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¡Hola! Me llamo Leticia, soy una mujer divorciada de 44 años, y vivo sola con mi nena de 19. Puedo decir que hasta hace poco he sido una mujer ordinaria, de vida monótona, una persona conservadora, por no decir aburrida. Mi vida se partía entre el trabajo y la casa, teniendo solo como pasatiempo el gimnasio, que por cierto, me mantiene en buena forma física. Solo para que me conozcan: no soy muy alta, pero soy delgada, mis facciones son finas, mi cabello rubio a media espalda, mis brazos y mis piernas están bien marcados, mis pechos grandes igual que mis nalgas, pero en fin.
Como dije, mi vida había sido muy aburrida hasta hace dos semanas, cuando sin pensarlo ni planearlo tuve una relación casi prohibida con una amiguita de mi hija que llegó a la casa cuando ella no estaba. Nunca había estado con otra mujer, ni siquiera lo había contemplado. Pero unas cuantas copas, la tónica sensual de la plática, los coqueteos de aquella criatura tan bella y traviesa, y porqué no decirlo, una intensa necesidad de salir del marasmo, me lanzó con un beso hasta sus labios, y a tomarla después de la mano y llevarla a mi recámara. A pesar de ser tierna, no era de ninguna manera inocente; obviamente había estado ya con otras mujeres, tal vez incluso había planeado ya nuestro encuentro, no lo sé, pero esa tarde que estuvimos juntas me guío como una maestra, como se guía a una virgen en el camino del placer. He pasado las noches desde entonces como poseída por una fuerza incontrolable, y aunque en un principio mi moral intentó refrenarla, ahora simplemente no puedo, me consumo y me dejo llevar. He hecho cosas que nunca imaginé desde entonces: empecé en mis breves lapsos de ocio en la oficina a buscar pornografía, en especial la de lesbianas, tratando de ver en cada imagen, en cada relato, sombras de los momentos que pasé con "Alicia"; he, contra toda mi vergüenza, entrado a las tiendas a comprar conjuntos atrevidos de lencería, algunas tangas que se me encajan morbosas entre las nalgas y dejan expuesto gran parte del vello de mi monte; brassieres de encaje, medias de seda, detalles en fin, que puedan hacerme sentir tan bella y deseada como me hizo sentir ella.
Más que eso, tengo que decirlo aunque me apene reconocerlo, paso el día caliente. Intenté la semana pasada salir con un chico del gimnasio (cosa que no había hecho en más de 8 años), bastante más joven que yo, guapo y muy bien dotado, pero no sirvió de nada. Fue frustrante, caí en cuenta que ya lo único que puede complacerme eran las caricias de una chica, la sensación cálida de unos senos lindos junto a los míos, el tacto de una cintura menudita y tierna de piel dulce, el sabor alucinante de la humedad femenina.
Más importante que eso, me di cuenta que no puedo sacar a esta niña preciosa de mi mente, y por resultado, me he vuelto adicta a la masturbación. ¡No puedo evitarlo! Me toco cuando voy en el auto rumbo al trabajo, cuando estoy sentada en la oficina, y en las noches, inevitablemente en las noches.
No creo que se vuelva a repetir el encuentro con "Alicia" no está bien y lo sé; ella es amiga de mi hija, y eso implica muchas cosas. Sin embargo eso no me aflige demasiado, al contrario, quedo agradecida porque envuelta en su recuerdo he descubierto la parte de mujer que pensaba perdida en mí, y he aprendido sobre todo a disfrutarme tratando de imitar las caricias que dejo en mi cuerpo, me he vuelto mi propia amante, y me disfruto sin freno.
Aquí copio una carta que escribí para ella, nunca se la daré por supuesto, pero es algo que tuve que hacer. Si por alguna trampilla del destino llegas a leerla mi amor (creo que inconcientemente tengo el deseo de que lo hagas), sabrás que pienso incansablemente en ti, con mi mente y con mi cuerpo, y recibe entonces un beso "BU"
Mi niña:
Primero te llamo mía, porque lo eres, porque vives en cada palmo de mi piel y en la ansiedad de mis labios que necesitan el tacto de tu cuerpo. Parece que han pasado un millón de años desde que estuvimos juntas, aunque fue apenas hace dos semanas, pero las horas otra vez transcurren lentas. Aún siento las huellas de tus manos en mi cuerpo; siento tus labios en mi espalda, en mis nalgas, escucho tu jadeo sintiendo en mis senos el roce de tus pezones entre miradas cómplices, sueño con tu piel suave de color canela, con tus besos maravillosos y ese aroma de sudor y humedad que brotaba de nuestros cuerpos llenando el cuarto, este cuarto que no parece el mismo desde que llegaste a mi vida; que pasó tanto tiempo helado, detenido: las sábanas dolían de soledad y hastío. Niña mía, develaste tantas cosas en mí, tan deliciosas, algunas que imaginé olvidadas, otras que no conocía.
