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Diario de un asedio

I

Era el último día de mis vacaciones. Me encontraba en el aeropuerto y había concluido los trámites de documentación y entrega de equipaje. En compañía de mi hermana compartí un café a manera de despedida.

El reloj marcaba después de las siete de la noche y todavía faltaban algunos minutos para abordar la aeronave que me devolvería a casa. Para matar el tiempo, caminé por un amplio pasillo repleto de viajeros, empleados y otros en continuo movimiento en ambas direcciones. Tuve la oportunidad de contemplar y apreciar los productos ofrecidos por las tiendas libres de impuestos a lo largo de ese mismo y aparentemente interminable pasillo.

Por fin me decidí entrar en una de ellas. Dirigí mis pasos hacia donde estaba un estante con finas colonias de marca. Tomé un frasco y un amable dependiente en sus treinta me ofreció una esencia de exquisito aroma que él mismo impregnó en mi brazo con profusión. El sonriente joven quedó a la espera de una reacción que demoró en llegar. Transcurrieron algunos instantes, pero luego distrajo su atención para atender a otros clientes o para hablar con sus propios compañeros que requerían de su atención. Lo perdí momentáneamente de vista dentro del enorme establecimiento.

Recorrí la tienda rápidamente y poco antes de salir me reencontré accidentalmente con la mirada del joven que parecía mostrar un interés que produjo confusión en mí a pesar del ¿inequívoco tono de su voz? ¿Quería venderme, le interesaba trabar contacto conmigo o ambas situaciones? No pude averiguarlo, pero sí aprecié su apariencia. Lucía una lustrosa cabellera negra e impecable en su elegante uniforme con camisa negra ajustada al cuerpo. Sin duda su figura era robusta y musculosa. Sentí su mirada recorrer mi propio cuerpo y presa de la excitación, abandoné la escena no sin antes levantar la mano para decir adiós, saludo correspondido en su oportunidad, pero bajo mi óptica, con la frustración de lo indefinido, inconcluso o irresuelto.

Durante el trayecto entre la tienda y la sala de abordaje fui presa de una reacción de inquietud y dudas. ¿Debería volver y pedirle su nombre y datos para comunicación posterior? Así lo hice. Regresé a la escena de los hechos. Para ese entonces su ya inconfundible figura estaba de espaldas y parecía muy ocupado como para distraerlo. Me reproché no haber actuado con oportunidad y como la hora de abordar se aproximaba cada vez más, no lo interrumpí y me retiré del lugar agobiado por la frustración y el desencanto. Concluí que su interés había sido venderme exclusivamente y todo lo demás, producto de mi calenturienta imaginación.

No obstante, el gusanito de la duda me hizo recapacitar y sentí que había desperdiciado una oportunidad de un acercamiento motivado por interés aparentemente mutuo. En su calidad de empleado había hecho lo que correspondía y me tocaba responder a su acercamiento, en reciprocidad a su atención.

Pude olvidar momentáneamente el incidente durante el trayecto de regreso a casa, pero el recuerdo de la ocasión cobró fuerza inusitada con el paso de tan sólo dos días. Había comenzado a alimentar un interés a través de pesquisas para ubicar exactamente al objeto de mi deseo. Durante la noche sufrí una erección y entre el delirio y el sueño me relacioné ardientemente con quien ni siquiera conocía más que de vista. Comprobé poco después que en efecto, había sufrido una profusa eyaculación como no había experimentado alguna hacía varios meses.

Por desgracia, el avance no ha sido el esperado, pero mi esmero investigador ha rendido ciertos frutos, aunque no son concluyentes todavía. Al parecer, cuento ya con el número telefónico de la tienda donde asiste el dependiente objeto de esta delicada averiguación. El plan de contingencia ha quedado delineado para proteger la identidad de quien amenaza mi frágil tranquilidad. En virtud de que he seguido mis corazonadas a lo largo de mi vida –no toda mi interacción con humanos representa una, cabe aclarar—esta no será la excepción.

El plan trazado habla de un supuesto extravío de una libreta de anotaciones que podría haber quedado dentro del establecimiento visitado. Dado el inicio de averiguaciones, he sido canalizado a varias de esas tiendas sin que hasta ahora haya tenido suerte. No obstante, en un intento reciente, se me indicó –dadas las características del sitio bosquejado- que podría corresponder a otro número que fue debidamente anotado.

