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Facundino esperaba sentado en un cómodo sillón de la habitación del hotel donde se había hospedado. Había llegado a la capital la noche anterior, enviado por su Empresa. Había tenido un día de trabajo agotador, aunque bastante productivo, y estaba animado por el entusiasmo que tenía gracias al programado encuentro que tendría por la noche.
Conocía a Valerio por casualidad, a través de un "chat" de Internet. Después de conversar unos pocos minutos, sintieron buena afinidad entre ellos, por lo que pasaron a un intensivo intercambio de e-mails. Esto fue el primer paso para, en muy poco tiempo, considerarse viejos amigos, pues ya cada uno sabía sobre la vida y la sexualidad del otro mucho más de lo que sería posible confesar a los parientes y amigos más íntimos.
Facundino ya tenía formada la imagen de Valerio, porque había recibido, en uno de los e-mails, una foto en la que Valerio se mostraba al borde de una piscina natural, vistiendo apenas una tanga blanca, bastante diminuta. Facundino se acordaba muy bien de cómo su sexo reaccionaba instantáneamente cada vez que se ponía aquella foto de Valerio delante de sus ojos.
Valerio es un tipo moreno bronceado, alto y fuerte, de unos 25 años, un tanto voluminoso para su edad. Tiene el cuerpo liso y los muslos gruesos. Su pecho también es liso y fuerte y en él se destacan un par de turgentes pezones muy remarcados, la espalda ancha, todo bien al gusto de Facundino. El rostro, sin ser el de un galán, es hermoso, austero de formas y varonil; en él brillan con luz propia sus ojos castaños, un poco tristes; sus cabellos son negros y abundantes y tiene una pequeña peca negra al lado izquierdo superior de la boca. En conjunto, el hombre es bastante atractivo, tanto así que Facundino, aquella noche, se masturbó ante la simple idea de tenerlo en sus brazos. También lo excitaba mucho la apariencia masculina de Valerio, pues detestaba relacionarse con hombres afeminados. Y la idea de poseer un varón auténtico exacerbaba su sexualidad.
Con el paso del tiempo, también pasó a conocerlo más íntimamente. Valerio es extremadamente sencillo y le contaba todo sin pretensiones. Trabaja como guardia de seguridad en una gran empresa y, en sus horas libres también labora como salvavidas, vigilante en un club local, ya que nada muy bien.
Aunque siempre estuvo muy bien relacionado con hombres y mujeres, no podía considerarlos amigos de hecho, hasta el punto de revelar sus problemas y angustias, jamás un asunto personal con ellos. Solo eran para él buenos conocidos. Además, Valerio es una persona muy tímida, con fuerte orientación machista, lo que le impedía exteriorizar —y quizá ni él mismo fuera capaz de reconocerlo— la gran carencia que poseía de cariño y afecto y la gran capacidad de entrega irrestricta a quien fuese que un día le inspirara confianza.
En cuanto a las mujeres, con las que solía conversar y algo más, se trataba a lo máximo de un mero polvo para el placer de ellas, él quedaba bastante vacío de aquellas relaciones superficiales. No tenía experiencia homosexual, aunque, inconscientemente, luchaba por ignorar la atracción que sentía por personas del mismo sexo, especialmente los hombres maduros y experimentados.
Respecto a Facundino, Valerio no lo conocía, lo cual lo perturbaba bastante, por no saber cómo sería la reacción del caballero al verlo por primera vez. Es verdad que Facundino le había proporcionado una descripción bastante detallada de su persona, pero Valerio sabía que tales descripciones, por mejores que fuesen, jamás correspondían a la realidad, incluso por la tendencia natural que las personas tienen de evidenciar sus puntos positivos. Valerio sólo sabía que Facundino era un ingeniero, de 48 años, casado, con dos hijos ya adolescentes, radicado en una ciudad del sur del país, y que amaba profundamente a su familia. En cuanto al deporte un cero, no se atrevió nunca a ser un deportista, solo hacía algunos ejercicios por la simple necesidad de mantener su forma física. No se atrevió a mandar su fotografía por Internet o por cualquier otro medio. No es que dudara del sigilo o de la integridad de Valerio, pero no lo hizo.
