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Doblegando a la profesora

Carlos estaba desnudo, con su verga flácida, húmeda y pegajosa por el semen que había largado hace poco, a un costado. Estaba recostado boca arriba y todavía no podía creer lo que acababa de ocurrir. La profesora Laura se había ido al baño, y se escuchaba el agua de la ducha que caía contra la bañera, y seguramente contra su pequeño y voluptuoso cuerpo.



–No puedo creer lo que acabamos de hacer. –Dijo, sin dirigirse a nadie en particular, pero como Mauro era el único que estaba en la misma habitación, se hizo cargo del comentario.



–Creelo Carlitos, nos cogimos a la profe de matemáticas. –Dijo. También estaba desnudo, con su enorme culo apoyado en el borde de la cama.



Era todo demasiado surreal como para considerarlo verdadero. Para empezar, Mauro ni siquiera era su amigo, de hecho siempre lo detestó. Era de esos pibes a los que les gustaba abusar de los más débiles, y Carlos siempre fue débil. Además usaba su cuerpo gordo y ancho para intimidar a todo el mundo. Sin embargo ahí estaban, en la misma habitación, y acababan de hacer un trío con la profesora más sexy del colegio.



–¿Es tu primera vez, no? –Preguntó Mauro, y extrañamente no sonó burlón, sino que pareció la pregunta de un camarada a otro.– ¡Qué suerte tenés che! ¡Debutar con una hembra de treinta años! –Agregó luego, sin esperar a que Carlos responda.



–Pero… –Dijo Carlos, con la voz temblorosa, mientras oía el agua todavía correr, y un sonido que supuso sería el del jabón, frotándose con vehemencia en alguna parte íntima de la profesora.– Pero la obligamos. –Terminó de decir, con dificultad.



–La obligamos –Repitió Mauro, irónicamente, haciendo un gesto con la mano, como ahuyentando las palabras del otro.– Quedate tranquilo, ella se negaba, pero al final cedió ¿o no?



Carlos no encontraba respuesta a la implacable lógica de aquel gordo que se acababa de convertir en su cómplice.



¿Cómo había ocurrido todo? se preguntaba Carlos a sí mismo. Era diciembre y había que cerrar las notas. A Carlos sólo le faltaba aprobar matemáticas para terminar el secundario. La profesora Laura, siempre tan dispuesta a colaborar con sus alumnos, le había ofrecido, para levantar la nota y no tener que ir a febrero, hacer un trabajo práctico de treinta ejercicios. Y para agilizar más las cosas le había indicado que le lleve el trabajo directamente a su departamento.



Pero cuando llegó, se encontró también con Mauro. A ella se la notó muy incómoda desde el comienzo, y Carlos creyó que su presencia la relajaba, aunque sea un poco.



La profesora lo invitó con un vaso de agua, y le pidió que espere en el living, junto a Mauro, mientras ella corregía en un pequeño escritorio que tenía en un rincón de esa misma habitación.



Laura llevaba una pollera de jean que le llegaba unos centímetros por arriba de la rodilla. Probablemente pensó que no era tan corta, pero sus dos alumnos la devoraron con la mirada mientras se dirigía al escritorio, concentrándose en sus piernas torneadas, y sus glúteos generosos.



–¿Y qué te parece la profe? –Le había preguntado Mauro, dándole un codazo.



–¿En qué sentido? –repreguntó Carlos, haciéndose el tonto.



–En qué sentido va a ser, salame.



–Es linda. –confesó Carlos.



—¿Linda? ¡Es una nave esa mina! —Dijo Mauro, levantando la voz. Parecía no saber que Laura podría escucharlos. O quizá no le importaba.— Mirá la boquita que tiene, mirá esa carita de nena atorranta, ¡y cómo se viste! Esa pollerita, esa remerita negra… Parece una puta.



