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~~Todas
las paredes del gimnasio estaban cubiertas por espejos. En uno de
ellos, reflejaba un sonriente joven de 29 años. Hoy me tocaba
bíceps y tríceps. A media sesión, los brazos
tomaron un tamaño considerable y contorneado. Solía
competir con un cincuentón en extraordinaria forma. Mis cinco
años de gimnasio rivalizaban contra sus casi treinta años.
Adoraba las pesas y sus consecuencias. Cultivaba amistades, cuerpo,
mente y desconexión del trabajo. Sólo un pero, la hora
que frecuentaba apenas rondaban mujeres, no superaban los dedos de
una mano, mas una de ellas protagonizaba mis sueños más
picantes . Soy una persona a la que cuesta soltarse
hasta que cojo confianza con las personas, con ella apenas pasé
del simple saludo. Quizás eso, provocaba una mayor admiración
morbosa, por aquello de desear algo inalcanzable. Con un carácter
introvertido, lo compensaba con un cuerpo mas que aceptable y una
cara de bueno, ocultando mis fantasías sexuales. Por cierto,
mi nombre es Daniel y el del cincuentón Paco. Los piques eran
inevitables, con sus consiguientes bromas. Estoy en mejor forma
que Stallone – la autoestima de Paco alcanzaba cotas increíbles,
y lo peor es que se lo creía. Soltero, aún vivía
con su madre. – Todas mis compañeras de trabajo dicen
que soy el más guapo. ¿Trabajas en la ONCE? –
lo malo de coger confianza conmigo, es que suelen decir que soy un
poco cabroncillo . En ese momento, una pelirroja encaminaba
el largo pasillo que recorría la entrada hasta el vestuario
de chicas. La de mis expectantes sueños nocturnos. Con un pantalón
vaquero ajustado, resaltando su respingón trasero, su suéter
de cuello acentuaba sus poderosos pechos. Aunque era bajita, me gustaba
como vestía, su pelo, su trasero, y no comentare lo que me
producía pensar en esos pechos. Tras cerrar la puerta, suspiré
aguantando las bromas del cincuentón cuyas preferencias se
inclinaban por otra chica rubia.
¿Vas a la cena del viernes? – me preguntó Paco.
Era una pregunta tipo invitación, si voy yo va él.
Lo dudo. Apenas conozco gente aquí y no sé quién
va. Venga va, vamos. Tú lo que quieres es ligarte a la
rubia. Ja,ja,ja mamón
Pero si ya no tienes edad para ligar
Seguro que ligo más que tú. Eso no quita para que
te repita que no tienes edad para ligar, ja, ja, ja. ¿Qué
hace falta para que vayas a la cena? – una voz femenina interrumpió
la conversación. – perdonad, pero habláis tan
alto al ver a la pelirroja, mi corazón se aceleró
que elevó mi estado de nerviosismo que a duras penas disimulé.
Qué fueras escotada sería una buena razón y
mostré una amplia sonrisa del tipo jaimito malicioso.
Ja,ja,ja sólo lo sabrás si vas. – y se
fue con una seductora sonrisa hacia la cinta de correr.
¿A qué hora te recojo? – me dijo Paco entre risas.
Yo no tenía coche.
Mamón.
Espera, antes paso la fregona, ja, ja, ja El
viernes por la noche, el cuerpo y la mente pedía una buena
noche de risas. La suerte de vivir en una ciudad como Valencia, es
poder llevar camiseta corta en pleno abril por la noche. Al entrar
al restaurante después de Paco, divisé una larga mesa
medianamente ocupada. Al lado de la pelirroja estaba libre, y Paco
fue rápidamente a situarse en frente de ella. Si no fuera malpensado,
pensaría una encerrona. Me senté al lado de la pelirroja.
Has venido – me sonrió mientras me fijaba en su vestido
de cuello alto, ajustado, brazos al aire, verde oscuro de una sola
pieza.
Impresionante escote – comenté con sorna. Giró
la cabeza, me miró ojos y susurró apenas audible.
Aún no ha acabado la noche. – la inesperada respuesta
no me provocó una lipotimia de milagro.
