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Lourdes apilaba los frascos de conservas en el estante superior del pequeño sótano de su casa en Paola, Kansas. Un pequeño poblado al sur de Kansas City.
Era la época de tornados y necesitaba estar preparada por si alguno tocaba tierra. Ya hacía dos años que había perdido a su esposo y no quería perderse ella misma.
Afuera llovía y ella, de pie sobre un banquito, se aseguraba que la estantería permaneciera inmóvil.
La tapa del modesto búnker se abrió y entró Jordan, un joven afroamericano que se ofreció a ayudarle a bajar el resto de las cosas. El agua había humedecido su playera. “¿Dónde coloco esta caja, Lou?”, pero Lourdes se encontraba distraída en una gotita que recorrió la mejilla de él. “¿Lourdes?” Ella reaccionó: donde encuentres lugar estará bien.
Jordan se inclinó para dejar la caja, de espaldas a ella y ella no evitaría saborear las nalgas del hombre, recordando la última vez que tuvo sexo.
Una ráfaga fría cerró de golpe la puerta. El aire se coló por el vestido de ella, endureciendo sus pezones. Se detuvo la falda con una mano y se abrazó el pecho con la otra. Jordan, de pie, sonreía. Había visto más de lo que regularmente se mostraba. Ella se enrojeció y sintió que su corazón se aceleraba.
Sus miradas se encontraron brevemente. Jordan, con una mano en la bolsa, acarició su miembro ya despierto. ¿Se animaría o no a confesarle a Lourdes su deseo? Un trueno se escuchó y el cuarto quedó a oscuras. Se había ido la corriente. “Lou, ¿estás bien?”, “si”, dijo ella. Pero quedé arriba de este banquito. “Espera, te ayudaré a bajar”. Jordan dio algunos pasos hacia delante, tropezó con alguna caja y alcanzó a detenerse justo frente a ella, tomándola de sus piernas. Su respiración se aceleraba. También la de Lourdes.
Jordan sintió la piel suave de ella justo arriba de sus rodillas. Apretó ligeramente y ella contuvo la respiración. Jordan fue deslizando las manos hacia arriba. Ella, inmóvil. Él deslizó sus palmas hasta sentir la seda de la ropa interior de Lourdes. Ella seguía inmóvil, deseando lo que estaba a punto de empezar.
Jordan acerco su rostro a la palpitante vulva de Lourdes y respiró profundamente. Agachó su cabeza y con la nariz levantó su vestido, metiéndose debajo. Acercó su lengua a la vagina y besó por encima del calzón. Lourdes dejó escapar un callado gemido mientras Jordan lamía y besada la humedad de su vecina.
De nuevo la nariz: hizo a un ladito la diminuta prenda para sentir la humedad de Lourdes. Introdujo su lengua en la cavidad y poco a poco fue reconociendo aquellos labios ansiosos. Lamía con ritmo, sin pensarlo. Con un deseo primigenio. Sus manos seguían aferradas a la cadera y ella sentía como sus piernas se doblegaban. Él la tomó de la cintura, la acercó hacia si y descendió lentamente del banquito, acercándola a su rostro y besándola de lengua.
Ella pudo sentir el miembro palpitando, empujando, queriendo escapar de entre sus ropas. Sin dejar de besarlo, Lourdes bajó el cierre del pantalón de mezclilla de Jordan, liberándolo. Con la uñas recorrió el tamaño su longitud, despacito. Lo frotó con los dedos y descendió poco a poco por la oscuridad sepulcral y se sentó en el banquito, con el pene de Jordan frente a su boca.
Lourdes se lamió los labios y besó el glande. Lo besó una, dos, tres veces y lo introdujo en su boca. Chupaba, mamaba mientras lo tomaba con ambas manos. Jordan colocó una mano sobre la cabeza de ella, para sostenerse. Ella chupaba con la lujuria contenida de 2 años sin sexo.
Jordan no podía creer lo que pasaba y trataba de contenerse un poco para no eyacular en su boca. Lourdes disfrutaba del miembro de Jordan. Más grande y grueso que lo recordaba en su marido.
Jordan no resistió y la puso de pie. La giró y ella, con las manos sobre el banquito se preparó para lo que venía.
Él metió la mano debajo de su falda y apartó el calzón mientras con la otra mano soltaba su pantalón, dejándolo caer.
Lourdes sintió toda la virilidad de Jordan dentro de ella, en un instante diminuto y breve. La eternidad llegó cuando él se mecía delante y atrás, gustoso, dentro de ella. Feliz de ella. Su vagina apretaba y ella sentía que por vez primera estaba realmente con un hombre. Necesitaba más.
Con su mano izquierda reafirmada sobre el banquito, usó su mano derecha para tomarlo a él de las nalgas y jalarlo hacia ella. Más, le pedía más fuerza al tirar de él.
Jordan comprendió y penetró con rapidez, con profundidad. Los relámpagos ahogaban los gemidos de Lourdes. Sus quejidos apasionados. Sintió cómo Jordan eyaculaba y disminuía su ritmo. Ella se apartó de él, se incorporó y lo sentó sobre el banquito. De cuclillas, lanzó su boca sobre el miembro.
No estaba dispuesta a dejarlo a ir tan rápido. Jordan se excitó de nuevo y sin perder su virilidad recibió con gustó a Lourdes, sentada de espalda sobre él. Enloquecida de placer, se sostuvo como pudo de las rodillas de Jordan, rebotando sobre quien se acercaba a un segundo orgasmo.
Él la sostenía de la cintura, cuidando que no cayera y afuera la lluvia arreciaba.
Otro relámpago estruendoso ahogó el orgasmo de Lourdes y uno más el crack del banquito, que había cedido ante la presión de los lúdicos amantes que, entre sonrisas ya buscaban una vela que encendiera de nuevo aquella primera noche de placer.
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