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Las cajas que lleva en sus brazos no le permiten ver bien el suelo, no sabe exactamente donde coloca los pies, los arrastra para no tropezarse y, de esta forma, consigue traspasar el dintel de la puerta.
Aparta las cajas hacía la derecha de su rostro, unos pasos más adelante, estacionado al lado de la acera, localiza el vehículo automóvil de su padre.
Avanza y llega hasta colocarse a su altura, en su lateral, agacha su delgado cuerpo flexionando sus rodillas y con sumo cuidado dispone las cajas en el suelo.
Dirige su mirada al frente y hace un barrido visual de la cercanía, sonríe para sí, ve la mañana luminosa, aún algo fresca, el sol no está en su pleno apogeo pero brilla esplendoroso.
Su pelo de color castaño, cortado en una corta melenita, resbala a veces por su frente cubriendo su mirada. Su cuerpo es delgado aunque se le nota fuerte, alguna peca adorna su nariz y la parte alta de sus pómulos, de un metro setenta aproximadamente y bien vestido.
Se le puede considerar un chaval atractivo, visto desde todos sus ángulos y en su conjunto, luce pletórico la lozanía de sus 16 años que aproximadamente tiene.
Queda dudoso con la llave de apertura del vehículo en sus manos, vuelve a dirigir su mirada al recorrido de la calle, a su izquierda y su derecha, está prácticamente vacía de transeúntes a esta hora de la mañana. La avenida, adornada con dos hileras de altos árboles no parece ofrecerle dudas sobre lo que está pensando, da la vuelta a su cuerpo para dirigirse, de vuelta, a la puerta de donde salió hacía un momento.
Al girarse se encuentra en la misma acera, al lado de la puerta a la que se dirige, con la seria mirada de un adolescente en el que no había reparado hasta ese momento.
Su espalda se apoya en la pared y un pie, con la rodilla flexionada, descansa en el ángulo que forman la pared y el suelo de la acera. Su postura resulta, hasta cierto punto, insolente y arrogante. Está vestido con ropas muy humildes pero limpias y su presencia impone.
El joven le dirige una mirada de curiosidad y ante la actitud del otro, que mantiene provocador la suya, baja la vista al suelo.
Llega hasta la puerta, a un metro de distancia del otro chico y va a empujar la puerta cuando escucha su voz.
-Si dejas esas cajas donde están, no las encontrarás cuando vuelvas. –su tono suena amable aunque seco.
-¿Qué dices?, ¿me estás hablando a mí? -responde el pecoso chaval.
-No veo a ninguna otra persona cercana a quien me pueda dirigir. –el de las pecas se inquieta ligeramente.
-Tengo que traer alguna más y luego pensaré como las coloco para que quepan todas dentro del coche. ¿Te importaría tener cuidado de ellas mientras traigo las restantes?
El otro chico, sin perder su cómoda postura, hace una mueca indicando un acuerdo, sin palabras, a lo que le ha pedido, Julio le interroga con la mirada.
-Vale, no tengo otra cosa que hacer, en estos momentos.
Una vez dentro del local, el pecoso razona que ha actuado mal al confiar en un desconocido, se apresura para volver a realizar el mismo camino con otro grupo de cajas.
Las anteriores siguen estando en el lugar donde las había colocado, al lado del vehículo, y suspira aliviado. Deposita el nuevo grupo de cajas al lado de las otras y va donde el chico que continua en la misma posición apoyado en la pared.
Extiende su mano hacía el otro.
-Me llamo Julio, gracias por cuidar de las cajas, -mira avergonzado al suelo. -llegué a sospechar de ti.
El otro chico no alarga la suya para estrechar la de Julio y éste la deja caer al costado de su cuerpo.
-Es natural que lo pensaras, no me conoces de nada, me llamo Carlos. –sigue teniendo el mismo tono amable en su voz pero distante.
-Bueno Carlos, ya nos conocemos, ahora puedo confiar en ti y no correr tanto pensando que las cajas ya no estarán cuando vuelva, voy a seguir trabajando, tengo que traer alguna más, mi padre se está impacientando. Te dejo cuidándolas, ¿vale?
