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CAMINAR POR LAS VÍAS
Caminar por las vías, eso es lo que había decidido hacer un tiempo atrás. Me había largado a hacer esa caminata porque sí, es decir, siempre me gustó el tren y por ende las vías. Siempre fue un misterio para mi, inclusive que me atrajera tanto. La cosa es que con mis veinte años me largué a andar por las vías.
Llevaba poco porque mi idea no era batir ningún record, solo andar.
La vía que había tomado es la que andaba casi desierta ya desde la desaparición hasta hace poco de los trenes en el país.
Vías muertas que les llaman. Que va de pueblo en pueblo con distancias que no superan las diez kilómetros. Así que yo caminaba y me detenía tal vez un día, tal vez dos. Allí armaba mi carpa al costado de las vías, y allí me quedaba.
A todo esto me había hecho de un amigo, un perro, de ancha cabeza, que a los veinte kilómetros de marcha se había empeñado en seguir mi camino.
Así que andaba conmigo hasta que me detenía y allí se quedaba para luego marchar conmigo nuevamente.
Primero era un animal desconfiado, debo decir que era un macho imponente, de muy buen porte, al parecer fuerte y bien alimentado, tal vez se había perdido o no sé cómo llegó a las calles.
La cuestión es que empezó a andar las vías conmigo. Habíamos andado ese día unos diez kilómetros, el día estaba perfecto, sin viento, con sol, no mucho calor, se podía andar.
Yo lo llamaba perro, no era muy original, pero bueno, no quería ponerle un nombre porque suponía que un día de sos saldría a mirar fuera de la carpa y se habría marchado, no quería encariñarme con él. No sé , no había tenido en casa animales, pero me parecía que alguna vez cuando fui pequeño en casa de mis padres habíamos tenido un gato. Mis padres nunca fueron afectos a los animalitos.
La cuestión es que me fui encariñando con aquel perrazo, grande y que le hacía frente a cualquiera que se acercara de forma sospechosa, siempre en guardia y atento, me sentía seguro y creo que él también se sentía confiado conmigo.
El día se fue yendo apacible y una leve brisa se levantó al atardecer. Varios perros rondaron la carpa y perro se encargó uno a uno de espantarlos. Su presencia era imponente y provocaba cierto temor.
Encendí el candil porque ya estaba oscureciendo y también encendí unas leñitas para ir haciendo una pequeña fogata para ayudarme a cocinar algo un poco más tarde.
Perro entró por vez primera a la carpa sin que nadie le diera nada, estaba tomando confianza poco a poco, a mi no me molestó su presencia. Primero se arrolló en un rincón y luego se fue estirando y relajando, tal vez esperaba que le dijera algo o que quisiera echarlo de la carpa, pero mi intención no fue esa.
Me tire en la colchoneta que tenía como cama y él se acercó oliendo el aire, acaricié su hocico y se echó a mi lado. Note que realmente era grandote, tenía casi mi largo.
Sentí su respiración relajada y dormitando.
Yo leía como era costumbre, tenía poco para hacer en aquellos lugares, a veces escribía en un cuaderno que tenía de tapas naranjas. Escribía lo que iba pasando, si conocía a alguien interesante, siempre te encontrabas con algún personaje divertido o triste.
Perro no sé si dormido o soñando quedó con su cuerpo patas arriba. Mire extrañado esa posición. Nunca lo había visto antes. Entre unos ralos pelos se veía un gordo capuchón, me llamo la atención eso también, en unos momentos apareció una punta roja brillante y acuosa, como si ya estuviera lubricada. El movía la cola como soñando o esperando algo.
De repente, no sé si por la lectura o era algo que tenía en mi subconsciente mucho antes, y muy guardado, me acerqué a Perro, el despertó intuyendo, ahora lo veo así, movió la cola, y no se quitó de como estaba. Quedó allí, como esperando a ver que iba a hacer yo.
Y yo lo que hice fue acariciar el capuchón y ver como la punta roja se hinchaba, de manera sustancial y rica. Deseable. Empecé a calentarme como hacía tiempo que no lo hacía. La noche se iba haciendo notar y desde la carpa se veía una noche estrellada y con luna plena.
Perro no se movía, seguía panza arriba disfrutando de mi masajes, no contento con eso acerqué mi boca y la fui tragando de manera babosa, caliente, perversa, mi propia pija se iba levantando, poniéndose dura y golpeando en mi calzoncillo por salir, quería escapar, la vergota del animal se inflo y salto del todo del capuchón. Era un pijón grande y muy respetable, haciendo que la disfrutara sin saber cuándo empezó ese gusto por las vergas perrunas. Quizá la soledad, la necesidad de compañía, no sé.