—Sí, está buena. —Aceptó Carlos, escrutando a la profesora. Ciertamente tenía una cara de belleza singular, que la hacía parecer cinco años menor. Sus pómulos eran grandes, igual que sus ojos marrones. Su piel blanca, parecía de porcelana. Y su nariz pequeña, con las ventanas un poco más grandes de lo normal, le daban un aire exótico. Su ropa, por su parte, era casual. Una pollera no muy corta y una remera negra. Pero en ese cuerpito de la profesora, cualquier prenda parecía ceñirse con sensualidad a ella.



—Viste el orto que tiene —Siguió diciendo Mauro— no te hagas el boludo que te la pasabas mirándole el culo en clase, y esas tetitas, que lindas.



La profesora escuchó el murmullo y sintió las miradas libidinosas de los alumnos. El gordo la comía con la mirada, y el otro, chiquito y tímido, no podía evitar escrutarla subrepticiamente.



Tardó quince minutos en corregir los trabajos prácticos. A Carlos le pareció que lo hacía sin prestar mucha atención, iba escribiendo sobre la hoja de manera mecánica. Finalmente se levantó de la silla y se acercó a ellos, no sin notar que las miradas hambrientas de sus alumnos eran más que obvias, incluso cuando la tenían en frente.



A Carlos se le hizo agua la boca. El pelo rubio y lacio de la mujer, estaba perfectamente teñido, peinado hacia atrás, atado, resaltando sus fascinantes facciones. Y su piel tersa le daba un aire de muñequita perfecta.



–Muy bien, ambos están aprobados. Te felicito Carlos. –Dijo, con una sonrisa cálida que sin embargo parecía un poco forzada.



–¿A mí no me felicitás? –Le recriminó Mauro, tuteándola con descaro.



–Te felicitaría, pero sé que además de matemáticas, te llevaste tres materias más.



–Ya los voy a convencer a los otros profes de que me aprueben. Puedo ser muy persuasivo. –Respondió Mauro, y un brillo malicioso apareció en sus ojos. La profesora pareció incomodarse.



–Muy bien, eso es todo niños. –dijo ella, remarcando el “niños”, como si con ello los ofendiera, o al menos a Mauro.



–Traeme un cafecito primero. –Ordenó Mauro, con descaro.– ¿Vos querés algo Carlitos?



–No, gracias –Dijo Carlos, sintiendo que su incomodidad iba en aumento, pero su curiosidad también, más aún cuando la profesora, después de fruncir el ceño ante la orden de Mauro, se levantó y se dirigió a la cocina para preparar el dichoso café, sin emitir palabra.



–¿Qué decís, nos la cogemos? –Preguntó Mauro, pero el otro, quien no se tomó la pregunta en serio, no contestó nada.– Creeme Carlitos, hoy puede ser tu día de suerte, cosas como estas pasan una vez en la vida, no la desaproveches.



–Voy al baño. –fue la única respuesta de Carlos.



Cuando liberó su verga para orinar, se dio cuenta de que la cabeza estaba llena de presemen. Cosa rara, ya que su sexo no se había endurecido, Carlos había reprimido la erección por temor a que la profesora lo notara. Se limpió con papel higiénico, luego se lavó las manos y la cara, ya que sentía mucho calor (o calentura).



Se observó en el espejo mientras terminaba de secarse. Su cara era bella, pero ese era el problema, era tan lindo que parecía una nena. Y sus rizos rubios y ojos celestes no ayudaban a parecer más masculino. Además, si bien ya contaba con dieciocho años, parecía de quince. Algunas chicas se sentían atraídas por él, pero a Carlos le gustaban las mujeres de por lo menos su misma edad, y estas parecían inaccesibles, siempre lo trataban con ternura maternal. Cómo se le iba a ocurrir que podía perder la virginidad con una hembra como Laura.



Salió del baño, y se encontró con que Mauro ya no estaba en el living. ¿Ya se habría ido? No podía ser, por algo le había pedido un café a la profesora, seguramente quería prolongar el mayor tiempo posible su estadía en el departamento.



