Busqueda Avanzada
Buscar en:
Título
Autor
Relato
Ordenar por:
Mas reciente
Menos reciente
Título
Categoría:
Relato
Categoría: Infidelidad

Chocolate oscuro con relleno de crema

A Moisés lo conocí un día que Saúl, mi marido, hizo una reunión en la casa con los compañeros del grupo colegiado al que pertenece en la facultad donde da una o dos clases, según le permiten las actividades restantes que le absorben casi todo el tiempo. La reunión era para discutir a quiénes apoyaría el grupo para ocupar la plaza de director que en breve quedaría vacante por conclusión de mandato. Yo no tenía nada qué hacer allí, pero quise quedarme para apoyar a la sirvienta en el servicio de la cena. Yo conocía ya a algunos de sus compañeros, pero a no a la mayoría de los presentes. Saúl me los fue presentando conforme fueron llegando.



Todos se comportaron muy amables conmigo, incluso dos tipas que yo sabía que acosaban a mi esposo, y seguramente él les dio lo que le pidieron –particularmente una cuyo esposo se ausentaba periódicamente a Brasil y casualmente en esas fechas, Saúl llegaba muy tarde a casa–. Eran tiempos donde las relaciones de mi matrimonio estaban muy deterioradas y yo, a mis 29 años, le dije a mi esposo “mejor tú búscate a alguien que sí quiera coger contigo” en un momento de enojo porque él me pedía que yo fuera más discreta con mis infidelidades para que no fueran un motivo de molestia para nuestros familiares. Sí, mis palabras propiciaron que mi esposo tuviera en otra parte lo que yo no le daba siempre que él quería, y hasta la fecha, esas amigas de entonces son las que más celos me provocan cuando lo buscan y no las otras que son más jóvenes en 20 o 25 años, porque sé que los lazos se han hecho más fuertes entre ellos, a pesar de los cónyuges que hayan tenido–.



Pero volvamos con Moisés. Un exilado en México por cuestiones políticas, raza afro, dirían hoy, entonces decíamos simplemente “negro”. Alto, cercano al 1.80 metros, delgado pero con los músculos muy marcados. No hubo duda que lo impresioné cuando Saúl me lo presentó.



—Buenas noches, sea usted bienvenido —le dije dándole la mano y un beso en la mejilla.



—¡Qué hermosa bienvenida! —dijo con un español impecable después del beso y, mirándome de arriba a abajo, haciendo especial énfasis en mi escote, añadió en francés—Vous êtes très beau! Me lo habían advertido mis colegas. Me da gusto conocerla y verificar que no me mintieron en nada —concluyó volteando nuevamente a ver mi pecho.



Me simpatizó mucho y me agradaron sus comentarios, pero no pasó de allí. La reunión se dio y al final empezaron a retirarse poco a poco. Cuando se despidió Moisés de mí me dio un abrazo fuerte para sentir mis tetas, diciéndome “Me felicito de haberte conocido”. Sí, cambió el trato de “usted” por el de “tú”. “Igualmente”, contesté sin darle importancia a su acción.



A lo largo de seis años hubo más ocasiones donde coincidimos. Particularmente una vez que fue a la casa para llevar a su hermana a para que Saúl le diera clase sobre cómo calcular las distribuciones de los alelos, o algo así. Se quedó platicando conmigo casi dos horas en tanto que esperaba a su hermana. Su charla fue entretenida, aunque frecuentemente lanzaba algunos suspiros cuando me veía el pecho. Yo solamente reía cuando lo hacía notoriamente, pero no le di ocasión de nada más. Alguna vez más, cuando fui por Saúl a la Universidad, coincidimos en las escaleras y me pidió que escribiera en manuscrito una frase que él traía para hacer un cartel porque según él, mi caligrafía se prestaba para ello. “No te tardarás nada”, me dijo tomándome de la mano para llevarme a su cubículo. Escribí varias veces, en distintos tamaños y con distintos grosores de plumillas lo que me pidió. Me dijo “Gracias, quedó muy bien” y me volvió a tomar de la mano para llevarme hasta donde se encontraba mi esposo diciéndole a Saúl “Me la encontré en las escaleras y la retuve un poquito, pero ya está aquí. Hasta luego”. “Adiós, gracias”, contestó mi marido. Esa fue la primera vez que me pregunté qué se sentiría con un negro y quise saber si era cierto lo que algunas amigas me habían contado de ellos: no se cansan de hacer el amor, tienen el falo grande al igual que los testículos llenos de leche que te la dan en abundancia, como si fueran sementales. Además, me impresionó el contraste de color en sus manos sobre las mías. Después de seis años de conocerlo, tuve la intención de hacer el amor con él. Así que planeé cómo acercarme. Le hablé por teléfono invitándolo a tomar un café cualquier día que él pudiera en la mañana.



