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La rosa purpura del sexo

~~Me estaba esperando en la cervecería como habíamos quedado cuando yo llegué. Llevaba una blusa color pistacho, muy veraniega y escotada. La blusa la había combinado con unos pantalones vaqueros azules que le daban un aspecto muy juvenil. Su sonrisa era cautivadora, picarona, y maliciosa. Tiene ese tipo de sonrisa que todos los hombres odiamos, una sonrisa dominadora, de las que te hacen derretir y quedarte perpetuamente sometido. Aunque mi religión hace mucho que me ha prohibido invitar a copas a las mujeres (sobre todo a esa fauna que habita en las discotecas esperando que el tondo de turno se haga cardo de la copas), me hice cargo de la cuenta: una cerveza con limón para ella y una francinskaner para mi.
 Nos sentamos en una mesa y comenzamos a hablar de nuestra juventud, de los momentos que pasamos juntos en la escuela y de cómo nos iban las cosas.
 Ella estaba casada con un exitoso directivo de una empresa de la Comunidad (aparte de otras inversiones que posteriormente me enteraría), tenían su chalet a las afueras de Pamplona, él conducía un BMW serie 5 y ella un Audi TT. Tenían dos periodos de vacaciones al año, las cuales pasaban en Tahití y en esquiando en Saint Moritz.
 Su posición social era envidiable.
 Yo por mi parte, seguía soltero. Había tenido un par de novias pero al final por unos motivos u otros acabamos rompiendo las relaciones. Mi trabajo como periodista me permitía vivir y llegara apurado a final de mes, pero no permitirme muchos de los vicios que me gustan. Mi rutina estaba muy lejos del ritmo de vida y estatus social del que ella disfrutaba.
 Sin embargo, entre nosotros dos siempre había habido un feeling especial, aunque nunca habíamos tenido ningún otro tipo de relación que no hubiese sido de amistad.
 El calor este verano ha venido a raudales, y enseguida terminamos nuestras consumiciones. Irene se levanto de la mesa en la que estábamos sentados, y trajo otras dos cervezas para sofocar nuestra sed.
 Continuamos la charla, y ella saco a colación mi posición económica. Ella sabia que sin ser muy miseriosa, no era nada boyante.
 Pude observar esa fatídica sonrisa en su boca otra vez. Sus perfectos dientes emanaban un fatídico brillo que iluminaban todo el bar. Sus ojos estaban aún más grandes, veía como sus pupilas se están dilatando lentamente, delatando en ella un creciente placer y sensación de relajación.
 Me estaba llevando a su terreno, me estaba ganando la mano y la posición. Es algo que ningún hombre se debe dejar hacer por una mujer
 Carlos, ¿dónde vas a ir de vacaciones este año?
 Pues la verdad es que ando justo pagando mi buhardilla en lo viejo.
 ¿Tan justo andas para no poder irte unos días de relax?
 Pues Irene, la verdad es que si que ando justo de pelas.
 ¿Te gustaría ir de vacaciones a la Costa Brava?
 Claro que me gustaría!! Y a Zarautz, y a Llanes, y a Cancún, y a Cuba!!!!! No te fastidia
 Te estoy hablando en serio Carlos, no te rías de mí.
 Ese No te rías de mí lo dijo con voz de un pobre corderito camino del matadero, lo cual hizo bajar mi ya débil guardia, pero en realidad, yo era el corderito y ella era la loba.
 Carlos, te hago una propuesta. Mi marido y yo somos socios de una constructora que está promoviendo una urbanización en Roses. Si quieres uno te lo puedes quedar.
 ¿Así, sin mas? ¿Tan sencillo?
 No. Hay una condición
 Uyyyy, que miedo me estas dando
 Carlos, desde siempre he te he querido, pero nunca me he atrevido a proponértelo. El trato es un fin de semana, por el apartamento.
 ¿Un fin de semana? ¿ Que quieres decir?
 Joder, Carlos, pareces tonto.
 Yo siempre he sido un poco corto cuando una mujer ser me estaba insinuando.
 El apartamento es tuyo con la condición de que pases conmigo un fin de semana encerrado en el Tres Reyes
 ¿Estas segura de lo que quieres hacer?