-Como tú digas, aquí estaré.
Julio se encamina hacia la puerta, ya sin prisa, pensando en el chico que le cuida las cajas, parece tener algún año menos que él y le agrada, tiene algo, no sabe el qué, algo que le atrae y que le impide que pueda apartar su mirada de él cuando está a su lado.
Vuelve con su tercer viaje cargado sin poder ver, tropieza y va a caer, el otro, en un movimiento relampagueante, sujeta su brazo y las cajas que se bambolean a punto de caer.
-Menos mal que estabas aquí, gracias Carlos, has evitado que se produzca un desastre, que se rompa algo de lo que contienen.
Carlos no dice nada, se mantiene a su lado mientras deposita las cajas en el suelo. Julio abre la puerta trasera del vehículo y el portón. Da vueltas en su cabeza, sobre la forma de colocar las cajas para que le quepan todas.
Comienza a colocarlas, mete algunas en el interior, las saca de nuevo. Carlos le mira curioso.
Julio encoge sus hombros, volviendo a pensar, y se oye una voz que sale de la puerta del local.
-¿Has acabado ya Julio?, se me hace tarde.
-Ya papá, en un momento estará. – Carlos da unos pasos y mira el interior del vehículo.
-Déjame, te voy a ayudar. –aparta a Julio del portón, sujeta la primera caja y la deposita en el interior.
Julio le mira asombrado, como si se tratara de un tetris, en un momento y con suma rapidez, va colocando una caja tras otra hasta tenerlas colocadas todas en el interior.
Aún sobra espacio para más y están perfectamente colocadas, sin posibilidad de que se muevan en las curvas al circular el vehículo.
-Ya está, ya las tienes colocadas.
Julio no se ha perdido un solo movimiento de los que ha ido realizando, ha podido notar, ver, la fuerza de aquel chico, su musculatura muy desarrollada, casi formada, el ancho de sus espaldas, la robustez de sus brazos, su culo moviéndose debajo de la tela del pantalón y, ahora aprecia, el enorme paquete que, el tal Carlos, luce en su entrepierna. Un bulto que arrancando en el vértice de sus piernas llega, rotundo, hasta casi su cintura. Pensó, por un instante, en que tenía su polla tiesa o era una enormidad disparatada lo que sus ojos estaban viendo. Se dio cuenta de sus pensamientos y se puso rojo como un tomate maduro y a punto de reventar. Carlos le estaba mirando y se dio cuenta de lo que Julio observaba con tanta atención, sonrió para sí y pensó que siempre sucedía lo mismo.
Su persona, su cuerpo y su bulto eran un foco de atención, atraía las miradas y el deseo incontenible de todo el que se fijaba en él, estaba acostumbrado y no le dio importancia. Un señor, de unos cincuenta años, cargado con unas carpetas, salía por la puerta de donde, con anterioridad, había salido Julio.
-¿Qué, ya está?
-Sí papá. –responde Julio.
El señor, papá de Julio al parecer, alto y delgado, vestido con un elegante traje, su cabello era similar al de Julio y se parecían extraordinariamente aunque, mucho más fuerte y alto que él.
-Enhorabuena, nunca te había visto colocar las cajas tan bien como ahora. –acarició y alborotó con su mano el bien peinado pelo de Julio
-Bueno…, bien, me han ayudado. –dijo Julio en voz baja.
Entonces, el papá de Julio, reparó en el otro chaval, le miró con detalle, quizá algo impertinente y no pareció disgustarle lo que vio.
-¿Y tú, quien eres?, ¿qué buscas aquí? -pregunta un poco cortante.
-Busco trabajo señor. –el padre de Julio se le queda mirando.
-¿No haces algo?, ¿ni estudias?, ¿ni trabajas?, pareces muy joven.
-Trabajo un poco, cuando puedo, no todo el tiempo y ahora tengo alguna hora libre, necesito llevar comida a mi casa.
