José Pablo era devoto de las prendas íntimas de calidad, provocativas y caras. Su ropa interior –aseguraba—debía acariciarlo para vestirla. Todavía más, si esta entraba en contacto con sus partes más íntimas, no podía escatimar en precio ni en calidad.
Acostumbrado a asolearse en playas o piscinas públicas, José Pablo (en adelante JP) tenía varios trajes de baño igualmente finos y de textura suave. Cuando una prenda en particular le gustaba, JP la lavaba de manera escrupulosa durante varias noches seguidas para reutilizarla al día siguiente. Para dar paso a otra debía primero cansarse de usarla.
Como persona ordenada, JP conocía sus ropas y donde las guardaba: fuese el cesto de la ropa sucia, la sección del clóset asignada para dichas prendas o temporalmente sobre los tendederos de su casa-habitación.
Sin duda, JP lucía tales prendas con garbo por gozar de una marcada complexión atlética. Además, su atractivo era realzado por un bronceado permanente debido a su afición por la natación y los deportes al aire libre. Le gustaba exhibirse pero mucho más ser objeto de admiración. Sus trajes de baño delineaban bien tanto sus duras nalgas como su abultado miembro.
Siempre conseguía asombrar a los circunstantes y atraer a otros ansiosos de trabar contacto con él. Su ropa interior, en particular trajes de baño, lucían bien en él porque parecía haber nacido para modelar ese tipo de ropa aunque no lo hiciera.
JP había adquirido recientemente una tanga color azul marino con tonos en color celeste y en poco tiempo se había convertido en su prenda preferida para ir a playas y piscinas, o para usarla sin motivo evidente, sólo por el simple gusto. Como si fuese un acto religioso, durante varias noches, JP se entregó al ritual de lavar la prenda con jabón de tocador para luego colgar la tanga próxima a la ventana de su baño. Sin embargo, el interés por dicha prenda llegaba a un fin temporal y JP pareció olvidarse de ella… El chico renunció sin quererlo a su habitual obsesión por las prendas para concentrarse en algunos asuntos urgentes que desviaron su atención durante por lo menos una semana.
Finalizado ese periodo de ajetreo y actividad en su vida cotidiana, JP se percató con gran molestia que entre sus tangas, faltaba en efecto aquella prenda color azul turquesa cuya calidad y corte acentuaban su sensualidad tras quitarse la ropa.
Hizo un esfuerzo por recordar dónde había quedado por última vez y no se equivocó. Aunque la ventana del baño permanecía invariablemente cerrada, no representaba obstáculo abrirla desde el exterior.
Junto a su casa-habitación había iniciado la construcción de un centro comercial desde hacía varios meses. La proximidad de los tendederos y la construcción era mínima, por lo que si los albañiles lo deseaban, cualquier ropa estaba al alcance de la mano. JP se encolerizó a tal grado que estuvo a punto de cometer un acto impensado. Pero tras recuperarse de la ira, pensó mejor las cosas…
A partir de ese momento se dedicó a escrutar uno por uno de cinco albañiles contratados para la construcción. Ninguno de ellos parecía darse por aludido, pero JP intensificó el riguroso examen todos los días, pero sin ningún resultado.
Cansado de sus observaciones, JP decidió olvidarse del incidente. No tendría el valor de reclamar una prenda en particular. Temía exhibirse sin necesidad para ser objeto de bromas o burlas por parte de personas sin escrúpulos y hasta resentidos socialmente. Aunque había tomado la decisión de renunciar a recuperar esa prenda, dos días después recibió una sorpresa desconcertante.
Había amanecido y el ruido de la construcción lo despertó irremediablemente, como venía ocurriendo todos los días desde hacía varios meses. JP se levantó malhumorado y frente a la ventana de su recámara divisó una sombra en movimiento en dirección a la misma ventana de su habitación. No pareció reconocer a la persona después de atisbar por la ventana a pesar de haber sometido a cada uno de los albañiles a rigurosas observaciones en días pasados. No obstante, un tenue lienzo impedía a JP distinguir con claridad a un trabajador alto y de apariencia fornida. Decidió entonces descubrir el velo y ambos quedaron frente a frente. JP lo observó con atención y el albañil hizo lo propio.