Bonjour. ¿Moisés? —pregunté después de que él contestó el aparato.



Oui. Qui est-ce? —escuché y hubiera querido seguir practicando mi escaso francés que aprendí en la preparatoria, pero no daba para mucho, así que cambié al español.



—Soy Tita, la esposa de Saúl.



Ah, la belle Tita! Dime —contestó.



—Pues no te puedo decir por teléfono, pero quiero que platiquemos un poco.



—Bien, ¿cuándo y dónde quieres que nos veamos? —preguntó.



—En un café, cualquier día que tú puedas en la mañana.



—Bueno, si no es muy urgente, podría ser el jueves en el “Relox”.



—Bien. Gracias. Allá nos vemos —dije y colgué.



Era invierno y hacía frío ese jueves, así que ponerme algo escotado era impensable. Sin embargo, me puse un ajustado suéter gris de cashmer con cuello alto que hacía resaltar lo que Moisés veía cuando me lanzaba piropos, lo acompañé con una minifalda tableada guinda, mallas y botas negras.



Llegué puntualmente y él estaba esperándome en la puerta. Lo salude con un beso entre la mejilla y la comisura de sus labios. “Oh, la la!”, fue su respuesta después del beso y se separó para ver mejor mi silueta.



Je regarde très beau... —me dijo, o algo así, y me abrió la puerta para que pasara.



Nos atendieron de inmediato y solamente pedimos café. Me preguntó por mis hijos, yo hice lo mismo, además le pregunté por su esposa y me dijo que ya estaban muy mal sus relaciones y que aún no definían los acuerdos con los que se separarían.



—Yo no lo sabía, Saúl no me ha contado. Bueno, en realidad ya no me cuenta nada, nosotros también estamos muy mal y creo que anda con otra u otras... —le dije.



—¡Oh...! ¿Te consta o sólo lo crees? —



—Bueno, frecuentemente llega muy noche, a veces a las dos de la mañana y no me toca. Tengo muchos motivos para suponer que concretamente anda con Regina pues cuando su esposo se va de viaje, Saúl llega tarde y muy contento. ¿Tú qué sabes? —le espeté sin más, invadida por los celos y olvidándome de lo que yo me proponía con esta cita.



—Regina... No, no sé, ni lo imagino. Si así fuera, ellos son muy discretos. Además, yo me llevo muy bien con Regina y ni por asomo he detectado algo cuando hablamos de Saúl. Te confieso que Regina me gusta mucho, es muy bonita y tiene mucho parecido contigo: ojos, nariz, boca y pelo, excepto que tú tienes una hermosa voz y la de ella es muy aguda, también tienes dos mejores atributos... —dijo mirándome directamente al pecho— Con una esposa así, no tendría por qué buscar algo levemente diferente en otra parte, a menos que... —dijo esto último viéndome a la cara y entrecerrando los ojos inquisitoriamente.



—¡¿A menos que qué?! —pregunté urgida de saber lo que pensaba.



—A menos que le gusten las ingenieras con posgrado. ¡Ja, ja, ja! ¡Qué celosa te ves! —exclamó y continuó riéndose.



—No me hace chiste lo que dices, pues yo no terminé mis estudios de licenciatura ya que tuve que trabajar —contesté enojada y sintiendo una profunda tristeza por ver una razón de inferioridad ante ella.



—Lo siento, fue un mal chiste. Es claro que, además de los hermosos atributos físicos que tú tienes de más, no desmereces en cultura ante Regina. El chiste lo solté porque vi algo más como explicación —me dijo con un gesto grave.



—¿Qué?



—Mira te seré franco. Cuando me dijiste que sospechabas en que ellos estuviesen de amantes, sentí que yo no tenía nada qué hacer al intentar acercarme a Regina para tener lo que mi esposa no me da. Pero suponiendo que tus sospechas fueran ciertas me hizo suponer que eres tú quien no le das a tu esposo lo que él quiere —aseguró enfáticamente y trató de seguir hablando, pero se me salieron las lágrimas después de un quejido ahogado.



