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Reflexología y afeites

Ni siquiera estuvo presente durante el sermón, tan sólo al final, para no perderse el encuentro con aquellos que compartían la amenidad en sus conversaciones después del oficio religioso. Claro, también asistía para deleitarse la vista y estimular su innata voluptuosidad con los ejemplares que desfilaran ante a él.

A la distancia reconoció la figura de quien buscaba y se ubicó en posición idónea para la observación. Poco tiempo transcurrió para que descubriera que trataba de un padre muy cariñoso con su pequeño bebé y un pequeño que ya caminaba. La manera en que el hombre cuidaba a sus hijos era de admirar. Que un hombre se permitiera sentimientos tan amorosos era poco común. El hombre, varonil y vestido con ropa holgada y casual lo obligaron a revisarlo con mayor cuidado. De cabello negro azabache, ojos negros y rodeados de una tupidas y levantadas pestañas centraron su atención poderosamente. El conjunto presentaba a un varón de apariencia indígena, por el color cobrizo de su piel y sus marcadas facciones.

En ningún momento el indio pareció percatarse de la rigurosa observación de la cual era objeto. Más bien, dio la impresión de ignorar todo en su derredor, aunque la vista permanecía vigilante, como si esperara a alguien. Una mujer contemporánea a ese hombre apareció pocos minutos después, proviniendo del frente, tras recibir la comunión. La mujer observó al hombre que miraba a su marido de soslayo, como si se hubiese sentido atraída hacia el chico sentado detrás de su marido.

A propósito se quedó sentado el chico que había iniciado la observación detallada. El padre instó a los hijos a levantarse y partir. Aun cuando la mujer había vuelto, Rodrigo (como se llamaba el amoroso padre) se irguió delgado pero fuerte, de musculatura correosa. Sus peludas piernas, anunciadas por un pantalón corto ni muy estrecho ni muy holgado llamaron poderosamente la atención de quien lo observaba con tanto interés. Al fin, Juan Manuel despertaba del hechizo y con presteza, cruzó al otro lado del templo y luego con paso vigoroso pero respetuoso salió del recinto. Estaba a tiempo para volver a ver a Rodrigo, quien no comprendía todavía que estaba siendo objeto de un acoso hasta ese momento, inofensivo. La mujer de Rodrigo volvió la mirada hacia el hombre que había captado su atención cuando terminaba de comulgar. Sintió remordimiento por pensar así, cuando supuestamente debería tener un momento de gran intensidad espiritual en lugar de lo que había sentido tras observar a Juan Manuel, quien no era precisamente un “Adonis”, pero poseía una gran sensualidad reflejada en su andar y en la manera que exhibía su anatomía ante los demás, es decir, sin miedo alguno.

Juan Manuel era un tipo impulsivo y creía en sus corazonadas. Aunque tuvo que disimular su ese sentimiento de captación por el ejemplar que había encontrado, no podía ignorar esa sensación que amenazaba desbordarse ante la belleza. Era tan difícil ocultar su fascinación, pero no le quedaba otro remedio. A medida que se iban alejando, Juan Manuel sentía como esas fieras que no pueden atacar a un bella y joven presa en potencia, como un ciervo grácil y hermoso porque lo acompaña la manada y su propia pareja.

Juan Manuel se quedó esperando a que la silueta de Rodrigo, abrazando a su pequeño vástago, desapareciera de la vista. Al final de cuentas, el chico volteó antes de dar la vuelta para encontrarse con la distante mirada de Juan Manuel, quien no parpadeó, pero tampoco emitió ninguna señal de interés obvio. A pesar de ello, que Juan Manuel lo hubiera pillado volteando hacia donde él estaba, causó gran inquietud y respiración entrecortada en Rodrigo y que su mujer captó en el acto.

“Si Rodrigo había devuelto la mirada”, dio por un hecho Juan Manuel, “era porque tenía interés”. Pero qué podría hacer ahora, ¿cuando el recuerdo era lo único que quedaba? ¿Quién le aseguraba que la familia volviera al templo? No debería preocuparse por ello, bastaría con disfrutar el momento, cuando así se presentara y olvidarse de los planes y de las esperanzas románticas infundadas. Debía hacer un acopio de esfuerzo para no obsesionarse con una persona a la que tal vez nunca más volvería a ver.

