Si quiero empezar esta historia desde el principio he de confesarles que a mi siempre me ha encandilado mi cuñada Sara, la hermanita pequeña de mi querida esposa Sofía.
Lo estoy desde que la conocí, siendo todavía una niña, pero que ya lucia un rostro realmente precioso, tapado por una larga mata de pelo negro y escondido siempre tras unas enormes gafas. Y me dura hasta los días en que transcurrió este relato, y que ya era toda una tierna adolescente, con un cuerpo pletórico de firmes redondeces, que prometían ser tan llamativas como las de su hermana, y que siempre trataba de ocultar a la mirada de los hombres con unos sobrios vestidos. La verdad es que siempre estuve debatiéndome entre el deseo prohibido y mi estúpido sentido de la moralidad; y, para que negarlo, la mayoría de las veces vencía mi lado malo, como es normal.
Ella estaba encantada conmigo, pues al ser su único cuñado siempre la colmaba de atenciones y regalos, y no me faltaba nunca alguna historia simpática que contarle, o algún divertido chiste que la hiciera reír.
Hace algunos años, cuando era un poco mas pequeña, solía jugar a menudo con Sara a mil cosas distintas, pero según se fue haciendo mujer tuve que ir olvidándome poco a poco de esos divertidos juegos; aunque he de reconocer que me encantaban, tanto, o mas que a ella. Pues temía que antes o después se dieran cuenta ella, o mi esposa, del insoportable estado de excitación en que me ponían los inocentes roces con sus grandes y firmes senos, que solo yo parecía apreciar, o con su culito respingón, siempre escondido bajo los holgados vestidos.
No se si algún día me habría atrevido a ponerle la mano encima de un modo directo, como yo anhelaba en secreto, si no llega a ser por su extrema timidez ante los muchachos; al principio pensábamos que era un poco raro que rehuyera de forma tan tajante todo contacto con los chicos de su edad. Pero cuando realmente nos preocupamos fue el día que regreso de una fiesta del colegio llorando desconsoladamente y negándose en redondo a ver a ningún chico mas en su vida.
Por suerte nosotros conocíamos a un famoso psiquiatra, especializado en atender a adolescentes, y que era un buen amigo nuestro desde los tiempos del instituto, cuando ambos suspirábamos por la que hoy es mi amada esposa. Y, claro, no tardamos mucho en llevársela para que la reconociera. Luis, al cabo de un par de sesiones, nos recomendó que pusiéramos a la jovencita bajo hipnosis, para acelerar su curación, y todos estuvimos de acuerdo en que lo intentara.
Como mi querida esposa tiene un horario de trabajo mas complicado que el mío era yo el que la llevaba a la consulta de mi amigo, y el que la esperaba durante las sesiones. Una tarde, mientras aguardaba el final de la sesión, me quede solo en la antesala, pues la enfermera, como tenia mucha confianza conmigo, se fue a hacer un recado, ya que nosotros éramos los últimos pacientes del día. Aproveche esa oportunidad para espiar, a través de la puerta entreabierta, como se desarrollaban esas sesiones; y pude ver como mi amigo le hacia un montón de preguntas, de todo tipo, a mi cuñada Sara, tumbada cómodamente en un diván.
Cuando ya estaba a punto de acabar la sesión vi como, con toda la desfachatez del mundo, el hipnotizador le tocaba los pechos a la chica por encima de la ropa con ambas manos, sin dejar de hacerle preguntas, esta vez de índole bastante personal. El pillo no se conformo con sobar a Sara a través del vestido y, metiendo sus manos bajo el mismo, acaricio a placer sus voluminosos senos, estrujándolos bajo su juvenil sujetador, que a duras penas podía contenerlos.
Luis debía estar muy acostumbrado a estos manejos pues, con solo unos movimientos le subió el holgado vestido hasta el cuello, dejando a la vista su graciosa ropa interior.
Desde mi posición privilegiada pude ver como, con un par de tirones, liberaba sus bellos pechos del corsé. Eran magníficos, blancos y duros como el marfil, con un grueso botón rosado que llamaba poderosamente la atención. Luego me tuve que conformar con ver como su cabezota iba de uno a otro sin parar, mientras sus manos se perdían dentro de sus braguitas, separando sus piernas para hurgar mejor en su intimidad.
Al cabo de un buen rato, cuando por fin acabo la diversión, la volvió a vestir y le dijo que recordara todo lo que le había confesado bajo hipnosis menos, claro esta, los abusos de que había sido objeto; y, después, le dijo una frase muy corta, pero muy tonta, que no repetiré por los motivos que pronto entenderán.
Nada mas decírsela, mi adorable cuñada salió del trance, muy tranquila y feliz, sin recordar, por lo visto, nada de lo que le había hecho el hábil hipnotizador. Yo me apresure a alejarme de la puerta y aparentar que había estado todo el rato enfrascado en la lectura de unas revistas, para que no sospechara nada de mi.
Esa misma tarde, aprovechando que Sara se iba a quedar en casa a cenar, como hacia muy a menudo, decidí comprobar si mis sospechas eran ciertas; y, contando con que Sofía, mi mujer, tardaría aun varias horas en llegar, me anime a usar la frase anteriormente oída con mi apetitosa cuñada, a ver lo que pasaba.
El efecto fue fulminante, pues nada mas pronunciarla se quedo rígida, con la mirada perdida, a la espera de nuevas ordenes. Al principio me limite a acariciarle los pechos por encima de la blusa, y a manosearle el trasero por debajo de la falda, mientras le hacia preguntas intimas, como hacia nuestro amigo el psiquiatra, pero poco a poco fui cogiendo la confianza suficiente como para pedirle que fuera ella la que hiciera cosas.
Lo primero que logre fue que desnudara sus magníficos senos para mi, mientras yo los chupaba y lamía sin descanso, al mismo tiempo que los estrujaba loco de deseo, disfrutando de la sabrosas frutas prohibidas. Después hice lo mismo con su intimidad, saboreando embelesado su sabrosa hoquedad, pero me tuve que abstener de poseerla, como era mi intención, porque ella me confeso que era completamente virgen. Con eso quiero decir que solo había recibido unos cuantos besos en la boca, alguno con ligero toque de pechos incluido, y que desconocía todo lo demás.
Como había descubierto una mina de oro decidí tranquilizarme, y pensar en como explotarla, en mi propio beneficio, tomándome para ello todo el tiempo que hiciera falta.
Lo primero que hice fue convencer a mi amigo el psiquiatra de que yo debía participar en la cura de mi cuñada; dejando caer, como quien no quiere la cosa, que sabia como "curaba" a sus jóvenes pacientes. El, claro, cedió rápidamente al pequeño chantaje, no solo porque yo podía arruinar su reputación sino, y de esto no supe nada hasta mucho mas tarde, porque así tenia la oportunidad de estar mas cerca de mi esposa, con la cual seguía obsesionado todavía.
Para ser sincero aclarare que lo suyo era mas deseo que amor, pues Sofía era, a sus treinta y pocos, una mujer de bandera, que hacia volver la mirada a todos los hombres con los que se cruzaba. Su pelo largo y rizado enmarcaba un precioso rostro ovalado en el que destacan poderosamente sus jugosos y gruesos labios. Su mirada traviesa y sus ojos oscuros le dan un aire de diablesa que poca gente puede dejar de apreciar. El hacer mucha gimnasia, y la rigurosa dieta que seguía, le permitían lucir su enorme busto con orgullo, pues su firmeza natural hacia de sus sujetadores un mero adorno, del que solía prescindir bastante a menudo. Si a esto unimos su vientre liso y su pétreo trasero comprenderán un poco mejor su oscuro deseo.
Así que aquella misma tarde mi amigo despidió a la enfermera antes de tiempo y se dispuso a explicarme lo que debía hacer para obtener el máximo provecho de la situación en que se encontraba mi cuñada. En cuanto la tuvo hipnotizada, con la frase mágica, me permitió entrar en la consulta y me contó cual era su problema; este era en verdad muy simple, había vivido obsesionada, desde siempre, por la sombra de su hermana mayor.
Para compensar el exceso de feminidad que tenia Sofía, Sara había sido siempre muy machorra, intentando ganarse a sus amigos como si fuera uno mas de ellos, ya que su cuerpo de niña no les atraía lo mas mínimo. Al principio le iba bien; pero, cuando empezó a despertar entre los chicos el deseo sexual, ella dejo de ser una mas para convertirse en un medio de alcanzar a su deseable hermana mayor.
