Era un bar dónde pinchaban buen roc´n´roll en vinilos antiguos, lleno de gente que buscaba evadirse, se podía apreciar en sus monótonos movimientos de almas colocadas hasta las cejas con una o varias sustancias. Aproveché un hueco en la barra y fuí a pedirme una copa, al apoyar el primer brazo, a la par una tía hizo lo mismo.
-Pide tu primero. Le dije
-Venga, pidamos los dos. Me contestó
-Vale, ¿tú qué tomas?
-Una cerveza
-Bien, pues una cerveza y un whisky con agua. Le dije al camarero.
-¿Con agua?. Me preguntó ella.
-Si, es que no me sientan bien las bebidas con gas.
Y así comenzamos una conversación, que derivó, quizá deliberadamente por mi parte hacia la poesía. Yo defendiendo mis tesis sobre Juan Ramón Jimenez, y ella contraponiéndomelo con Antonio Machado; la concrección contra la descripción. A la media hora y con una copa más la invité a abandonar el local, con el pretexto de llevarla a otro con la música parecida, pero no tan alta. Aceptó al instante.
-Voy al servicio y enseguida nos vamos. Me dijo.
-Vale, pero no tardes.
Cuando volvía noté que se había metido una raya, por esos extraños tics que te produce la coca, que son tan delatadores. Nos fuimos, y de camino al otro local se detuvo y me dijo:
-Déjame probar, quiero sentir tu sabor.
Y me dio un beso que casi me saca el corazón.
-Me gusta, dijo. Sabes muy bien
-¿Que tal si cojemos un taxi y vamos a por mi cohe?. Le dejé caer.
-Mejor, contestó con cara de deseo.
En el taxi nos fuimos besando y sobando todo el trayecto, sin importarnos para nada el taxista, parecíamos dos perros en celo, como si nuestros cuerpos fueran marionetas del deseo. Ya en mi coche nos pausamos para fumar tranquilamente un cigarro a medias, ella tumbada sobre mi entrepierna y metiéndome la mano bajo mi camisa, pellizcándome los pezones.
Arrancamos y la llevé hacia su casa, ella se puso a dormir, y yo, temiéndome lo peor, subía la música, pero ella ni caso. Se hacía la dormida para comprobar mi resistencia, mis deseos de follarla, de lamerla toda. Y así pasó el camino, hasta que se despertó y quiso parar para orinar, yo aproveché y bajé para hacer lo mismo, allí los dos en un lavadero que quedaba oscuro desde la carretera.
Yo meaba semiempalmado, mirándola a ella, que le gustaba ser observada y ponía una mirada lujuriosa en sus ojos, sonriendo. Volvimos a montar en el coche, pero la pasión no tardó en despertarse, a unos 2 kilómetros me hizo parar, casi enfrente de una iglesia. Comenzamos a besarnos salvajemente, metiéndonos mano ya sin escrúpulos; pasamos a la parte de atrás del coche, y allí, yo sentado con ella encima, comenzamos a frotar nuestros sexos. Como ella llevaba falda sus húmedas bragas se frotaban contra mi pantalón, y con el pretexto de que los botones me destrozaban la polla, me bajé los pantalones hasta las rodillas, y así el contacto era mayor. Poco a poco mi polla asomaba de los gallumbos y se frotaba con sus húmedos labios, que casi se comían sus braguitas.
-¿Tienes una goma?. Me preguntó.
-No, contesté con una leve sonrisa de perdedor.
Pues, entonces nos pegamos un calentón, y si quieres me comes el coño, que me relaja muchísimo.
Pero comenzando a comerle el cuello y las orejas, no me fue difícil que se fuera dejando llevar por el meneo de mis caderas. En poco tiempo ya se había echado sobre mi para besarme desbocadamente, yo en un movimiento de caderas logré bajarme el gallumbo, y cogiéndola con mis manos por el culo la pegué contra mi, y en otro preciso movimiento dirigí mi glande contra sus empapadas bragas e hice ademán de penetrarla, hundiéndole la braga en el coño. Suspiró, como vaciándose, como si la coca le bajara de golpe y comenzó a frotarse furiosamente contra mi polla, haciéndome daño incluso, y dándose cuenta apartó la braga con una mano, me miró, con la mirada más libidinosa que jamás haya visto, y me besó, como queriendo paladear todo mi cuerpo. Agarrándola por su culo, la llevé hacia mi polla y se la metí lentamente, con un leve movimiento de cadera, tensó su cuerpo, sus ojos se quedaron en blanco, y mirando al techo del coche comenzó a acoplarse a mis ,ovimientos.
Tras los primeros diez minutos de desenfreno comenzamos a suavizar los movimientos, y mientras follábamos retomamos la discusión de poesía, de vez en cuando los movimientos se aceleraban y ella jadeaba cosas como: "como me gusta", "es muy excitante" o "fóllame cabrón". Con el amanecer, y tras ella correrse, yo seguía sin acabar por mi borrachera, las primeras personas iban pasando por la acera, aunque los cristales empañados salvaban nuestra intimidad. Se quitó de encima y se puso a hacerme la mejor mamada de mi vida, ya con la gente yendo hacia la primera misa, se agarraba a mi polla y la tragaba como si de ello dependiera su vida, subiendo y bajando sus labios por todo mi miembro. La avisé cuando me iba a correr, pero aún con más ansia apretó sus labios y comenzó a mover la lengua con mi glande engullido a toda velocidad. Me corrí dentro de su boca, lo escupió fuera del coche y nos fuimos. La dejé en su coche y nunca más volví a verla, pero aún hoy me empalmo al recordar aquel salvaje polvo, y alguna noche me masturbo pensando en ello.