Es un fanfarrón, no te creas nada de lo que dice –
interrumpió Paco y se puso su habitual discurso
yo soy más guapo, más fuerte y más viril que
él. La táctica de ligue que consistía en meterse
con tu amigo de juerga parecía funcionar a tenor de las carcajadas
de ella.
Por cierto, me llamo Ana – acercó su cara para los
dos besos de rigor, juraría que extendió sus labios
para imprimir mas humedad en su beso. La cena transcurrió entre
bromas y anécdotas, como aquel día que a Paco se le
ocurrió levantar 120 kg de pecho y con la tensión del
momento justo en el segundo levantamiento se le escapo una, digamos
que una bufa , que temblaron todos los espejos del gimnasio.
No sé cuando lloré más de risa si esa noche cuando
lo recordaban o aquel famoso día. Aún me pregunto si
cuando me tocaba la pierna con su pie, lo hacía por accidente
o adrede. Al finalizar la cena, decidimos ir a un local cercano que
tenía dos salas, una de karaoke y otra de bailar. Mientras
nos dirigíamos a pie al local, observé el interés
de no menos de cinco hombres en Ana. A ella parecía gustarle.
A
contraluz su figura me producía vértigo, con discreta
elegancia procuraba quitarse las rebeldes manos de sus acompañantes
que se posaban por sus hombros y cintura. Señal de se mira
pero no se toca. Suelo ser una persona de haberlas venir, por eso
casi nunca me como un rosco. El local estaba animado, los amigos del
gimnasio con ganas de cantar, entre la bebida y la compañía,
la vergüenza se pierde por el camino. Tanto se pierde que no
se como, acabé cantando en el escenario. Por
favor Dame una cita Vamos al parque.
Entra en mi vida. (Busqué con la mirada a Ana.)
Sin anunciarte. (Allí está, observándome.)
Abre las piernas (Joder, ya me liado) Ups Cierra
los ojos El
cachondeo en el local fue mayúsculo. Tras aguantar las típicas
bromas de mis compañeros, encaminé a la barra para saciar
mi reseca garganta. Vacié el sprite en el vaso de ron, y di
los primeros sorbos. Tras una primera ojeada divisé a Ana bailando
en la pista. Se movía bien, tenía ritmo y por el movimiento
de sus sensuales labios, parecía conocer las canciones. Chica
marchosa, interesante. Como el grupo esta con ella, me dirigí
hacia ellos mientras un par de amigos se turnaban para bailar con
ella. Al llegar a su altura, inesperadamente, me cogió una
mano, la otra en la cadera y me invitó a bailar. Con las dos
manos ocupadas apenas tenía margen de maniobra, mas no podía
ocultar que ese sorprendente gesto me excitó levemente. Intercambiaba
miradas a mis pies y a mis ojos, no sé si para disimular o
porque no aguantaba la mirada. Mi recorrido era simple, de sus pechos
a sus ojos, cuando ella levantaba la vista, pero si disimular mis
miradas para que ella se diera cuenta. Por su forma de reír,
presentía que le gustaba hasta me atrevería a decir
que le excitaba. En uno de los giros conseguí dejar la copa
a Paco, con lo que obtuve mayor libertad de movimientos. Ahora
veremos hasta donde llegas , con suavidad pero con decisión
coloqué la mano en la espalda baja, justo en la frontera y
moví ligeramente mis caderas invitándola a poner su
pierna entre las mías. Mis ojos la desafiaron. Tras unas décimas
de dudas, sonrió y puso su pierna entre las mías. El
corazón me palpitaba al mismo ritmo que la música, apretujé
mis caderas contra las suyas con un ligero movimiento de lado a lado.
Su cara delató el descubrimiento de la firme erección
que mostraba mis pantalones. Acercó sus labios a mi oreja,
echó sus hombros hacia atrás y, mientras aprisionaba
sus pechos contra los míos, esperando un susurro, me chupó
la oreja con un mordisco final. Entre el humo, la música, el
corazón desbocado, los pulmones agitados y la tremenda erección
de campeonato que llevaba me sacaba en ambulancia a este paso. Tras
frotar durante unos segundos su cadera contra la mía, con una
incipiente humedad en mi ropa interior, se retiró a los baños
con una mirada cómplice. Joder, joder, y re joder
dije para mis adentros Eres un campeón, machote ,
un poco de egocentrismo no viene mal. Aproveché para recuperar
mi copa y dar unos sorbos en busca de mi normal ritmo cardíaco.