De repente Carlos escuchó murmullos provenientes de la cocina. No se entendía qué decían, pero era una voz femenina y una masculina, gruesa y autoritaria. La profesora y Mauro estaban hablando agitadamente en la cocina. ¿Qué se estarían diciendo? Carlos, con mucha curiosidad, se acercó, sigiloso, hasta ponerse detrás de la puerta que daba a la cocina.



–¡Basta Mauro, no quiero! –escuchó claramente la voz de la profesora. Y también oyó el ruido de los pies que se arrastraban en el piso, frotándose con la cerámica con insistencia.



¿Qué decís, nos la cogemos? Había dicho Mauro. ¿Acaso estaba tan loco que de verdad pensaba hacerlo? ¿Tantas ganas le tenía a la profe que incluso pensaba avanzar sobre ella estando Carlos en el mismo departamento?



La puerta de la cocina estaba apenas abierta, dejando un resquicio diminuto. Carlos se acercó, silencioso. Su corazón le latía frenéticamente. ¿Qué podría hacer en contra de Mauro? El otro se desharía de él con un solo golpe, y abusaría de la profesora a su antojo.



Carlos vio el cuerpo grueso de Mauro, de espaldas. Sus brazos no se veían porque estaban rodeando a la profesora, quien Hacía vanos esfuerzos por liberarse de él, mientras Mauro le daba besos en el cuello. Y entonces la profesora dijo algo que la condenaría a los ojos de Carlos. Algo que propiciaría todo lo que sucedería luego. Quizá lo dijo con la simple intención de sacarse a mauro de encima, pero en ese momento Carlos fue incapaz de interpretarlo de esa manera.



—No, ahora no. —susurró Laura, despacio, pero claro.



Y entonces, desde la perspectiva de Carlos, la escena dio un vuelco significativo.



Mauro no pareció escuchar las palabras de Laura. Ahora sólo la dominaba con un brazo, y con el otro le levantaba la pollera. En el forcejeo, cambiaron de posición, y ahora que estaban de costado, Carlos pudo ver las piernas de la profesora, que quedaban cada vez más al desnudo.



Mauro se percató de la presencia de Carlos y le guiñó el ojo, y con un gesto con la cabeza lo invitó a unirse.



Carlos dudaba, y su cabeza entró en un estado similar a la embriaguez. La situación lo superaba por completo, la realidad que tenía frente a sus ojos estaba mucho más allá de lo que su imaginación podría llegar. Sin embargo ahora notaba algo que al principio se le escapó. La mujer no gritaba. La profesora parecía negarse a complacer a Mauro, pero no se animaba a hacer un escándalo en su departamento. No estaba seguro de qué significaba eso, pero no podía sacárselo de la cabeza. Además, estaban aquellas palabras: No, ahora no.



Carlos sintió dolor en la verga, y notó que su sexo estaba durísimo, y su pantalón lo apretaba despiadadamente. De repente se dio cuenta que había entrado a la cocina. Los primeros pasos los había dado como entre sueños, sin percatarse de que estaba develando su presencia.



Mauro soltó a la profesora, y ella hizo silencio, mirando a Carlos con vergüenza y ansiedad. Parecía que un juego acababa de terminar.



Sin embargo, el cuerpo de Mauro, que parecía un ropero, seguía, imponente, frente a la profesora, quien estaba pegada a la mesada de la cocina, sin poder moverse libremente debido a que el enorme adolescente estaba a centímetros de ella. Laura se encontraba como un animalito acorralado.



La profesora vio acercarse a Carlos, y al notar que en su rostro había una expresión que estaba a años luz de la mirada inocente que ella conocía, se dio cuenta de que ya estaba perdida.



Mauro rodeó su cintura con las manos. Carlos se puso al lado de ella.



