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Yo tenía una profesora que me hacía química, a quien desde que entraba a la sala de clases quedaba mirando con apetito voraz por su tremendo trasero. No era una mujer agraciada, pero su madurez me inspiraba fantasías sexuales, además de obviamente el delicioso atributo que tenía atrás. Era un trasero de madre, con una firmeza que invitaba a ser penetrado. Me volvía loco. En cierta ocasión la encontré con pantalones de tela azul. Aquel redondo culo se le remarcaba de sublime forma. Veía sus dos nalgas como un tesoro, luciéndose frente a mí, en las que quería entrar.
Así pasaba las horas de su clase, soñando con poseer su ano, develar aquel secreto, dominarla en la intimidad.
Pensé que era imposible, pero mi espíritu de macho insaciable me llevó a arriesgarme (y ciertamente podía perder mucho). Intercambiando correos, de manera muy indirecta le di a entender que quería una cita. Ante mi asombro ella aceptó. Quedamos para juntarnos en el restaurante de la esquina a la noche.
Me sentí incómodo la mitad del tiempo, pues era un inexperto a la mesa con una mujer adulta. Traté de disimularlo. Ella estaba muy elegante, vestía de negro, dejando al descubierto la parte inferior del cuello, aquella piel de hembra que me llamaba. En mis fantasías me imaginaba bajo ella, abriéndole las piernas, echando su culo hacia delante y penetrándolo. Esa posición para mí era brutal. Estaba ansioso por tenerla así.
Por suerte, ella me tranquilizó el resto de la cita. Su mirada comunicaba deseo. Esto me hizo poder respirar y darme cuenta de lo mucho que quería precipitarme sobre su boca y besarla con locura. Me hacía insinuaciones, diablos, tuve una paciencia infinita para no arrojarme sobre ella en ese instante. Tenía que esperar un poco más, todavía nos faltaba fijar el lugar. Ella confirmó mis sospechas al confesarme:
—Sé que eres mi alumno pero te diré algo: me gustas.
No cabía en mí de felicidad, quería zampármela. Pero todavía unos minutos. Me dijo que la acompañara al apartamento. Por supuesto asentí, la seguí y salimos del local. Estaba sucediendo, nunca tuve una oportunidad más grande en mi vida. Después de todo era un chico afortunado.
Me daba miradas fogosas y se mordía el labio. En el silencio de la noche giró la llave y abrió la puerta. Ingresamos al apartamento, encendió una luz. ¿Quieres comer algo?, me preguntó. Negué con la cabeza enseguida. No había dicho para qué me traía y yo ya lo sabía. “Sólo vamos al asunto”, pensé. Me señaló con su mirada la puerta abierta a la habitación, que invitaba a entrar y se fue por el pasillo. Cada vez más ansioso fui a su dormitorio y salté a la cama.
Al rato entró, y se puso a registrar un ropero a un lado. Aproveché de mirarle el culo, redondo y cautivador. Se le remarcaba el calzón, era blanco. Con discreción me llevé la mano bajo el pantalón para masturbarme. La profesora volteó, exhibiendo conjuntos de lencería negra en sus manos, y me preguntó:
—¿Cuál de éstos te gusta más?
Me mordí el labio. “Ambos”, respondí. Entonces dejó un conjunto en el suelo y empezó a cambiarse ahí mismo. Bajaba su ropa interior por el pronunciado muslo, se quitaba el sostén de espaldas para incitarme, y se lo cambiaba por el modelo negro cubriendo sus redondos pechos. Se dio vuelta, la contemplé; mi profesora, casi desnuda con el conjunto de lencería. Las ropas con que me dio clases ahora en el suelo; y sucedió, se acercó lentamente a mí como gata.
La besé con pasión sintiendo mi miembro erecto. Deslizaba mi mano por la capa de su sostén, frotando el diseño y descubrí sus pechos; la dulce ternura de su armonía quedó sobre mis manos, suaves como piel de bebé. La tomé por la cintura para subirla hasta quedar al punto de ellos y succioné excitado. Mi pene estaba erguido como una vara; captado por su atención, ella comenzó a bajar de forma sensual y sus labios llegaron a mi miembro. Abrió la boca y sentí una deliciosa tensión en el cuerpo, entonces empezó a masturbarme con ellos. Puse mis manos en su cabeza y miré al techo, extasiado; levanté los pies, introduje mi pene por su garganta dando una expresión de placer.
