joder el polvo de mi vida, pero estaba equivocado.
-Déjale que disfrute, y cuando vuelva a casa que se haga una paja, me dijo. Luego me agarró la polla y se la metió en su encharcado coño.
Comenzó a moverse, mi dura polla entraba y salía de su coño mientras se escuchaba el chapoteo de su flujo, nunca había visto una mujer lubricar tanto, notaba como chorreaba por mi falo y llegaba hasta mis piernas, parecía que la posibilidad de que nos pudieran ver la estaba poniendo aún más cachonda. Yo no podía más, necesitaba correrme. Ella jadeaba con fuerza, sus tetas votaban mientras yo trataba de acercarlas a mi boca, la intensidad iba en aumento y vi que estaba a punto de correrse otra vez pero si lo hacía, yo no podría evitar correrme con ella.
-Nena, no sigas o me correré yo también, y no llevo preservativo, conseguí balbucear entre jadeos.
Pues córrete cabrón, me espetó, y acto seguido empezó a gritar por su segundo orgasmo. En ese momento me corrí yo también, un orgasmo increíble, pensé que no iba a acabar nunca, mi semen brotaba en grandes cantidades y se mezclaba con su flujo mientras ella seguía cabalgando encima de mí. Le agarre del pelo y mientras le echaba la cabeza hacia atrás volví a comerle las tetas, no paraba de jadear y de gritar que se iba a correr otra vez, y así lo hizo. Su tercera corrida fue la más intensa, si quedaba alguien en la calle sin enterarse que estábamos allí, es seguro que a estas alturas ya se habría dado cuenta. Luego nos abrazamos y nos quedamos en silencio. Cuando miré a la calle no había nadie, nunca sabré si aquel hombre se quedó a disfrutar del espectáculo o se marchó abochornado. Lo que sí sé es que jamás olvidaré semejante polvazo.
Dedicado a mi nena.
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