Llegué a casa y me fui directamente a la ducha. Durante un buen rato dejé que el agua me recorriera todo el cuerpo relajándome. Me sentí como nuevo. Me puse el albornoz y me senté en el salón. No tenía ganas de prepararme nada para cenar. De pronto sonó el teléfono. “¿Quién será ahora?” Miré al reloj: Las diez y media. “No he que dado con nadie ...”
- ¿Daniel Rivera?
- Sí, ¿quién es? - pregunté, aunque reconocí su voz al instante.
- ¡No me digas que no me has reconocido! Soy Marga Valle. Me asesoraste muy bien esta tarde ...
- ¡Claro que te he reconocido! Sólo que no podía imaginar que me llamaras a casa ... - intenté excusarme.
- Te invito a cenar. Una cena tranquila en la sierra. En el parador, por ejemplo. Algo de música, una copa de champan...
-Dame media hora para vestirme. Acabo de salir de la ducha. Y dime dónde te recojo.
Me dio la dirección. Me afeité y me vestí rápido. Mientras lo hacía sopesé lo que podría ocurrir. No me desagradaba en absoluto. Una cena íntima, con una mujer que quita el hipo, ardiente y entregada a ti, era un plan que no se podía desestimar.
Me aguardaba. Estaba deslumbrante. Cuando se sentó junto a mí me dio un beso cálido y sensual. Sus labios carnosos envolvieron los míos.
- Estás para comerte - le dije.
- ¿Tanta hambre tienes? - sonrió maliciosa.
- De todo tipo - comenté.
Arranqué y no dijimos nada hasta llegar al parador. No había demasiada gente. Nos sentamos en una mesa discreta. El comedor estaba iluminado con luz indirecta, y sobre la mesa se consumían lentamente dos velas que daban un tono acogedor.
La cena transcurría agradable, impregnada de una sensualidad a flor de piel. Lo notaba en su mirada, sugeridora y con un brillo especial, en sus labios, que a menudo dejaban escapar un beso furtivo. La música tenue y melodiosa contribuía a su vez enmarcando el momento de encanto y pasión contenida. Brindamos en varias ocasiones. En una de ellas, Marga me dijo:
- Por ti, el amante perfecto. Osado y tierno. Viril y delicado con la mujer.
Me quedé mirándola escondido detrás de la copa. Me fijé detenidamente en ella. Su rostro era perfecto. Sobresalían sus ojos, profundos y misteriosos, y sus labios, no demasiado carnosos, pero prometedores de dulces caricias y besos apasionados. Su vestido escondía los pechos más maravillosos que yo me había “comido” en mi vida. Unos pezones grandes, caramelo puro, coronaban unos tersos y elevados senos. Su vientre y su cintura, suaves y cálidos, podían abarcarse con ambas manos. Del ombligo al sexo, era puro vergel perfumado de olores y sabores únicos. Su vulva ardorosa en el contacto, profunda en la penetración, emanaba jugos de placer premonitorios de un explosivo y descomunal orgasmo. Sus muslos acogedores, sus piernas, perfectas, se ceñían a mi cintura apretando con fuerza cuando la follaba con toda la profundidad que permitía su vagina.
- ¿Qué piensas? - preguntó Marga- ¿Qué miras a través del cristal?
- Te miro a ti, desnuda. Estás bellísima.
- Ya sé que sabes desnudar con la mirada. Lo comprobé esta tarde en tu oficina. Daba igual que tuviera la blusa. Tú ya me habías visto y acariciado los senos, ¿no? Claro que yo también sé acariciar otras cosas tuyas - Al tiempo que decía esto se había descalzado y con el pie comenzó a acariciar mi polla por debajo de la mesa - Está bien dura. ¡Ah, se me olvidaba comentarte! Estoy segura que volviste a follarte a tu secretaria. No podía disimular su cachondez. Me gusta esa chica. Tiene un cuerpo precioso.
- Pues sí. Tú nos pusiste cachondos a los dos, pues los dos te vimos las tetas y los pezones. Comencé a magrearle el coño en la misma cafetería, y luego ella me “exigió” que la follara en el garaje. Fue un polvo bestial, encima del capó de mi coche.
- No me gusta correr esos riesgos. Aunque debió ser como tú dices. El morbo de que puedan verte echando un polvo furtivo es apasionante.
Bebió de la copa de champan. Varias parejas se levantaron para bailar en la pista de fuera, al aire libre, iluminados tan sólo por los farolillos ocultos entre las enredaderas del jardín.
