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LA LEYENDA DEL PENE Y LA VAGINA...

LA LEYENDA DEL PENE Y LA VAGINA…

“Eso en cuatro no se ve…” dice un conocido regueatton… Pero lo cierto es que sí se ve y de qué manera. Nada más delicioso que la vista de unas suculentas nalgas con un trozo de carne incrustado hasta el fondo. Imagínense unas nalgas como las de algunos perfiles de Guía; colocadas en cuatro, ya sea contra una mesa o frente a un escritorio o en el bordo de una cama, completamente ansiosas, deliciosamente deliciosas, con la piel erizada, y deseosas de ser penetradas por un buen pene. Pene y vagina bailando juntos ¡Hum, Que delicia…!
Hacía calor en la ciudad de Medellín. A lo lejos, sobre los cerros que coronan Santa Helena, había algunas nubes que no se querían asomar al Valle de Aburrá por temor a ser devoradas por el inclemente sol canicular.

Eran más o menos las cuatro de la tarde. El sol se dirigía, cansino, hacía su ocaso sobre los cerros de San Javier y San Cristóbal. Sobre esos cerros ni una sola nube había. Lo sabía porque oteaba el horizonte desde mi oficina en el barrio Laureles.

Toda la tarde había estado excitado. Me toqueteaba con las manos por encima del pantalón; apretaba mi pene, utilizando mis dedos índice y pulgar, por encima de la tela, haciendo presión sobre él; le comprimía la cabeza dura como una panela, (ni en Concordia, Ant., hacen panela tan dura y tan fina), tratando de exprimirlo ya que eso me generaba un inmenso placer; lo acariciaba, me lo imaginaba perforando una deliciosa y jugosa vagina. Sentía como la humedad se abría paso por la uretra, fluía en forma de gotas que se asomaban por el orificio de mi pene y comenzaban a permear y humedecer la tela oscura del bóxer.

En mi mente solo había una idea. Sexo, sexo, sexo… Sexo, sexo, sexo…. Más sexo. Toda la tarde no había pensado en otra cosa. ¿Ahora quien podría calmar estas ganas tan grandes de culear?

Ya podrán imaginarse todos ustedes como me encontraba de ansioso; mi entrepierna ardía, estaba como loco, completamente famélico y con unas ganas inmensas de una chochita húmeda y caliente. Mi pene cabeceaba iracundo y levantaba, como tienda de campaña, la tela del pantalón; tenía el toldillo completamente armado. Mi carabina apuntaba hacia adelante como la ballesta de Guillermo Tell en busca de la manzana en la cabeza, mejor, la manzana en la vagina… (Vaya comparación).

¿De quién?, ¿Chochita de quien? pensé. Se me ocurrían algunas, se me antojaban otras. Hacía un momento que había visto algunos perfiles de Guía y guau, hum se ven unas nalgas redonditas y paradas, unos pechos que parecen cimas coronadas de placer, unas cositas jugosas y radiantes, unas poses todas eróticas, unos semblantes misteriosos, unos labios lujuriosos, mejor dicho, el catálogo es muy amplio y tal como me lo recetó el doctor. Cualquiera que se dé por aludida es porque seguramente su perfil observé ja. No menciono ninguno para que las demás no se molesten ja.

¿Quién? seguía pensando y cavilando. ¡Claro!

Caí en la cuenta. Mi mujer siempre me espera en casa para que le dé su merecido. “Ya intuyo quien recibirá toda esta descarga” pensé y sonreí maliciosamente… Frente a ella los perfiles palidecen ya que ella es mi realidad, aunque no niego que también me alimento de fantasías y Guía me provee muchísimas…

Cerré mi oficina y salí apresurado; raudo llegué al apartamento, estacioné el coche como pude y tomé el ascensor. Mi pene no se había doblegado ni un instante y estaba completamente lubricado. ¡Ni que hubiera ingerido Viagra!, pensé. Introduje la llave en el pestillo y abrí la puerta…

Me quité la camiseta, con fuerza lancé los zapatos a un lado y me desabroché el pantalón. Un leve frio erizó mi torso. Sería el cambio entre el calor del exterior y el aire fresco del apartamento. Las tetillas se me pusieron erectas, siempre me sucede.

-Amor… ¿Estás en casa?, grité a media voz.
-Acá en la habitación, ven.

“Huy, si está”, pensé. Toque mi pene y lo sentí completamente duro. Presuroso me quité el pantalón y quedé con mi bóxer negro. Miré y lo noté completamente empapado. Era como una mancha más negra que la misma prenda. Estaba muy inundado; era como si el Canal del Dique hubiera reventado uno de sus muros de contención e inundara todo a su paso.

Me quité, entonces, el bóxer y lo coloqué sobre la mesa del comedor. Estaba completamente ansioso y caliente. Las ganas de culear estaban acabando conmigo. Asomé la cabeza hacia la estancia y…

-¡Sorpresa!, gritó cuando me vio.La vi recostada en la cama. Estaba completamente desnuda y con las piernas abiertas. Me lanzó un beso y me dijo:
-Te esperaba ansiosa… Mira como estoy de mojadita para ti.
-Eso no es nada. Mira como estoy yo, dije, terminando de entrar en la habitación. Acercándome a la cama me incliné y me quité las medias. No me gusta culiar con medias. Nada como estar completamente en pelota para poder descargar tanta adrenalina…

A nosotros nos sucede algo inusual y es que casi siempre, sin que nos pongamos de acuerdo, coincidimos en tantas cosas y esta no era la excepción. Yo estaba pensando en sexo desenfrenado en mi oficina y a ella le sucedía algo similar en la casa.