Moisés sacó su pañuelo y me lo ofreció antes de que yo pudiera sacar uno de mi bolso. Lo tomé y, cerrando los ojos, traté inútilmente de calmarme. Sentí un cálido abrazo, dejé que mi llanto saliera y el abrazo tuvo más presión. Pasados unos minutos sólo le dije “Gracias” y traté de sonreírle. Moisés me correspondió con una sonrisa y se quedó callado esperando que yo hablara, pero ¿qué podía decirle?, cualquier cosa sonaría a justificación vana.



—Quizá tengas razón...



—“Quizá”, ¿no estás segura?



—Tienes razón, pero no sé qué me pasa. Soy ninfómana, a veces tengo atracción por alguien y por lo general llego a consumar mi deseo. Eso lo sabe Saúl, y aunque no está de acuerdo, lo tolera. Sin embargo, no sé por qué razón en ocasiones yo no me comporto seductora para él, incluso, cuando siento celos, lo rechazo y complico mucho nuestra convivencia —expresé ante su mirada de asombro por mi confesión.



—Bueno, intenta acudir a un psicólogo, tal vez haya una manera de que tu comportamiento con Saúl mejore su relación, porque de lo otro, la ninfomanía, no sé qué se pueda hacer. Es más, me gustaría ser uno de los elegidos por ti —dijo sonriendo y acariciándome la mano.



—Ja, ja, ja —reí ante su franqueza.



—Es en serio lo que digo. ¿Acaso tú también eres racista?



—¿“También”? ¿A qué te refieres? —pregunté porque no entendí si se refería a él, a pesar de lo que dijo sobre “ser uno de los elegidos por mí”.



—Bueno, quizá voy a hablar de más, pero te ruego que no lo digas a nadie, ni a Saúl. ¿De acuerdo? —me dijo seriamente y muy enfático.



—De acuerdo —contesté en el mismo tono.



—Me refiero a Saúl —contestó mirándome fijamente a los ojos.



—¡No puede ser! —exclamé asombrada —Saúl no es así...



—Bueno, tal vez no, pero no sé cómo explicar lo que pasó, más bien, lo que no pasó entre él y mi hermana. Ella quedó perdidamente enamorada de Saúl en cuanto lo conoció y no dejaba de hablar de él, exaltaba todas sus virtudes y un día me dijo “quiero tener un hijo de él”. “¡¿Estás loca? Saúl es casado, tiene una familia, no tienes nada que hacer ahí!”, la contravine airadamente. “Sólo quiero una noche y un hijo, nada más” declaró vehemente.



—¿Y qué pasó? —pregunté intrigada y asombrada porque esa pasión nunca la noté.



—Mi hermana lo buscaba con cualquier pretexto para estar junto a Saúl aunque fuera poco tiempo. Ella le declaró a Saúl sus sentimientos, incluso lo tentó alguna vez mostrándose desnuda, pero de nada sirvió. Tu marido se comportó amable y caballeroso para no ser hiriente en la negativa. Mi hermana se sintió ofendida porque nunca antes se había comportado así con nadie y, según ella, Saúl la despreció porque él es racista —concluyó.



—Frecuentemente le ocurren cosas así a Saúl y él es muy tajante en dar su negativa, pero no por racista. Debió pesar más que se tratara de tu hermana para no enredarse con ella —justifiqué sin saber qué tanto desconozco de mi marido, pero lo cierto es que él no es racista.



—Bien, ya debo irme —me dijo tomándome la mano—. Pero me gustaría que me anotaras en tu lista... —añadió sonriendo.



—Ya veremos... —le contesté coquetamente, dándole un beso en los labios, sabiendo que la próxima vez sería mío.



La oportunidad vino tres meses después y salió casualmente. Me quedé de ver con una amiga en el café de una conocida librería para devolverle un catálogo que me había prestado y llegué con suficiente tiempo para ver primero las novedades en libros. En eso estaba cuando sentí que me tomaron del talle con las dos manos y me sorprendí.



—No voltees, adivina quién soy —escuché una agradable voz conocida, la cual precisé cuando vi las falanges extremadamente morenas en mi cintura.



—¡Moisés, quién más! —dije tomando una de las manos y volteando hacia atrás.



La alegría de encontrarnos, se nos notaba a ambos. Nos dimos un beso en la boca y un abrazo, confirmando el porqué del gusto por encontrarnos. Sentí la calidez de su presencia y en el abrazo me estrechó lo suficiente para presionar mi pecho contra su abdomen y también sentí algo más...