Ocurre que, por estar casado y por la posición social que ocupa, pensó que debía ser extremadamente cauteloso. Además, el hecho de ser bisexual era desconocido de todos, tanto por su familia como por todos los círculos de su relación social y personal. Desde joven, guardó este secreto consigo mismo, siendo sólo del conocimiento de muy pocos amigotes con quienes no había más remedio. Esas relaciones, cuando ocurrían, siempre fueron durante sus viajes y, aún así, con la más extremada seguridad, para protegerse de la maledicencia de la sociedad.
Consultó su reloj. Eran las 9 de la noche. Valerio debía estar llegando en cualquier momento, pues esta es la hora determinada. Para no levantar sospechas, ya había advertido, apenas entrar en el hotel, que un amigo lo buscaría y que, una vez identificado, podían mandarlo subir. También se había cuidado de elegir una habitación confortable, con una enorme cama doble. Sin duda, sería mucho mejor. Se levantó, fue hasta el frigobar y, mientras se servía una copa de whisky, se puso a imaginar la atracción que Valerio le podría causar. Había una gran diferencia de edad e, incluso sabiendo del gusto del chico por hombres más maduros y experimentados, concluyó que la causa de esa atracción no era otra que su experiencia de vida, lo que le había proporcionado durante el intercambio de correspondencia, que se traducía en una buena capacidad para comprender los problemas del chico, de su sexualidad y de su manera de ser.
Además, Facundino es una persona bastante culta, de esto era tan consciente como de su capacidad para expresar fácilmente, mediante palabras, sus sentimientos y su gran capacidad de dar y recibir afecto. Afecto del que Valerio carecía notoriamente, y que se lo había expresado, sin lugar a dudas, por la alegría que demostró al saber que él, Facundino, estaría en la Capital la siguiente semana de conversar por chat —que ya estaban en eso—, para aprovechar la oportunidad de encontrarse por fin. Sus pensamientos fueron interrumpidos por un suave golpe en la puerta.
¡Era el momento tan esperado! Se levantó, abrió la puerta y... allí estaba él. No había duda. Aunque vestía un traje muy común, era el mismo joven grande y fuerte de la foto. La única diferencia estaba en la sonrisa que ahora estampaba en su rostro moreno y masculino. Durante mucho tiempo, se miraron fijamente a los ojos, hasta darse cuenta de la absurda situación. Entonces, como harían unos viejos amigos que no se veían desde ya muchos años, se estrecharon las manos vigorosamente.
Cerrada la puerta, y lejos de miradas curiosas, nuevamente se miraron, esta vez con mayor profundidad, como si quisieran comprobar las descripciones que tenían el uno del otro. Y vino el inevitable abrazo, en el que sus cuerpos se fusionaron, unidos por el vigor de dos hombres en la plenitud de su fuerza física. No era un simple abrazo de bienvenida, sino algo más fuerte, algo que ansiaban desde mucho tiempo: la necesidad de acariciarse, de sentir la fuerza del cuerpo, tanto del uno como del otro. Y lo sintieron…
Fue totalmente inevitable que instantáneamente la dureza de sus sexos, ya deseosos y presionando bajo la tela por la fuerza del abrazo, se pusiera de manifiesto. No se preocuparon por eso, sino más al contrario, dejaron que la naturaleza ejerciera su propio instinto natural, y sus labios se buscaron en un profundo y cálido beso, mientras sus manos se tanteaban, buscando conocer los detalles de aquellos cuerpos ansiosos. Fueron varios minutos de encuentro, labios con labios, lengua con lengua, hasta que, sin poder esperar más, se fueron deshaciendo de su ropa casi sin darse cuenta, quedando ambos en solo su ropa interior de abajo. La ansiedad que los dominaba era extrema. Ya llegaría el tiempo de la conversación, ahora tocaba hablar a los cuerpos. Se sentaron al borde de la cama y nuevamente sus labios se unieron, pero esta vez las manos de Facundino comenzaron lentamente a acariciar el tórax moreno de Valerio, deteniéndose en aquellos pezones del pecho que tanto le habían impresionado por foto.
En ese momento, Facundino, obligando al cuerpo de Valerio a inclinarse hacia atrás, le echó de espaldas sobre la cama, mientras sus labios bajaban lentamente de la boca hacia aquellos pezones ya rígidos, que parecían hechos para ser aspirados. Facundino sintió el cuerpo del muchacho estremecerse, como si le traspasara una corriente eléctrica, que demostraba justo lo que él también esperaba para este momento y, a la vez, el placer que Valerio sentía por tener a aquel hombre de mediana edad, de cabello grisáceo, aspirando y acariciando su cuerpo.