Pues no en vano Sofía era la chica mas deseada del vecindario, aunque estuviera a punto de ser mi mujer. Sara, a petición de mi amigo, empezó a contarnos algunas de sus travesuras de esa época; mientras, uno a cada lado, acariciábamos sus senos desnudos mientras oíamos el relato. Dado que Sofía solía estar casi todas las noches de fiesta conmigo y trabajaba por las mañanas en el comercio de sus padres, se pasaba las tardes durmiendo pesadamente, como hace siempre; pues ella tiene un sueño muy profundo del que es muy difícil despertarla. Eran esos ratos los que aprovechaba su hermana para divertirse con sus amigos por toda la casa, ya que sus padres no abandonaban el comercio hasta bien entrada la noche, y Sofía no se iba a despertar por mucho escándalo que armaran. La primera vez que los amigos de Sara demostraron interés por su hermana mayor ella misma los ayudo a introducirse en su habitación, e incluso la destapo para que la pudieran ver en camisón. Pero, desde ese día, solo querían pasar las tardes metidos en el cuarto de Sofía, disfrutando del ansiado cuerpo dormido que se les ofrecía en bandeja.
Sara, al principio, les dejaba hacer, e incluso les enseñaba como aflojarle los lazos de los camisones, para que no tuvieran obstáculos a la hora de ver, y tocar, sus grandes pechos desnudos. Llegando al extremo de bajarle las braguitas a Sofía en varias ocasiones para que estos tuvieran acceso a su espeso felpudo y a su intimidad. Pero, poco a poco, se fue encelando, al ver como era su hermana la que recibía los besos y caricias que ella tanto deseaba. Como era muy sensible se fue encerrando en si misma, alejándose de los chicos, por mas que ellos intentaban atraerla, pues sabia ver en sus pícaros rostros que solo la querían para poder estar cerca de su hermana mayor.
Al poco tiempo, cuando nos casamos, y nos mudamos de barrio, ella ya estaba sola y sin amigos. Pues con el paso de los meses se fue apartando de todos los chicos, y así fue como llego hasta este triste estado.
En ese instante mi amigo me pidió que dejáramos de jugar con su cuerpo, pues necesita oír lo que le había sucedido la noche del baile sin que nada enturbiara sus pensamientos.
Por lo que deje de succionar su duro pezón y me apresure a sacar mi mano del interior de sus braguitas, a pesar de lo a gusto que estaban allí, escarbando en la ansiada cueva prohibida.
Así fue como me entere que esa noche en cuestión había coincido en la fiesta con uno de los chicos que mas le había gustado desde pequeña, y que se había sentido muy feliz al ver que este le hacia mucho mas caso que de costumbre. Cuando la fiesta estaba ya bastante animada la había sacado a bailar, dándole una gran alegría, que se fue diluyendo conforme bailaban, pues el joven, con evidentes síntomas de embriaguez, no dejaba sus manos quietas ni un solo instante.
Como su vestido era bastante holgado se dedico a tocarle su firme trasero, a dos manos, sabiendo que nadie podía ver lo que le estaba haciendo oculto bajo los numerosos pliegues de la ropa.
Sara, quizás influida por los viejos recuerdos, se dejo acariciar, e incluso besar, sin demostrar excesiva resistencia. Pero, cuando una de sus manos encontró un hueco y se introdujo bajo el vestido, en busca de sus cálidos senos, decidió que había llegado el momento de pararlo. El chico no había esperado encontrar unos pechos tan firmes, y tan crecidos, bajo el deforme vestido, así que no quiso abandonar tan fácilmente su gran descubrimiento, y jugo un poco mas con ellos, hasta que vio que Sara se enfadaba de verdad.
Entre el alcohol, y el deseo, la saco, lo mas rápidamente que pudo de la fiesta; y, a solas, en el jardín del instituto, volvió al ataque, apoyándola contra un árbol para facilitar sus manejos. Ella, ilusionada por el inusitado interés que despertaba en el joven le dejo hacer, entregando gustosa sus labios para que la besara con ardor. El chico, mientras la besaba, había hallado el medio de introducirse bajo su blusa, apoderándose rápidamente de sus soberbios pechos. Sara le dejo cierta libertad, pero cuando noto que sus dedazos no se conformaban con acariciar, y estrujar, sus delicados senos, pellizcando burdamente sus sensibles, y grandes pezones; sino que intentaba, además, soltarle el sujetador, para dejarlos en libertad, le volvió a frenar.
Él, esta vez, no quiso atender a razones; y, entre otras muchas cosas, le dijo que no debía ser tan estrecha, que debía lucir el cuerpo como lo hacia su hermana, si quería atrapar un marido rico, como ella. Sara, al oír nombrar a su hermana Sofía, se volvió a encerrar en si misma, de manera mas férrea aun, intentando huir de su sombra, y se marcho corriendo de la fiesta dispuesta a no acercarse a un hombre nunca mas.
Mi amigo fue buscando entonces su punto débil, hasta que descubrió que Sara había disfrutado con las caricias en los pechos, hasta que estas se hicieron demasiado bruscas. Una vez que hubo averiguado este secreto la hizo despertar, después de hacerle olvidar nuestras caricias, y le aseguro que no hacia falta que volviera por la consulta, que solo debía pasar mas tiempo con un hombre con el que tuviera confianza, como yo, para que se curara del todo. Sara le quedo muy agradecida, pues no le hacia ninguna gracia eso de ver a un psicólogo, y se comprometió a pasar aun mas tiempo conmigo, hasta que se le pasara la crisis.
Una vez que estuvimos a solas me explico sus intenciones; o, al menos, parte de ellas. Yo debía lograr que ella perdiera la virginidad por voluntad propia, para conseguir que se entregara a mi sin que le afectara psicológicamente. Así que yo debía ir haciendo de ella una chica liberada, hasta conseguir que se acostara con algún amigo suyo, y después podría tener un precioso juguete sexual cada vez que lo deseara. Tenia la ventaja de conseguir que obedeciera todas mis ordenes, siempre que estas no entraran en conflicto con su voluntad, y de que conocía al chico de la fiesta, puesto que era el hijo de uno de los socios de mi empresa.
Lo que primero que tuve que hacer fue hablar en privado con el pícaro chaval y convencerle de que Sara estaba enamorada de él, lo cual no era del todo falso; y, que después del disgusto que le había dado en la fiesta, debía de invitarla al cine, para hacer las paces. Rafa, el chico, estaba un poco receloso, al principio, pero termino viendo en mi un cómplice que le podía allanar el camino, y acepto encantado mi sugerencia.
Con mi cuñada fue mucho mas fácil. Bajo hipnosis la convencí de que debía cambiar de ropa, y me fui con ella a unos grandes almacenes para ayudarla a escoger el tipo de indumentaria que me interesaba. Como estabamos en primavera compre unos vaqueros bien ajustados, para que luciera sus bonitas piernas y su trasero respingón; varios jerseys de lana muy finos, en los que destacarían poderosamente sus grandes y firmes senos, y una preciosa camisa de botones algo transparente, para empezar poco a poco.
No solo conseguí que Sara aceptara, encantada, su invitación de ir al cine, sino que la hice vestirse con los vaqueros, y la fina camisa; bajo la cual la obligue a ponerse un viejo sujetador de mi mujer, que ya le venia pequeño. Este, aparte de quedarle lo suficientemente holgado como para que la libertad de movimiento de los senos fuera mas espectacular, por su firmeza, era de un caladito muy sexi, que dejaba transparentar los pezones con toda claridad. Yo ya sabia a que película iban a ir, así que me adelante a ellos y pude sentarme justo detrás suya, sin que se dieran cuenta. Desde allí podía ver perfectamente como se divertía la parejita.
La verdad es que el chico no era nada sutil, y nada mas terminar los títulos de crédito ya estaba buscando la mejor postura para jugar con mi cuñada, mientras empezaba a besarla. Por suerte los ajustados vaqueros de Sara no le dejaban mas opción que la de acariciar sus pechos, tentadores e indefensos. Y ella, esta vez, le dejaría mas libertad; pues, obedeciendo mis ordenes, le dejaría tocárselos, mientras disfrutara con ello.