“Blanco es, gallina lo pone… Culiada fija”
Me detuve un momento a ojear su cosita. Mi boca hacía agua. La piel de su vientre me deslumbra, me antoja, me enloquece; su suavidad me atrapa y como a un famélico me despierta el hambre. Ella se depila casi completamente la cosita solo que justo en la parte que queda arriba de su botón se hace distintas figuritas con sus vellitos. Ella y su rasuradora hacen un buen equipo. Hoy había un pequeño corazón rasurado casi al tope. Solo unos tenues vellitos permitían descubrir la forma.

-Me encanta tu corazón, dije.
-Es todo tuyo mi amor…

Mi pene, completamente perpendicular, apuntaba hacia ella. Me acerqué y con mis dedos toqué su cosita. Inmediatamente se me empaparon de un líquido viscoso y delicioso. Se lubrica con solo pensar en mí y en las cositas que le hago. “Ésta como que está en las mismas que yo”, pensé. Simultáneamente ella agarró mi chimbo y comenzó a estimularlo de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, mientras se saboreaba con sus labios. Ella sabe cuál es la fricción necesaria para darme placer sin hacerme daño. Tiene mi pene tatuado en sus manos, lo conoce a ciegas… Sus manos quedaron como las mías, completamente húmedas. Yo, al igual que ella, me lubrico con solo desearla e imaginarla.

Nos miramos y nos dijimos que nos amábamos y sin pensarlo más me subí a la cama, me le trepé y sin ayuda siquiera de mis manos, mi tolete encontró el orificio y se fue hasta el fondo, ya se sabía el camino de memoria… “Uf, que sensación”. Nuestros labios lanzaron, al unísono, un lento y largo gemido de satisfacción.
Somos amigos de los preámbulos y rara vez hacemos el amor sin un buen juego previo, sin muchos besos y miradas, sin unas buenas mamaditas mutuas, sin algunos aceiticos y jueguitos, etc. De hecho nos fascina la matemática y rara vez le fallamos al 69 pero hoy la vaina era distinta, hoy era a otro precio. Hoy no había tiempo para lamer tetas, mamar chimbo, apretar nalgas, chupar culito, arañar espaldas, meter deditos, pajitas rusas, morder labios, etc., etc., etc.

“Si no nos comíamos inmediatamente nos moriríamos”, esa era la consigna…
Bombeábamos al unísono, yo hacia abajo y ella hacia arriba. Solo se escuchaba el golpeteo de mi vientre contra el suyo, los pubis en frenética lucha, era la pugna a ver quien más duro le diera. “El universo entero enfrentado entre dos muslos buscando la joya del instante”. Ambos gritábamos de la emoción, los cuerpos sudaban, estábamos agitados y con la respiración entrecortada. Creo que nuestros jadeos se escuchaban en los apartamentos vecinos. Yo estaba casi al borde de la taquicardia y ella estaba en el mismo sentido, pero no parábamos y le dábamos, y le dábamos, y le dábamos…

“Uf, que culiada tan hijueputa la que nos estábamos dando…”
Yo soy de los que puedo alargar por buen tiempo el momento final y controlar la eyaculación para poder aumentar y alargar el placer, no solo el mío sino el de mi pareja; pero hoy solo pensábamos en venirnos, en estallar, en llegar, y mientras más rápido mejor. Sería la erupción del Vesubio y su avalancha posterior.

La cama se cimbraba, la madera crujía y como consecuencia de la fuerte culeada, la cama se iba moviendo por la habitación, como si tuviera vida propia. Una vez más estábamos escribiendo la leyenda del pene y la vagina…

El momento llegó y en menos de lo que canta un gallo ella, poniendo sus ojos en blanco, lanzó un grito de placer muy fuerte y sentí que me inundaba; infinidad de chorros salían por su vagina y me mojaban, me sentía y la sentía completamente empapada, tanto que la humedad se desplazó a las sábanas. La humedad corría por sus muslos como agua de escorrentía.

Fue tan grande la sensación que no aguanté más y me vine con todas mis fuerzas. El chorro salió disparado, catapultado hacia el interior de su vagina y la llenó de leche que, mezclada con sus jugos, formó una amalgama exquisita que fluía sin parar. ¡Ay, por fin descansé de tanta tensión acumulada! pensé.

-Amor… ¡Que chimba de venida! Le dije mirándola al rostro.
Ella entreabrió los ojos y no pudo decir nada, estaba como transportada a un mundo de magia y placer, solo hizo un gesto de aquiescencia con su cara y volvió a cerrarlos.

Con mi verga dentro de su raja me recosté encima de ella, con los codos hundidos en la cama, para no descargarle todo mi peso. Sentía, en medio del calor que me ahogaba, un descanso de toda la tensión de la tarde. Ella comenzó a reponerse y abriendo los ojos me dijo que me amaba, que era lo máximo para ella y que nunca dejaría de ser mi mujer. Que el día que mi chimbo le faltase se moriría. Yo solo le devolví una mirada enamorada…

Momentos después, como pude me descabalgué. En mi fláccido y disminuido pene había una gran gotera de semen; entonces acerqué mi falo al corazón de vellitos que tenía en el pubis y coloqué allí la goterita, como un beso, como una caricia.Ella, al darse cuenta, sonrió…
Datos del Relato
  • Categoría: Hetero
  • Media: 5.69
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