No dijeron nada. Ya no había nada que decir. No necesitaban persuadirla de nada. El sólo hecho de que ambos decidieran poseerla, determinaba lo que estaba a punto de pasar. No quería que la lastimen, ni tampoco podía hacer un escándalo. Eso le podía costar caro, y Mauro lo sabía, por eso ahora, deslizaba una de sus manos hasta los senos de la profesora, y lo estrujaba con vehemencia. Por su parte, Carlos, el único que la podía haber librado de eso, se acercó a ella, quedando pegado a su cuerpo, haciéndole sentir la potente erección en su cadera, mientras sus dedos inexpertos comenzaban a levantarle la pollera y a manosear la piel suave que estaba debajo de ella.



Laura, estaba con las nalgas apoyadas en la dura mesada, mientras las manos recorrían las partes más íntimas de su cuerpo. Carlos había enterrado una mano entre sus piernas y le magreaba la vulva por encima de la bombacha, como intentando percibir su forma. Mientras, Mauro le lamió el rostro como perro, a la vez que seguía deleitándose con las tetas. Luego intentó comerle la boca, y cuando la profesora apartó la cara con desprecio, la agarró fuerte del mentón, y la obligó a girar, y acto seguido le metió la lengua en la boca.



El enorme Mauro y el pequeño Carlos no daban abasto con sus manos para abarcar la voluptuosidad del cuerpo pequeño y compacto de la profesora. Cuando magreaban sus tetas, sentían el impulso de apoderarse de sus nalgas, y cuando manoseaban su culo, las curvas de su cuerpo los dirigían a su sexo. También usaban sus labios para recorrer la piel de la profesora. Mauro se ensañó con su boca, comiéndola a besos, obligándola a recibir su saliva, y mordiéndole el labio, mientras Carlos le chupaba el cuello, al tiempo que percibía el delicioso aroma de su piel.



La profesora hacía silencio. No participaba en la escena, solo se limitaba a dejarse toquetear por esos nenes que hasta hace unos días se sentaban en un banco del aula, mientras ella impartía clases. Sentía con apatía los dedos que devoraban las partes más íntimas de su cuerpo. Su rostro solo reflejaba hastío. Pero se dejaba, y para los dos chicos, eso era más que suficiente. Y para Mauro en particular, el desinterés de la profesora era un aliciente. Le fascinaba dominarla, sabiendo que ella lo hacía a desgana.



Después de saborear su cuerpo, tanto con sus labios, como con las yemas de los dedos, Mauro la instó a que se agache. Laura se arrodilló sobre el piso duro.



—Vení Carlitos, vos primero. —Le dijo al rubito a quien solía fastidiar en clase.— Toda tuya.



Carlos era virgen, pero había visto suficientes películas pornográficas, como para entender que cuando una mujer está arrodillada frente a un hombre, sólo había una cosa que este podía hacer.



Se bajó el pantalón y el calzoncillo a la vez, dejando su trasero lampiño a la vista. La profesora miraba a un costado, pero sabía que tenía una pija ansiosa por ser succionada, frente a su rostro.



Carlos apoyó la mano sobre su cabellera rubia, con una ternura que a la profesora le pareció incomprensible. Entonces ella giró y se encontró con el delgado pene, completamente tieso.



—No pensé que fueras así. —Le recriminó, mirándolo a los ojos.



Carlos agarró su propio tronco con una mano, y con la otra, que se apoyaba sobre la cabeza de la profesora, hizo presión para acercarla a su pija.



—Yo tampoco pensé que fueses tan fácil, sino, te hubiese cogido antes. —dijo.



Su voz, todavía inmadura, hizo que sus palabras sonaran aún más retorcidas e implacables. Cuando un niño estaba convencido de que era un hombre, no había nada en el mundo que lo hiciera cambiar de opinión.



La profesora abrió la boca. Agarró la pija de su alumno y le devoró el glande. Ya tenía experiencia, y sabía que si se concentraba en esa zona, mientras le masajeaba el tronco, pronto acabaría.



