Cuando hubo inspirado fuertemente llenando sus pulmones del olor de aquella noche, dominado por las grandes velas acomodadas sobre el candelabro de la mesita, casi opacando el frescor salado del mar, abrió los ojos y oteó el horizonte, dejándose llevar en un suspiro con el que pareció haberse sacado de encima cuatro demonios y tres almas.
- Joder, sólo respirar aquí me pone cachonda - pensó en alto, como de costumbre, sosteniendo grácilmente en su mano derecha un porro que se llevó a los labios en una carcajada. Yo la observaba desde la cocina, despistado entre los trazos de su silueta y sus colores, el contraste del color oscuro de su pelo sobre sus hombros y espalda de piel tan pálida como la luna que se alzaba tras ella. Debo admitir que todo esto estaba planeado: traerla a mi pueblo con la promesa de unas vacaciones fantásticas, visitar lugares que sabía perfectamente que la enamorarían, impresionarla con mi buena mano para la cocina y, cómo no, sorprenderla con mi casa. Lo que no anticipé y ultimadamente se convertiría en mi "talón de Aquiles", fue cómo respondería ella ante todo esto. Ya tenía sospechas de que ella es una de esas pocas personas a las que denomino "gente espejo"; cualquier cosa que veas en sus ojos, es un reflejo de tu efecto sobre ellos. No se andan con medias tintas, carecen de máscara emocional. Sus almas al descubierto, vulnerables y hermosas.
Pero sus reacciones, inocentes y puras ante cualquier experiencia que le iba brindando, poco a poco fueron haciendo mella en mí. A medida que yo aumentaba el nivel de adrenalina y felicidad en ella, ella me lo devolvía multiplicado por mil con sonrisas, miradas, frases cortas pero directas, caricias e incluso abrazos que de alguna manera me acercaban y alejaban a la vez de su cuerpo y su corazón. Y verla disfrutar de las vistas sentada en el banco de mi terraza, fumándose un señor porro después de un día de emociones y movimiento constante, compartiendo en alto sus sentimientos como si yo no estuviera... me estaba enamorando.
- "Sólo respirar aquí me pone cachonda", dice - reí mientras volvía mi atención a las copas de vodka que intentaba servir hacía ya unos minutos -. "No sabes nada, Jon Nieve". Si todavía no has visto lo mejor, te va a caer la del pulpo.
- ¿Es una amenaza directa por tu parte o hay una tercera opción de la que me estás advirtiendo? - no se giró en ningún instante, su mirada fija en el mar. Yo no respondí a su pregunta más que con otra pequeña risa amenazante, dando paso al silencio que hizo resonar aún más las olas en la distancia y mis pasos acercándose al balcón. Una vez a su lado, aún de pie, me percaté de que aún olía un poco a su perfume favorito, pero poco; ahora estaba mezclado con un aroma fresco y dulce, que presupuse yo sería el suyo, natural, tras un largo día, así como el punzante, aunque exótico olor de su "cigarrillo", ahora impregnándose en el ambiente. Tras ella haber agarrado el vaso que le ofrecí, siendo este el que yo consideré que contenía más bebida, me senté a su lado dispuesto a contemplar en silencio la suerte que tenía se estar ahí, vivo. Mas rápidamente ella me demostró que sus ideas eran otras, tenía otros planes en mente.