II

Las pesquisas no han rendido frutos hasta ahora. Llamo al número indicado y una grabación me indica que marque la extensión, pero como no dispongo de ninguna y es día feriado vuelvo al menú de opciones y pulso la tecla que me conectaría con una operadora. Al tratar de llegar con la misma, el sistema me indica que no hay operadora disponible para contestar mi llamada pero que puedo dejar un mensaje, sin embargo, me pregunto ¿a quién? Vuelvo a intentarlo una y otra vez sin resultado. Seguiré intentando…

III

¡Venerable sea la Internet y la información disponible a través de la misma! No habría podido llegar hasta donde he llegado si no fuese por ella. ¡Buenas noticias! Aparentemente he dado con el lugar indicado, pero no puedo cantar victoria todavía porque no estoy en el lugar de los hechos y por más precisas que pudieran ser las descripciones cabe un margen de error que impide la certeza de la dirección deseada sobre mi propia averiguación. Dada mi innata falta de orientación, puedo advertir que se trata de un caso extraordinario porque he conseguido ubicarme. El interés tiene pies, no hay duda…

Han transcurrido ya cuatro días desde mi regreso y el asunto no debe perder vigencia dado que sería más difícil establecer los recuerdos necesarios para conseguir la información que requiero a medida que van pasando los días. La respuesta de los empleados fue la esperada de manera general. La gente, tras conocer el caso de mi supuesta pérdida, me atendió con interés y diligencia. Guiados por mis explicaciones del caso llegué a la tienda que parece corresponder al sitio buscado.

Tras una breve introducción sobre el asunto, la descripción del lugar y del interfecto, mi interlocutora abrió la llave de la esperanza para trabar contacto con quien podría corresponder a la descripción. De ser así, respondería al nombre de Aarón. Pero Aarón no estaba presente en ese momento, por lo que no fue posible dar por concluida la averiguación. Se me indicó que el joven no volvería a su puesto de trabajo sino hasta dentro de dos días en el horario de 2 a 10 de la noche. Entre otras pesquisas respondidas, el joven sí estaba presente ese día de mi regreso. Ahora me pregunto, ¿me recordará con sólo brindarle mi propia filiación? ¿Tendré la oportunidad de hablar con él? ¿Por qué idealizar algo que no existe todavía? ¿Podría sugerir en mi próxima comunicación, en caso de dar con Aarón y sea él quien corresponde a mi búsqueda, me proporcione una dirección de correo para dar seguimiento a este “asunto”? ¿Tendrá autorizado intercambiar direcciones por teléfono en su trabajo? En fin, sólo hay una respuesta a todas estas interrogantes y es ¡paciencia!

No quisiera contar las horas que faltan para hablar con Aarón…

IV

La ansiada comunicación con Aarón se dio por la tarde del miércoles, tal como había previsto. No me fue posible detectar ninguna señal en el tono de su voz de que me hubiera reconocido y para que afirmarlo, tampoco me resultó familiar la suya. Además, el entorno bullicioso, y las circunstancias laborales de ese momento –tuve la impresión—marcaron el estricto cariz de una comunicación formal con un cliente con preguntas. Así tenía que ser…

Inicié un breve interrogatorio mismo que Aarón contestó con monosílabos y en ocasiones con poco más que simples informaciones adicionales. ¿Tenía la tienda una inscripción en una de sus paredes que recordaba yo como una pista para dar con ella? “Sí”, era la única tienda con esa inscripción. ¿Había trabajado el pasado jueves por la noche en la tienda libre de impuestos? “Sí”. ¿Correspondía mi descripción del empleado consigo mismo? “Sí”. ¿Había encontrado una libreta de anotaciones? La consabida respuesta era no. Tras proporcionar mi filiación vino la pregunta, ¿me recuerda como cliente? No hubo respuesta pero sí un silencio incómodo, muy probablemente para él también. ¿Había algún otro empleado a esa hora del jueves pasado? “No”, era el único varón entre los empleados esa noche”. Tras explicar lo importante que era para mí recuperar esa libreta, surgió la siguiente pregunta a bocajarro: ¿Podría llamarlo nuevamente para terminar de una vez por todas con la incertidumbre? Amablemente contestó “sí, estoy para servirlo y la tienda permanece abierta las 24 horas” –en un tono amable pero estrictamente cordial y de atención a un cliente. Ante el comentario de que volvería a ese aeropuerto en breve, agregó simplemente. “Estamos para servirle”. Di por concluida la comunicación y agradecí su amabilidad.

Comprendí que Aarón estaba en su trabajo y no en su casa. En cambio, yo estaba en la comodidad de la mía y además, sin compañía. No hubiera tenido la menor oportunidad de confirmar si Aarón estaba interesado o no. De haberme atrevido, el riesgo no podría descartarse y habría echado por la borda el rumbo de la historia.

Estaba seguro de que Aarón, una vez concluida la conversación se preguntaría por lo menos quién era yo y por qué tanto interés. Pronto lo sabría, le interese o no…

V

Me anticipo a los acontecimientos. Aarón recibirá en persona o a través de terceros mi tarjeta de presentación, dirección de correo y el enlace para acceder a esta historia desde la Internet.

De tal manera, Aarón, tiene la palabra. Pero si he cometido cualquier equivocación, ha quedado debidamente protegido. La historia puede continuar o terminar aquí pero sólo de él depende…

¿FIN?
Datos del Relato
  • Autor: Rojo Ligo
  • Código: 18476
  • Fecha: 11-05-2007
  • Categoría: Gays
  • Media: 5.6
  • Votos: 77
  • Envios: 2
  • Lecturas: 2494
  • Valoración:
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