Dejando los pezones muy rígidos, los labios de Facundino continuaron recorriendo la piel lisa del cuerpo del muchacho, deteniéndose por un momento en el ombligo, que también acarició durante mucho tiempo, con la punta de la lengua, de modo que parecía querer esconderse en el interior de ese hueco ciego.
Mientras hacía todo esto, Facundino alisaba, ora los pezones, ora aquellos muslos rollizos y morenos. Por dentro del slip el pene de Valerio se elevaba hacia lo alto y se debatía, como queriendo romper el fino tejido. Con la boca, para no interrumpir las caricias que hacía con las manos, Facundino bajó lentamente el slip de Valerio, haciendo saltar hacia fuera aquel miembro moreno, recto y rígido, que tantas veces había imaginado, al admirar la foto del muchacho.
Lentamente se arrodilló en el suelo entre las piernas de Valerio, bajó la cabeza y sumergió aquel miembro enteramente en su boca. Fue increíble cómo podía sentir la pulsación de aquel músculo caliente, que parecía descargar dentro de sí toda la electricidad que emanaba del cuerpo ya sudado del joven. A cada aspirada, Valerio se estremecía, y con las manos acariciaba los cabellos de Facundino presionando su cabeza hacia su pene.
— ¡Joder, joder, joder, pero qué bueno que es ser mamado de esa manera! —exclamaba Valerio—, ¡jamás podría haberlo imaginado!
Veía la cabeza de aquel hombre subiendo y bajando, mientras su miembro desaparecía y volvía a aparecer en el interior de aquella boca caliente y húmeda. Le parecía que la boca de Facundino era una especie de terciopelo envolviendo su verga. En ese momento Valerio se sentía como si fuera el dueño del mundo, como si nada más importara, con todos los sentidos dirigidos a la satisfacción de su carne joven y carente.
Por la otra parte, Facundino sacaba de la boca el pene del muchacho y recorría, con la lengua, aquel músculo duro y caliente, para después volver a mamarlo con avidez. En algunos momentos paraba, miraba aquel instrumento de placer que tanto quería, lo admiraba, lo apretaba con cariño y volvía a lamer, bajando hasta el escroto —bolsa que guardaba un tesoro en su secreto interior—; le parecía igualmente delicioso lamer el escroto y distinguir los dos cojones moviéndose libres en el interior de su escondite y agradeciendo el calor de la boca al succionarlos.
En una de esas paradas Facundino no pudo dejar de notar aquella pequeña mancha oscura que aparecía en la cabeza entumecida del pene del muchacho, y que le confería un encanto aún mayor y un mayor deseo de esconderla totalmente en su boca. Y durante varios minutos permanecieron así, olvidados del mundo, hasta que Facundino sintió que el muchacho alcanzaba su límite de resistencia y que pronto iba fatalmente eyacular.
— ¡No, aún no es el momento!, —exclamó como si en ello se le fuera la vida.
Facundino quería preservar todo ese vigor, toda esa savia para el momento oportuno. A pesar de saber que Valerio tenía una acentuada formación machista, Facundino resolvió atreverse un poco más, pues sabía que el joven también lo deseaba como hombre.
Lentamente, aún arrodillado, alzó las piernas del muchacho por encima de sus hombros para contemplar por primera vez aquel agujero rosado, perfecto, totalmente virgen. Entonces acercó sus labios poco a poco, lamiendo los laterales con la punta de la lengua. Alzando los ojos, ve la expresión de placer que se estampa en el rostro de Valerio. Era la señal positiva que esperaba. Dejando de lado cualquier melindre o consideración, pasó a aspirar aquel orificio, con todas sus fuerzas, mientras el muchacho se contorsionaba en éxtasis, demostrando todo el placer que eso le causaba. Pide a Valerio que se quede de lado y totalmente extendido sobre la cama, Facundino invierte la posición de su propio cuerpo. Entonces Valerio entiende de qué va: Facundino también quería ser aspirado y él, Valerio, no le iba a negar ese placer.