Tras salir del baño, ella se mezcló con sus amigas y
yo con los míos. De vez en cuando, intercambiamos miraditas
mas no volvimos bailar otra vez. De las tres pasaron a las cuatro
y el local puso música lenta señal de que cerraban el
local. Todos salimos para decidir que hacer. Unos proponían
una discoteca fuera de la ciudad otros se iban para casa. Yo era de
los que quería irse a casa y, aunque decía que era por
cansancio, la verdadera razón era que necesitaba un par de
masturbaciones para saciar la terrible excitación que traía.
Ana y una amiga se acercaron a mi coche pidiendo si las llevaba.
Claro no hay problema . – Esta tía me va matar.
Solo falta que se ponga delante y me da algo . Mis temores se
confirmaron, ella se puso delante. Su amiga, cansada y sin ganas de
hablar, se puso detrás. Parecía estar bebida. –
Decirme dónde vivís y a quién llevo primero.
Llevala a ella primero, así la subo a su piso, por que me
da que se equivocara de casa, ja, ja, ja. – respondió
mientras se arreglaba la falda, o mejor dicho, se la abría
de forma muy cruel. Una de sus piernas las dejo al descubierto, juraría
que adrede, giró su cabeza, y me dirigió una mirada
perversamente cómplice. Esta mujer no va tener piedad
de mí, dura dura me la va dejar, y luego cada uno de nosotros
a casita a darle al solitario
Te he oído cabrona. – dijo entre risas tontas su amiga.
Bonito coche.
Gracias. – respondí mientras pensaba en cómo
devolverle la maldad. ¡Bingo!. Sin que ella se diera cuenta,
apreté uno de los innumerables botones de mi Jaguar, el de
asientos calefectables. Ahora si se va poner caliente de verdad,
ja, ja, ja . El
portal de la casa de Ana se hallaba situado en una de las calles adyacentes
de la avenida más transitada de Valencia. Con su amiga en casa,
en el trayecto hasta su portal, jugueteo con la abertura de su falda.
Aún me pregunto, si lo hacía adrede para vengarse de
la broma de los asientos o era un gesto inocente. Las mujeres rara
vez hacen algo inocente.
Bueno, ehh, sin saber que decir – ya hemos llegado.
¿Nervioso? – su sonrisa era malévola.
¿Debería?
Ja, ja, ja, anda sube y charlamos un rato. – dijo mientras
abría su puerta.
Incrédulo, encaminé detrás de ella. Observaba
su trasero, muy redondo como me gustaban. ¿Te gusta lo que
ves? me preguntó inesperadamente.
De momento, sí. – abrí la puerta del ascensor
y la dejé pasar. Nuestros ojos se cruzaron. Los botones del
ascensor revelaban diez plantas, casualmente antes de pulsar el décimo
me susurró. Yo también tengo un botón
que calienta , pulsó, se dio la vuelta, y rozó
su trasero hacia mis partes levemente alteradas. Sin para de rozar,
pregunté:
¿Es casualidad que vivas en el último piso? –
¿Quién te ha dicho que vivo en el último? –
inocente de mí, nunca aprenderé a no fiarme de las mujeres.
Puso sus manos en una de las paredes del elevador, bajó levemente
su cadera y presionó su trasero hacía mi sexo. Lo hacía
con la fuerza justa, ni más ni menos, moviéndolo en
pequeños círculos como si palpara la necesidad de averiguar
el tamaño de mi pene y el tacto de mis huevos. No sabía
si respirar profundamente, si respirar despacio o sencillamente no
respirar. Estaba excitantemente desconcertado. – Ya sólo
te queda cinco pisos. – dijo mordiendose el labio inferior que
divisé en el espejo, mientras pulsaba el cinco. Menos
mal que no vive en el Empire State, no llegaría vivo
pensé aliviado y intentando que la punta de mi polla no se
mojara. Séptimo, .. sexto, ufff
quinto . Quito las manos de la pared, se dio media vuelta, orgullosa,
altiva, suspirando con exageración para que viera el pecaminoso
movimiento de sus pechos al hinchar sus pulmones y con una sonrisa
diabólica.
