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Mi marido es una basurilla patética con un pene ridículamente pequeño. Dicen que la naturaleza es perfecta, que no tiene fallos, pero resulta increíble que un hombre adulto, supuestamente diseñado para reproducirse, pueda tener una polla tan estúpidamente chica, es como un colgajo de piel que no tiene cuerpo alguno, un pene de recién nacido haría competencia al lado del de mi marido.
Cuando nos conocimos tardamos meses en hacer el amor, no es que él no quisiera, me lo pedía semana sí, semana no, como esperando que cambiara de opinión. Era yo la que lo rechazaba constantemente, porque su aspecto me resultaba penoso. No solo su pene era un pellejo de piel, aunque en aquel entonces aún no lo había visto, sino que también tenía una cara lechosa, y un pelo, que en realidad no tenía, que parecía una pelusa, poco densa y de pelo fino como el pelaje de un perro yorkshire, además de una barriga de 110 cm de diámetro (se la medí en su momento) y unos brazos y piernas delgados y poco musculados. Un hombre de bandera vamos.
Al quinto mes de empezada nuestra relación, follamos…, bueno no hubo coito, así que no sabría decir si cuenta como polvo. Ese día veníamos de dar nuestro correspondiente paseo diario, después de la cena, le estaba hablando de los cotilleos de mi entorno de trabajo. Concretamente, le hablé de un compañero muy sexy y varonil, que según me habían contado algunas compañeras, se había follado a media plantilla femenina de la empresa, incluyendo las que me lo habían contado. Cuando me lo dijeron, me lo imaginé impotrándolas y me puse cachonda. Me dijeron que tenía una polla que, según dijo Vero, alzando el brazo y con cara de golfa, le medía como su antebrazo.
Al contárselo a mi marido, como hombre beta que es, suspiró resignado por saber que me follaría con gusto a ese hombre. Nos sentamos en un banco y me comentó que aún era virgen, cosa que ya suponía, y que querría tener aunque sea una oportunidad de follar. Por su supuesto, no dijo follar, se siente tremendamente frustrado al emplear esa palabra, más propia de personas sexualmente activas que de eunucos como él, así que optó por decir relaciones sexuales. Ante su nueva proposición de tener sexo, sentí ganas de jugar un poco, aunque no deseo por él.
En el trayecto a casa casi no hablaba y caminaba mirando al suelo con el rostro inexpresivo, se notaba su falta de capacidad de seducción por todas partes, nada que ver con la cara del semental que teníamos en la oficina, llena de vida y con ojos muy sugerentes.
Llegamos a casa. Pensé en darme una ducha pero me apeteció hacerlo sudorosa y oliendo un poco fuerte de haber estado todo el día sentada en una silla. Mis bragas y pantalones estaban sudorosos y eso me hizo sentir una cochina muy sensual. Mi marido, en cambio, prefirió ducharse, quizás en la idea de que haciéndolo me iba a agradar más, lo que me hizo sentir cierta lástima.
El chico de la oficina, no se andaba con florituras, según me habían dicho mis amigas, se escupía en la polla antes de penetrarlas, sin preguntar ni nada, cosa que a ellas no les importaba, de hecho, en el momento en que veían el buen hilo de saliva cayendo de su boca a la cabeza de su troncho, su excitación aumentaba y se metían dos dedos profundamente y con fuerza en la vagina, mientras esperaban a que extendiera la saliva por todo su miembro, deseosas de ser penetradas. Mis amigas no lucen como unas súper viciosas de pelicula porno pero, pareciera que cuando hay un hombre atractivo en frente, las princesas refinadas se vuelven unas cochinas.