Mientras Facundino volvía a succionarle alternativamente, ya el pene, ya el culito, Valerio sostuvo la tranca de Facundino, que tanto deseaba, y metió en su boca todos sus 17 cm. Nunca en su vida había hecho eso y nunca imaginó hacerlo algún día, pero curiosamente ahora sentía la necesidad imperiosa de tener en su boca aquel miembro moreno, duro y grueso. Sabía que podría hacerlo con confianza y sigilo, y que se trataba de sexo puro, entre dos hombres verdaderos. Eso es lo que le excitaba sobremanera y lo alentaba a tomar iniciativas que jamás había imaginado ser capaz de hacer.
Al comienzo sus suculentas mamadas fueron suaves, inexpertas e indecisas, pero poco a poco, comenzó a gustarle y a desear poseer esa verga, intentando imitar aquello que Facundino había hecho con él. Al poco tiempo, ya mamaba el sexo de Facundino como si fuera un hambriento ante un único pastel. Facundino se sorprendió y se fue excitando cada vez más, ante la completa liberación de su amigo y del placer que su boca le proporcionaba. Ya eran dos machos en pleno celo, completándose y buscando extraer, en un 69 magnífico, todo el placer que cada uno podría regalar al otro. Era una maravillosa escena altamente erótica: dos hombres totalmente sueltos, liberados, en busca de la felicidad que la sociedad despiadada exigía que fuera reprimida. Facundino, durante meses, había soñado con entregarse completamente a ese hombre.
Quería tenerlo totalmente dentro de su cuerpo, obteniendo de él la mayor eyaculación de su vida. Pero, experimentado como era, quería dejar para más tarde la concreción de ese sueño, pues sabía que era necesario mantener encendido el apetito sexual del amigo, si quisiera también poseerlo. Fue por eso que resolvió, primero, penetrarlo, para después entregarse a él. Pero necesitaba ser cuidadoso. Sabía que Valerio era virgen y no estaba seguro si aceptaría la penetración. Temía lastimarlo y, con ello, estropear el clima que se había establecido entre ambos. Una vez más, sacando de la boca el pene de Valerio, volvió su atención totalmente hacia el culo moreno y rubio de su amante, pasando a aspirarlo con mayor avidez que antes. Esta vez buscaba introducir su lengua en su interior. Y sentía que en cada intento, más y más aquel esfínter se dilataba, se aflojaba, permitiendo la consecución de su objetivo. También era compensador sentir cuánto placer causaba a aquel joven atlético que yacía acostado a su lado.
Valerio concentraba su atención en la verga de Facundino para sentir mejor la sensación que aquella chupada anal le proporcionaba, y que hacía vibrar todo su cuerpo. Alzando su rostro, Facundino empezó a introducir, de modo lento, pero seguro, su dedo índice en el interior del muchacho. Inmediatamente sintió que el cuerpo de su amigo reaccionaba ante la invasión, y sintió su dedo apresado por la fuerte contracción de aquel ano todavía virgen. Eso duró poco, porque pronto sintió el cuerpo del muchacho —antes teso y ahora suelto haciendo movimientos circulares—, entonces él cayó totalmente en el corazón de Valerio.
Con mucho cuidado y cariño, Facundino repitió la operación con dos dedos, haciendo él mismo los movimientos circulares, hasta pensar que Valerio ya estaba suficientemente dilatado y listo para recibirlo. Puso su cuerpo en la posición normal sobre la cama, colocándose detrás de Valerio, al que transmitió inmediatamente el calor de su propio cuerpo. Valerio sintió un fuerte deseo de tener el miembro de Facundino, pero a la vez también sentía algo de miedo. Pero quería. Estaba notando la verga de Facundino acariciar sus nalgas y la puerta de su hoyito como si fuera un hierro candente. Y ya le ardía su interior inexplorado solo de sentir la tranca en el exterior. Pero quería, esta es la verdad.
¡Claro que quería! ¿Si no qué coño hacía allí? Deseaba aquel momento, aunque le fuera costoso admitirlo. Hasta ahora, siempre que pensaba en el sexo con un hombre, se veía asumiendo solamente el papel de activo, buscando barrer de la cabeza cualquier pensamiento sobre una actuación pasiva, que consideraba indigna de un macho como él. Pero ahora, en el contacto con aquel hombre maduro, que le inspiraba confianza y seguridad, nada más importaba, pues el bisexual que había dentro de sí, y que hasta entonces había ignorado, se liberaba totalmente. No se molestó por ello. Deseaba tener con Facundino su primera experiencia homosexual. Y quería que fuera así, con una persona con quien tuviera verdadera afinidad, que lo dejara excitado y seguro de sí, tal cual estaba ahora.