El padre de Julio mira a este y luego vuelve su mirada a Carlos.
-Podemos hablar más tarde, cuando vuelva, si me esperas igual pueda ofrecerte algo, veo que sabes almacenar las cosas muy bien. Ahora tengo que marchar para entregar estos pedidos que son urgentes. Espérame en el almacén, si puedes, o vuelve a la tarde por aquí.
-No tengo cosas urgentes que hacer, si no le importa le espero.
Sin más el padre de Julio arranca el vehículo y emprende la marcha a donde tenga que ir, a entregar los pedidos que Carlos ha colocado tan bien.
-Ven, Carlos, entra en el almacén, allí puedes esperar a mi padre hasta que vuelva.
Julio le dirige una amable mirada que acompaña con una dulce sonrisa. El otro chaval puede ver ahora sus ojos, marrones con brillos dorados, muy grandes y hermosos, parecen llenarle el rostro y le confieren una expresión de niño asustado y temeroso.
Dentro del local hace una temperatura muy agradable, casi hasta un poco fresca; van caminando entre estanterías muy altas, y montones de cajas de cartón por doquier. Al fondo, a la derecha hay una puerta, Julio la abre, se trata de una oficina con dos mesas y varias sillas.
-Siéntate y descansa, mi padre tardará un rato largo en volver, puedes ponerte cómodo.
Carlos toma asiento en una silla de madera, de respaldo recto, parece que algo le molesta, estira sus piernas y coloca su culo en el borde de la silla, en esta posición, más cómoda para él, al parecer, el bulto de su entrepierna es notorio y manifiesto, Julio no puede apartar su mirada de él. Siente una enorme atracción e imagina lo que puede haber allí dentro, encerrado, debajo de la tela del ceñido pantalón. Sin darse cuenta su polla va despertando y como está de pie, enfrente de Carlos, éste lo nota.
Algo se está moviendo a impulsos en el bajo vientre de Julio. Carlos le señala con un dedo y sonríe, Julio piensa que tiene una sonrisa preciosa que embellece más aún su rostro.
-Parece que tienes algo dentro del pantalón que se mueve, como queriendo salir.
El pobre chaval, rojo como la grana, no sabe donde esconderse y, además, Carlos le vuelve a sorprender mirándole el enorme bulto.
-No…, no se a lo que te refieres. –mira al suelo avergonzado aunque quisiera mirar hacia otro lugar, el que le atrae tanto.
-Mira Julio, se te mueve y todo, tú tienes ganas de algo y, te voy a decir en confianza que yo también deseo algo de ti.
Empiezan a temblar sus manos, no sabe dónde ponerlas para que no se le note su estado febril, su temblor se incrementa a la vez que su verga va creciendo por el incontrolable deseo, estimulado ahora por las palabras del otro chico.
-Ven Julio, aproxímate, que no muerdo y ya nos conocemos un poco y nos tenemos confianza, acércate.
Julio va al lado de Carlos, éste sujeta su suave mano de dedos largos y afilados y, lentamente, la coloca encima de la serpiente que se esconde tras la tela de su pantalón. Carlos tira de su brazo y el otro adivina su intención, abre sus piernas al máximo y Julio cae de rodillas entre ellas.
-Tócala Julio, ella lo está deseando y tú y yo también.
Julio está como ido, no atina a hacer movimiento alguno, ya ha tenido alguna aventura con algún amigo, pero ahora, con aquel chico, se siente cohibido, le nota poderoso, más fuerte que él de cuerpo, aunque es más joven y de espíritu también, se siente inferior, ese sentido de insignificancia se acrecienta por la posición humillante que mantiene, de rodillas ante él. Sin embargo, es esa postura que le hace sentirse ínfimo, lo que le proporciona más placer.
La mezcla de sentimientos le estremece, por un lado la humillación de la inferioridad que siente, en todos los órdenes y a la vez, el placer inmenso que le aplasta y vence, de sentirse subordinado ante el otro, tiene su polla durísima y le causa dolor, encerrada en una jaula donde no cabe en el estado de excitación en que está y se siente.
