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Aurora estaba contenta de haber alquilado un par de habitaciones de su piso a estudiantes universitarios. Hacía tres años que su hijo se había ido de casa y uno que su marido la había dejado por una compañera de trabajo. Lo cierto es que no le echaba nada de menos, pero durante el año que pasó sola estuvo constantemente deprimida. Ahora se estaba recuperando y tendría alguien con quien intercambiar unas palabras en casa. Los chicos parecían buenos y muy educados, incluso la trataban de usted.
El que más conversación le daba era Roberto, un estudiante de segundo año de Derecho. Roberto lo tenía todo para triunfar con las chicas: era guapo, atlético, simpático, y con una seguridad en si mismo que rozaba la chulería. Raro era el fin de semana en que sus dones no surtían efecto, y nunca perdía la oportunidad de jactarse de sus conquistas delante de sus amigos incluyendo detalles de cama.
Pablo, el otro chico, acababa de ingresar en la Facultad de Geología. No era especialmente guapo ni deportista, y llevaba unas gafas que le daban un aire de empollón. Al contrario que Roberto, Pablo pasaba mucho tiempo en casa, pues ya desde el principio se había puesto a estudiar. Desafortunadamente para Aurora era un chico más bien introvertido, aunque sólo saber que había alguien casa le hacía sentir mejor.
Esta situación le servía a Aurora para afrontar su nueva vida con optimismo. A pesar de que no le faltaban pretendientes, no tenía interés en rehacer su vida con otro hombre. Y eso que, a sus 45 años, seguía siendo una mujer atractiva. No era una mujer delgada, pero eso y las cremas caras que usaba le habían ayudado mantener su piel tersa y sin apenas arrugas. Su ligero sobrepeso se repartía por sus muslos, su culo, su abdomen, y todo su cuerpo; de manera que el conjunto resultaba bastante proporcionado y sexy. Y todo quedaba minimizado en comparación con sus pechos, grandes, redondos, que a pesar de su peso y la edad se mantenían en su sitio bastante bien. Desde pequeña habían sido el blanco de las miradas de todos los hombres, y en los buenos tiempos de matrimonio la obsesión de su marido. Aurora estaba realmente orgullosa de ellos y a veces, en privado, los contemplaba y acariciaba con sus manos frente al espejo. En público, se aseguraba de que se pudiera apreciar su tamaño con ropa de talle ceñido y mostrando el nacimiento de su canalillo. Por lo demás, su ropa era elegante y seria, como corresponde a una señora respetable. Llevaba el pelo recogido y unas gafas modernas que le daban un aire de institutriz. Cualquiera podía apreciar que tenía dinero y gusto para vestuario, maquillaje y peluquería. En casa, en cambio, le gustaba estar cómoda y no llevar más ropa que zapatillas, bragas y bata.
Pablo también se había fijado en las tetas de Aurora, desde el día en que fue a ver la habitación. Siempre le habían gustado grandes, pero nunca pensó que podría excitarse con una señora de la edad de su madre. Apenas podía pasar unos minutos en presencia de Aurora sin verse en el aprieto de tener que ir a desahogarse ocultando su erección. Pablo notaba cómo las tetas pendulaban con cada movimiento de su dueña, y como la bata cedía mostrando más y más canalillo hasta que Aurora volvía a colocársela. Lo peor era cuando esas imágenes venían a su mente en el tedio de sus momentos de estudio. Pablo se imaginaba a Aurora entrando en su habitación, parándose junto a su silla, y sacando las tetas por encima del cinturón de la bata. Entonces se masturbaba mientras se imaginaba hundiendo su cara en la carne blanda, chupando los pezones como un bebé, con Aurora sonriendo y acariciando su pelo. Se preguntaba cómo serían esos pezones, daría lo que fuera sólo por verlos. Apenas le daba tiempo a imaginarse otras cosas antes de correrse. Entonces la excitación se desvanecía y venía el sentimiento de culpa y la preocupación por tener esos pensamientos con una casera cuarentona. Y después, en su presencia, la vergüenza y otra vez la excitación, en un ciclo que nunca terminaba.