El joven no tardo mucho en pasarle un brazo por encima del hombro, ni en soltarle un par de botones, para poder ver lo mucho que Sara tenia para enseñar, antes de meter la mano hasta el fondo. Mi cuñada, al principio, se quedo bastante rígida, mientras él la besaba ardorosamente, al mismo tiempo que introducía su mano bajo la camisa.
Pero, después, cuando las caricias hicieron mella, se entrego dócilmente al placer, dejando vía libre a Rafa, para que explorase a gusto sus colinas. El chico apenas si se entero de la película, pues se paso todo el rato con sus manos, e incluso su cabeza, dentro de la amplia camisa de mi cuñada. Llego a coger tanta confianza el chaval que en mas de una ocasión pude ver desde mi privilegiada posicion como asomaba alguno de sus niveos senos por el escote de su camisa.
A la tarde siguiente, mientras la pequeña Sara me contaba el final de la velada bajo hipnosis, y yo jugaba como de costumbre con sus pechos desnudos, me di cuenta de que era mucho mas receptiva a mis caricias, comportándose de una manera mas natural, sin la rigidez de los primeros días. Me contó que, a la salida del cine, como ella se negaba en redondo a tocarle su intimidad, él la llevo a un parque cercano a su casa, donde desnudo sus pechos por completo, sacándoselos del sujetador, y abriéndole totalmente la camisa para vérselos bien a gusto, mientras los chupaba y acariciaba. Al mismo tiempo restregaba su duro paquete contra la entrepierna de Sara; y ella cree que llego a correrse en los pantalones, antes de dejarla vestir.
Mi cuñada estaba bastante colada por el chico, así que no me fue difícil convencerla de la ropa que debía ponerse, para agradarle y, al mismo tiempo, excitarle. Empezó por ponerse los finos jerseys y los vaqueros. Y, aunque no le hacia ninguna gracia que todo el mundo se fijara en su espectacular silueta, cuando vio que Rafa, y sus tres amigos, no la dejaban ni a sol ni a sombra, comenzó a cogerle gusto a la cosa.
Rafa siempre iba acompañado por esos tres amigos, de los que se consideraba el líder; y, aunque quería a Sara solo para él, le gustaba horrores presumir de su nueva conquista ante sus amigos. Ese era el principal escollo que tenia que resolver cada vez que sometía a mi cuñada a la hipnosis. La verdad es que me costo bastante conseguir que accediera a los sucios deseos de Rafa, pero, por suerte, los magreos que el chico le prodigaba, cuando la acompañaba por las tardes a su casa, me la estaban volviendo mas dócil, y asequible.
Lo mas difícil fue conseguir que se dejara besar delante de los amigos de Rafa, pero una vez que lo logre, el resto vino casi rodado. Pronto me entere, por sus confidencias bajo hipnosis, de que Rafa la besaba, y acariciaba, sin parar, cada vez que iban todos juntos a alguna parte; llegando a meter las manos bajo su ropa, sin importarle quien los viera.
La cosa no tendría mayor importancia si no fuera porque Rafa parecía muy interesado en compartir su dicha, y últimamente la acariciaba de tal forma que sus amigos podían ver con claridad su ropa interior, y a veces hasta lo que esta ocultaba a duras penas, para irritación de Sara.
Como veía que, de seguir así, el chico iba a estropear mis progresos, fui a ver al hipnotizador, para que me aconsejara; y este me recomendó un truco para evitar que mi cuñada se volviera recelosa. Solo tenia que lograr que Sara se volviera completamente despistada, ignorando todo lo que ocurriera a su alrededor.
Me costo un montón de horas el conseguirlo; pero, al final, logre que no se diera por enterada de nada de lo que sucedía a su alrededor, si yo no se lo preguntaba bajo hipnosis. Para probar los efectos le baje la bragueta de los pantalones y me la lleve a dar un paseo por el barrio. Fue todo un éxito, aunque ella misma se vio reflejada en algunos espejos, no parecía darse cuenta de que estaba enseñando sus braguitas a todo el mundo.
Sin embargo, cuando le pregunte en casa, bajo hipnosis, lo que había visto, no solo me contó las veces que se había visto las braguitas, sino que incluso me dio detalles sobre las personas que se la habían quedado mirando, y de aquellas que le habían hecho señas disimuladas, que Sara fingió no ver, ni entender.
Ahora ya no importaba tanto que Rafa abusara de ella en publico, pues Sara iba siempre tan despistada, en apariencia, que no se daba cuenta de lo que pasaba. Pero su aprendiz de novio si se dio cuenta, enseguida, del enorme chollo que era tener un ligue tan despistado.
Un día, después de un pequeño round amoroso entre clases, Sara se olvido de abrocharse los dos últimos botones de la camisa, que le había abierto Rafa para acariciarla, mas cómodamente, mientras la besaba. Así que tanto el, como casi toda la clase, pudieron disfrutar de una preciosa panorámica de buena parte de sus generosos pechos, durante el resto de la tarde.
Rafa, para asegurarse de que mi cuñada era, en verdad, un despiste ambulante, se paso los siguientes días dejándole la ropa bastante suelta, para ver como Sara se olvidaba de ella, hasta que él se lo recordaba. Como prueba final, pidió a mi cuñada, durante un recreo, que le dejara el sujetador que llevaba puesto, por unos días, como recuerdo.
Ella no dudo lo mas mínimo en entrar en el cuarto de baño para quitárselo; sin darse cuenta, aparentemente, de que sus firmes pechos se marcaban, de una forma realmente descarada, en el fino jersey; sobre todo sus gruesos pezones, que parecían querer atravesarlo, para alegría de su novio.
Después de semejante éxito, Rafa no dudo lo mas mínimo en compartir su inesperada buena suerte con sus dos inseparables amigos. Así, la siguiente vez que fueron al cine, aviso a sus compinches de que prestaran atención al increíble regalo que les iba a ofrecer esa noche. Durante la proyección de la película no se conformo solamente con dejarle casi todo el sujetador a la vista mientras la devoraba a besos; sino que, dado que Sara no parecía darse cuenta del espectáculo que ofrecía, le saco uno seno fuera del mismo.
Así los amigos pudieron ver perfectamente como el noviete jugueteaba con su grueso pezón, pellizcándolo con sus dedazos, hasta hacerlo endurecer, mientras la besaba.
Se divirtieron todos tanto con la experiencia que, a partir de ese día, Rafa no escatimaba esfuerzos para conseguir que sus queridos amigos pudieran ver los pechos de su chica.
Como ya hacia bastante calor, obligue a Sara a vestir casi siempre sin sujetador bajo sus finas camisas; pues la verdad es que yo también me divertía horrores cuando, bajo hipnosis, mi cuñada me contaba todas las travesuras que le hacían, mientras yo disfrutaba, golosamente, de sus bonitos globitos desnudos.
Ahora lo tenían mucho mas fácil, pues Rafa solo tenia que dejarle descolocados un par de botones, para que todos pudieran ver las maravillas que ocultaba bajo la camisa. Desde entonces raro era el día que sus pezones no acababan a la vista. Pero, claro, no se conformaron con eso, y Rafa pronto ideo otra diversión.
Muchas noches, cuando podían hacerlo con disimulo, se la llevaba a un apartado banco del parque, donde podía acariciarla con toda libertad, lejos de las miradas de los transeúntes; allí podía, incluso, desnudar sus preciosos pechos sin que Sara pusiera ninguna objeción.
Lo que mi adorable cuñada tardo bastante tiempo en averiguar era que los amigos de Rafa se escondían detrás de ese mismo banco, al abrigo de unos arbustos; y, en el momento oportuno, intercambiaban sus ansiosas manos por las de Rafa, para poder toquetear, por turnos, el enorme fruto prohibido. Así, mientras su novio la mantenía ocupada, devorando su dulce boca a besos, sus tres amigos se turnaban en silencio para magrear el tierno pecho indefenso durante todo el tiempo que les dejara Rafa.
Ella, por supuesto, cuando se dio cuenta se irrito bastante; pero, gracias a la hipnosis, conseguí que siguiera haciéndose la despistada, aunque me costo horrores convencerla.
Menos mal que por esas fechas llegaron las vacaciones de Semana Santa y pude preparar, meticulosamente, la siguiente fase. Tenia que conseguir que Sara dejara que su vicioso novio tuviera vía libre hasta su intimidad; pues, hasta que Rafa no venciera su resistencia, ninguno tendríamos acceso a sus zonas mas deseadas, e inaccesibles.