Mi marido salió del baño desnudo, la luz estaba apagada, como me había pedido él. Solo vi su silueta cuando entró en el cuarto, tenía una barriga y debajo otra barriga más pequeña en la zona del pubis. La oscuridad no me permitió ver su pene. Se sentó en el borde de la cama de espaldas a mi, mientras yo estaba tumbada en la cama también desnuda. Me miró sin decir nada, con cara inexpresiva, y me empezó a acariciar la parte interior del muslo más próximo a él. Intentó subir hasta mi vagina, pero se encontró con que mis piernas estaban bastante cerradas, así que se resignó a mantener la mano a mitad del muslo dando caricias en círculos, esperando a ver si le daba acceso a la zona mágica. Seguí rígida, como un tabla, así que decidió posar su mano en mi pubis, que lo tenía bastante peludo, se puso a jugar con los pelos y me dijo: “vaya estas bastante peludita aquí abajo”, se rio ligeramente en una carcajada que fue casi inaudible y que no duró ni un segundo, yo no me rei, pero le dije: “¿por que no lo hueles?”. Inmediatamente enterró su nariz en mi pubis y aspiró sonoramente, yo seguía con las piernas cerradas. “Delicioso” dijo, “huele fuerte, me gusta”, añadió. Me gustó su respuesta, así que le pregunté si quería oler algo fuerte de verdad, hizo un ruido asintiendo y se tumbó en la cama siguiendo mis órdenes, acto seguido, me puse de cuclillas encima de él y le planté mi ano en su nariz. Hizo una especie de gemido de agradecimiento y placer, y empezó a aspirar, shhhhh, parecía estar gozando el aire más puro del mundo, pero en realidad estaba oliendo la raja de mi culo, sucia de no haberme limpiado con muchas ganas esa mañana, tras cagar en el trabajo, y sudorosa de haber estado sentada ocho horas en una silla barata. Me moví hacia adelante y hacia atrás, asegurándome que le quedara sustancia en todo el morro, movía sus labios y sacaba la punta de su lengua, lo que me permitió limpiarme un poco la suciedad del culo, como cuando te pasas una toallita húmeda, “está saladito”, comentó, yo le contesté: “¡gózatelo, gózatelo!”, mientras aumentaba la agresividad de mi movimiento pélvico. Sus morros se deformaban entre mis nalgas por la fuerza del roce. Me puse de pie en la cama y me giré para quedarme de frente a él, volví a ponerme de cuclillas con la concha peluda y olorosa mirándole a los ojos, y me dijo: “entiérrame el coño en la cara”. Se estaba entusiasmando, asi que mi respuesta fue clara: “no te lo mereces puta mierda”. Acto seguido le escupí en la cara con agresividad, el escupitajo sonó mucho pero no salió consistente, me recordó al disparo de una escopeta. Le estaba gustando lo que estaba ocurriendo, aunque en realidad no importaba, me nació hacer todo eso y lo hice.
Quería verle encharcado en mis fluidos así que me puse a cuatro patas como para hacer un 69 pero dejando mi cuerpo despegado del suyo para poder generar el efecto que quería. Le mee encima con toda la fuerza que un chorro de meados puede tener después de varias horas sin evacuar. El chorro calló en la parte superior de su pecho, pero él, al darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, corrigió rápidamente su posición para que el chorro, que estaba en su mejor momento, le callera directo en la boca, y así fue, el meado le había llenado la boca casi por completo cuando la meada empezó a menguar. No quería que acabase, deseaba dejarlo todo perdido, aunque ya lo estaba. El chorro era ya un chorrito que sonaba como el último hilito de pis que mi padre soltaba en el retrete con la primera meada del día, ese sonido me puso más cachonda. Le dije que aguantara la meada en la boca, aunque él ya lo había hecho instintivamente, parecía que estaba entrenado para ser un contenedor de mierda. Quería ver todo aquello, así que encendí las luces. En ese momento, tosió un poco y buena parte del meado salió de su boca como fuegos artificiales, el resto del meado lo echó en la cama.