Aurora había notado cómo Pablo dedicaba miradas furtivas a su cuerpo. Cosas de chicos hormonados, pensó. En cierto modo se sintió alagada.
Roberto también pensaba que Aurora no estaba mal para su edad, pero no tenía comparación con las niñas que caían cada fin de semana. El interés de Roberto en Aurora surgió tras una visita de su amigo Miguel:
¡Vaya melones que tiene tu casera!
Qué dices tío, si está para hacer caldo.
Pues yo le metería la polla en el canalillo, aunque sólo sea por probar algo diferente.
Si tanto te gusta, por qué no te la tiras. Está sola, seguro que lo echa de menos.
Si lo tuviera tan a huevo como tú, no sería tan nenaza.
Si yo quisiera la tendría suplicando por comerme el nabo.
Uuuuuu...
Esta burla era demasiado para el orgullo de Roberto.
A ver si tienes los huevos de apostarme 100 euros.
¿Y cómo sé que te la has tirado?
Te lo demostraré de alguna forma.
¡Ja!. Hecho. Gracias por los 100 euros.
Veremos...
Sin embargo el azar quiso que fuera Pablo el primero al que le llegara la oportunidad de sentir el cuerpo de Aurora.
Pablo, hijo, ¿puedes ayudarme? Se me ha caído ropa al tendedero de abajo, y el piso está vacío.
Si... claro.
Pablo siguió el culo de Aurora hasta la cocina. La ventana del tendedero era estrecha y daba a un patio interior.
Voy a intentar engancharla con esta escoba. Por favor, agárrame para que no me caiga.
Aurora se dio la vuelta y se inclinó sobre el alféizar de la ventana, ofreciendo la magnífica visión de su culo en pompa. Pablo se quedó ensimismado.
Agárrame, que tengo miedo a caerme.
Pablo no sabía dónde poner sus manos. Al final se decidió por la cintura de Aurora. Tener a Aurora doblada y agarrada por la cintura era demasiado para su sobreexcitada mente. Ahora mismo podría apartar lo poca ropa que les separaba y meterle la polla de un empujón. Se imaginaba los melones de Aurora colgando por la ventana.
Sujétame mejor, voy a agacharme más.
Sin pensar en lo que hacía, Pablo se tumbó sobre Aurora y puso sus manos en la frontera entre su vientre y sus pechos. A Aurora se le cayó la escoba cuando sintió un bulto presionando entre sus nalgas. Intentó salir de la ventana, pero cuanto más empujaba hacia atrás más la presionaba el bulto. El forcejeo duró unos segundos en los que Pablo había perdido la noción de la realidad, sólo pensaba en restregar su polla sobre el magnífico culo de su casera.
¡BASTA!- gritó ella mientras se zafaba de Pablo con un giro de su cuerpo.
La realidad golpeó a Pablo dejándole paralizado de la vergüenza. Aurora vio un bulto enorme en los pantalones de chándal de Pablo, y decidió huir de la situación sin decir nada.