La cuestión es que me estaba llenando de liquido perruno mi boca y yo tragaba, el animal aquel parecía acostumbrado a esas relaciones. Estaba tan pero tan duro aquel miembro que con el líquido que saltaba lo sorbía y lo tragaba sin descanso. Chorreaba mis labios.
Lo solté unos momentos y él se acomodó de manera de seguir lamiendo su tremendo pijón, muy duro, arrastrando por el suelo de la carpa, haciendo un charco en el lugar.
Me quité la ropa sin esperar más y saqué mi pija también a reventar, la comencé masajear y el con su manguera colgando se arrimó, y le dio unos primeros lengüetazos a mi pedazo febril y muy caliente, en unos minutos estuvo lleno de saliva canina que chorreaba hasta el piso.
De paso lamía las bolas y su lengua traviesa también empezó a investigar en mi agujero escondido entre las nalgas. Su lengua se movía muy loca y mi calentura iba en total aumento.
Entonces ya muy caliente me moví del lugar y me coloqué en cuatro patas, Perro me montó enseguida y con su dura verga gorda, fue entrando a mi mientras sentía como me abría el ojete de par en par, ancho, perforando, aullé de placer y de dolor, tiraba mis caderas hacia atrás y él se agarraba muy bien a ellas y bombeaba incansable, sentía como me llenaba de sus líquidos calientes y a chorros.
En un momento llevó sus patas delanteras hasta mis hombros y era como que quería meterse dentro mío, por supuesto, el nudo grueso y gordo no estaba dentro de mí, sino me hubiese destrozado el ojete, me bombeaba sin descanso, con ardor, ahí me di cuenta de que tenía practica con humanos, que no era su primera vez rompiendo un culo, tenía su experiencia y eso me encantó porque aceleraba y aceleraba, sus embestidas ricas y que hicieron que mi leche se desparramara en el suelo abundantemente, llevado al paroxismo.
Caí en un estado de desmayo. Y él no se movía de arriba mío, su poronga latía dentro de mí. Parecía que no se desinflaba nunca. Estaba acostado contra el piso y el animal aquel sobre mí. Sentía como desbordaba mi cola abierta de sus jugos, hasta que un rato después decidió moverse y se fue a un rincón a lamer su pedazo.
Me recompuse lentamente con mi ojete abierto, miraba a Perro que salió de la carpa a recorrer los alrededores como si nada hubiese pasado. Se fue un rato en que aproveché a comer algo.
Antes me había limpiado, sentía un leve ardor en mi cola. Pero a la vez me había encantado tener a Perro dentro.
Pensando en eso al rato me empecé a sentir muy caliente otra vez y empecé a hacerme una paja porque mi verga se había puesto dura como mármol.
En eso volvió Perro. Husmeando se acercó a lamer mi pija dura. Como si nada. Llenándola nuevamente de su saliva. Mi calentura nuevamente subía a grados intensos. Con mis dedos escarbaba mi ojete que largaba jugos, estaba aún húmedo y deseoso.
Como jugando le quité el chupetín de sus fauces. Yo me desnudé otra vez, con una noche gigante y estrellada sobre nosotros. No hacía nada de frío.
En un momento Perro quedó acostado sobre su lomo, entonces aproveché y agarré su miembro regordete ya, lo acaricié y velozmente se puso duro y salió del capuchón, me senté a horcajadas quedando sobre él, y guié su lápiz ardiente hasta mi anillo. Entró y rápidamente se infló, empecé a cabalgar a mi macho perruno y noté que lo disfrutaba sobremanera. Enseguida me empezó a desbordar con sus líquidos.
Cabalgué y cabalgué hasta que mi semen saltó por los aires cayendo sobre Perro, sobre el piso y sobre mí, el ojete abierto explosivo, comiendo la poronga de Perro, salí de allí. Y me la metí un poco más en la boca hasta que el solo se retiró agotado de tanto placer.
Al rato repitió la operación, saliendo de la carpa y regresando al rato, echándose a mi lado en la bolsa de dormir.
En la madrugada estaba tan cerca de mí, que lo bese en el hocico y me dio su lengua un rato, hasta que mi verga se alzo nuevamente y otra vez me cogió de forma intensa, siempre dejando el nudo afuera, quizá una noche de estas lo dejaré entrar del todo.-
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