 Más segura no he estado en toda mi vida, te quiero, te deseo, quiero explorar cada milímetro de tu cuerpo.
 ¿Y cuando sería ese fin de semana?
 Este mismo. Mi marido está precisamente en Gerona en una reunión, supervisando los permisos de obra. Estará fuera todo el fin de semana.
 De acuerdo, pero yo soy el que lleva las riendas de la situación.
 Seré tuya en todo lo que quieras.
 La verdad es que de camino al hotel, me sentía como uno de esos jóvenes gigoló que se dedican a dar placer a cincuentonas forradas de pasta. Esas que tienen el sano vicio de degustar de los placeres de la vida durante toda ella.
 Irene estaba tan segura de su poder de convicción sobre mí, que ya había reservado una suite en el hotel, una de esas mega habitaciones que cuestan una passsstaa gansa por noche.
 La reserva estaba hecha a nombre de Sres. Etxeberria , aunque ninguno de los dos nos apellidábamos así.
 El recepcionista nos preguntó si necesitábamos ayuda con el equipaje, a Irene se le escapó que no teníamos. En ese momento el recepcionista me miró con una pícara sonrisa como diciendo, que bien te lo vas a pasar carbón en su interior.
 Nos dirigimos hacia la habitación, y en el ascensor pellizcó mi trasero.
 Quieta leona, compórtate en lugares públicos.
 Introduje la tarjeta en la cerradura electrónica de la habitación. Deje pasar a Irene delate mía, por debajo de los vaqueros se le intuía una tanga espectacular, como la que una amiga me mando una vez por correo.
 Encendimos el hilo musical, sintonizando Kiss FM.
 Se acercó a mí y desabrocho mi camisa, dejando al descubierto mi pecho. No es por fardar, pero mi pecho hace justicia a las horas de gimnasio. Poso sus labios sobre él y comenzó a recorrerlo suavemente, disfrutando de cada milímetro de mi piel. Yo por mi parte, comencé un suave masaje sobre su durito trasero por encima de los vaqueros. Sus labios jugaban con mis pezones sin ningún tipo de compasión, los chupaba, los mordía, los agarraba y estiraba con los dientes y los volvía a chupar con dulzura. Para entonces los tenia bastante tiesos.
 Solté el botón delantero de su vaquero y baje su cremallera. Mi mano se introdujo entre su entrepierna, acariciando su vulva por encima de la tanga. Me encanta notar ese calor que emana el sexo femenino en la palma de mi mano. Comencé un suave movimiento sobre la tela del tanga, subiendo y bajando mi mano a lo largo de su tesoro. La tela provocaba un placentero roce en su sexo, mientras ella seguía entretenida recorriendo cada milímetro de mi pecho.
 Baje su pantalón dejando al descubierto su tanga negra. Me arrodille delante de ella, y comencé el mismo juego que había hecho, mis dientes rozaban la tela de su tanga, mordiendo sobre ella, intentando provocar una inundación en su sexo. Poco a poco, comenzó a humedecerse, emanando un excitante aroma. Mientras yo hacia mi trabajito, ella apoyaba las manos sobre mi cabeza, acariciando y masajeando mis cabellos.
 Mis manos subieron por sus muslos haciendo pequeños roces sin apenas tocarlos, llegaron a sus caderas y los dedos se entrelazaron con las tiras laterales de la tanga, y comenzaron el camino de vuelta hacia abajo. Mis uñas iban rozando su piel durante el recorrido provocando escalofríos sobre ella. Una vez hube sacado la tanga por sus pies, mi boca volvió a su anterior lugar, continuando mordiendo su sexo y disfrutando del olor y sabor del mismo.
 Irene tenia el sexo depilado, con una pequeña tira de pelo sobre él estrecha en la base, y un poquito más ancha en la parte superior. Fue un capricho de su marido según ella.
 Con mis manos aparte los gruesos labios exteriores, dejando al descubierto una pequeña pepita. Comencé a jugar con ella, moviéndola de arriba abajo con la lengua. Notaba como conforme iba acariciando su clítoris, este iba creciendo. Lo movía de izquierda a derecha de arriba abajo, provocando que Irene murmullara quejidos de placer. Seguí en mi trabajo, ahora absorbiendo con mis gruesos labios su chocho y alternándolo con eléctricos lengüetazos en él.