JP advirtió a un varón de piel oscura, alto y musculoso frente a él –por fin pudo reconocerlo porque nunca lo había tenido tan cerca. Cohibido por su semidesnudez –apenas se había levantado—JP estuvo a punto de correr la cortina otra vez para bloquear la vista, pero el joven en el exterior hizo una señal para detenerlo. Se aproximó lo más que pudo a la ventana y sin decir una palabra, deslizó la mano entre el pantalón y la entrepierna y entre los dedos de la mano mostró a JP su ropa interior sin dejar de mirarlo con avidez. El muchacho reconoció la prenda extraviada de inmediato mientras que el albañil daba por concluida la breve exhibición para dar media vuelta y luego entregarse de nuevo a su trabajo.
Víctima de la sorpresa, JP quedó mudo ante la insolencia del albañil. Había sido él quien había robado la prenda y luego había tenido el cinismo de enseñársela con desafío. No comprendía todavía el motivo de semejante acción, pero sabía que tarde o temprano lo descubriría. A partir de ese momento, JP no perdió de vista al ladrón y comenzó a observarlo a hurtadillas, entre los pliegues de las cortinas de su habitación y otras desde las que se podía observar la construcción. En cada ocasión, el joven albañil llevaba cualquiera de sus manos desocupadas a su entrepierna, como si supiera que era sometido a una rigurosa observación y asiendo el bulto de la entrepierna, invitando a quien lo viera de maneras lujuriosa y sugestiva. Pero, ¿se enardecía JP? ¡Sin duda!…
No obstante, JP estaba confundido. No sabía hasta qué punto deseaba recuperar la prenda o trabar contacto con el albañil. Dudaba si el ladrón había actuado con clara intención o era simplemente cleptómano. De cualquier manera, se sentía deshonrado. Se preguntaba cómo era posible que alguien de esa clase se hubiese apoderado de una prenda tan fina y que ni siquiera tuviera la más remota idea de lo que llevaba puesto y mucho menos cuánto había costado.
Los albañiles siempre salían acompañados y JP sabía de antemano la dificultad para encontrarse a solas con él en algún momento, pero con paciencia lo conseguiría. De cualquier manera, el porte del albañil lo amedrentaba en el sentido de que si llegaban a las manos por cualquier motivo, se vería desfavorecido sin duda a pesar de su propia y fuerte constitución atlética. Pero si pudiera hablar con él, como si fuesen amigos, se olvidaría de reclamar su legítima pertenencia.
JP debió esperar mucho para encontrarse frente a frente a quien lo había provocado. Una tarde lluviosa salía de su casa y JP se percató como un joven conocido se guarecía bajo su propio paraguas mientras proseguía su camino. Su sorpresa fue mayor al advertir de quién se trataba. Era el mismo albañil, quien lo saludó como si nada hubiese ocurrido. En cambio, su saludo fue suficiente para hacer hervir de ira a JP en su interior…
- (Amistoso pero extrañado) ¿Puedo cubrirme con usted hasta la parada del autobús?
- (Sin preámbulos) ¿Por qué no me devuelve mi traje de baño?
- (Con cinismo) No fue mi culpa… Se me ve tan bien…
- (Con súbita cólera) ¡Lo quiero ahora!
- (Incrédulo e irónico) ¿Ahora mismo? ¿Qué diría la gente?
- (Confundido, pero reconsiderando) Quiero que me lo devuelva mañana mismo a más tardar.
- (Desafiante) Tendrá que quitármelo, usted mismo…
- (Confundido) ¿Qué dice, cómo se atreve?
- (Burlón) ¡Llegamos! ¡Gracias por el aventón! ¡Hasta mañana!