Había comenzado la penetración. Valerio sintió una fuerte presión en su ano, pero las palabras de cariño que Facundino, con su voz grave y tranquila pronunciaba en sus oídos, le hacía dejar de lado todos sus temores. Además, colocándose en una posición que le permitía hacerlo, Facundino, con una mano, acariciaba el pezón derecho del muchacho, cuya sensibilidad ya conocía, mientras con la otra iniciaba una lenta y cariñosa masturbación en el pene rígido del joven, que pulsaba deliciosamente con su mano, mientras expelía una pequeña cantidad del lubricante natural, que aún más lo excitaba. Con eso, lejos de querer alejarse de aquel cuerpo, Valerio, en realidad se acercaba cada vez más a él, facilitando la consecución de la posesión.
Luego ya pudo sentir que buena parte del pene de Facundino estaba dentro de su recto. En ese momento se produjo un dolor, sí, pero la excitación fue aún mayor. El pequeño dolor que sentía fue poco a poco diluyéndose, con los movimientos de mete y saca que su pareja empezó a hacer, haciendo que su verga, entrando y saliendo, profundizara más en su cuerpo con cada empuje.
De pronto, con una presión un poco mas fuerte, Valerio sintió que su amante había completado la penetración. Notaba claramente todo aquel volumen palpitando dentro de su cuerpo, e incluso los vellos del pubis de su amante acariciando con pequeñas cosquillas en su perineo y el voluminoso escroto de Facundino golpeando en su culo. Valerio se sintió posesionado con amor, ahora su cuerpo pertenecía a Facundino. Se sentía feliz, era una sensación única e indescriptible, era la sublimación del deseo, aliado al orgullo de haber logrado albergar, dentro de sus entrañas, todo aquel músculo que había lamido con su lengua y mamado con toda su boca.
A petición de Facundino, se volcaron de modo sincronizado a mantener la penetración, de modo que el cuerpo de Facundino quedara totalmente sobre el de Valerio, el cual pasó a sentir sobre sí todo el peso del hombre que lo estaba poseyendo. Y los movimientos se reiniciaron, esta vez con más intensidad. La incomodidad que el muchacho sentía desapareció totalmente, dando lugar sólo al placer. Las quejas de dolor que hasta ese momento había hecho, dieron lugar a gemidos de puro goce y placer:
— ¡Qué bueno es sentir en mi cuerpo todo el calor y toda la dureza de tu grande y gruesa verga, Facundino!
— ¿Te está gustando?, —preguntó Facundino.
— ¡Qué delicioso es sentir la presión de tu cuerpo sobre el mío.
— Me has salido un hijo de puta de los cojones, —soltó Facundino.
— Y tú eras el cabrón más putero que he visto, ¡mierda!
— Ni a la puta de mi mujer la puedo follar así, —decía Facundino.
— Pena por ella, porque eres una auténtica víbora sexual, un verdadero cabrón muy jodido y un productor de placer.
Estas y otras palabras calientes y obscenas que se decía en sus oídos, mientras Facundino lo penetraba con su espada deliciosa hacía que se calentaran mucho más.
El placer se intensificaba por momentos. Valerio percibió que la respiración de Facundino cambió y sus movimientos se intensificaron aún más. Luego sintió el chorro de un líquido caliente y espeso proyectándose hacia el fondo de su recto, hasta inundarle las entrañas. Era el esperma de Facundino, que brotaba abundantemente en su interior, coronando aquella posesión, tan deseada por ambos. Y el placer que Valerio sintió fue tanto, que él mismo, sin siquiera tocar su pene, gozó abundantemente, inundando la sábana de la cama con una enorme cantidad de esperma. ¡Era el éxtasis completo!
Durante un momento ambos se quedaron quietos, como si temieran que ese encantamiento terminara bruscamente. Querían aprovechar todo el tiempo posible aquella maravillosa sensación que ambos habían sentido y que todavía perduraba en ellos. Y así permanecieron, hasta que el pene de Facundino, ya semi-flácido, salió del caliente y húmedo culo que había abierto. En ese momento, rodaron hacia el lado y quedaron ambos acostados, con la respiración agitada, mirándose el uno al otro, alegres y felices, y se dieron un profundo beso.