Y este paso era indispensable si quería llegar a tenerla solo para mi este verano, como tenia previsto. Lo que yo no sabia es que, preocupado como estaba con mi cuñada, le estaba dejando vía libre a Luis para que hiciera lo propio con mi esposa; pues, con la excusa del tratamiento, ahora había llegado su oportunidad.
Mi mujer trabajaba en la tienda de sus padres, como encargada, dado que estos hacia ya algunos años que se habían retirado al pueblo, a descansar, como una forma de pasar el tiempo, pues podíamos vivir con mi sueldo perfectamente. Pero quería dejársela a su hermana menor, cuando esta terminara los estudios.
Así, mientras yo me encargaba de suprimir las defensas de mi cuñada, esta se pasaba casi todas las tardes por la tienda de ropa, para ir venciendo la escasa resistencia de mi esposa; hasta que esta, medio en broma, medio en serio, se dejo hipnotizar en la trastienda un día que apenas si había clientes.
Luis no tardo en descubrir que el punto débil de Sofía era que le encantaba exhibirse ante los hombres, para sentir su deseo; y lo uso para ablandar su moral, como yo con su hermana menor, con intención de convertirla pronto en su amante.
Una vez que le hubo inculcado la frase mágica, distinta de la que yo usaba con Sara, empezó a disfrutar de la situación. Durante los días sucesivos solía encerrarse con mi esposa en la trastienda, pues la intimidad de esta le permitía desnudar a Sofía con tranquilidad. Asi podia deleitarse con el cuerpo que tanto había ansiado, sobándolo y usándolo con toda desfachatez.
Dada la afición de Luis por el vídeo y la fotografía supongo que tendrá un amplio dossier de esas fogosas jornadas. Aunque la pasividad de mi esposa le sacaba de quicio, por lo que decidió no volver a pasar por la tienda, para no dar que hablar a la gente, mientras trataba de convertirla en una autentica zorra con la que poder disfrutar mejor.
Pero como le gustaba controlar los sucesos en directo, utilizaba su teléfono móvil para llamar al de ella, y así poderle dar las ordenes a distancia. Se tuvo que gastar una fortuna, pues pasaba horas enteras en los bares que hay enfrente de la tienda de mi esposa, teléfono en mano, provocando la rápida caída de Sofía en su poder.
Lo primero que hizo fue convencerla de que dejara de usar sujetadores. La verdad es que esto no debió de resultarle difícil, pues ella tan solo los utilizaba cuando su ropa era demasiado transparente, o provocativa. Que fue, precisamente, el tipo de ropa que tuvo que empezar a utilizar a partir de entonces, debido a sus ordenes. Si antes los hombres la admiraban en silencio, ahora eran pocos los que podían contenerse a su paso, sin decirle un piropo, o alguna barbaridad. Y no solo ellos cayeron bajo el hechizo de sus encantos.
Sofía tenia una ayudante en la tienda; una jovencita, bastante delgada, y poquita cosa, que se llamaba Eva y que aparentaba bastante menos de los dieciocho años que tenia. Mi esposa sospechaba que era lesbiana; pues mas de una vez la había sorprendido mirándola, con una mezcla de deseo y admiración, cuando Sofía se probaba algún conjunto nuevo en la trastienda, como tenia por costumbre. Y el único hombre con el que se relacionaba era con su hermano Antonio; un adolescente de quince años, tan tímido como ella, que solía ir a menudo por la tienda, para ganarse algún dinero extra, ayudándolas a ordenar los fardos mas pesados. Pues bien, desde que Sofía empezó a lucir sus encantos de forma exagerada, por orden de Luis, la pobre chica se pasaba el día con los ojos como platos, fijos en su cuerpo, mientras el rubor teñía sus mejillas.
El hipnotizador también lo sabia, por las confesiones que le hacia Sofía mientras el disfrutaba de su cuerpo desnudo en algún rincón apartado, pero antes de sacar la vena lesbica de mi mujer tenia que estimular su exhibicionismo. Sus primeras víctimas fueron algunos incautos clientes, que entraban, a solas, a comprar algo de ropa para sus novias, o esposas, pues la tienda solo tiene prendas femeninas.
En cuanto aparecía alguno de estos, Luis llamaba a mi esposa; y, tras la frase mágica, la obligaba a despacharles, con su mejor sonrisa, enseñando todo cuanto pudiera, sin que se notara que lo hacia a propósito. Fueron bastantes los clientes que se hicieron asiduos al local, para poder disfrutar de sus mas que generosos escotes, o poder ver sus reducidas y picaras braguitas, cuando se agachaba, descuidadamente, para mostrarles alguna pieza en concreto. Con el paso de los dias mi esposa se volvia cada vez mas descarada, luciendose mucho mas de lo que le pedia el hipnotizador. Asi que pronto sus escotes se hicieron tan holgados que la mayoria de sus clientes conocian ya sus rosados pezones casi tan bien como yo mismo. Y su lenceria era tan breve que todos conocian ya el color de su pubis.
Una tarde, mientras Luis esperaba ansioso en el bar de enfrente a que apareciera algún cliente idóneo, vio al hermano de Eva acercarse a la tienda, para ayudarles a colocar el ultimo material recibido, como le había pedido mi esposa. El pícaro hipnotizador no quiso perder la oportunidad; y llamo, rápidamente, a Sofía, para que esta le recibiera adecuadamente. Cuando el chico entro en la trastienda ella estaba dispuesta para el trabajo, con la camisa casi desabrochada y un hermoso regalo oculto bajo la minifalda.
No habían abierto ni cuatro cajas cuando Sofía pudo apreciar, por el considerable bulto que se le formo en los pantalones, que al chico le gustaba lo que veía. Y no era para menos, pues el chaval veía sus soberbios pechos casi por completo; y lo poco que no veía se transparentaba claramente en la fina camisa, bastante transparente.
Pero cuando el joven se puso enfermo de verdad fue cuando mi esposa se subió a una corta escalera, para colocar el resto de la ropa en los estantes superiores. Pues fue cuando Antonio vio que no se había puesto las bragas. A Sofía no debió disgustarle el interés que ponía el chico por situarse en la mejor posición bajo la escalera, para contemplar el bello espectáculo que tenia a un par de palmos de la cara; pues ella misma, sin necesidad de ninguna nueva orden, fue la que abrió sus piernas, de una forma aparentemente natural, para que el muchacho no se perdiera ni el mas mínimo detalle de unas cuevas tan oscuras como deseadas.
Algo mas tarde, cuando Luis se dio cuenta del rápido progreso que había experimentado su víctima, tras el minucioso relato telefónico de los hechos que ella le narro bajo hipnosis, decidió empezar a saborear su anhelado triunfo. Así que, esa misma noche, aprovechando que nuestro dormitorio da a un callejón bastante solitario, se armo con su cámara de vídeo, y su teléfono, y aparco su coche frente a nuestra ventana.
La verdad es que lo tuvo de lo mas fácil, pues solo hubo de llamar a mi esposa, para que esta le informara de que yo no pensaba despegarme de delante de la tele hasta que acabara el interesante partido de fútbol que estaban transmitiendo. El resto vino rodado, en cuanto Sofía descorrió las cortinas, Luis preparo su cámara, para dejar fiel constancia, para la posteridad, de unas escenas inolvidables. El lento strip-tease que hizo mi mujer quizás no fue demasiado original, pero de seguro que fue efectivo, pues Luis tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para que no le temblara el pulso.
Después de enseñarle hasta el ultimo centímetro de su anatomía, en una larga serie de posturas eróticas, a cual mas indecente, dignas todas de la mejor revista de desnudos, Luis decidió ver hasta donde llegaba la entrega de mi esposa.
El fue el primero en reconocer que no esperaba que Sofía estuviera tan motivada; pues, sin apenas pensárselo, ella empezó a acariciarse el cuerpo, con ambas manos, en cuanto Luis se lo pidió por teléfono. Este solo tuvo que utilizar el zoom para captar en todo su esplendor la masturbación que ella se hizo, tumbada sobre nuestra cama, totalmente abierta de piernas. Mi esposa, mientras se introducía hasta dos dedos a la vez en su cálida gruta, al mismo tiempo que se estiraba los gruesos pezones, gemía de una forma tan dulce y tan elocuente que no cabia la mas mínima duda de lo poco que le costaba entregarse al placer. Sus gemidos fueron tan intensos, que también Luis mancho sus pantalones, cuando ambos llegaron al orgasmo.