- ¿Bailamos una rato? - solicitó más que preguntó.
- Sí. Quiero estrecharte de nuevo contra mí. Sentir todo tu cuerpo en mí.
La tomé del brazo. Al salir le acaricié el pecho - manos largas, susurró ella - Cuando la giré hacia mí y dio la espalda al resto, antes de pasar el brazo por detrás de ella, le cogí el seno acariciándolo con delicadeza. Se apretó contra mí con todo el deseo contenido desde la cena.
- Cuando quieres algo lo tomas, ¿verdad?
- No siempre puedo. También me he llevado algún que otro pifiazo.
Bailamos. Nos dejamos envolver de la música romántica que estaban emitiendo. Mis manos, aparentemente quietas, se deslizaban por su espalda, apretándola contra mi pecho, y por su cintura. A la vez que la estrechaba contra mí le empujaba con mi verga, enormemente erecta, en el comienzo mismo de su pubis. Ella sentía en su vulva esta presión. Y también presionaba para hacer más intenso el contacto de ambos sexos. Nos estábamos poniendo de un cachondo subido. Nos besamos. Nadie hacía cuentas de los demás. Sus labios, fogosos, buscaban el frescor de los míos, y ambos bebíamos de la misma fuente: la de la pasión.
Con dificultad pudimos contener el deseo de seguir acariciándonos. Nos sentamos en la terraza y contemplamos desde ahí la ciudad iluminada. Pedimos otra botella de champan. La bebida nos refrescó, en parte, las mentes ardientes por el deseo de satisfacernos de sexo. Fumamos un cigarrillo. Apuré la última copa. Acerqué a Marga hasta besarle el cuello. Su perfume me inundaba y me aumentaba el deseo de poseerla. Bajé la cabeza, besándola, hasta el canal que formaban los dos pechos. No pude continuar. El vestido me lo impedía. Le susurré al oído:
- ¿Por qué no nos vamos? Quiero comerte estos dos hermosos bombones y degustar su miel. Quiero ponerme encima de ti y meterte mi enorme polla entre las piernas y abrirte en canal ese coño tan caliente que tienes. Sabes que me has puesto otra vez de tal modo que sería capaz de follarte vestida, atravesándote el vestido y las bragas.
Ella gimió de gusto imaginándose la escena de pasión, entrelazados los cuerpos y unidos con fuerza por nuestros sexos.
- Ya nos vamos. Pero muy cerca de aquí. En la cuarta planta. No pongas esa cara de asombro. Después de quedar contigo reservé habitación para una semana en el parador. Quiero tomarme unas pequeñas vacaciones. Envié el equipaje con un taxi. Estamos registrados como marido y mujer. Si te molesta anulo la reserva.
- No, por favor. Me encanta. Ha sido todo un detalle de organización.
La cogí por la cintura y la estreché contra mí. La besé con deseo. Ella respondió con igual pasión y me dijo entrecortadamente:
- Quiero que me folles una y otra vez. Que me llenes el coño de semen de tu hermosa polla. Me la voy a comer hasta hartarme. ¡Oh! ¡Está tan rica ...!
Nos cogimos de la cintura y nos dirigimos a recepción. Ella le dijo al maître que cargaran la cena en la cuenta de la habitación. Pedimos la llave. Ya en el ascensor no pude contener más mi deseo y le subí el vestido hasta la cintura. Sin rudeza, pero con fogosidad, le metí toda la mano derecha en el coño por debajo de las minúsculas braguitas. Marga cruzó las piernas para apretar más aún mi mano en su vulva. Gimió de gusto. El ascensor se detuvo. Saqué la mano de su gruta y le bajé el vestido. Salimos al pasillo y buscamos la habitación. Estaba al doblar el mismo, a la izquierda. Las ventanas darían, pues, a la ciudad. Contemplar las vistas sería un verdadero espectáculo, sobre todo poseyendo entre tus brazos a una mujer como Marga.
Nada más cerrar la puerta detrás de nosotros voló su vestido. Le desabroché el sujetador con parsimonia, acariciándole los senos al mismo tiempo. Por fin libres, los pechos se ofrecieron a mis ojos y a mis labios como dos globos de azúcar. Cogí cada uno en una mano. Los sobé lentamente. Me relamía los labios sabiendo que en unos instantes chuparía a mis anchas los hermosos pezones, duros ya por el placer y la excitación que sentía ella. Me desnudé. Mi polla estaba dura como el pedernal. Marga alargó la mano para acariciármela. Cogió con ambas manos todo el paquete, testículos incluidos, y jugó con ellos tan golosamente como yo con sus senos. Durante un rato seguimos acariciándonos. No teníamos prisa. Toda la noche, si era preciso, la ocuparíamos dándonos placer mutuamente, hasta agotarnos.