Aprovecharon el momento para entablar la conversación. Como era natural, hablaron desinhibidos sobre el momento que acababan de vivir y sobre el placer que cada uno había proporcionado al otro. Luego, conversaron sobre varios asuntos que habían abordado apenas superficialmente en sus e-mails y llamadas telefónicas durante los últimos meses. Y, más amigos que nunca, se levantaron y fueron a tomar un delicioso baño, pues estaban sudados y cansados. En el baño, el clima era alegre y relajado. Quienquiera que los observara no imaginaría que esos dos hombres se habían conocido apenas aquella noche. Aunque la alegría era mayúscula, mucho deseo quedaba todavía en sus cuerpos, además de la visión de sus cuerpos mojados y enjabonados no tardó en hacer su efecto de más deseo.
De inmediato volvían a ser dos machos que se deseaban, apretándose, abrazándose y besándose, como si todo el alivio sexual que habían tenido hace poco jamás hubiera ocurrido. Estaban más sueltos que al principio, totalmente liberados, como dos niños. Las manos de cada uno recorrían el cuerpo del otro, apretaban, acariciaban, frotaban, alisaban y volvían a recorrer nuevamente los mismos caminos. Los sexos se juntan cruzándose como espadas en pugna, mientras sus labios se succionaban por debajo de la lluvia de agua que se deslizaba abundante sobre sus cuerpos.
Separando sus miembros, Facundino fue bajando lentamente para recorrer con la lengua toda ls superficie corporal de Valerio, como si quisiera enjugarlo de esa forma. Su boca recorría el tórax del muchacho, mamaba sus pezones y chupaba su ombligo, mientras podía oír ya los primeros suspiros de Valerio generados por el placer que estaba causando. A continuación, arrodillándose, lamió el pene de Valerio y lo metió entero en su boca, aspirándolo con fruición y cariño. De vez en cuando, lo sacaba de la boca, lo admiraba, jugaba con el prepucio, haciendo que la cabeza de aquel miembro apareciera y volviese a desaparecer por debajo de la piel morena. Después, volvía a succionar con avidez, provocando en el joven fuertes y gozosos gemidos. A veces Facundino con su lengua lamía el escroto del muchacho, sintiendo en su boca el volumen de los dos cojones, ya completamente entumecidos.
El cuerpo entero de Valerio temblaba, mientras sus manos acariciaban los cabellos grisáceos de Facundino, ya totalmente rendido en devoción hacia su amante. Valerio ya no podía controlar el enorme impulso que sentía y, en el auge del placer, le vino a la mente un deseo incontrolable de realizar un sueño, una fantasía que venía calentando su cabeza desde hacía mucho tiempo: poseer a Facundino con vigor, con furia, haciéndole sentir toda su energía de madurez. Quería penetrarlo con fuerza, sentir los gemidos de dolor del compañero, y hasta sus lágrimas, si fuese posible.
Pasando a las acciones, Facundino se levantó y se inclinó hacia adelante hasta quedar todo su trasero expuesto y a la consideración de Valerio, el cual, apenas visto aquel agujero bien apretado, sintió la evidente electricidad que lo impulsó, con su ávida boca, a lamer el culo suave de Facundino, buscando ansiosamente con su lengua el ano de Facundino, no sin antes recorrer con su lengua el cuerpo entero de su amante. A cada lamida en aquel anillo, su compañero vibraba totalmente entregado al placer que el muchacho le proporcionaba.
Sabiendo que el culo de Facundino ya estaba bien preparado y suficientemente humedecido por su lengua, introdujo toda la cabeza de su instrumento en el culo del amigo. Escuchó el fuerte gemido de Facundino al ser invadido. Sintió deseos de dar marcha atrás ente el fuerte dolor que sentía, pero con las manos firmes, Valerio agarró a su hombre, y afirmando sus muslos con las dos manos, evitó que la unión de los dos cuerpos se deshiciera. Atendiendo a los gritos y gemidos de Facundino, hizo una breve parada en su penetración, para que su amigo se acostumbrara un poco al volumen de la verga que le invadía.