Desde esa noche Luis solo tuvo que empujarla, poco a poco, para que Sofía precipitara su propia caída a la lujuria y el desenfreno.
El hipnotizador disfrutaba como un niño pequeño viendo como sus continuas llamadas al móvil hacían que mi mujer se exhibiera, todavía mas, delante de quien él quería. Gozaba sobre todo cuando los lucimientos de Sofía eran en un sitio publico, sobre todo si yo estaba presente y no me daba cuenta de lo que pasaba.
Como por aquellas fechas yo estaba obsesionado con pervertir a mi cuñada, casi no prestaba atención al comportamiento anómalo de mi amada esposa; sobre todo por que ya estaba mas que acostumbrado tanto a verla vestir con ropas llamativas, y sin sujetador, como a que ella contestara llamada tras llamada por el teléfono móvil, estuviéramos donde estuviéramos. Precisamente de eso se aprovechaba el rufián de Luis, y así podía divertirse viendo como otros hombres disfrutaban de lo que solo a mi me pertenecía por derecho.
Con el tiempo he sabido de alguna de sus jugarretas. Lo mas normal era que la obligara a agacharse, para ponerse bien las medias, en aquellos lugares donde los hombres podían disfrutar mejor de las preciosas vistas que les regalaba. Pero, según veía que mi esposa se entregaba al juego, sus ordenes eran aun mas audaces.
Un día que estabamos comiendo en un conocido restaurante la obligo a entretenerse con los botones de su camisa, mientras escogíamos el menú para que, amparada por la carta, yo no pudiera ver como el joven camarero, de pie junto a ella, contemplaba atentamente, sin ningún problema, todo el seno desnudo de mi mujer. Luis, desde la barra, veia como los comensales de la mesa que estaba frente a nosotros no dejaban de admirar las piernas de mi esposa por debajo del mantel, por lo que pidio a esta que les alegrara el dia. Y asi lo hizo, se subio tanto la minifalda que todos pudieron verle su escueta ropa interior.
Pero peor fue la noche en la que, mientras tomábamos un par de copas, sentados en la barra de un pub, la llamo para ordenarle que se quitara las bragas en el cuarto de baño, guardándoselas después en el bolso. Luis quería, además, que Sofía se bajara bastante la cremallera posterior de la minifalda, para que todo el que pasara por detrás nuestra pudiera verle una buena porción del trasero. Y la verdad es que fue todo un éxito.
El podía ver, desde una mesa cercana, como se formaban verdaderas filas de mirones detrás nuestra; además Sofía cooperaba bastante con el espectáculo, pues tenia el culo casi fuera de la banqueta, con lo que la vista era aun mejor. Mas tarde, en confesión telefónica, mi mujer le contó al hipnotizador que no supo quien fue el pícaro ayudante que, amparándose en el tumulto que pronto se formo a sus espaldas, le bajo la cremallera hasta el final, logrando que la panorámica de su trasero fuera casi completa.
Cuando Luis vio que las manos de mas de un sujeto de los que estaban junto a nosotros se metían donde no debían, aprovechando la forzada pasividad de Sofía, que soportaba estoicamente todas las caricias, hizo de buen samaritano, y la volvió a llamar, para que arreglara el desaguisado. Nada mas levantarse del taburete para regresar al baño se pego a su espalda un individuo que, ni corto ni perezoso, metió toda la mano por la amplia abertura, alcanzando fácilmente su intimidad. Sofía no podía andar mas rápido, en parte porque el bullicio del local la frenaba, y en parte porque los dedos del desconocido, cómodamente alojados en su sagrado orificio no le dejaban caminar con comodidad.
Tan hábil era el sujeto que ella tuvo que esperar en la puerta del aseo a que este la terminara de masturbar, pues estando tan cerca del clímax no quería parar. Cuando alcanzo el silencioso orgasmo se refugio a toda prisa en el baño, algo avergonzada por lo que habia pasado. Y un rato despues, al salir, ya arreglada y compuesta, no vio a nadie fuera.
Pero Luis todavía prefería la tienda, por su intimidad, y allí fue donde continuo con sus fechorías. Un día, mi mujer, siguiendo sus instrucciones, le aconsejo un atrevido top para su novia a uno de esos clientes que se habían echo tan asiduos en los últimos tiempos.
Como el tipo no estaba muy convencido de que a esta le quedara bien algo tan atrevido Sofía le sugirió que la acompañara hasta el probador, y que viera como le sentaba a ella.
El sujeto no podía creerse la suerte que tenia; y, como no, la siguió de mil amores. Mi esposa le hizo esperar fuera, junto al espejo, mientras ella se lo ponía dentro. Luego, cuando salió, casi le provoca un infarto al pobre hombre, pues el descarado top enseñaba bastante mas de lo que escondía. Sofía no se quedo conforme hasta que el cliente, después de haberlo visto bien de cerca, desde todos los ángulos, se quedo con la picara prenda. Ese fue el comienzo de una campaña de ventas de lo mas exitosa.
Se ve que los entusiasmados clientes, muy satisfechos por el peculiar servicio, empezaron a correr la voz entre sus amistades, y pronto todos tuvieron la oportunidad de realizar sus compras mas fantasiosas.
Y así, Sofía, siempre obligada por las ordenes telefónicas de Luis, se convirtió en la modelo mas solicitada de la temporada, poniéndose conjuntos cada vez mas atrevidos.
Los clientes pronto pasaron de los tops de fantasía a las camisas casi transparentes, y de estas a los bodys y sujetadores de fino encaje. Al final, como no, termino poniéndose para ellos la lencería mas caladita y sexi que había en toda la tienda. Las cajas de sujetadores y bragas transparentes volaron en cuestión de días, asi como el enorme surtido de tangas y picardias; y un afortunado cliente tuvo la oportunidad de ver a mi esposa, durante casi media hora, con un feisimo corsé muy antiguo, que solo tenia una virtud, la de servir de soporte a los pechos desnudos de Sofía, los cuales aun destacaban mas, realzados por la prenda.
Por primera vez en muchos años la tienda de mi esposa se quedo sin lencería, y con muy pocas prendas sexis. Mientras esperaba que le llegara una nueva remesa, mi esposa, comprensiva con sus clientes mas asiduos, cumpliendo así las ordenes que le daba Luis, les dejaba que permanecieran con ella en el interior del probador mientras se ponía las pocas prendas que le quedaban por vender. Allí podían contemplar, bien a sus anchas, sus maravillosos pechos desnudos, mientras Sofía se probaba la ropa escogida por ellos.
Por esos días fue cuando uno de los clientes mas perseverantes, un rico vejete la mar de simpático, le pidió a Eva que se probara un sujetador, casi infantil, que quería regalarle a su nieta. El mas sorprendido por lo que ocurrió a continuación fue Luis. Pues, antes de que Eva respondiera, Sofía, que volvía de atender a un lujurioso cliente en la trastienda, le dijo al oído que aceptara, que ella sabría devolverle con creces el favor.
La frase por si misma no era nada rara, pero la manita que, como quien no quiere la cosa, apoyaba mi esposa en el trasero de la chica, le daban un significado de lo mas expresivo. Eva, roja como un tomate, acompaño al travieso cliente al probador, mientras mi mujer comenzaba a cerrar la tienda, pues ya era casi la hora. Al cabo de bastantes minutos, cuando salió el cliente del probador, muy satisfecho por la compra realizada, Sofía termino de cerrar la tienda, y paso al interior, pues Eva aun no había salido del probador.
Nada mas entrar mi esposa, Eva, con los ojos llorosos, se abrazo a ella y, entre sollozos, le contó lo mal que lo había pasado mientras el cliente le hacia quitarse, y ponerse, varias veces la reducida prenda, hasta estar seguro de que era justo lo que estaba buscando. Sofía, comprensiva, le acariciaba los largos cabellos, mientras la chica restregaba sus húmedas mejillas entre los voluminosos senos de mi mujer. Después, durante su relato, fue intercalando pequeños besos por las amplias colinas carnosas; y, al ver que mi esposa no reaccionaba mal, uso sus pequeñas manitas para soltar los pocos botones que le quedaban a la camisa, y así tener un acceso mas fácil para sus fogosos labios. Los cuales en seguida encontraron un rígido pezón, esperando impaciente una boca que lo devorara. Si bien es cierto que Sofía no coopero en todo lo que sucedió a continuación, no es menos cierto que no opuso la mas mínima resistencia en ningún momento.