Al lamerle la verga, sintió un potente sabor a semen y a transpiración. El pendejo había largado fluidos, y ni siquiera se había molestado en lavarse antes de violarla. Aun así, siguió con su tarea. Carlos se sentía en el paraíso. Nunca creyó que una mamada podía ser tan sabrosa. Los masajes lingüísticos de su profesora le generaban un placer extremadamente intenso en la cabeza de su verga, un placer casi doloroso. Sintió la inminente eyaculación, pero no había nada que pudiese hacer para retrasarla. La profesora estaba aferrada a su verga y aunque él intentó decirle que se la chupe con menos vehemencia para poder contener el orgasmo, Laura siguió a su ritmo. Carlos estalló. Sintió que su pija eyectaba semen con mayor potencia y abundancia que cuando se masturbaba, y todo iba a parar a la boca de la profesora.



—Bueno, me toca. —Dijo mauro, apartando de un empujón a Carlos.



Quedó a un costado, con su verga flácida, chorreando las últimas gotas de semen. Se levantó el pantalón, arrastró una silla, hasta ponerla muy cerca de la profesora, y se sentó en ella, para ver de cerca la escena que se desencadenaba justo en ese momento.



Sólo le faltaba el pochoclo para parecer un adolescente ansioso por comenzar a ver la nueva película de Avengers. Pero lo que Carlos presenciaba era un espectáculo mucho más emocionante: Su profesora, aquella quien le impartió clases de matemáticas durante todo el año, quien siempre se destacó por ser compinche de sus alumnos, y flexible a la hora de calificar, estaba arrodillada, todavía vestida, con la pollera desordenada. Mauro la agarraba con cierta violencia de su cabello, que estaba atado en una cola de caballo. La profesora abrió la boca, para recibir el falo duro. Carlos se dio cuenta de que la profesora no había tenido tiempo de tragar todo el semen que él había depositado en su boca, porque tres hilos de baba, mezclados con semen, unían a sus labios, mientras el desmesurado Mauro hacía un movimiento pélvico para finalmente ensartarle la verga.



La profesora intentó dominar la situación, y repetir el ardid que había utilizado con Carlos. Pero Mauro se dio cuenta de sus intenciones, y cuando la profesora se aferró a su falo, e intentó arremeter contra el glande, Mauro clavó su lanza más profundamente, haciendo que se la trague casi por completo.



Para Carlos, era una situación grotesca y sensual a la vez. Ahora la baba blanca de la profe, salía de su boca, se deslizaba por su barbilla, e iba a caer al piso, mientras el miembro regordete de Mauro, le violaba la boca.



Mauro tenía la pelvis frondosa, y sus testículos hinchados también estaban repletos de vello. Mientras la agarraba del pelo, le ensartaba una y otra vez la verga. No era una mamada, era algo que Carlos nunca había visto, y ahora le daban ganas de hacerlo. Se la estaba cogiendo por la boca.



La profesora le golpeaba la pierna al mastodóntico Mauro, cuando sentía la verga en la garganta. Mauro la retiraba, apenas, solo para metérsela hasta el fondo unos segundos después, haciendo que sus bolas peludas choquen con el exquisito rostro de Laura. Para colmo, la verga de Mauro soportaba la eyaculación mucho más que la de Carlos, y pasaron largos minutos, en donde se formó un pequeño charco en el piso por la saliva y las lágrimas de la profesora. Cuando Mauro acabó, tenía la mayor parte de su sexo todavía adentro de ella. La profesora se atragantó con el semen, y cundo pudo zafarse de la verga, tuvo un acceso de tos y largó toda la leche recibida en el piso.



—Tranquila hermosa, ahora te traigo un vaso de agua. —dijo Mauro, con ternura, abriendo la canilla y llenando un vaso de vidrio con agua.



La profesora hizo un gesto de negación, pero seguía tosiendo, y su rostro estaba rojo, todavía salían lágrimas de sus ojos, ya sea por la tos, o por la tremenda humillación que estaba sufriendo. Mauro arrimó el vaso a sus labios y la instó a beber, hasta que ella aceptó, y por fin dejó de toser.