Encerrada en su habitación, sentada en el borde de la cama, intentaba encontrar una explicación para lo que había pasado. Se preguntó si tenía en casa a un pervertido al que debía echar inmediatamente. La verdad es que hasta ahora Pablo había sido un inquilino modelo, exceptuando la forma en que a veces la miraba. Recordó que alguna vez había sorprendido a su hijo mirándola de aquella forma. Probablemente era algo normal en chicos de esas edades. Ella misma, siendo adolescente, se había enamorado de algún adulto. Es posible que tuviera su parte de culpa, por no haber cuidado más su vestimenta hogareña desde que estaba acompañada. Recordó su posición en la ventana, con el culo en pompa y Pablo detrás sujetándola por la cintura, y se imaginó lo que podía haber pasado por la cabeza del chico. La imagen del bulto en los pantalones volvió a su mente. Gracias a sus atributos, Aurora había visto muchas erecciones en su vida; pero ninguna que abultara tanto. Imaginando el tamaño de lo que escondía en los pantalones, Aurora volvió a sentir la presión entre sus nalgas y las manos debajo de sus pechos. Aquello era lo más cerca que había estado de otro hombre en mucho tiempo, y seguía siendo una mujer con necesidades. El pulso y la respiración de Aurora se hicieron más fuerte al pensar en lo que podía haber pasado. No hubiera sido difícil para Pablo subirle la bata y bajarle las bragas mientras la aprisionaba con su cuerpo. Y entonces, hubiera tenido vía libre para penetrarla como a una fulana. Casi podía sentir el pene duro de Pablo entrando centímetro a centímetro entre sus labios vaginales. Aurora tuvo que abrir la bata para aliviarse del calor que sentía. El aire fresco acarició sus pezones. Cerró los ojos y comenzó a deslizar las manos sobre sus tetas, imaginando que eran las manos de Pablo. Se tumbó sobre la cama y se liberó de las bragas que encerraban sus instintos. Deslizó la mano derecha por su vientre hasta su entrepierna, e introdujo los dedos en el escondite caliente y húmedo. La imagen de su joven potro embistiendo sus nalgas se instaló en su cabeza. Se estaba arrepintiendo de no haberse dejado llevar cuando tuvo la ocasión. En ese momento de placer, no pensaba en tabús ni pudores, solo en una gran polla dándole lo que necesitaba. "Mmmmmm, sigue, sssiiiiiiii...", gemía Aurora mientras deslizaba sus dedos frenéticamente. Estaba disfrutando tanto que sus tetas temblaban con las sacudidas de su cuerpo. Su excitación la llevó a imaginar a las chismosas de sus vecinas viendo como gozaba en la ventana. "¡OH DIOS, COMO ME GUSTAAA, MÁÁÁSSS, MÁÁÁÁÁÁÁSSSSS!", hubiera gritado para asegurarse de que le oían. Pensar en ello la llevó al orgasmo.
¡OH...! ¡OH...! ¡OOOOOOOOOOH...!
Se quedó extasiada sobre la cama, intentando recuperar la respiración. No recordaba cuándo fue la última vez que se había corrido de aquella manera. Había gemido demasiado fuerte, ojala Pablo no la hubiera oído. A medida que se calmaba, Aurora fue recuperando el sentido común. Se dio cuenta de que no era propio para una señora de su edad y clase masturbarse como una colegiala en celo. Y menos aún, fantaseando con muchachos que podían ser sus hijos. Sintió una profunda vergüenza, y vistiéndose, se prometió que nada de aquello volvería a repetirse.
La vergüenza de Aurora no era nada comparada con la del pobre Pablo. Estaba muy confundido, nunca se imaginó capaz de lo que había hecho. Temblaba al pensar en las consecuencias: su casera podía echarlo, o denunciarlo, o decírselo a sus padres. Se pasó los siguientes días encerrado en su habitación, evitando encontrarse con ella. En cuanto llegó el fin de semana, no desaprovechó la ocasión de huir a su pueblo. Para Roberto, esa fue la oportunidad que estaba esperando.