Dejo que la chica se desnudara, y la desnudara, mientras recorría todo su cuerpo con mil besos, mordiscos y caricias. Después, mientras le devoraba los pechos, de los que parecía no cansarse nunca, sus hábiles dedos, introduciéndose por ambos orificios, a la vez, lograron que alcanzara un primer orgasmo. El cual fue seguido de otro, aun mayor, cuando la incansable boca se apodero de la húmeda gruta, mientras sus finos dedos exploraban, y se introducían, por su entrada mas estrecha. Pero el orgasmo mas poderoso sobrevino cuando la chica se tumbo sobre Sofía y, mientras amasaba hábilmente los agradecidos pechos, con sus manos, restregó su húmeda intimidad con la suya, hasta que ambas gritaron de placer, a la vez.
Como verán Luis había logrado grandes progresos con Sofía, sacando a superficie la zorra lujuriosa que llevaba dentro, pero la verdad es que fui yo el que precipite la caída final de mi esposa. Digo esto porque al llegar la Semana Santa la obligue a venir a pasar unos días en el yate de Rafael, el padre de Rafa, pues era necesaria su presencia para atraer a mi cuñada hasta la trampa. Ella no quería venir, ya que sabia que al estar Rafael divorciado ella, y su hermana, serian las dos únicas mujeres a bordo del barco. Pues Miguel, el otro socio de nuestra empresa, era un solterón empedernido, y también vendría solo. Conseguí vencer su resistencia usando a su hermana menor como excusa, dado que era la novia de Rafa, que también vendría con nosotros, y que le haría compañía a ella, si se sentía sola, cuando nosotros hablásemos de negocios.
Yo sabia que a mi esposa nunca le había caído bien Miguel; y que, desde la fiesta de Navidad, en la que aseguraba que se había comportado de un modo muy grosero, no había vuelto a invitarlo a nuestra casa.
Pero lo que no he sabido, hasta hace bien poco, era lo que había hecho Miguel para enfadar así a mi esposa. Por lo visto en esa fiesta, en la que corrió el alcohol de forma bastante mas generosa de lo habitual, Miguel se envalentono lo suficiente como para aprovecharse de ella. Durante los tradicionales besos siguientes a las uvas, el muy cuco no se contento con besarla apasionadamente en la boca, lo cual aun tendría un pase. Sino que, al mismo tiempo, le estrujo un pecho, por encima del fino vestido. Aprovechando la ausencia del sujetador para disfrutar de su turgencia, y de su grueso y llamativo pezón.
A raíz de este incidente mi mujer decidió no acercarse a él en lo que quedaba de fiesta.
Pero Miguel aprovecho que Sofía estaba bailando una pieza lenta con Rafael, cuando ya casi todas las luces estaban apagadas, y los que no aguantamos el alcohol, como es mi caso, dormíamos la mona por los rincones, para abrazarse a mi esposa por detrás, y bailar juntos los tres. Sofía, al principio, creyó que era yo quien le estaba incrustando y restregando el endurecido paquete en el trasero, sobre todo por la confianza con la que Miguel le introdujo las dos ansiosas manos bajo las finas tirantas del vestido, para poder acariciar tranquilamente sus pechos desnudos a traves de su generoso corte lateral.
Después, cuando se dio cuenta de lo que ocurría realmente, decidió fingir que no le pasaba nada anormal, para que Rafael no se diera cuenta de lo que sucedía; soporto sus rudos pellizcos y apretones en silencio, hasta que acabo la pieza, y él la soltó. Pero, antes de que mi mujer pudiera reaccionar, Miguel ya la había abrazado; y, al oído, le dijo que si le concedía esta pieza él se marcharía, en cuanto acabara la música. Ella, con tal de poder perderle de vista, accedió a bailar con él, a pesar de saber lo que le esperaba.
Nada mas empezar la música Miguel introdujo ambas manos por las amplias aberturas que tenia el vestido por los laterales, y que le llegaban hasta las caderas. En solo unos segundos logro introducir los diez dedos dentro de las finas braguitas de mi esposa, para poder recorrer su trasero sin problemas. A media canción ya tenia uno de sus dedos metido, hasta el fondo, en la cálida intimidad de mi esposa; y, antes de acabar la canción consiguió que otro dedo le hiciera compañía, al mismo tiempo que sepultaba uno de sus pulgares por su orificio mas estrecho. Sofía se sentía tan llena, y dolorida, que apenas reacciono cuando, al terminar la canción, Miguel le arranco las braguitas de un seco tirón, para quedárselas como recuerdo del evento.
Luego, cuando Miguel le pidió que le acompañara hasta la puerta, mi mujer ya se esperaba el beso que le dio en la boca, así que no opuso resistencia a este; ni siquiera cuando él volvió a estrujarle los pechos, sin compasión, con su manaza.
También Sofía estaba un poco embotada por el alcohol, y cuando se dio cuenta de que Miguel le había dejado una teta al aire, bajándole la tiranta del vestido, ya era tarde para evitar que su bocaza se apoderara de ella. El desalmado chupo, mordió y succionó con tantas ganas que, varios días después, aun se le notaban señales de moratones por todo el seno, sobre todo por las cercanías del pezón.
Hace poco, bajo hipnosis por supuesto, Sofía reconoció por fin que, cuando Miguel volvió a introducir sus dedos en su intimidad, esta vez totalmente desprotegida, sintió un violento e inesperado orgasmo, que la obligo a morderse la lengua, para que no oyéramos sus gemidos de placer. Este fue tan intenso que lleno los dedos de Miguel con su abundante fluido. Fluido que este se limpio después con las braguitas de mi esposa, mientras iba hacia su coche, con una sonrisa de oreja a oreja. Dejando a Sofía, abochornada y confusa, apoyada en el dintel de la puerta, recuperando el aliento.
Mi mujer, animada por la euforia de la hipnosis, había decidido vengarse de mi, por obligarla a ir en contra de su voluntad, dejando que Miguel campara a sus anchas por su cuerpo si le venia en gana. Rafael había salido por la mañana temprano, junto con su hijo, para preparar el yate; y yo salí a media tarde, con mi cuñada, y Miguel, con la intención de llegar hasta el puerto antes de que se nos hiciera de noche.
Yo llevaba varios días preparando a mi adorable cuñada para la excursión, no solo a nivel hipnótico, sino proveyéndola del tipo de ropa adecuado para lo que me proponía hacer. Requise un antiguo bañador de mi esposa, de un blanco llamativo, que ella no se ponía desde el día en que lo mojo en la playa, y descubrió, abochornada, que se le claramente los gruesos pezones a través de la fina tela, atrayendo las miradas.
Acortando las tirantas conseguí que le estuviera bien a Sara; y, después de unas divertidas pruebas en la bañera, comprobé que a ella también se le transparentaban de una forma realmente descarada los oscuros pitones, y las amplias aureolas que los rodeaban. Pero, aun así, lo mas interesante del bañador era su parte baja; pues, al ser mi esposa bastante mas amplia de caderas que mi cuñada, el bañador quedaba muy suelto por abajo. A poco que se movía Sara se le escapaban los oscuros rizos por los laterales de la entrepierna, y apenas había que esforzarse para vislumbrar la rosada entrada de su abertura secreta a través de su selva.
Pase unos ratos realmente entretenidos, con la ayuda forzada de Sara, enseñándola como adoptar aquellas posturas que, pareciendo casuales, permitían ver mejor sus oquedades. Pues, al quedarle holgado el tanga se podía ver el virginal orificio de su entrada mas estrecha, si mi cuñada ponía las poses adecuadas.
Y aun lo mejore mas; pues, al quitarle la fina tela de protección, con la ayuda de unas afiladas tijeras, conseguí que esa zona se transparentara de igual o mayor manera que la superior. Era un verdadero placer verla allí, en el cuarto de baño de mi casa, con su llamativo bañador mojado, marcando claramente todo aquello de lo que muy pronto me iba a poder apoderar. Pues era del todo imposible que Rafa, ni ningún otro, evitara caer en la tentación de hurgar en aquel precioso triángulo oscuro, que tan a la vista estaba.
