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Categoría: Orgías

Bukkake en el trabajo

Hacía tiempo que estaba aburrida de Juan, mi pareja. Aunque el sexo era increíble con él, no podía parar de ver tíos por la calle e imaginándomelos en grupo... Me fui dando cuenta que con los años mis gustos habían cambiado. Me fijaba sobre todo en los más jóvenes, adolescentes que podrían ser mis hijos. ¡Qué fuerte decirlo, pero así eran mis fantasías sexuales! La idea de tener a unos cuantos a la vez me ponía enferma y esa idea tan descabellada empezó a surgir en mi trabajo. Cada día me imaginaba a mis compañeros enfundados en esos monos azules tan masculinos… Haciéndome un increíble bukake.



Yo trabajaba en un ambiente totalmente varonil y en él, sólo había la clase de hombres ‘machitos alfa’ que les gusta ponerse en el papel de dominante. Entre ellos formaban un grupo indiscutiblemente potente, con las clásicas bromas ‘machistas’ que no hacen gracia a nadie más que a ellos. Las humillaciones que hacían eran constantes y aunque obviamente todo aquello estaba faltando a mi ética y moral como mujer, tengo que reconocer que en el fondo la situación me ponía cachonda porque yo era una sumisa en el sexo.



Llegué a creer que todas aquellas bromas tenían que ver con mi físico. La verdad es que, modestia aparte, siempre he sido una mujer atractiva, con piernas largas, culo respingón y pechos firmes. La cara es lo que siempre me han alabado más por mis facciones finísimas, ojos azules y boca grande, pómulos marcados y nariz pequeña. Los hombres siempre me han mirado mucho, pero en el trabajo la cosa debía ser diferente por protocolo, y creo que eso les jodía vivos. No podía dar bola a ninguno para no tener problemas y sin embargo, debía seguir la corriente a los pesados de los clientes, cosa que les repateaba a todos.



La verdad es que las bromas de ‘machito’ cada vez eran más pesadas. No le conté nada a Juan para no preocuparle, pero la situación empezaba a ser insostenible. Por un lado pensaba que debía irme del trabajo, pero por el otro tenía ganas de dar rienda suelta a mis deseos. Así que un día, en mi turno de noche habitual, decidí pasar a la acción. Me vestí con mi uniforme habitual pero me desabroché un par de botones de la camisa blanca. Mis tersos pechos se asomaban formando un precioso canalillo y la falda de tubo que era hasta la rodilla, la subí un palmo hasta media pierna. Dejé las bailarinas de siempre a un lado y me puse un tacón alto que estilizaba todavía más mis piernas. Desaté mi larga y rubia melena del moño opresor y pinté mis labios de color carmín. En el turno de noche calculé que serían unos 10 tíos trabajando en el almacén. Los del almacén eran siempre los más fuertes, jóvenes y guapos. La verdad es que todos los jóvenes me parecían tremendamente guapos y yo por la edad que tenía, estaba buenísima, así que la idea del bukake tampoco era imposible, pensaba yo.



Me dirigí sigilosamente hacia el almacén, intentando que mis tacones no hicieran demasiado ruido. Pero ¡mierda, era demasiado pronto para entrar en acción! En la entrada sólo había dos chicos jóvenes descargando un camión y rápidamente tuve que pensar en cambiar la estrategia para conseguir mi objetivo.



Así que me dirigí a ellos y les dije que no encontraba las llaves del vestuario de los hombres, que si me podían ayudar porque debía recoger unas cosas del jefe primera hora de la noche. Los chicos, que cuando son pocos son más amables, me dijeron que en el vestuario estaban cambiándose algunos y que no podía entrar en ese momento, y mirándome la entrepierna y el escote, no dudaron en cambiar de opinión y acompañarme por ‘si me perdía’. “Tranquila guapa, nosotros te acompañamos donde haga falta”. Ese ‘dónde haga falta’ estaba empezando a mojarme la entrepierna. Llegamos al vestuario y justo en la puerta les dije ‘¿Me acompañáis dentro? Me da un poco de vergüenza entrar con tanto hombre dentro…’ A lo que me respondieron dándome un amable ‘empujoncito’.



Al abrir la puerta… Madre mía, ahí estaban ocho tremendos hombres, la mayoría con sus torsos desnudos mirándome con cara de extrañados. Algunos llevaban ese mono azul de una sola pieza con el que tantas veces había soñado a medio abrochar, otros lo llevaban entero y otros lo llevaban por la cintura.



Al poco tiempo, las miradas de esos hombres se fueron clavando en mis pechos, en mis piernas, en mi cara y fueron convirtiéndose en miradas lascivas. Estaba sola con esos cabrones desnudándome con sus ojos y esa situación estaba mojándome cada vez más, hasta el punto que noté como me bajaba la lívido hasta el tanga y no pude aguantar más la tentación de ser una sumisa. Me arrodillé ante las bestias y se fueron acercando a mi alrededor, algunos murmurando obscenidades mientras se desabrochaban poco a poco la bragueta. Esas manos grandes, esos torsos masculinos y esas caras obscenas me estaban poniendo cardíaca. ‘Así que esto es lo que quieres, eh guarra’, ‘deja que te dé un poco de esto, ya verás cómo te gusta’, ‘vaya, vaya… la zorrita de la empresa quiere caña’…Y poco a poco, como si de una banda se tratara, fueron sacando uno a uno sus miembros tremendamente erectos de la bragueta del mono azul. El bukake estaba a punto de producirse, mi sueño hecho realidad se iba a producir en unos vestuarios. ¡Increíble!



Dios mío, no podía creérmelo, estaba rodeada de diez hombres cogiendo sus enormes miembros, tocándolos y acercándolos cada vez más a mi cara. Uno empezó a levantarme la falda por detrás y a acariciarme el culo. Tres más empezaron a desabrocharme la camisa y a meter sus manazas en mi escote, apretándome los pechos. Mis pezones estaban erguidos y ávidos de ser liberados por ese sujetador opresor, salían hacia fuera en busca de manos calientes. El tanga estaba completamente mojado y mientras uno quiso beber de mi, otro me introducía su miembro en la boca violentamente mientras otros dos rozaban con sus miembros mi cabeza. Mis cabellos se liaban cada vez más con sus miembros y el resto miraba la escena masturbándose efusivamente. Cada vez estaba más mareada por el calor y como si estuviera totalmente borracha, noté como de repente tenía un miembro en las amígdalas, luego otro, luego otro y cada tres minutos tenía uno diferente ahogándome. Me entraban arcadas cada dos minutos y totalmente extasiada empecé a notar como mi cara perfectamente maquillada empezaba a ser la diana del éxtasis de todos aquellos cabrones… Empezó a correrse mi rímel, mi pintalabios color carmín… Estaba presenciando ese increíble bukake a través de los espejos medio empañados por el calor. Hasta el sudor de aquellos tíos había calado en los poros de mi piel como si fuera un mono de esos azules…


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