Al correrme observé mis fluidos seminales adheridos a la comisura de su boca. Tomado a su cabeza volví a introducir mi pene, lo introducía y sacaba observando cómo la parte superior de mi miembro deshacía las hilachas de semen y salía envuelta en saliva. De rodillas en el colchón lo hice con rapidez. Jugué con su cabeza: yo no metía mi miembro; la traía a ella a mí y lo desaparecía. Repetí unas veces, hasta que la aferré, la atraje con su lengua alcanzando mi escroto y me corrí en su garganta. Se atoró y tosió cerrando los ojos. En cuanto se repuso volví a penetrar su boca fuerte dejando todo líquido dentro de ella.
Entonces la acomodé con su espalda ante mí, junté sus piernas y observé de esta forma cómo se añadía volumen al trasero en todo su esplendor. Deslicé lentamente el hilo de la braga a un lado del deseable orificio, por aquella zona privada, íntima, y tomé mi grueso miembro que introduje con cuidado en el apretado agujero. Al momento de sentir la fricción en la cabeza tuve gran placer, me asomé sobre ella y apreté más sus nalgas para incrementar la sensación de voluptuosidad. Dejé caer mi saliva en el orificio y entonces penetré con fuerza creciente. Le di duro, la castigué e ingresé en ella con el deseo de desbaratar aquel culo, aunque no fuera posible, era demasiado firme. Entre mis manos lo sentí mío, de mi propiedad, y lo atraía hacia mí introduciendo hasta la base mi pene. Pronto los fluidos comenzaron a salir por el borde. Ella experimentaba gran placer, me decía: “Continúa, continúa, así, dame duro, dale a tu profesora de química, hmmm, me gusta, ya, qué rico, como cuando te enseñé los alcANOs”, y yo me enfurecía y me hundía en ella con brusquedad.
Me arrastré debajo, hice la braga a un lado, la tomé por los muslos y la levanté ligeramente. Tomé mi pene y lo introduje en sus nalgas. La penetré con ritmo normal, primero, y luego la levanté más, echando su culo hacia delante. Penetré aquel agujero, introduje profundo sintiendo que el espacio separador entre el ano y su vagina se hacía mínimo por la presión ejercida. Ésa era la posición de mi fantasía. Como si no fuera suficiente todo mi miembro dentro, empujaba más fuerte y la tiraba hacia arriba. En el ritmo que adoptamos sentía sus nalgas chocando contra mi vientre. La afirmé por los muslos poniéndola de lado, y me impulsé enterrándole mi aparato. Dio un grito de placer, entonces continué sodomizándola.
—Ay, ay, ¿estás excitado? Me tienes el culo todo roto —me dijo.
—No —respondí y seguí azotándola.
Luego me subí sobre ella y dirigí mi pene hacia abajo; me hundí en su interior y tomé frenético ritmo. Ella dominada por mí, gemía, impotente, con las gruesas piernas separadas clamando por ayuda y quejándose de dolor. La lencería colgaba a sus costados, tenía vagina, senos y ano desnudos. Me apoyaba en ella, penetraba su ano y lo miraba. Saqué mi pene y brotó un hilo de semen. Volví a introducir y seguí; la aplasté contra la cama y permanecí dentro de ella, mi miembro atravesaba su prominente culo achatado.
Al terminar, levantó la cabeza con rastros de semen por los párpados, extenuada, y pareció implorarme el cese. Aunque quería más; removió con la lengua fluidos en los bordes de su boca. Apenas abriendo los ojos, dijo:
—¿Hemos terminado el acto?
—Ya casi —respondí, y pasé mi flácido pene por su boca limpiándome entre sus dientes y encías. Movió el rostro con disgusto.
Mi miembro quedó húmedo y sin esperma para luego secarse. Sonriendo, comencé a vestirme con mi ropa arrugada. La contemplé en su aspecto lamentable, buscaba entre la sombra pues tenía la cara cubierta de líquido blanco. Satisfecho, le dije:
—Ahora sí, hasta luego, profesora.
Le arrojé un beso pícaro y la abandoné. Así fue la noche en que poseí a mi profesora de química.
invitado-oso dorado 21-12-2013 21:57:05
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hay de maestras a maestra pero esta te enseño lo que es una mujer