¿Qué pasaría si ahora me fuera a mi casa y
te dejara solo en el ascensor? – preguntó sosteniendo
la puerta abierta con la mano.
Pulsaría el botón de bajar, iría a mi casa,
te daría las gracias telepáticamente por haberme hecho
pasar el momento ascensorístico mas sexual de mi vida y me
haría la paja más intensa de mi vida. cosa que necesitaba
con extrema urgencia.
¿No te enfadarías?
Ja,ja,ja, yo no soy de esos. Uff, si me lo he pasado de miedo..
– alargué la mano para pulsar el botón B. Ana
mantuvo la puerta abierta, con ese gesto suyo de morderse el labio
inferior que iba a matarme, sin dejar de mirar mis ojos. Creo que
intentaba averiguar si decía la verdad, mas mi sonrisa es muy
transparente. Se acercó a mí, y con la otra mano mientras
acariciaba mi pene con elegancia me susurró en mi oído
me gustaría ayudarte con la paja, si me dejas claro .
En el interior de mi cuerpo fue tal el grito, ahora si me ha ¡¡MATADOOO!!,
que temí que me hubiera oído. Su mano en mi mano, me
guió hasta el comedor. No me pregunten por como era el comedor,
porque no recuerdo ni el color de las paredes. Enfrente de mí,
desabrochaba uno por uno los botones de mi camisa, el dedo índice
lo paseo por mi pecho cada vez que liberaba un botón. La tensión
sexual amenazaba con desbordarse. Con mi torso desnudo, lo estudio
antes de atacarlo, contenía a duras penas la respiración.
Ladeó su cabeza, un leve soplido en mi pezón antes de
antes de que sus dientes juguetearan con él. Jamás estuve
tan excitado. Sus manos, tras una desigual lucha, liberaron mi pantalón.
Sólo los calzoncillos se interponían entre la loba Ana
y el inocente pene. Frotó sus pechos contra los míos,
sus dedos juguetearon el descenso desde la columna hasta el final
de mi espalda, se introdujeron dentro y sus uñas en mi trasero
provocaron una pequeña humedad en la parte delantera. Sus caderas,
sus manos agarradas a mi única ropa interior, sus pechos, su
cabeza, descendieron peligrosamente. Su boca a la altura de mi polla,
soplando en círculos, provocaron que las primeras gotitas de
semen se escaparan con alivio. Verla ahí abajo, me desbocaba,
su boca tan cerca de mi pene, y encima sonriendo. Ni en el mejor de
mis sueños. De repente, sin esperarlo, su lengua recogió
de un lametón esas rebeldes gotitas. No pude controlar el gemido,
intenso y reparador. Me colocó cerca de la mesa del comedor
y me dio la espalda. Con un movimiento de la cabeza, su pelo se situó
a un lado del cuello invitándome a bajar la cremallera. Mi
mano, temblorosa, logró llegar hasta el final de su recorrido.
Ausencia de sujetador. Más gotas de semen al canto. Espero
que quede algo para al final, porque a este paso vació hasta
el segundo déposito de reserva . El Tanga, fino, elegante,
violeta y provocador combinaba con sus desafiantes nalgas. Al agacharse
para liberarse del vestido, sus nalgas se posaron sobre mi ardiente
pene. por lo que más quieras aguanta la corrida, es
inhumano pero aguanta . Piel a piel, carne con carne, nalga
en mi pene, ya puedo morir feliz. Con un gesto me indicó que
me sentara en la mesa. La fría madera en mi culo compensó
las altas temperaturas que se registraban por la parte norte de mis
piernas. Observé como ella colocaba sus pechos desnudos de
tal manera que acogió mi pene entre ellas. Noté su palpitar,
su sonrisa, estaba tan excitada como yo, o más. Mientras sus
manos acariciaban mi ombligo apenas rozando, movía sus hombros
de tal manera que frotaba mi pene y mis huevos con sus tetas. Estas
tetas que tantas horas de sueño me robaron. En cada pasada,
me daba un lametón en la punta. Alternaba mordiscos en mi ombligo
con lametones en la polla, en la punta. Apoyado sobre los codos, contemplaba
con asombro la escena. Inesperadamente, se metió entera mi
polla de golpe en su boca y empezó a mamar con furia. Estaba
descontrolada, desbordada. En cada introducción golpeaba con
sus pechos a mis huevos. La situación tan inesperada y, por
mucho que lo intentaba, la corrida no tardaría. La avisé,
que no podía más, entre jadeos pero la avisé.