—¿Qué haces por acá, buscando algún libro en particular? —me preguntó.



—No precisamente, ando viendo las novedades en tanto espero a una amiga —contesté.



—¡Uh, ya tienes plan...! —dijo en tono desanimado.



—No, sólo voy a entregarle un catálogo y luego lo que tú quieras... —contesté haciéndole ver que el día nuestro había llegado.



Très bien! ¿Lo que yo quiera? —preguntó alegremente.



Oui. Tout ce que vous voulez... —precisé.



En eso estábamos cuando nos vio mi amiga, a quien le presenté a Moisés y le di su catálogo.



—¡Qué bueno que llegas a tiempo, Moisés se ofreció a darme un “aventón” y lo voy a aprovechar. Adiós —le dije a mi amiga como única aclaración y nos despedimos. Seguramente ella se imaginó el “aventón” que yo quería.



—¿Traes auto? —le pregunté a Moisés.



Oui —dijo señalándome la dirección donde estaba su automóvil.



—Bueno, yo también, pero nos vamos en el tuyo y luego me regresas aquí —le aclaré.



Una vez en el auto, me abrió la puerta para entrar. Al sentarme se me subió la falda y él sonrió, dijo “blancos”. “No” contesté y cerró la puerta.



—¿A dónde vamos? —preguntó una vez que estuvimos arriba del carro.



—¿No se te ocurre un lugar? Hoy estás en mi lista, te acabo de anotar, y en tres horas tengo que estar en mi casa... —contesté con coquetería.



—Sí, ¡claro que sí! —dijo echando a andar el motor y enfilamos hacia la salida a Cuernavaca...



Entramos a un motel, nos asignaron una villa. Bajó a pagar y hasta que la puerta del garaje estuvo cerrada me abrió la puerta el auto. Había poca luz en el lugar. Tomó mi mano con delicadeza para ayudarme a bajar y le dejé ver lo suficiente para que otra vez sonriera, pero se quedó asombrado: vio negro.



—¿De qué color viste? —pregunté cuando estuve de pie.



—Pensé que los traías blancos... —contestó dudando un poco.



—Sí, los traía... —dije mostrándole mis pantaletas en la mano, las cuales me había quitado mientras él pagaba al empleado del hotel. Al verlas soltó la carcajada.



—¿Traes mucha prisa? —preguntó.



—No, me gusta empezar despacio —contesté abrazándolo y dándole un beso muy caliente donde nuestras lenguas juguetearon lo suficiente para sentir en mi regazo cómo crecía su pene, el cual había pegado a mi cuerpo al sentir mis brazos.



Pasamos al interior de la villa y de inmediato me tiró en la cama para subir mi falda y se puso a chupar mi vagina desaforadamente. Ya estaba yo muy mojada y su boca hizo que me viniera dos veces. “Estás muy rica” dijo en cada una de las veces en que mis jugos escurrieron y no dejó de chupar hasta que le pedí que me dejara ir al baño, estaba segura que me orinaría allí si él seguía mamándome el clítoris y los labios.



Al regresar a la recámara, Moisés estaba completamente desnudo y constaté que los negros, al menos él, la tienen muy grande. No pude evitar un gesto de asombro y seguramente de alegría pues él sonrió cuando me vio a la cara.



—Pensé que te ibas a quitar la ropa... —dijo algo turbado.



—¡Con gusto me la quito! —le dije sin dejar de ver el palote que tenía ante mis ojos y pasé al hecho, dándole cada prenda conforme me deshacía de ellas para que las acomodara sobre los muebles.



“Dios mío, que hermoso pene y qué grandes testículos” decía feliz para mis adentros. Cuando estuve completamente desnuda, Moisés se acercó para acariciarme las tetas y yo me prendí con las dos manos de su verga, no podía dejar de sentir tanta lascivia ante ese portento que parecía extraído de un cromo porno. ¡El prepucio estaba remangado y el glande brillaba con el líquido preseminal, en mi mano no cabían sus dos bolas juntas!, aunque sí una sola. Jugué con su miembro y no aguanté más las ganas de mamárselo, así que me hinqué y empecé a saborear su glande que escurría el líquido preseminal en cada jalón que le daba a su tronco de abajo hacia arriba. Sin soltarme de su tranca chupé cada uno de los huevos abriendo desmesuradamente mi boca. Paseé mi lengua a todo lo largo y ancho de su gran mástil y por último me concentré en la punta. ¡No me podía meter todo eso en la boca!, pero sí una buena parte. Mi lengua trabajaba en el glande y mis manos en su tronco y en los testículos. “¡Qué rica barra de chocolate!”, le decía cada vez que me separaba para tomar aire. Moisés, con la cabeza echada hacia atrás y acariciándome el pelo me pedía que siguiera: “¡Mama, Tita, mama!”. Sentí que su falo se puso más rígido y eyaculó un gran chorro que fue directamente a la garganta, y otro más que retuve en la boca para saborearlo. Me incorporé y le di un beso para que probara la sabrosura que me había dado. En el abrazo caímos a la cama sin separar nuestras bocas, sintiendo nuestras lenguas deslizarse una con la otra en la mezcla viscosa de saliva y semen...