A partir de esa noche JP no pudo conciliar el sueño como de costumbre. Se había obsesionado por recuperar su prenda otra vez y se sentía víctima de un joven cuyas burlas lo habían humillado. Sin embargo –comprendió—pasados varios días, sobre la conveniencia de renunciar a toda acción tendiente a recuperar su prenda. Tomó la determinación de olvidarse por completo de lo ocurrido. Tenía suficiente dinero para comprarse un traje idéntico y no valía la pena insistir sobre la devolución. Ignoraría al trabajador desde ese momento y no le permitiría una humillación más.
La estrategia –sin intención deliberada—surtió un efecto inesperado. El albañil comenzó a sentirse ignorado y esa actitud comenzó a doler. JP era ajeno a toda esa vorágine de pasiones en gestación. El trabajador no soportaba la indiferencia de JP. Era dolorosa, muy dolorosa. Había disfrutado del interés y de la obsesión de ese muchacho durante semanas y ahora, repentinamente, todo había virado en su contra. Parecía como si ni siquiera existiera a pesar de sus aproximaciones al hogar de JP. Lamentó haberse burlado del chico y quiso reparar su acción. A su parecer, lo mejor sería devolver la prenda y dejarla en donde la había robado tan pronto como se presentara la mejor oportunidad. Así lo hizo…
JP había superado el incidente sin problemas. Encontrar la prenda extraviada justo en el lugar donde la había perdido produjo en él una sonrisa de satisfacción y triunfo. Tomó la prenda y su primera reacción fue aproximarla a su nariz y aspirar con fuerza. Despedía un aroma acre fuerte y pronto se dio cuenta de la ausencia de suavidad y tersura en la tela. En cambio, la dureza en su consistencia le recordó aquellas camisas blancas almidonadas acostumbradas a vestir durante su niñez. El joven albañil –comprendió—se había regado en su prenda incontables veces y esto le produjo una erección para desahogar de inmediato y con su propia mano. Se aproximó con discreción a la ventana y buscó al ladrón antes de regarse. Tan pronto lo vio, comenzó a gemir con prudencia para luego descargar sus fluidos internos sobre la misma prenda y la guardó…
Los papeles se habían invertido. A JP no le resultaba indiferente el albañil, pero estaba decidido a darle una lección y mantuvo inflexible su posición. En cambio, el chico de la construcción no sabía ya cómo acercarse. Se había atrevido incluso a tocar la ventana por la que se había aproximado la primera ocasión, pero JP ignoró con menosprecio cualquier intento de acercamiento.
Poco después –una tarde lluviosa también—JP esperaba la entrega de varios muebles. El chofer de la mudanza se había demorado y cuando llegó al fin se disculpó aduciendo el retraso como responsabilidad de su asistente. Ahora, hasta el acarreo se había complicado. JP tendría que ayudar a cargar los muebles con la sola ayuda del chofer, quien no parecía lo suficientemente fuerte para hacerlo. JP atisbó el exterior, pero no pudo encontrar a nadie dispuesto a ayudar. En cambio –recordó—los albañiles de la construcción se mantenían inactivos por la lluvia, entre ellos el ladrón.
JP se acercó a ellos y los invitó a ayudarlo. Pagaría por ello y aceptaron gustosos. JP se presentó por primera vez ante ellos y cada uno respondió de la misma manera. Aguardó el turno del ladrón, quien tendió una cálida mano ante JP y dijo: “Andrés, para servir a usted”.
La maniobra fue breve. JP entregó a cada uno de los albañiles una generosa remuneración y cuando llegó el turno de Andrés, el joven no quiso aceptar nada. En cambio, aseguró –con aire familiar—que ayudaría a JP a acomodar el nuevo mobiliario y a conectar otros aparatos por lo que se quedaría más tiempo en su casa. La hora de partir se aproximaba y los albañiles se despidieron. JP no dijo nada. Tras el incómodo silencio, Andrés fue el primero en hablar.
- (Respetuoso) Usted me dice en dónde vamos a colocar estos muebles.
- (Con decisión) No vamos a colocar ningún mueble y hágame el favor de salir.