La acerqué hasta mí. Le clavé la verga entre los labios del coño justo encima del clítoris. Ella se estremeció de placer al sentir mi duro cipote pasarle por encima y presionarle la pipa. El placer lo demostró sacando su lengua y besándome con pasión. Apretados el uno contra el otro, formábamos un solo cuerpo. Mientras nos besábamos, yo movía muy lentamente mi polla entre sus labios vaginales, con lo que más aún se acrecentaba en ambos el clímax de placer que sentíamos. ¿Hasta cuándo podría aguantar? Lentamente la conduje hasta la cama. La camarera de noche ya la había dejado dispuesta.
La tendí boca arriba. Le abrí las piernas y contemplé su hermoso coño, rosáceo y brillante. Me deslicé despacio besando sus piernas, luego sus muslos, hasta introducir mi lengua en su vulva ardiente y jugosa. Chupaba su clítoris, metía y sacaba mi lengua, como si la follara con ella. Marga, cada vez más excitada, se cogía los senos y se pellizcaba los pezones. Con voz gutural, pidió:
- Dame tu polla. Necesito comértela. Quiero hacerte polvo el capullo, como tú me estás haciendo papilla la pipa, dámela ya, por favor. Quiero engullírmela.
Giré mi cuerpo sin dejar de chuparle el clítoris. Le puse la polla a la altura de su boca abierta para comérsela y se la tragó literalmente. ¡Cómo me succionaba el glande! Con las dos manos masajeaba los testículos y se metía y sacaba la polla como si la estuviera follando por la boca. Era tal el gusto que me estaba dando, y la glotonería con la que me la estaba mamando que, de seguir así más tiempo, me correría en su boca. Por eso le dije:
- No sigas chupándola así. Vas a hacer que me corra, tía, y quiero hacerlo en este precioso coño que está delicioso.
Marga dejó por un momento para que no me viniera antes de tiempo y se concentró en el incipiente orgasmo que le estaba sobreviniendo:
- ¡Ah! Sigue ...¡0h! ¡Qué gusto me está viniendo! ... ¡Hum! ...¡Chupa más fuerte la pipa! ¡Ah! Me viene ... ya ... ya ... ¡Qué placer tan intenso ...!
Rompió en movimientos incontrolados de todo su sexo. Era una gozada verla y sentirla rebosando del placer que yo le había proporcionado. Pero si excitada estaba ella gozando de su orgasmo, no menos lo estaba yo deseando ahora follarla y meterle mi polla hasta lo más hondo.
- ¡Fóllame! ... fóllame ya, so cabrón, métemela hasta las mismísimas entrañas. ¿No ves cómo estoy de deseo? No necesitas condón, he tomado la píldora. Fóllame, jódeme el coño que no puedo aguantar más sin tu polla. Penétrame ...
Le abrí las piernas, se las alcé un poco para que dejara libre el coño, lleno de flujos suaves, y deslicé mi enorme verga dentro de su vulva experimentando un placer inenarrable. No dejé de empujar hasta que no sentí por dentro un tope. Le había llenado toda la vagina con mi polla. Estaba ciego de pasión. Sentir el interior de su coño presionando mi polla a cada empuje hacía que me excitara cada vez más. Supe que en poco tiempo estallaría e intenté controlarme. Aminoré el ritmo de penetración mientras ella jadeaba de gusto. Su orgasmo se prolongaba aún con los toques de la polla en su vagina. Noté que volvía a sentir más espasmos de placer y no pude aguantar más. Comencé a follarla tan intensamente y penetrándola hasta lo más hondo, que comencé a notar en el pene la subida rápida de una bestial corrida:
- ¡Oh! ... ¡Qué corrida me está viniendo! ... ¡Ah! Toma polla, toma. ¡Hum! ...¡Ah! ...¡Ah! ... ¡Qué placer más intenso el follarte ... ¡Tía buena!
Con la verga encastrada en su coño seguí sintiendo durante bastantes segundos los estertores propios de un orgasmo apasionado. En cada uno de ellos ella apretaba con el interior de su vagina mi polla aún erecta, se presionaba también el clítoris y con ello prolongaba a la vez los mismos espasmos que yo experimentaba. Me tendí junto a ella sin sacarla de su estuche aterciopelado. Le cogí uno de sus senos y lo acaricié suavemente. Era un descanso, no un final. Ambos sabíamos que no habíamos agotado la fuente de sexo que nos habíamos presentado el uno al otro. Marga seguía moviendo su pelvis haciendo que mi polla le rozara su clítoris. Apreté un poco y ella sintió un nuevo espasmo de placer. Continuó con sus movimientos hasta que consiguió, al fin, correrse de nuevo.