—Así me gusta, que seas una chica obediente. —dijo Mauro, a la profesora que todavía estaba de rodillas. Le encantaba dominar a una mujer que en circunstancias normales tenía poder sobre él.



Laura se levantó con dificultad, y se limpió las lágrimas y la baba de su rostro con un repasador.



—Bueno chicos, ya se tienen que ir. —dijo, tratando de mostrarse digna y segura.



—Yo quiero más. —Dijo Carlos, levantándose de su silla, para acercarse a ella.



—No, en serio, tu mamá te debe estar esperando, y se va a preocupar. Por favor andate, no quiero problemas.



La alusión a su madre hirió la hombría del chico. En realidad, ya había avisado en casa que después de ir a lo de su profesora, visitaría a su amigo Ezequiel. Pero no le diría eso.



—Puedo estar hasta la hora que quiera en la calle, y nadie me molesta. —mintió.



—Así se habla, Carlitos. —lo festejó Mauro, que todavía estaba al lado de la profesora.



—Vos también Mauro, ¡basta! Ya te aprobé como querías, y ahora me hiciste hacer esto, por favor, andate.



—Yo te quiero ver en pelotas. —Dijo Carlos, que ya estaba encima de ella, y le estrujó una teta con total impunidad.



—Está muy mal lo que me estás haciendo, vos no sos así. —Dijo la profesora, pero sus palabras fueron a parar a oídos sordos.



Ahora los dos adolescentes frotaban con entusiasmo sus muslos, mientras le levantaban la pollera, y se veía su bombacha blanca con pintitas rosas.



—Mirá lo que usa la profe entre casa. —se regodeó Mauro.



—Es hermosa. —dijo Carlos, sin aclarar si hablaba de la encantadora ropa interior de la profe o de la nalga dura que frotaba con desesperación.



Le quitaron la pollera, y la tiraron al piso.



—Chicos, estoy esperando a alguien. —Dijo ella, mientras las manos invadían su cuerpo sin miramientos. Los dedos torpes de Carlos le magreaban las nalgas, mientras el gordo Mauro frotaba sus tetas. No se los iba a sacar de encima si no hacía algo al respecto, pero ¿qué podía hacer? Mauro la tenía en sus manos, ya que conocía un secreto suyo. Había esquivado la situación por varias semanas, y pensaba que, una vez que terminaran las clases, el adolescente se olvidaría de ella. Pero ahora se daba cuenta de que ese razonamiento era demasiado optimista, ya que notaba que Mauro estaba obsesionado con ella. Y para colmo, no solo lo obsesionaba poseerla, sino que le gustaba dominarla y humillarla. Entonces la profesora tomó una decisión. –A ver pendejos, vamos al cuarto. Me hacen lo que quieran, pero en media hora se tienen que ir, si no me hacen caso, les juro que nunca más me van a coger.



Para todos era un buen negocio. Para los alumnos lo único que importaba era que la profesora daba a entender que repetirían el trío en otro momento. Para la profesora, la sugerencia de un futuro encamamiento implicaba poder sacárselos de encima muy pronto. Ya vería luego cómo evitaría a esos dos degenerados.



Fueron a la habitación. Mauro se puso a su espalda, y apoyó su sexo, el cual ya estaba duro, sobre las nalgas de la profesora, mientras sus manos acariciaban sus caderas. Carlos la abrazó y apoyó su pelvis con la de ella. Primero la despojaron de su remera negra. A su vez, los chicos quedaron con el torso desnudo.



—No seas turra, dale un beso al pibe. —Ordenó Mauro, dándole una nalgada.



La profesora no hizo caso al principio, pero cuando el rubito acercó sus labios rosas, ella los chupó, y comenzó a masajear la lengua de su alumno con la suya. Mientras tanto, Mauro le desabrochaba el corpiño.