—¿Te gustó el relleno que tenía el chocolate? —le pregunté al concluir el beso.



—Probarlo con tu lengua sí. Parece que a ti también te gustó mucho, vi cómo lo saboreabas... —Dijo antes de levantarme un poco con las dos manos en mi cintura para acomodar mi pecho a la altura de su boca y ponerse a mamar.



Bajé mi cabeza tratando de mirar cómo se regodeaba con mi mayor atractivo y lo dejé hacer. ¡Mamaba muy bien, parecía bebé! Mientras abría grande la boca para meterse la mayor cantidad de chiche, se ayudaba con una mano apretándome suavemente el seno; con la otra mano se entretenía jalándome el pezón y jugando con él lo retorcía. Después cambió de lado para “saborear las dos”, dijo. Por último, juntó las dos tetas colocando los pezones juntos y ambos los tuvo un tiempo en la boca.



—¡La leche que salió de aquí cuando amamantabas debió ser muy dulce. Tu esposo debió disfrutarla...



—Sí, y también el padre de mi hija... —contesté recordando a Roberto y dando un suspiro.



Quoi!—exclamó Moisés abriendo desmesuradamente los ojos.



—Es la primera vez que lo digo, ni siquiera el padre lo sabe, aunque Saúl sí —dije soltando el llanto—. ¡Fue un accidente!, supuestamente en esa fecha no podía embarazarme, pero así fue. Ahora uso DIU —concluí, lamentando mi confesión.



Moisés me abrazó con ternura hasta que dejé de lloriquear.



—Lo siento, tú no tienes por qué saber esto. Además, estamos aquí para otra cosa... —dije acomodándome su glande para moverlo entre mis labios interiores lubricándose de inmediato.



Bastó que Moisés hiciera un ligero movimiento para que yo tuviera la mitad de su verga adentro. Me enderecé apoyándome en las rodillas y lentamente me fui introduciendo el inhiesto miembro moreno gozando cada centímetro que entraba. ¡Nunca había sentido algo tan grande dentro de mi vagina! Cabalgué un buen rato antes de venirme intensamente dando gritos de placer. Caí sobre su pecho y él aprovechó para darse la vuelta y quedar sobre mí entre mis piernas abiertas y algo entumecidas por la ración tan grande que probaba por primera vez. Sentí cómo metía sus brazos bajo mi espalda y me cogió de los hombros con sus manos para moverse cada vez más rápido en el mete-saca.



—¡Vente, negrazo! ¡Lléneme de tu blancura! —grité aprisionándolo al enlazar mis pies.



—¡Claro que me vengo, mamacita! ¡Estás tan hermosa por dentro como por fuera! —Me decía junto con otras cosas que no entendí en su idioma.



—¡Vente, papacito, vente! —contestaba yo a todo lo que no entendía y su movimiento frenético aumentó tanto y sentí que su falo engordó.



—¡Ahhh, ahhh, ahhhh...! —fue lo que ambos dijimos al tener un orgasmo simultáneo.



Sentí un calor intenso en cada uno de los chorros que me llenaron el útero. Moisés quedó desfallecido sobre mí y yo extendí piernas y brazos soportando su peso. Apenas logró reponerse me besó con mucha pasión que, desde luego, fue correspondida con mucho agradecimiento.



—¡Gracias, fue fantástico, gracias! —dije llorando de felicidad, con la sensación de tener aún el pene hinchado dentro de mí, incluso a sabiendas que estaba ya flácido entre mis piernas donde sentía escurrir nuestra venida...