Esa noche del viernes, Roberto fue a una discoteca diferente a las que frecuentaba. La media de edad rondaba los cuarenta y se imaginó que casi todos serían divorciados buscando algo que llevarse a la cama. Había muchos más hombres que mujeres, pero eso no le preocupaba. Dio unas vueltas por la discoteca. Todas le parecían demasiado viejas, o demasiado gordas, o demasiado feas. Por fin, en medio de la pista de baile, divisó lo que buscaba. Allí bailaba una mujer de estatura media con un vestido ajustado con el que mostraba lo estilizado de su cuerpo. Tenía el pelo de color negro brillante, largo y rizado. Sus ojos eran verdes y su piel era del moreno que dan los rayos UVA. Era realmente guapa y sexy, y tenía varios hombre bailando a su alrededor. Se contorneaba de forma provocadora, disfrutando de la atención y castigándolos con su indiferencia. Roberto se abrió paso entre ellos, la agarró de la cintura, y comenzó a mover sus caderas al ritmo de las de ella. La mujer le miró a los ojos, sonrío, y puso los brazos sobre sus hombros. A medida que se miraban a los ojos y sonreían, los demás hombres fueron aceptando su derrota. Al final sólo quedaron ellos dos, moviéndose y acariciándose de una forma muy erótica. Roberto se imaginó que tendría menos de cuarenta, o al menos eso aparentaba. Pero lo que más le sorprendía era el tacto de su cuerpo. Su espalda, su cintura, sus caderas eran realmente firmes. No había duda de que aquella mujer hacía mucho ejercicio. Roberto estaba empezando a notar la misma firmeza en el culo de la mujer cuando ella acercó su boca y deslizó la lengua suavemente sobre los labios de Roberto. Rápidamente los besos y las caricias subieron de tono hasta que él le habló por primera vez:
¿Te gustaría tomar algo en mi casa?
¿Estas solitooo...? - preguntó ella como si le hablara a un niño de tres años.
En cuanto cruzaron la puerta, comenzaron a quitarse la ropa mientras no paraban de besarse. Para cuando llegaron a la habitación sólo les quedaba la ropa interior. Ninguno de los dos se molestó en cerrar la puerta. Roberto la rodeó con sus brazos y desabrochó el enganche de su sujetador. Ella le separó de un empujón y caminó hacía atrás mientras lo dejaba caer. Sus pechos eran pequeños y firmes, y sobre ellos sobresalían duros los pezones. Una vez más, Roberto había conseguido lo mejor. La mujer despejó el escritorio de la habitación tirando los libros de forma estruendosa, lo que favorecía las intenciones de Roberto.
- Yo tengo algo mejor para esta mesa. ¿Quieres verlo? - dijo con voz melosa.
Se quitó las bragas y apoyando su culo sobre el borde, abrió las piernas para mostrar un bonito coño rasurado. Roberto terminó de desnudarse y avanzó guiado por su polla, pero cuando la punta estaba a punto de tocar los labios vaginales, la mujer le paró y le dijo que no con la cabeza sonriendo de forma maliciosa. Roberto se dio cuenta de lo que quería cuando empujó su cabeza hacia abajo. Delante de sus narices tenía un coño jugoso deseando ser comido. Sin pensárselo dos veces, empezó a recorrer los labios con su lengua.
Mmmmm... mmmmm... siiiii... - gimió ella mientras le acariciaba el pelo.
Roberto comenzó a introducir su lengua, y la mujer puso un pie en el borde de la mesa para abrirle camino.
Siiiii... el botoncito... chúpamelooo.
No tardó en encontrar el excitado clítoris; ni en lamerlo como un gatito bebiendo la leche del plato. El placer tuvo un efecto inmediato en el volumen de los gemidos de la mujer.
SIIIII... ASIIII... MMMMM... ASIIIII...
La mujer apenas podía mantenerse sentada al borde de la mesa. Echó su cuerpo hacia atrás apoyándose sobre los codos, y el pié que antes estaba en la mesa se deslizó sobre la espalda de Roberto. La respiración arqueaba su cuerpo arriba y abajo.
¡SIGUE NIÑATO!... ¡NO PARES!... ¡NO PARESSS!
Enseñaba los dientes como una leona luchando por su comida. Roberto obedeció con gusto. De repente, la mujer atenazó su cabeza con los muslos.
¡ME CORRO! ¡ME CORRO! ¡OH, SI...! ¡SIIIIIIIII...! ¡DIOOOSSSSSS...!