La profesora se dejó llevar. Al fin y al cabo, ellos harían lo que quisiesen con su cuerpo. Lo único que podía hacer es hacerlos acabar lo más rápido posible, y que una vez saciados, la dejen en paz.



Apretó el tronco grueso que estaba apoyado en su nalga, haciendo que Mauro se estremezca de placer. Luego se ocupó de Carlos, yo no dando besos en los labios, sino lamiéndole el cuello, haciendo que el chico sienta un cosquilleo delicioso, para luego bajar, dejando un sendero de baba sobre la piel de su alumno, hasta llegar a su pezón, el cual chupó y mordió, haciendo que Carlos largue un grito de dolor y placer. Estaba segura de que ese nene ni siquiera sabía que esa zona era una de las más erógenas. Siguió chupando, mientras Carlos la abrazaba y Mauro se animaba a darle un grosero beso en el culo. Mientras tanto, masajeaba el falo del rubio, por encima del pantalón.



Su bombacha, la última prenda que cubría su sinuoso cuerpo, comenzaba a ser bajada, lentamente, por varios dedos ansiosos. Sintió un dedo áspero enterrarse en su culo. Dio un respingo, suspendiendo los maravillosos besos que le daba al rubio. Este último, a su vez, sintió la apremiante necesidad de conocer con mayor profundidad el sexo femenino, así que enterró dos dedos en el sexo de la profesora. Si no fuera tan inexperimentado, se sorprendería de encontrar esa cavidad tan húmeda.



La profesora se separó de los cuerpos que la tenían apresada. Lo más difícil fue lograr que los dedos que la escarbaban dejen de hacerlo. Pero cuando los chicos vieron que se dirigía a la cama, la dejaron de penetrar.



Laura se recostó sobre la cama, boca arriba. A pesar de ser pequeña, su cuerpo parecía inmenso, desparramado sobre el colchón. Sus tetas estaban inflamadas, y sus pezones, duros y puntiagudos. Detalle que no pasó desapercibido para Mauro. Sus curvas eran superlativas, su figura despampanante. Abrió las piernas. Tenía una pequeña mata de pelo en la pelvis.



—Andá Carlitos, es tu turno. —Dijo Mauro, dándole una palmada en el hombro.



Carlitos se quitó las zapatillas y el pantalón. Miró a la mujer que tenía desnuda frente a él. Todavía no podía asimilar del todo que se trataba de su profesora. Se quedó mirándola un rato, tanto por la desmesurada hermosura de aquel cuerpo, como por no saber por dónde empezar a comer semejante manjar.



—Vos hacele lo que quieras nomás. —le dijo Mauro, como adivinando sus pensamientos.



Carlos se subió a la cama. Le dio un beso a su querida profesora. Un beso apasionado, como si fuera su novia.



—Gracias por aprobarme. —le susurró en la cara.— Y gracias por entregarte como una puta. –Agregó.



Las palabras humillantes, ya no la herían. Sabía que para esos dos no era más que un juguete sexual. Pero ver el rostro aniñado, impúber, y de cejas depiladas, y los ojos celestes clavados en los suyos, le produjeron escalofríos. Si le daba un poder tan grande a ese nene (el poder de poseer a su antojo el cuerpo maduro de una adulta, y para más morbo, el de su profesora) ¿Cómo haría luego para despojarlo de ese poder? Sin embargo, ya era tarde para pensar en eso. Como diría su amiga Ester: si duermes con un crío, no te sorprendas si amaneces mojada.



Sintió la lengua torpe en su cuello y luego el chico bajó hasta sus muslos. Le dio un par de besos, pero enseguida se encaminó hacia el centro, a devorarle la concha.



El chico no tenía idea de lo que hacía. No sabía que el punto más estimulante era el clítoris. Se concentraba en los labios vaginales, y enterraba su lengua como si pretendiese cogerla con ella. Laura no disfrutaba en lo más mínimo de la situación, pero Carlos parecía embriagado con el sabor y olor a concha que emanaba esa hembra.