-Venga hombre, no vamos a estar así hasta que venga tu padre, no querrás que nos encuentre de esta forma.
Se decide, lo anterior ha sido una orden para él, acaricia con suavidad el prominente bulto, sus finos dedos se deslizan a lo largo del oculto objeto, percibe el calor y como va creciendo debajo de la tela más y más. Escucha un gemido, como un sollozo que escapa de la garganta de Carlos y nota un calambrazo de excitación y placer, qué recorre su espina dorsal.
Intenta soltar la hebilla del cinto, sus dedos se enredan y Carlos le ayuda a conseguir, a alcanzar su deseo; baja la cremallera, un intenso olor se desprende y le llena, lo aspira glotón, acerca su rostro y roza con su nariz al monstruo que despierta del letargo.
Carlos no lleva, en esta ocasión, ropa interior, es sencillo para Julio, deslizar sus largos y ágiles dedos y posarlos en la suavidad suprema de la piel. Le retira el pantalón y se muestra, en su máxima expresión, la belleza deslumbrante del vergón, de la polla más hermosa que haya visto hasta el momento y queda atónito, embobado, deslumbrado, sin poder cerrar sus ojos tan inmensos, marrones, donde le brilla el dorado.
Carlos le observa como adora su tesoro, nota que siente miedo a tocarlo, a que despierte del todo y le arrase en su fragancia que le envuelve y le marea. Sube su culo un poco, para desplazar sus vaqueros que caen a sus tobillos y deja expuesta la pujante naturaleza de sus atributos viriles, abre un poco más sus piernas y sus pelotas le cuelgan fuera de la silla. Por fin alarga su mano izquierda, la coloca debajo de sus huevos, los sopesa, los aprieta blandamente, juego con ellos, calienta su fría mano de largos y blancos dedos que ahora entierra entre la hierba del tallo. Pone su mano derecha en acción, sujeta con suavidad el cimbel, luego lo aprieta y dirige la brillante y húmeda punta a sus labios.
Besa la aterciopelada suavidad de la punta, bebe de su inagotable fuente; lame lo que discurre por sus dedos, se estremece; baja el prepucio, se emboba en los iridiscentes colores, se recrea, se divierte; da vueltas con su lengua alrededor de la corona violácea. El chico sentado suspira, eleva su pelvis impaciente, busca un mayor contacto, el abrasador calor de la boca del muchacho. Abre su boca, sus dulces y rojos labios para acoger ese glande prodigioso y se cierran una vez que la corona los ha traspasado, se cierran en torno a ella, apretando para que no se le escape y con su legua, de color fucsia limpiarlo, acariciar con suavidad infinita, con sublime delicadeza el entorno, en la punta de su falo.
Se llena de su calor, sus papilas saborean el néctar que le regala, su olfato se le dilata para captar mejor la fecundidad, la fertilidad que lo inunda.
Carlos fuerza la entrada, la polla va avanzando en profundidad, el muchacho se ahoga y se aferra a su cintura, prefiere morir a que le quiten la fruta; comienza el vaivén, la verga entra, sale, los rojos labios la acompañan, golosos sin abandonar la presión, sin dejar escapar nada.
Suspiran los dos, se vuelven locos. Julio nota los torrentes que discurren, que avanzan, como la polla se hincha, se tensa, se proyecta y se vierte en manantiales de vida que le llenan, que deglute, que le impregnan en toda su cavidad y se estremece.
Se ha corrido, sin tocarse, sin tan siquiera notar que de su polla salía una fuente inagotable de semen.
Bebe todo lo que puede, algo se le escapa, es muy grande la cantidad regalada, besa la polla de Carlos, la limpia con su lengua, ahora de color chicle rosa, busca restos entre el césped de la base y posa, al final, su mejilla, en su suavidad de seda, eleva la mirada, sus enormes ojos, muy abiertos, miran desde abajo los del otro chico.
-Gracias Carlos, gracias.
Fin
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