 Interrumpí mi trabajito para cogerla en volandas y tumbarla sobre las sabanas de color satén. Me fijé en el florero que había adornando la habitación. Contenía quince rosas rojas, el número ideal para un ramo, para aquellos que no lo sepan. Observé detenidamente las quince e ellas, y escogí la que tenía la mayor cantidad de pétalos y más densos. Volví a dónde estaba Irene, y comencé a recorrer su cuello con el tallo de la rosa. Dibujaba círculos alrededor de su cuello, subiendo por detrás de las orejas y volviendo a descender. En una de las ocasiones, se desvió de su camino y continuó por el regacho de sus pechos, desfilando entre el valle de sus dos hermosos senos. Me situé a horcajadas suyas, con mis huevos apoyados en su vientre.
 Tomé la rosa por la mitad del tallo. Observé la rosa detenidamente. Tenía un pincho que sobresalía sobre todos los demás por su tamaño. Lo acerque a su pezón. Comencé a pincharlo sin mucha intensidad, notando como intentaba arquear su espalada cada vez que el aguijón de la rosa se hincaba en su pezón. Continué el mismo trabajo con el pezón restante, ya que comenzaba a quejarse. Una vez se quedó contento, me di la vuelta, dejando mi polla a la altura de su boca. No tuve falta de decir nada para que la introdujera en su boca. Lo hizo lentamente, juntando los labios, y rozando mi capullo a la entrada de sus labios. Poco a poco, fueron bajando, llevándose por delante la piel que cubre la cabeza de mi polla. Su lengua jugueteaba con el continente recién descubierto, no sin provocar pequeños puntazos de dolor en él, que a la postre se convirtieron en puntazos de placer. Sus labios comenzaron un sube baja, que me estaba llevando al éxtasis.
 Yo por mi parte, rompí el tallo en dos, dejando la parte superior por un lado, y un trozo de tallo por otro. Comencé a pasar la parte superior de la flor por la limpia flor de Irene, intentando que los pétalos de la rosa se introdujeran en sus labios vaginales. Ella seguía mamando mi polla. Mientras la flor subía y bajaba por su chocho, introduje el tallo en su coñito depilado, eso sí, sin ningún pincho en él. Una mano manejaba la cabeza de la flor, paseándola de arriba abajo por su delicioso camino, y la otra se dedicaba a introducir el tallo, intentando provocar el mayor placer posible, rozando la parte superior de su tesoro. Mi polla estaba en el cielo, siendo masajeada por unos gruesos labios, y me estaba costando sudor y lágrimas no fertilizar su boca.
 El perfume de la rosa comenzaba a mezclarse con el que estaba provocando el placer en su sexo. La rosa comenzó a cambiar de color debido a la humedad del entorno. Abandoné la rosa y directamente introduje mi lengua en é, saboreando todos sus jugos con sabor a rosa. Es uno de los mejores manjares que he probado en mi vida.
 Irene por su parte, aceleró el ritmo de la mamada que me estaba haciendo, notaba como sus labios subían y bajaban a ritmo vertiginoso, provocando una dura fricción con ellos en mis venas del pene, no aguantaba mássssssssss!!!!! Un río de leche se descargó en su boca, lo cual provocó que mamara mi polla como si estuviera ordeñando una vaca, dejándome seco del todo.
 Mi lengua continuó la excavación que estaba llevando a cabo en su cueva, intentando sacar todo el líquido posible, mientras lo absorbía al mismo tiempo. Sustituí la lengua por mis dedos para introducirlos a mayor profundidad. Introduje hasta tres, mientras el dedo pulgar jugueteaba con la parte superior del chocho, intentando masajear su botón.
 Súbitamente Irene se incorporó y agarró mis muslos clavando las uñas en él. .soltando un grito que se oyó hasta en recepción.
 Los dos nos quedamos tumbados en la cama, abrazados uno al otro, notando el calor mutuo,
 Con su habitual ironía, me miró a los ojos, y soltó:
 Por ahora solo te has ganado el cuarto de baño
 Frase que remató con un morreo

Datos del Relato
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