Sin pensarlo dos veces y sin previo aviso, de un solo empuje, metió la segunda mitad de la verga en el interior de Facundino. Por el espejo que cubría gran parte de la pared del baño, podía ver las lágrimas correr por los ojos de Facundino al tiempo que escuchaba sus fuertes gemidos. Pero eso es lo que le daba una satisfacción intensa. Satisfacción de ver a aquel joven sometido totalmente a sus deseos. Poco a poco, aquellos suspiros y gemidos de dolor fueron reemplazados por suspiros de placer y, en poco tiempo, por frases amorosas, que estimulaban al compañero para penetrar con su miembro y con más fuerza en aquel hoyito apretado y caliente.
— ¡No te quedes parado como una puta, mete y muévete!, —le decía.
— Es que te duele, —le contestaba Valerio.
— A ti que te importa, cabrón, si me duele, muévete y folla, ¡joder!
Estimulando con estas palabras el clima que se estableció entre ambos, Valerio ya no se contuvo: en un brusco estremecimiento, sintió que su cuerpo se puso a follar a pesar de sus reticencias, parecía un loco que hacía desaparecer su polla, enterrándola totalmente hasta los huevos en el interior del amigo. Y de pronto, sintió que su esperma saltaba desde el agujero de su entumecido glande, yendo a alojarse en el fondo del recto de Facundino. Este, por su parte, era sacudido por fuertes temblores, al sentir el semen de su macho en su cuerpo. Y el placer que sentía fue tanto, que también gozó abundantemente, con su esperma inundando el suelo del baño ... Era el clímax que tanto buscaban, su orgasmo pleno. Jamás podían imaginar que dos casi desconocidos podían proporcionarse tamaño placer. Las piernas de ambos temblaban y sus rodillas flaqueaban. Había que llenarse de vigor nuevamente, para no caer inertes sobre a la losa fría. Así que conectaron nuevamente la ducha y sintieron el agua tibia lavarles sus cuerpos, librándolos del sudor y del cansancio que sentían. Se secaron mutuamente sus cuerpos y saciados de placer se dirigieron a la habitación para hacer su descanso.
En la cama, relajados, volvieron a conversar, hablando sobre sus vidas, sus anhelos y sobre los placeres que se habían proporcionado recíprocamente. Pero el deseo de los amantes parecía no tener final. El efecto de la conversación sobre sexo, como no podía dejar de ser, fue nuevamente despertando sus instintos, estimulados por el contacto y la visión de sus cuerpos desnudos sobre la sábana.
Facundino, dándose cuenta de la erección que tenía Valerio, lo deseó de nuevo. Quería ardientemente entregarse sin reservas al muchacho y, abrazando el cuerpo de su joven amante, acercó sus labios a su oído, diciéndole:
— Quiero ser nuevamente tuyo, querido, hazme todo lo que quieras.
Eso es lo que esperaba Valerio. Estas palabras estimularon al muchacho que sintió cómo una energía renovada y su deseo duplicaba. Su verga se puso aún más dura, alimentada por el flujo de sangre que aumentó de intensidad. Facundino le dejó tomar toda la iniciativa, para no frenar ni inhibir los deseos de Valerio. Atendiendo con docilidad la orden de Valerio, Facundino se extendió boca abajo en la cama y esperó. Inmediatamente sintió que sus nalgas eran separadas y que los labios de aquel hombre atlético comenzaban a buscarle el ano por segunda vez, lamiéndolo y aspirándolo con toda la energía que le era posible. El cuerpo de Facundino se tensó y un escalofrío le recorrió la espina dorsal al sentir el calor y la energía de aquella lengua y la frotación que la barba del muchacho le provocaba al rozarle las nalgas y los muslos.
— ¡Esto es lo mejor! ¡Es una sensación indescriptible! ¡Esto es lo que esperaba! ¡Uffff! ¡Waaa!, —exclamaba Facundino de placer.
Aflojó el cuerpo y se entregó nuevamente al placer de ser poseído. Poco después, sintió la lengua del muchacho subiéndole por la espalda, provocándole escalofríos con su aspereza, mientras, entre sus piernas, la tranca de Valerio, muy caliente y húmeda intentaba penetrar el esfínter. La presión era fuerte, pero sabía que la penetración ahora iba a ser más fácil, aunque su ano estaba todavía dolorido por la penetración a la que había sido sometido en el baño. También sabía que a la edad del joven, el vigor y la pasión no daban mucho margen a previas ni a grandes preparativos; así que ya se esperaba que su ano volvería a ser prácticamente invadido de nuevo.
— No importa que me revientes, hazme disfrutar, —gritó Facundino.
— Puede doler, amor…, —dijo delicadamente Valerio.