En las noches por ejemplo, sin poder dejar de pensarte siento otra vez ese delicioso calor fulgurante recorriendo mi cuerpo, me estorban las sábanas mientras entre mis piernas el recuerdo de tus manos empieza a volverse intolerable. Sin darme cuenta como o cuando levanto el camisón y todavía tímida alzo un poquito el resorte de mi panti, solo lo suficiente para que mi mano entre acariciando mi vientre y para recorrer los vellitos ensortijados de mi monte tratando de imitar como lo hacías, abro mis piernas y encuentro mi vagina, separo mis labios humedecidos (¿recuerdas que dijiste que te encanta el sabor de ese juguito?) y mi clítoris salta trémulo clamando por una caricia, por esa forma deliciosa de frotarme y pellizcarme que tienes, me acaricio un poquito, suavemente, imitando tu tacto de niña, dejando que mi mano se anegue de ese líquido caliente, mientras mi dedo anular frota el medio de mis labios rozando mi botoncito…
El calor se vuelve agobiante, me incorporo y me quito el camisón sin dejar de acariciarme, mis pezones sobresalen erectos de mi corpiño, y no puedo dejar de verlos y esbozar una sonrisa pícara al recordarte frente a ellos, acariciando su redondez, contemplándolos, chupando mis pezones y repitiendo mientras besabas su horizonte blanco que te encantaban porque eran hermosos, grandes…
¿de verdad son hermosos, amor? Nadie me había dicho eso, yo nunca lo había pensado. Cierto es que son grandes, no lo niego, Todavía cuando tenía tu edad me acomplejaban un poco, incluso me encorvaba para disimularlos, me molestaban las miradas sobre mi a causa de ellos. Pero desde que abriste mi blusa, y los tomaste, me acariciaste y me quitaste el brassier sin preguntar ni decir nada, me hiciste sentirlos hermosos. Es en las noches que los tomo nuevamente. Mientras mi mano derecha empieza a acelerar el ritmo de las caricias sobre mi vulva, con mi mano izquierda descubro mis senos enrollando el brassier sobre mi abdomen dejando que se manifiesten, tienes razón amor, son bellos, me excita su tacto, su tamaño, y la sensación de ardor que deja mi mano en mi pezón endurecido, es una doble sensación exquisita: siento de nuevo tus manos en mi cuerpo, y recuerdo como acaricié tus senos.
¿te dije que también a mi me encantan los tuyos? También son grandes, lindos, ¡Pero que tonta! Seguro te diste cuenta de cuanto me gustan cuando me tuviste prendida a ellos chupándolos y besándolos como una niña ansiosa. (¡Cómo necesito tenerlos ahora!)
En un momento indeterminado de este furor nocturno me descubro a mi misma casi desnuda, con el cabello desordenado, bañada en sudor, con mis senos al aire, mi mano dentro de mis calzones humedecidos y mis muslos trémulos a causa de las caricias en mi vagina, ¡Quién me viera! ¡A mi edad y con una hija! Pero no puedo evitarlo, despertaste en mi un fuego salvaje que ya no se como refrenar, solo pienso en ti, en tu cuerpo y en tus caricias, en que descubramos cosas nuevas ¿te confieso algo? ¿recuerdas que cuando besaste y metiste tu dedo en mi anito te dije que se me hacía raro, que no me gustaba? Pues no se, tal vez sea la calentura, ¡Pero me arrepiento! Anoche mientras me tocaba, ya con mis pantis enrolladas en mis muslos, cuando penetraba mi vagina con dos dedos, recordé como jugabas con tu lengua en mi colita, y no pude evitar acercar mi dedo hasta mi ano, acaricié un poquito los bordes, y me lo encajé mientras susurraba tu nombre imaginando que estabas conmigo, te pedía más, sintiendo como mi hoyito virgen presionaba mi dedo, tan cálidamente como nunca imaginé, se comprimía nervioso ante ese cuerpo extraño que nunca había probado en su interior; tuve que morderme los labios para no gritar, pero no podía sacarlo; era delicioso, incluso cambié de posición para permitirme ese nuevo placer. Me hinqué en mi cama, levantando mis nalgas abiertas y mientras con una mano pellizcaba mi pezón, con la otra seguía mastubándome así, plenamente, incluso con dos dedos, hasta que por fin exploté en un orgasmo pleno y lúcido.
Amor, ¿Qué me haz hecho? Ya no me reconozco. Anoche me dormí desnuda entre las sábanas mojadas por mi excitación, deleitándome con el morbo del aroma de mis jugos, disfrutando como una loca el roce de las sábanas en mis senos y del aire de la madrugada sobre mis nalgas que indicaba de nuevo el camino hasta mi ano, que ya insaciable, cosquilleaba ansiando otra y mil caricias; incluso tomé mi panti todavía tibia y la puse a la altura de mi rostro, de mi nariz; para poder seguir soñando con nuestra travesura.
Desperté descansada después de una noche deliciosa, desperté feliz y complacida, como nunca lo había hecho, desperté gimiendo muy quedito tu nombre con mi mano entre mis piernas como si hubieramos pasado la noche juntas, como si hubiera caído rendida sin poder dejar de besar tus senos. Desperté lista para entregarte de nuevo mi cuerpo, todo, ya sin inhibiciones, y para tomarte a ti, y besarte y acariciarte, y bañarnos después juntas para frotar mis pezones sobre tu espalda húmeda y comer desde tu cuerpo, y hacerte el amor de mil maneras, hasta que sin remedio te reconozcas mía.
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