Me fijé en su cuerpo, parecía el de un señor mayor a pesar de que solo tenía 43 años, tenía una barriga llena de pelos, una segunda barriga más pequeña como pubis, que también estaba llena de pelos. El meado le había cubierto todo el torso, de manera que su bello se encontraba apelmazado y mojado, el pubis lo dejé de ver porque se había sentado en la cama y su barriga y muslos lo cubrían todo. Quería ver que tenía entre las piernas, no me había interesado en sus genitales hasta ese momento, pero ahora tenía curiosidad, así que le pedí que se abriera de piernas. Obedeció, pero enseguida le corregí diciéndole que se agarrara con las manos por dentrás de las rodillas, pues también quería verle el ano. Su mirada era inexpresiva como siempre, parecía que acababa de venir de trabajar en un día muy aburrido, pero no era así, acababa de mearle en la cara, toda la cama estaba llena de meados, y por si fuera poco mientras examinaba sus genitales me tiré un pedo horrible, muy sonoro, aunque poco oloroso, cosa que me fastidió un poco. Sus genitales…, bueno que decir de sus genitales que no haya dicho ya, era la primera vez que los veía, y la verdad no me sorprendió lo que vi, no me esperaba en lo absoluto que un hombre como él tuviera entre las piernas una buena polla gorda y dura para ofrecerme, se me ocurrió en ese momento la comparación que antes dije del recién nacido. Era una pollita realmente pequeña, más bien se trataba de un pellejo de piel. Agarré esa piel usando mis dedos como si fueran unas pinzas, tenía las uñas largas y cuidadas como las debe tener una mujer, de modo que le hice un poco de daño, cosa que supe por el ruido que hizo a modo de queja. Tiré de la piel, que se estiró hasta los 7 cm como mucho, y le pregunté con una risotada: “¿que es esto?”. “No se”, me dijo. Su cara de pringado y la situación me generaron una mezcla entre excitación y ganas de maltratarlo, así que, con la palma extendida, le golpee las pelotas, que sí tenía de un tamaño normal. Cruzó las piernas en un acto reflejo, pero no pudo cerrarse bien porque no se lo permití, quería seguir golpeándole. Le mantuve las piernas abiertas a la fuerza, cosa que no me costó mucho, no se si porque en verdad quería que lo golpeara o si porque el muy nenazas tenía menos fuerza que yo, cosa que no sería de extrañar teniendo en cuenta que la testosterona es la hormona de la fuerza, y este hombre, desde luego, no tenía mucha. “Agh!”, gruñí de rabia al imaginarme al chico que se habían follado mis amigas y que tenía una polla funcional…, que coño, mucho más que funcional, tenía un brazo por polla, con erecciones estupendas. ¡Este desgraciado que me acompañaba no se podía decir que tuviera polla!. Le golpee más fuerte y con rabia. Me puse de pie en la cama y le planté el pie en los huevos, lo moví como aplastando una cucaracha, mientras le decía: “no tienes polla, me quiero follar a un hombre con polla”. El hacía como que lloraba pero en realidad no lloraba, era una especie de gimoteo, como siguiéndome la corriente. Me senté en su barriga y se la golpeé con la palma abierta como si fuera un caballo, a la vez que me movía como si cabalgara, pero lo hacía de forma muy exagera, como si estuviera encima de un caballo agresivo en pleno galope. Me intentó agarrar los pechos que se movían como locos en todas las direcciones, pero se lo impedí golpeándole las manos con agresividad, a lo que añadí, mientras me tapaba los pechos y con cara de odio y desprecio (aunque en el fondo me lo estaba pasando bien): “esto se lo reservo para un hombre de verdad”.
No se corrió, por supuesto que no, a pesar de que le hice una paja usando los dedos como a modo pinzas, que se quedaron grandes para semejante gusano, debí usar unos palillos chinos. Yo tampoco me corrí, ni tuve un orgasmo, aunque sí que tuve momentos de éxtasis y de locura que me hicieron sentir viva.
Terminé con la velada diciéndole: “no voy a seguir pajeándote hasta mañana, eres patético, no tienes testosterona, apenas la mantienes tiesa”. Le escupí en el pene, está vez sí que salió mucha saliva, y añadí: “hoy dormiremos entre meados, no te vas a bañar, y yo tampoco lo haré. Mañana, por suerte, no trabajamos, así que seguiremos sucios todo el día, quiero olerte a cinco metros. Quizás retomemos esa paja para que te corras, aunque dudo que sientas nada”.
Esa noche dormimos juntos en la cama llena de meados, saliva y sudor, él tumbado boca arriba y yo encima de él estirada sobre su barriga. Me di cuenta de que tuvo una erección cuando estábamos en esa postura, pero la ignoré en vistas a que parecía más el clítoris de una culturista que un pene.
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