- (Apenado) Pero…
- (Desafiante) O, ¿es que acaso quieres más ropa mía?
- (Con humildad y bajando la mirada) Yo quiero otra cosa…
- (Inflexible) ¿Qué es lo que quieres?
Y sin decir más palabra, Andrés se aproximó a JP y cogiéndolo entre sus poderosos brazos lo besó con furia y desparpajo.
- (Desconcertado pero temeroso) ¿Pero qué le pasa?
No hubo contestación. Andrés no soltó a su presa. Estaba decidido a todo y comenzó a chuparlo en el cuello, introdujo su lengua en los oídos del chico, y siguió succionando como si quisiera marcarlo. Mientras lo besaba, fue desabotonando con violencia la camisa de JP para dejar dos fuertes pectorales al descubierto coronados por dos tetillas erectas. Andrés se apoderó de una de ellas con sus carnosos labios y volvió a succionar con delirio mientras JP parecía debatirse entre dos poderosos brazos que sujetaban los propios con fuerza irreductible. A pesar de la extraordinaria condición física de JP, las ardientes caricias prodigadas lo enardecieron al punto de desconocer si estaba a punto de entrar en el paroxismo del placer o de sucumbir ante el colapso…
Andrés se dio cuenta, pero ignoró –a su parecer—una simple estrategia de su víctima. Lo levantó entre sus poderosos brazos y lo depositó en la cama. Había oscurecido y sólo una luz mortecina apenas alumbraba la estancia y casi nada se podía ver. Una vez sobre la cama lo desnudó por completo y presuroso se quitó su propia ropa, como si temiese perder la oportunidad cuando JP despertara. Se había excitado mucho... Sin saciarse todavía, había chupado y besado a un muchacho quien tanto lo había castigado los últimos días. Después besó y acarició febrilmente las nalgas de JP y con toda intención permitió a sus dedos acariciar el estrecho esfínter y cuyas contracciones lo hicieron pensar sobre las contracciones potenciales, primero sobre su glande y luego sobre el resto de su enhiesta masculinidad para conducirlo al umbral del orgasmo. Su poderoso miembro se sentía tan duro como si fuese una roca... Escupió sobre sus dedos una y otra vez para luego lubricar con excitación el velludo ano sin cansarse. Quería estar seguro de que si sus dedos resbalaban sin dificultad en el interior, la diferencia de intercambiar de un solo golpe el delgado dedo por su grueso falo provocaría un arrebato para oprimir su afiebrado pene más que lo concebible.
El cambio fue suficiente para despertar a JP del sopor en que se encontraba envuelto y en efecto, las contracciones de su ano cobraron fuerza. El grueso mazo había sido insertado con decisión. Andrés se había acomodado de tal manera por debajo de JP y con las manazas entrelazadas al estómago de este, que si su presa se movía, las atenazantes manos se cerrarían más y más. El esfuerzo por liberarse enervaba a Andrés todavía más. Por otra parte, el violento roce de las nalgas de JP con el profuso y oscuro vello púbico de Andrés indicó la inminencia del clímax.
Andrés jadeaba con rabia, empujando y sacando su rígido y venoso miembro a través de un culo en apariencia renuente a albergarlo. Con habilidad siguió engrasando el ano con su espesa saliva y pudo así mantener la lubricación. Pero cuando JP decidió sujetar las nalgas de quien lo poseía y luego se atreviera a tocar con suavidad el ano de este con las yemas de sus propios dedos, sobrevino la explosión súbita y violentamente. Andrés se regó tanto tanto, como si hubiese sido la primera ocasión.
El chico descubrió aliviado cuan profusa había sido también la eyaculación de JP sobre sus propias piernas. Minutos después y antes de despedirse aseguró ante JP:
- Regresaré si lo quieres.
Y volvió…
FIN
ESTE COMENTARIO ABURRE DE LO EROTICO E INTERESANTE SE DESVIÒ A LO ABURRIDO Y TEDIOSO QUE FLOJERA CON ESTE RELATO.