- ¡Oh! ... Otra vez este placer intenso ... ¡Ah! ... ¡Qué buena polla tienes, cabrón!. - Nos gustaba decirnos ese tipo de insultos cuando nos estábamos corriendo - ¡Hum! ...Es maravilloso ... y a la vez inaguantable. ¡Basta! ... No me des más ... ¡Ah! ...
Ella quedó exhausta. Saqué mi polla de su coño. Estaba flácida. Había que descansar un rato. Miré al reloj: las dos y media de la madrugada. Apagué la luz de la mesita y nos quedamos dormidos al instante.
Abrí los ojos. Me había despertado. El reloj de la mesita de noche marcaba las 7 de la mañana. Nada más despertar sentí que tenía una erección intensa. Casi me molestaba el roce de la sábana. Me empujé el pene hacia abajo. Entonces me rocé los muslos con los cachetes de Marga. Nos habíamos quedado dormidos después de haberla follado al “estilo perro” para, así, tener las manos libres y amasarle su jugoso clítoris mientras la jodía. Volví a encajarle mi enorme polla entre los cachetes, abriéndome paso hasta llegar, de nuevo, a su sexo. Ella rezongó y meneó gustosa su trasero, con glotonería, aceptando los embates suaves pero intensos que comenzaba a propinarle. Le pasé las manos por su terso vientre y, lentamente, le cogí ambos pechos. Comencé a acariciarlos presionando a la vez los pezones que comenzaban a aumentar de tamaño. Movidos por el resorte del placer, se endurecían a sabiendas que ese placer que estaban experimentando era el preludio de otra sesión de sexo intenso. Exhaló un gemido de gusto que a mí mismo me estremeció. ¡Cómo aceptaba deseosa las caricias! La hice girar sobre mí y me comí literalmente sus pezones. Succionaba intentando sacar gotas de néctar. Fue tal el intenso placer que sintió que apretó su húmedo coño contra mí intentando que mi polla le golpeara el clítoris hinchado hasta el extremo. Y agarrándola con fuerza se frotaba una y otra vez con ella, como si un enorme dedo índice la masturbara. Yo seguía chupándole los pezones. Era una delicia saborear entre mis labios una carne tan hermosa, unos senos duros, generosos ... seguiría eternamente. Me daba igual correrme dentro de ella o fuera. Yo seguía chupando los pezones que se habían convertido en orondos globos de fresa azucarada. Ella seguía magreándose la pipa con mi polla jadeando de placer descomunal. No hacía falta comprobar que se estaba corriendo. Se había masturbado con mi polla. Los jadeos y estertores de placer, así como las embestidas que se daba con ella hicieron que yo sintiera un enorme calor que ascendía desde los testículos hasta el glande. Me iba a correr mientras ella seguía masturbándose el clítoris. Ella supo que estaba a punto de estallar en una descarga de semen, y seguía frotándose cada vez con más violencia. No pude aguantar más y un chorro de semen irrigó su clítoris y su vulva, seguido de nuevas descargas incontroladas. Nos daba igual que se mancharan las sábanas. El placer estaba por encima de todo. Y nos lo habíamos proporcionado hasta la saciedad. Sin tapujos. De todas las maneras posibles. Permanecimos un buen rato asidos por los pezones y la polla hasta que ésta fue lentamente perdiendo la erección. Marga suspiró de gusto y placer.
-¡Ah! - susurró - ¡Qué despertar! Déjame ahora que eche un sueñecito. Le llaman de las yeguas. ¿por qué será?
Casi sin querer se quedó dulcemente dormida. La contemplé en toda su desnudez. Era magnífica. Estaba para comérsela. Jamás había poseído a una mujer como ella. Una idea se hizo paso en mi mente: ¿Estaría casada? No tenía ninguna sortija en sus manos delicadas, pero eso no quería decir nada. Me encogí de hombros. Eso no me importaba. Ella se había entregado a mí y yo a ella. Eso me bastaba. Lo que ocurriera a partir de este momento no podía adivinarlo. Viviría el momento presente aceptando el placer tan inmenso que le ofrecía esta mujer que ahora dormía plácidamente junto a él.