Aquel día, mientras viajábamos los cuatro en mi coche camino del puerto no podía evitar que mi mirada se fuera una y otra vez al retrovisor; pues por fin, tras arduos esfuerzos, había conseguido que mi cuñada se pusiese una preciosa, y corta, minifalda, junto con un ajustado top, que le permitía lucir sus firmes senos.
Y, gracias a la hipnosis, podía disfrutar de una magnifica vista de sus atrevidas braguitas; pues parecía no darse cuenta de que, al estar totalmente abierta de piernas, permitía verlo todo, con total comodidad.
Fue por eso que no me percate de que Miguel, desde que llego a mi casa, no había apartado la mirada de mi esposa; la cual, también por culpa de la hipnosis, llevaba puesto un ligero vestido de primavera, sin sujetador, como ya supondrán, que la hacia muy deseable, al enmarcar el pesado bambolear de sus senos.
Tanto que en el momento en que entramos en el primero de los muchos túneles que hay en la carretera de la costa, Miguel se atrevió a apoderarse de uno de los opulentos pechos de mi mujer por encima del liviano vestido, metiendo su brazo entre el asiento de ella y la puerta, aprovechando la súbita oscuridad que había.
Me imagino que el motivo de que Sofía no montara un escándalo en ese momento fue, en parte, por la hipnosis; y, en parte, para vengarse de mi. El caso es que Miguel tomo su silencio como un ofrecimiento y, en cada túnel, acariciaba, y apretaba, su delicioso juguete, hasta que logro endurecerle los pezones; al que tenia a su alcance lo dejo totalmente irritado, de tantos pellizcos y retortijones como le dio.
Nada mas salir de la zona de túneles, se aprovecho de que Sara se había quedado dormida para inclinarse sobre nuestros asientos; y, mientras nos daba conversación, consiguió bajarle la cremallera del vestido, que estaba situada en su lado bueno.
Mi desnhibida esposa tambien coopero a su manera en el curioso evento, cruzando los brazos sobre el torso para que yo no pudiera ver como la mano de mi socio se introducía comodamente por la holgada abertura para apoderarse de todo lo que allí había oculto.
Después, sin dejar de charlar, se dedico a explorar todo lo que el holgado vestido, y mi mujer, le dejaban; teniendo siempre el cuidado de no atraer mi atención.
Lo cual era realmente fácil, pues yo solo tenia ojos para mi cuñadita; que, al dormirse, había abierto todavía mas sus piernas, y me regalaba una panorámica tan perfecta de sus braguitas que hasta podía ver alguno de sus rizos mas íntimos escaparse alegremente de la prenda.
Pero para regalo el que le hizo Sofía a Miguel, pues le dejo sobar a fondo todo su seno, incluido el grueso y rígido pezón, sin ocasionarle problemas durante el resto del viaje.
El pobre, cuando llegamos por fin a nuestro destino, tuvo que poner mil y una posturas para que no viéramos lo empalmado que iba.
No sabría decir cual de los dos Rafael, si el padre o el hijo, estaba mas impresionado por las dos apetitosas bellezas que embarcaron en su pequeño yate aquella tarde. Lo que si les puedo asegurar es que ambos estaban encantados. Las dos hermanas ocuparon uno de los dos camarotes que tenia el yate, el otro estaba ocupado por Rafael y su hijo; y, Miguel y yo, dormíamos en los estrechos sofás que había en el comedor.
Mi cuñada prefirió no cambiarse de ropa, pues la hipnosis no le permitía darse cuenta de que, al poco rato de navegar, todos habíamos podido disfrutar de unas preciosas panorámicas de su alegre ropa interior. Sofía, en cambio, si que se cambio. Se puso una graciosa camisetita, anudada al ombligo, que realzaba sus voluminosos senos, libres de toda opresión; y que hacia juego con unas cortas bermudas, muy marineras.
Yo, pendiente de Sara, no me di cuenta de nada mas; pero Miguel, en cuanto la vio agacharse un par de veces, supo que tampoco llevaba ningún tipo de ropa interior debajo del ajustado pantaloncito. Para confirmar sus sospechas aprovecho que mi esposa estaba medio asomada por las escalerillas, charlando con los que estabamos en cubierta, para abrirle de par en par la bragueta, dejando al aire durante unos instantes su espeso y poblado bosque privado.
Esa noche, mientras los dos jóvenes enamorados se divertían en la cubierta superior, mis socios y yo decidimos echar una de nuestras interminables partidas de cartas. Miguel, avispadamente, se sentó en uno de los dos sofás, junto a mi esposa, diciendo que ella le traería suerte, dejándonos el otro a Rafael y a mi. Sofía, en cuanto empezamos a jugar, se acomodo en el sofá; y, poniéndose unos walkman, se enfrasco en la lectura de un libro, que debía ser apasionante, pues no lo soltó de sus manos hasta que terminamos la larga partida.
Lo que yo no sabia es que Miguel, que jugaba con sus cartas bajo la mesa, como tenia por costumbre, le había bajado la cremallera de las bermudas; y, mientras pensaba la jugada, deslizaba e introducía sus dedos por la cálida abertura de mi asequible esposa. Sofía, con mucha picardía, usaba el libro para que nosotros no pudiéramos ver los gestos de placer, e incluso de dolor, que ponía cada vez que Miguel exploraba su intimidad.
Pues ella, sentada en plan hindú para separar al máximo sus piernas en el estrecho hueco, ponía a su alcance la húmeda entrada de su acogedora gruta, para que la explorara a placer. Creo que, aunque perdió casi todas las manos, fue la partida de cartas mas memorable que Miguel habrá jugado jamas.
Mientras, arriba, en la cubierta, Rafa se ponía las botas a costa de mi joven cuñada; pues, por primera vez, podía acariciarle las piernas, y el trasero, mientras saboreaba sus labios, y sus pechos desnudos, sin que esta se lo impidiera. Sara, recostada en cubierta, con el top subido hasta el cuello, dejaba que su enardecido novio la manipulara a placer, sin importarle que sus niveos senos resplandecieran a la luz de la luna.
Y no solo eso, pues gracias a las duras sesiones de hipnosis pudo, incluso, deslizar su mano por encima de las finas braguitas, para sentir bajo sus dedos los sedosos rizos que protegían la entrada de la cueva mas deseada.
Y, para sorpresa de ambos, esa noche no se tuvo que masturbar solo, como de costumbre; pues, por primera vez desde que salían, ella accedió a que su pequeña manita fuera la encargada de aplacar su deseo. Aprendiendo, rapidamente, como debia afinar el instrumento para que sonara a la perfeccion.
Unos días después tuve ocasión de comprobar por mi mismo lo bien que se le dan a mi querida cuñada los trabajos manuales, por lo que no me cabe la menor duda de que el chico quedo mas que satisfecho por los servicios prestados.
Pero Miguel no esta acostumbrado a autocomplacerse y, esa noche, era el único que estaba despierto a altas horas de la madrugada. Fue entonces cuando mi esposa cruzo el salón, para ir al reducido cuarto de baño, vestida solo con un fino camisón, que permitía vislumbrar la mórbida carne que se ocultaba debajo.
Miguel no se lo penso dos veces y, después de asegurarse de que mi sueño era tan pesado como parecía, la siguió. Cuando abrió la puerta del baño, Sofía todavía estaba sentada en la taza; y el, sin mediar palabra, libero su endurecido miembro del encierro del pantalón del pijama, para ponérselo justo delante de la cara.
Mi mujer, comprensiva, no dudo lo mas mínimo en introducirse su rígido aparato en la boca; y, habilidosa como es en estas labores, no tardo mucho en saborear el abundante néctar que mano de su gruesa fuente, tragándoselo todo en silencio. Mientras, él deleitaba la mirada viendo sus magníficos pechos desnudos, por primera vez, mientras los acariciaba, a manos llenas, liberándolos del camisón. Pronto centro sus ataque es sus gruesos fresones, estirándole dolorosamente de los hermosos pezones mientras alcanzaba el orgasmo.
Después cada uno volvió sigilosamente a su cama, como si no hubiera pasado nada entre mi socio y ella.