Los espasmos de la mujer sacudieron la cabeza de Roberto, que casi se hizo daño en el cuello. Poco a poco se fue calmando. Roberto se levantó y volvieron a besarse y acariciarse apasionadamente.
Qué bien lo has hecho... - le susurró al oído.
La sonrisa del agradecimiento estaba dibujada en su cara. De repente, ella le tiró sobre la cama de un empujón y cogió un condón de su bolso. La polla de Roberto apuntaba al techo expectante. La mujer gateó sobre la cama hasta que su cara quedó a escasos centímetros. "¡Vamos, chúpamela!", pensó Roberto. Ella la agarró con sus delicadas manos y le puso el condón. Por fin, empezó a recorrer el tronco con la lengua hasta que llegó a la punta y la introdujo en su boca. La lengua dio vueltas sobre ella mientras los labios la masajeaban arriba y abajo.
Mmmmm... aaaaaah... mmmmm... - Roberto estaba en el cielo, y aquello era sólo el principio.
Cada movimiento de bajada de la mujer conseguía engullir un poco más de polla, hasta que Roberto empezó a sentir el roce de la garganta en la punta. A Roberto nunca se la habían chupado tan profundo, pero ella no parecía incómoda con una polla penetrando su boca hasta el fondo.
- Chup... chup... slurp... - con un último esfuerzo consiguió tragársela entera y tocar el vientre de Roberto con la nariz. Miró a Roberto a los ojos mientras sonreía saboreando su triunfo. Roberto creía que se corría con la deliciosa presión sobre la punta. Nunca ninguna de las chicas que habitualmente se tiraba le había hecho algo parecido. Para su desgracia, la demostración de habilidades había concluido y los labios retrocedieron sobre la polla.
Ssssssssslurrrrrrp... aaaaaaah...
Se colocó a horcajadas sobre la polla, la agarró con una mano, y deslizó sus labios vaginales sobre la punta.
- Ahora te voy a enseñar a echar un polvo – dijo ella.
Roberto la tenía tan dura que creía que le iba a estallar. Por fin, poco a poco, la mujer bajó su cuerpo empalándose en el mástil. Se quedó unos segundos saboreando la sensación de tenerlo dentro, y por fin comenzó a cabalgarlo lentamente. En aquella postura, Roberto podía ver su vientre plano, sus tetas firmes, sus pezones puntiagudos. Nunca pensó que una mujer de su edad podía ser tan sexy. Se incorporó dirigiendo su boca hacia ellos, y ella se los ofreció arqueando su cuerpo hacia atrás. Los lamió y mordisqueó hasta que ella le apartó de un empujón y subió el ritmo de sus caderas.
Siiiiii... dame tu polla... toda para mi... qué bien...
El cuerpo de la mujer se convulsionaba de placer. Deslizaba sus manos por su piel desde la cabeza hasta las caderas, pasando por las tetas. Viéndola como disfrutaba con sus ojos cerrados y sus jadeos cada vez más fuertes, Roberto tuvo la sensación de que era ella la que se lo estaba follando a él.
Aaaaaah... aaaaaah... aaaaaah...
Sus gemidos apenas se podían oír entre los de ella:
¡AH!... ¡AH!... ¡SIII!... ¡QUE GUSTO!... ¡SIII!...
La mujer ya follaba como una locomotora, y Roberto tenía la polla en la caldera. El calor y suavidad de las paredes vaginales terminaron por agotar su aguante. Sus músculos se tensaron y su cabeza se levantó de la cama mientras notaba que su cañón empezaba a disparar.
Aaaaah... me viene... me corro... - gimió Roberto.
¡SIII!... ¡CÓRRETE, NENE!... ¡OOOH!... ¡YO TAMBIÉN!... ¡QUÉ GUUUSTOOO!... ¡DIOOOSSSSS!... ¡AAAAAH...! - chillaba ella.
¡OOOOOH!... ¡MMMPFFFF!... ¡MMMPFFFF!... - oyeron en el pasillo.
Continuará…
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