Al salir vimos a Isabel abierta de piernas, la mano derecha metida entre las bragas, masturbándose, y la izquierda apretándose los senos que se había sacado fuera. Estaba encendida. Su estampa nos hizo sonreír. Ella, al vernos, recompuso su figura y se arregló como pudo la blusa.
- El interfono se quedó abierto, les oí ..., me excité, y ... no pude contenerme.
- Es natural, no debes preocuparte. - Contestó la mujer a la vez que abría la puerta de fuera - Otra vez que venga, te invitaré a pasar, si tu jefe no se opone.
Cuando la mujer cerró tras de sí la puerta de la oficina, Isabel no sabía dónde mirar. Me acerqué a ella, la miré a los ojos y le comenté sincero:
- A veces ocurren estas cosas en una oficina. Ninguno se tiene que sentir mal. Es una anécdota y nada más. Un pequeño secreto que ambos compartimos.
Nos dio por reír. Isabel entró en mi despacho, lo ordenó como suele hacer siempre, y comentó con picardía:
- ¿Qué pasaría si aceptara su invitación? Sería una divertida experiencia, ¿no?
- ¿Podría yo con las dos? No sé si debiera arriesgarme. Además, mezclar trabajo y placer es peligroso.
- ¿Por qué no? - contestó Isabel que aún tenía esa chispa de deseo en los ojos. Apenas si había gozado con la masturbación anterior, y en su mente estaban impresas las frases y los sonidos excitantes y sugeridores de una hora de sexo no compartido. Estaba pidiendo a gritos una polla que la abriera en canal.
Excitado por ese pensamiento me acerqué a ella. Me esperó sabiendo que la iba a tomar entre mis brazos. Nos echamos uno en el otro. Nos fundimos en un largo y apasionado beso. Ella bebía de mí y yo de ella. Nuestras lenguas se mezclaban y succionaban hasta hacernos daño. La desnudé con frenesí. Su cuerpo era perfecto. No tenía que envidiarle nada a la mujer que había abandonado el despacho minutos antes. Sus senos, redondos, botaban entre mis manos. Sus pezones, de azúcar, se escabullían entre mis labios. Aún no se los habían "sacado" de tanto chupárselos. Yo me encargaría. Retozaba como una potra salvaje. Me comí su coño. Su clítoris, excitado al máximo, se perdía entre mis labios, y a cada succión, un grito de placer, rotundo y estremecedor, la transportaba fuera de sí. Mi polla había alcanzado un tamaño descomunal. Tenía que metérsela ya. Si no me aliviaba pronto, me correría entre sus piernas. Para colmo, ella asió con deleite el capullo y se lo metió en su boca. Mamó con placer varias veces. Le avisé:
- Como no dejes de chupármela no te podré follar ese coño tan lindo. Aunque ... sin condón no sé si ...
- Tengo el diu recién puesto. ¡Fóllame, por favor, fóllame! ¡Estoy tan cachonda ...! ¡Métemela hasta lo más hondo de mi vulva! - se la colocó en la entrada del coño y gritó entre estertores de placer: ¡Fóllame y córrete conmigo que voy a explotar, ah, qué gusto, cómo me está viniendo la corrida ...!
No pude darle más de cinco o seis envites. Nada más sentir la humedad caliente de su sexo, sus paredes lubricadas que me envolvían la polla aprentándomela en cada embestida, sentí la necesidad de descargar dentro de ella. El placer que me venía me hizo exclamar:
- ¡Ah, qué corrida, qué corrida ...! ¡Toma polla!
- ¡Sí, cómo la deseaba ...! ¡Dame más, más! ¡oh! ¡Me estoy corriendo, me meo de gusto ...! ¡Qué bien magreas la pipa con la polla dentro ...! ¡Ah ...!
Había sido un polvo explosivo. Mi polla necesitaba descanso, reposo. La saqué de su coño babeante. Tuve que refrescarla en el chorro del lavabo y secármela despacio. Ella permaneció tendida con las piernas abiertas. Extenuada. Ahora sí que había experimentado ella el placer, el placer de una follada a tope.
Nos vestimos. Sabíamos que algo había cambiado en nuestras vidas. Nos habíamos entregado del todo al sexo. Ahora, ¿seguiría todo como antes? ¿qué cambiaría a partir de hoy? Fue ella la que dio la pauta:
- Creo que lo que hemos hecho ha sido puro sexo. Nos hemos desahogado. Ha estado bien, muy bien, diría yo. A pesar de que te dijera antes lo contrario, cuando estaba tan excitada que lo único que pensaba era que me follaras, pienso como tú. No debemos mezclar el sexo con el trabajo, aunque, si volviera a ocurrir, tampoco lo rechazaría, ¿comprendes?
- Perfectamente. Trabajaremos, eso sí, más distendidos, con el buen recuerdo de hoy. Y, como tú dices, si algún día ocurriera algo parecido, no me importaría repetirlo.