— Sin dolor no hay amor, sin padecer no hay placer, ¡¡adelante, muchacho! !Eso es lo que quiero, —fue la respuesta áspera y en sordina que dijo Facundino con su cara contra la almohada.
Quería que se repitiera el imperioso dolor de ser penetrado por aquel hombre tan macho, que jodía con muchas mujeres, pero que en aquel momento era sólo suyo, y no se había equivocado con la elección. El dolor era lacerante. Evitó gritar, limitándose a gemir con su boca mordiendo la cubierta de la almohada. Pero sabía que sus gemidos servían para animar aún más al muchacho, con toda aquella sed de sexo de que estaba poseído. Y apretando los labios para no gritar, sintió que Valerio estaba nuevamente todo dentro de él, alcanzando lo más profundo de su ser, y que aquella verga morena y gruesa estaba clavada en sus entrañas.
Relajó el cuerpo, al mismo tiempo que sentía los inicios de los movimientos fuertes del cuerpo de Valerio, jodiéndolo sin piedad. También sentía la fuerte respiración del compañero, que se aceleraba cada vez más. Inesperadamente, sintió una especie de vacío frío en su interior. Es que Valerio, bruscamente, salía de dentro de él, forzando su cuerpo para que se volteara de frente. Le hizo caso y Valerio, levantándole rápidamente las piernas por sobre sus hombros fuertes, de una sola carga lo penetró fuerte. Le gustó la iniciativa del chico. A él le encantó ser poseído de esa forma, pues al mismo tiempo, acariciaba el cuerpo del amigo y miraba el fondo de sus ojos castaños, observándole la energía y el placer estampados en su rostro. Pocos segundos después, Facundino se sintió inundado por un río de esperma en su interior. La sensación era increíble. Su interior parecía que iba a arder, al recibir, por segunda vez, tal cantidad de leche espesa y caliente, propia de un muchacho a esa edad. Y aún así Valerio continuaba bombeándole, como si deseara vaciar todos los líquidos de su cuerpo en el interior de su amigo. Y continuó hasta que, cansado, dio una última estocada y se desmoronó por encima del cuerpo de Facundino. De nuevo quedaron estáticos, con aquel letargo que sienten dos seres satisfechos. En el fondo de su recto, Facundino podía aún sentir el látigo de aquel miembro que lo había penetrado, y que lentamente iba volviendo a la normalidad. Se sintió verdaderamente gratificado. Si pudiera, permanecería así durante muchas horas, saciado y sintiendo el placer de tener dentro de sí el hombre deseado, estaría plenamente satisfecho.
Muy pocas veces había follado como ahora, solo había conseguido algunos encuentros con personas por las que sentía afinidad y le inspiraban confianza, todos muy cortos, meros polvos. Valerio lo había cautivado, por su honestidad, simplicidad y belleza interior, atributos que para él, que se enorgullecía de su capacidad de conocer bien a las personas por el simple intercambio de correspondencia, eran por demás importantes.
Valerio, por su parte, también estaba satisfecho. Sabía que sexualmente había ido más allá de lo que jamás imaginó que sería posible. Sabía que esa noche había sido feliz como nunca hasta ese momento, al lado de aquel hombre que se había convertido en su amigo y amante, y que, aunque algo mayor que él, había demostrado entenderlo e inspirarle toda la confianza que necesitaba para entregarse sin reservas. En su interior deseaba que la relación entre ambos no se limitase sólo a aquel encuentro. Ambos estaban cansados, pero satisfechos. Se levantaron y nuevamente se fueron al baño, que esta vez fue más rápido y tranquilo. Y mientras se vestían, intercambiaban impresiones y planeaban un nuevo encuentro para la noche siguiente, ya que la permanencia de Facundino en la Capital sería corta, y ambos creían que debería ser aprovechada al máximo.
Por cierto, las noches siguientes serían aún mejores. Este era su propósito. A la medianoche, Valerio dejaba el hotel, pasando por la portería. El mismo conserje que lo recibió a su llegada, aunque sin perder la compostura propia de los profesionales de la hostelería de alto nivel, no pudo dejar de notar que el chico, por la humedad de los cabellos, acababa de salir del baño. Y pensó que ese joven conservaba en el rostro una mirada seria e impasible: «¿Quién no se metería en la cama con un hombre tan hermoso como ese?».
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