Al día siguiente, cuando llegamos frente a los solitarios, y pequeños islotes, que eran nuestro destino, lucia un sol veraniego, que hacia que mi plan pudiera funcionar a las mil maravillas. Como ya esperaba, a mi simpática esposa no le importo lo mas mínimo que su hermana se quedara con su antiguo bañador; sobre todo cuando vio que a ella no le molestaba que se transparentara su cuerpo de un modo tan descarado.
Yo ya había convencido a Rafa de que llevara a mi cuñada, con la pequeña zodiac, a la pequeña cala que quedaba a popa del yate; pues era un sitio donde ambos sabíamos que había muchos peces, y la intimidad suficiente como para vencer la débil resistencia de Sara ante sus turbios manejos, cada vez mas evidentes.
En cuanto se marcharon los dos tortolitos yo alegué que no me encontraba del todo bien y, haciendo caso omiso de las bromas de mis socios, me encerré en el camarote de popa; donde, con ayuda del potente teleobjetivo de mi cámara podía ver a la perfección todo cuanto acontecía sobre la zodiac. Y que seria en verdad memorable.
Ellos, mientras tanto, tomaban el sol en la cubierta de proa, junto a mi despanpanante mujer. Pues Sofía, con su reducido bikini amarillo, que permitía ver bastantes mas cosas de las que ocultaba, les estaba alegrando la mañana.
Pero, por muy atrevido que fuera el bikini de mi esposa, el bañador de mi cuñada le daba ciento y raya. Al chico le faltaban ojos para ver todo lo que ella le enseñaba; y, cuando Sara regreso a la barca, después de darse un breve chapuzón, ya fue demasiado. Rafa no tuvo que echarle nada de imaginación a la cosa, pues ella, gracias a la hipnosis, le enseño todo lo que hasta entonces nadie, salvo yo, había podido disfrutar.
Por suerte esta vez el joven iba preparado; y, a la primera oportunidad, la convenció de que se tumbara en la proa, para, con la ayuda de un mirafondo, poder contemplar los peces. Desde mi privilegiada posición pude observar perfectamente como, en cuanto Sara se tumbo sobre la borda, bien abierta de piernas, Rafa aparto a un lado el fino trozo de tela que molestaba su panorámica, para poder ver, ya sin obstáculos, las dos húmedas entradas, prohibidas hasta ese momento. Pues ella, amablemente, le permitía maniobrar a su antojo, siempre que no se empeñara en meter los dedos donde no debia.
Después de contemplar a conciencia sus grutas durante un buen rato, se acomodo entre sus piernas y, mientras restregaba su duro paquete por la sensible intimidad de mi cuñada, dejo en libertad sus firmes senos, para que los dos pudiéramos ver sus bonitos pechos, mientras él los masajeaba.
Fue una buena táctica, pues pronto consiguió, con sus roces y caricias, que mi cuñada fuera mucho mas receptiva de lo habitual. Por eso, cuando dejo de jugar con sus pezones, para apoderarse de su angosta intimidad, ella le dejo hacer, entregada, plácidamente, a la búsqueda de su propio orgasmo.
Gasté casi un carrete entero; pues, la dulce expresión de su cara, unida a la belleza de sus prominentes senos desnudos, bien lo valía. El avispado de Rafa uso sus manos, y su boca, indistintamente, para lograr que mi adorable cuñada se corriera mas veces de las que luego pudo recordar.
Sara, agradecida como su hermana mayor, también uso su cálida boca, cuando le toco el turno de ayudar a su novio a alcanzar el orgasmo, como forma de devolverle el favor; aunque, eso si, se negó a tragarse la espesa sustancia que surgió de su rígido bastón. La unica pega era que desde donde yo estaba tan solo alcanzaba a ver el esplendido trasero de mi cuñada, mientras esta, de rodillas, se entregaba a su dulce labor. No pudiendo, por eso, obtener ninguna prueba grafica de esa parte del espectaculo.
Que duda cabe de que los tres no lo pasamos fenomenal; pero los otros pasajeros no se lo pasaron peor.
Miguel, al ver la estupenda oportunidad que le brindaba mi ausencia, no dudo lo mas mínimo en pasar al ataque. Lo primero que consiguió fue que mi querida esposa se quitara la parte de arriba del bikini; pues, entre amigos, tomar el sol en top-les no tenia importancia. Después, y gracias a la hipnosis, logro que él y Rafael fueran los encargados de ponerle la crema bronceadora, extendiéndola por su soberbio cuerpo entre ambos.
Mientras tuvieron a mi esposa boca abajo se repartieron la tarea como buenos amigos, embadurnándole el trasero entre los dos durante un buen rato, debido al amplio terreno que el escueto tanga no podía ocultar.
Pero después, cuando pusieron a Sofía boca arriba, Rafael se adueño de los pechos, disfrutando con ellos mas que un niño con un juguete nuevo. Ante la docil pasividad de mi mujer, gastó casi medio bote entre ambos senos, disfrutando como un loco, mientras amasaba las grandes colinas desnudas, asi como sus gruesas y apetitosas cimas.
Miguel, por su parte, no perdió el tiempo en tonterías; y, separándole bien las piernas, empezó a introducir sus dedos por la acogedora raja que tan bien estaba empezando a conocer. Como la entrega de Sofía era total no tardo apenas nada en deshacerse de ambos bañadores, para poder penetrarla a fondo, como ambos estaban deseando.
Cuando Rafael vio lo a gusto que se encontraba Sofía, gimiendo bajo las embestidas de Miguel, no perdió ni un instante en despojarse también de su bañador para unirse a la fiesta. Se sentó sobre mi mujer y dejo que esta, usando sus grandes globos, y su cálida boca, le enseñara una nueva forma de sexo, totalmente desconocida por él, hasta entonces. Estaban los tres tan excitados por la turbia situación que, cuando alcanzaron el orgasmo, casi simultáneo, apenas descansaron, antes de continuar con la apasionada orgía.
Esta vez, Miguel se arrellano en la butaca del piloto; y, tras algunos esfuerzos, logro introducirse por la entrada mas estrecha de mi esposa. No le debió resultar fácil, pues es un orificio que casi nunca me deja utilizar; pero, con paciencia, y bastante esfuerzo, lo logro. En cuanto consiguió penetrar a Sofía hasta el fondo, acallando sus dulces gemidos con su voraz boca, hizo que apoyara sus pies bien separados en el timón del barco, para que Rafael pudiera ocupar su lugar. Este, de pie frente a ella, era el encargado de llevar el ritmo, con sus embestidas, mientras se aferraba a los pechos de Sofía, para no resbalar.
Mi mujer nos confeso algún tiempo después, bajo hipnosis, que sentir esas cuatro manos, abarcando sus senos, mientras se disputaban los pezones; y los dos miembros, llenándola por completo, la hicieron sentir mas llena, y satisfecha, de lo que se había sentido nunca, descubriendo así nuevas posibilidades para el futuro.
Después de una mañana tan ajetreada y divertida estabamos todos tan cansados que no tuvimos mas remedio que echarnos una larga siesta después de comer. Yo me quede frito enseguida, por lo que no me di cuenta de que Sara, en su forzado despiste, había dejado casi abierta la puerta de su camarote. Creo que fui el único que se perdió el espectáculo de ver a ambas hermanas durmiendo en braguitas, pues el calor que hacia era favorecía la ausencia de ropa, y ellas habían preferido dormir con un mínimo de ropa encima.
Rafa fue el primero en disfrutar de las increíbles vistas, mientras mis dos socios terminaban de recoger la cocina, quedándose tan impresionado al ver los espectaculares pechos desnudos de mi esposa que prefirió no cerrar la puerta por si tenia la oportunidad de volverlos a ver mas tarde.
Me imagino que entre otras cosas el chico se estaría arrepintiendo de no haberles prestado la atención que se merecían. Pues, desde que los vio y palpo por ultima vez, cuando era tan solo un crío que entraba a hurtadillas en su habitación, estos había crecido considerablemente en volumen, conservando una firmeza que era digna de admirar.
Luego fueron mis socios los que se acomodaron silenciosamente junto a la puerta del camarote, para ver a sus anchas a las dos bellas durmientes. Supongo que aunque repartieran su atención entre ambas a Miguel le tuvo que atraer mas mi cuñada, dado que el cuerpo de mi esposa ya lo empezaba a conocer a fondo.
Todo esto no dejan de ser meras elucubraciones mías, pero las baso en el interés que demostraron
me encanto tu relato esta muy excitante me calento muchisimo