Dejamos zanjado el asunto, al menos por un tiempo. Ambos sabíamos que, cada vez que estuviéramos cerca el uno del otro, en mi mente se dibujaría su cuerpo desnudo pidiendo placer, y ella recordaría mi verga golpeando una y otra vez dentro de su sexo, y eso nos producirá una placentera y agradable sensación.
La tarde no había tenido desperdicio. Me había follado a dos mujeres de excepcional belleza. Había disfrutado del sexo sin ninguna inhibición ni cortapisa. Necesitaba reponer fuerzas. Cerramos la oficina y bajamos a la cafetería que había en la planta baja. Pedimos unos sándwichs y unas coca-colas. Cuando entramos vi sentada en una mesa algo apartada a la mujer que una hora antes había estado encima de mí. Acababa de tomarse un zumo y se disponía a salir. Cuando pasó a mi lado se acercó y me dijo al oído:
- Sé que te has follado a tu secretaria nada más cerrar yo la puerta de tu oficina. No hay más que mirarla. Se la notaba de un cachondo subido. ¿Qué tal? ¿Tiene un buen coño? La próxima vez que nos veamos haremos un "menage a trois" de chuparse los dedos ¿Te parece?
No me dio tiempo a responderle. Me había quedado fijo mirando sus generosos senos que me enseñó gustosa al agacharse junto a mí. Su aureola circundaba los pezones más hermosos que había saboreado en mucho tiempo. No los olvidaría jamás. Por supuesto que esperaría con expectación la hora de repetir con ambas una buena experiencia de sexo.
-¿Qué te ha dicho, además de ponerte en bandeja los pechos para que te los comieras con los ojos? Yo misma le he visto los pezones como caramelos de almíbar.
Estábamos tan juntos que nuestros muslos se empujaban el uno al otro. Deslicé mi mano derecha entre ellos, los acaricié despacio y, separándolos levemente, tapados como estábamos de cualquier mirada que pudiera darse cuenta de lo que le estaba haciendo, le llegué hasta las bragas, húmedas de los jugos que desprendía su vulva aún excitada. Le metí la mano por dentro y le apreté con delicadeza el clítoris. Isabel cerró los ojos de gusto. Después le metí el dedo corazón en el mismísimo coño. Lo metía y sacaba como si la follara. Con el pulgar le apretaba la pipa acariciándosela.
- Ha adivinado que, nada más salir de la oficina, te había follado. Asegura que has de tener un coño estupendo, como para hacer un buen menage la próxima vez que venga a la oficina. De ahí que ahora lo esté comprobando. Y es cierto, con este coño que tienes me volvería loco todos los días.
- Nunca le he comido el coño a una mujer, ni tampoco me lo ha hecho otra a mí. Será una buena experiencia que, mientras le esté chupando la pipa a esa mujer, tú me estés metiendo tu enorme polla hasta lo más hondo de mi coño. Será, supongo, imposible de aguantar tanto placer de una vez, pero vámonos ahora de aquí, porque como sigas magreándomelo y metiendo mano, no voy a responder de lo que aquí pase. Estoy tan cachonda que no respondo.
Aboné la cuenta y nos fuimos al garaje a recoger los coches. Con la semi oscuridad del lugar, y el poco tránsito que en ese momento había, unido a lo apartado donde estaban, Isabel me cogió la polla y poco menos que exigiéndomelo, me dijo:
- Ahora sí que vas a follarme. No puedo irme a mi casa con el coño como me lo has puesto en la cafetería sin sentir de nuevo dentro de él, barrenándolo, tu inmensa verga.
La eché con cuidado en el capó de mi coche, le quité las bragas y le alcé las piernas lo suficiente para que me permitiera entrar de lleno de un solo golpe. Me saqué la polla, dura como un palo, y se la encasqueté entera dentro del coño. Le apretaba las tetas que subían y bajaban al ritmo de mis embestidas. Ella jadeaba de placer:
-¡Oh, qué buena, ah, qué placer me das, oh, me está viniendo, me viene, oh... ah ...oh ... me corro, me corro, ya, ya, ya ...!
Con qué ganas le descargué dentro de su coño el semen que subía por mi polla con enorme placer. Las últimas sacudidas fueron incontrolables. El morbo del lugar me habían excitado más si cabe que en la oficina. Estaba tan satisfecho y, a la vez, tan desmadejado como ella.
Isabel, recuperada unos instantes después, se arregló la falda, le puse las bragas al tiempo que la estrechaba contra mí, besándola largamente en la boca, y se metió en su coche.
-¿Estás bien? - le pregunté.
- Sí, no te preocupes.
Me tiró un beso a través del cristal y arrancó.
Entré en mi coche. Me arreglé un poco. Me miré al espejo al tiempo que me decía: "Días como éste no se pueden repetir muy a menudo. Me he follado varias veces a dos mujeres de banderas, además de los "dulces" que nos hemos comido mutuamente. Estoy agotado. Una buena cena y varias horas de sueño me dejarán como nuevo.