Ella no paraba, aumentó la velocidad. Apreté los dientes,
intentando aguantar, pero ella seguía mamando con furia, parecía
como cabreada, cada vez más rápido, no podía
más.
No puedo más¡¡¡¡ mas no se detuvo.
La descarga fue terrible, lo noté. Para mi sorpresa Ana no
se detuvo ni un instante, tragó, tragó y tragó,
y no paro de mamar. Como siga así me la destroza de por vida.
Justo en el instante en que expulsé la última gota redujo
la velocidad considerablemente. Engullía mi pene con mucha
suavidad, con tacto, con delicadeza, como si fuera de porcelana. Paseo
su lengua, por mi pene, por el trozo de carne que hay entre los huevos
y el ojete. Tras unos breves minutos, y viendo mi pene medio flácido,
susurró excitada:
Quiero más. He tenido un orgasmo justo cuando te has corrido
en mi boca, he saboreado tu semen, lo he tragado y necesito más.
– con su mano acariciando mi pene, sus deseos era música
celestial para mis oídos. – necesito que me folles y
seré tuya, completamente tuya toda la semana, no me negaré
a nada. – mi pene volvía a coger forma con sus palabras
y caricias. – Jamás nadie me había excitado tanto,
y necesito ser tuya, tu esclava. – sus pechos jugueteaban con
mi pene. – No puedo más, estoy desesperada. – se
subió a la mesa, agarró mi pene con una mano y lo introdujo
con violencia en su coño. La tremenda humedad de su sexo terminó
por enderezar de golpe mi pene. Me mordió el labio, el cuello,
el pecho mientras no cesaba de embestir su coño contra mi pene.
Esa pasión desbordada hacía mí era primerizo.
Movía sus caderas con violencia, acercaba sus pechos a mi cara
para que cogiera sus pezones entre mis dientes y los quitaba de repente
haciéndose daño. Suspiraba, gemía, gritaba, más,
más y más. Me agarró del pelo, inmovilizando
mi cabeza y me dio el beso más salvaje de mi vida, en tanto
que sus caderas no cesaban su alocado movimiento. Alrededor de mi
pene estaba completamente empapado de la excitación de Ana.
La humedad y el olor del sexo de Ana endurecía aún mas
mi pene alcanzando un grado de excitación como jamás
lo había conocido. Su cuerpo empezó a temblar, sus manos
en mi pecho clavando las uñas, eran su apoyo, su cabeza con
los ojos cerrados señalaban el techo. Estaba teniendo un orgasmo.
Cogí sus caderas con mis manos para hacerme espacio, estaba
bocabajo, y embestía con la poca fuerza que me quedaba.
No, no, gritaba extasiada a punto del climax. Eso me excitaba más
y me daba los últimos suspiros de fuerzas para seguir embistiendo.
Todo su cuerpo temblaba, su orgasmo se alargaba y sus fuerzas descendían.
Quería correrme con ella, cogí aire, y seguí
embistiendo. Mis manos se clavaban en sus caderas, un chorro de semen
inundaba su empapado sexo, jadeaba sus últimos gritos, una
gota de su sudor cayó en mi cara. Dos cuerpos paralizados encima
de una resistente mesa de comedor, habrá que preguntar marca,
con un salvaje climax luchaban por recuperar el ansiado aire para
sus agotados pulmones. Nos quedamos dormidos en la mesa sin darnos
cuenta. Lógicamente por la mañana la ducha que nos dimos
juntos fue reparador para ir con una pícara sonrisa al trabajo.
También, lógicamente, me tomé al pie de la letra
lo de que será mía durante una semana que luego resulto
ser más. Aún me pregunto quién disfruta más
cuando ella hace lo que le digo.
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