Moisés rodó hacia la cama y quedamos frente a frente. Subí mi pierna derecha sobre su cadera y él, al tiempo que me cubría de besos el rostro y el cuello, me acarició el clítoris y los labios con gran maestría. Dos de sus dedos se deslizaban por mi raja presionando entre ellos mis labios interiores, primero uno, luego el otro y después el clítoris. Mis orgasmos continuaron, constantes y suaves, pero uno seguido de otro. Lo besé y tome su falo para jalárselo con la misma suavidad y mesura con la que sentía las suaves olas de impulso cadencioso con la que sus dedos me sacaban los espasmos. ¡Era yo un instrumento que él tocaba con mucha destreza! “Así, mi negro, esa música es hermosa, sigue tocándome así” supliqué con susurros en su oreja, abrazándolo su cuello. Dormimos empiernados casi una hora, sin separarnos, sintiendo el calor y perfume de nuestro aliento.



—¿Cómo te sientes? —fue lo primero que me preguntó después da darme un tierno beso en la frente.



—Feliz y satisfecha de conocerte así —dije entrecerrando los ojos—, pero quiero otra más...



—Mmhh, ¡sí que es golosa esta señora hermosa...!



—Bueno, si es que aún le queda algo del relleno cremosito a este rico chocolate... —dije besando sus labios, para luego ir a chupar su pene con el fin de resucitarlo.



—Intentémoslo —dijo acariciando mi cabello mientras yo chupaba y me crecía su miembro en la boca— ¿Alguna postura en especial? —preguntó jalándome el cabello para que lo mirara a los ojos, pero sin dejar de mamarlo.



—Sí, “de perrito” —contesté poniéndome en cuatro sobre la cama.



Moisés me acomodó en la orilla y se puso de pie tras de mí. Me chupó la vagina y el culo, luego me acercó la verga al ano y yo se la tomé para corregirle el rumbo pues estaba segura que me lastimaría el recto con ese pene enorme. “Ja, ja, ja...”, escuché su risa tras de mí. Ya con su cabeza en el lugar correcto, me tomó de la cintura con ambas manos y fue metiéndomela despacio hasta que sentí sus bolas en la base de mis nalgas, no hacía falta, yo traía el coño muy dilatado y aún estaba encharcado. “¡Sí!”, grité al sentirlo completo en mí y me empecé a mecer con rapidez para marcarle el ritmo que yo deseaba. No sé si fueron cincuenta o cien veces de mete y saca cuando comencé a sentir mis orgasmos, contraje mi vagina y él lo sintió pues arreció el movimiento y se vació una vez más. En el calor que me inundó grité “¡Negro hermoso, eres muy cogelón y lechudo!” Moisés me apachurró con su cuerpo sobre la cama y lo sentí como una aplanadora, pero no lo sacó de mí. Descansamos así.



—¿Nos bañamos? —me preguntó.



—Sí quisiera, pero ya no tengo más tiempo —dije tomando mis prendas para empezarme a vestir.



—Seguramente Saúl se dará cuenta, no quiero tener dificultades con él...



—Sí, se dará cuenta, pero creerá que estuve con Eduardo, mi amante. Quizá al mamarme la cuca sabrá que fue otro de sabor más dulce... —dije riéndome en tanto que Moisés puso el semblante grave, lo cual me provocó risa.



—¡Ja, ja, ja, ja...! No te preocupes, él no sabrá que estuve contigo. Pero prométeme que habrá otra más —dije cínicamente y él sonrió moviendo la cabeza afirmativamente.



Salimos del hotel y me llevó al estacionamiento donde tenía mi automóvil. “Gracias, fue delicioso”, dije como despedida ya dentro de mi vehículo, y me contestó “Para mí también, además de inolvidable”.



Dos veces más tuvimos ese mutuo agasajo, con casi un año de diferencia. Es el único negro que he probado y me gustó. A la fecha sigue siendo amigo nuestro, pero nada más.


Datos del Relato
  • Categoría: Infidelidad
  • Media: 0
  • Votos: 0
  • Envios: 0
  • Lecturas: 1409
  • Valoración:
  •  
Comentarios


Al añadir datos, entiendes y Aceptas las Condiciones de uso del Web y la Política de Privacidad para el uso del Web. Tu Ip es : 3.133.130.105

0 comentarios. Página 1 de 0
Tu cuenta
Boletin
Estadísticas
»Total Relatos: 38.445
»Autores Activos: 2.272
»Total Comentarios: 11.896
»Total Votos: 512.052
»Total Envios 21.925
»Total Lecturas 104.850.608