La profesora había cerrado los ojos, esperando que el rubito lindo acabe lo antes posible, pero los abrió cuando sintió que le chupaban salvajemente una teta, mientras la otra era estrujada por una mano pesada.



Mauro se deleitaba con las gomas de la profesora, y cuando esta abrió los ojos, le mordió el pezón, haciendo que su cuerpo se estremezca.



–Cogela Carlitos. –le dijo a su compañero, que estaba todavía engolosinado con la vagina de Laura.



Carlos interrumpió su expedición lingüística. Tomó a la profesora de la parte trasera de los muslos, e hizo que flexione sus piernas, sostuvo su delgada verga con una mano, y apuntó al enorme agujero que tenía delante.



Laura advirtió que el chico estaba a punto de penetrarla sin usar preservativo, pero como quería que los pendejos acaben rápido, lo dejó pasar.



—No me vayas a acabar adentro. —dijo, cuando la insignificante pija entró en ella.



Carlos la embistió con vehemencia, desahogando toda la lujuria que había acumulado durante un año. Mauro le devoraba las tetas a la profesora, haciendo que esta no la pase tan mal mientras era violada por el rubito. Extrañamente, esperó en vano que Mauro le hiciese comer la verga de nuevo. No era lo que más le gustaba hacer, pero sintió una punzada de decepción, a medida que pasaba el tiempo y no sentía esa carne gruesa en su boca. No obstante la constante chupada de tetas la hicieron excitarse más de la cuenta, y Carlos salió ganando, ya que la profesora, por fin largaba abundante fluido vaginal.



Carlos retiró la verga justo a tiempo, y su pija escupió semen sobre el abdomen de la profesora.



Mauro dejó de mamarla por un rato y se puso en posición. Limpió el semen que había dejado Carlos con las sábanas. Se montó en su profesora, y sin más preámbulos, la agarró de las tetas y le enterró su verga gorda.



Carlos había quedado sentado en el borde de la cama, viendo cómo cogía un hombre experimentado.



—¿Cierto que te gusta, puta? Sos una puta, una profesora muy puta. —le gritaba Mauro.



La profesora no parecía indignada por las palabras denigrantes del gordo. Carlos vio cómo la docente gemía antes las arremetidas de su compañero. Además, este le estrujaba las tetas sin misericordia mientras se enterraba en ella. Las masajeaba como si fuese una masa de harina.



A Carlos se le ocurrió una idea perversa. No tenía idea de cómo Mauro había logrado doblegar a la profesora, pero ideó una manera de lograr que la próxima vez, la profesora se entregue a él, sin necesidad de estar acompañado del otro.



Se bajó de la cama, agarró su pantalón, y de él sacó el celular. Los otros dos estaban muy distraídos copulando. Incluso la profesora ya no parecía en absoluto ser coaccionada, ya que gemía, y acariciaba la voluminosa espalda de Mauro, mientras este la poseía.



Carlos les sacó varias fotos. En todas, la cara de la profesora aparece nítida. Aunque quizá no era del todo reconocible debido a su gesto de excitación. Aun así estaba seguro de que le serviría para doblegarla más adelante.



Mauro estuvo quince minutos ininterrumpidos de puro mete y saca. Luego acercó la pija al rostro de la profesora, y la bañó de leche. Carlos nunca había visto una imagen más bella que esa.



La profesora quedó exhausta, respirando agitadamente sobre la cama. Después se levantó.



–Voy a ducharme. Ya se quitaron las ganas. Por favor agarren sus cosas y váyanse. –Dijo. Dirigiéndose al baño, meneando su hermoso culo desnudo a cada paso que daba.



Continuará.


Datos del Relato
  • Autor: Gabriel B
  • Código: 54571
  • Fecha: 27-04-2019
  • Categoría: No Consentido
  • Media: 9.67
  • Votos: 3
  • Envios: 0
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