Si bien Juan Manuel no era una persona religiosa o de aquellos que no olvidan este renglón en sus vidas, el domingo siguiente, fue uno de los primeros en llegar a la iglesia, poco después de un par de ancianas que se acomodaron al frente de la parroquia del barrio. Transcurrieron los minutos lentamente, hasta que el recinto comenzó a albergar cada vez más y más fieles, hasta el punto en que el mismo cura se emocionó por la desusadamente numerosa concurrencia. Juan Manuel tuvo problemas para observar a los feligreses, prácticamente uno por uno. Buscó afanosamente la figura de hace apenas una semana, pero no la encontró por ninguna parte.

¿Por qué había albergado esa esperanza? ¿Acaso no veía que le causaba daño? ¿No se percataba que alimentar situaciones inverosímiles lo deprimía? ¿Por qué tenía que fijarse en un hombre comprometido, e incluso con hijos? ¿Qué le hacía pensar que el sujeto fuera en efecto a corresponderle dentro de una sociedad tan represiva y homofóbica? Más bien debería ser cauteloso y evitar el acoso directo e atrevido que podría acarrearle serias dificultades. Con mejor ánimo, Juan Manuel salió convencido de un nuevo despertar y creyó que no caería más en ese tipo de esperanzas utópicas e inalcanzables.

Transcurrieron días y semanas de aquella experiencia para no acordarse más de ella. Pero por el contrario, Juan Manuel había caído en la rutina de todos los días y la monotonía comenzó a afectarlo de tal manera que el chico decidió que algo debía hacer para alentar su muy desinteresado sentir de alguna manera. Para empezar tomó una ruta adyacente a su hogar y le pareció que era un buen inicio al cambiar de derrotero. Pero, el destino le tenía deparada una sorpresa, y ¡qué sorpresa! El amoroso, como había identificado al chico que había conocido en el templo, de nombre Rodrigo, y a quien supuestamente había sepultado en el olvido, viajaba en el mismo autobús y Juan Manuel se percató de ello desde primer instante.

Como Rodrigo no pareció siquiera acordarse de su antiguo fanático admirador y lo ignoró olímpicamente según Juan Manuel, tan temperamental como de costumbre, consideró que la estrategia debería variar. Habría que ignorarlo de la misma manera, o aparentar hacerlo, pero no perderlo de vista. Juan Manuel era experto para mirar con el rabillo del ojo y se mantuvo atento durante el recorrido, hasta que Rodrigo dio señales de bajar, exactamente en la misma parada de quien ya no lo perdía de vista. Rodrigo bajó y enfiló en dirección de la avenida principal, mientras que el otro chico inició una persecución sigilosa pero efectiva a través de la misma ruta. Sintió como la emoción recorría sus venas mientras se iban aproximando, a lo que podría ser el domicilio de Rodrigo. El chico paró frente a una verja de color negro y comenzó a hurgar en uno de sus bolsillos. A la distancia, Juan Manuel se refugiaba como cliente de un establecimiento a escasos metros de la supuesta vivienda de Rodrigo. Por fin encontró lo que buscaba, un manojo de llaves de todos tipos y tamaños. Escogió una de ellas, y con mucho desgano entró a su casa. Al mismo tiempo que ocurría este hecho, Juan Manuel anotaba con aire triunfal los datos de quien apenas si conocía.

No sabía en ese momento si esperaría o continuaría su camino, en otra dirección. Una sarta de preguntas comenzaron a apilarse en su febril cerebro. ¿Saldría pronto Rodrigo? ¿Sería su casa? Era muy probable ya que los hechos eran contundentes. Difícilmente sería un padre desobligado, con domicilio en un lugar diferente que el de sus hijos. No, no podría ser. No encajaba con la personalidad ser humano tan cariñoso. Podría, pensó, apostarse cada día en ese lugar, a distantes horas del día para tener una idea más completa de las acciones, a ciertas horas, de su ya reverenciado objeto de placer.

La perseverancia recompensa a quienes la practican. Este fue el caso de Juan Manuel, quien tras varios días de vigilancia, sabía ya a qué horas salía el hombre, cuando regresaba y si en ocasiones prolongaba su retorno a casa, al parecer por motivos fijos. Juan Manuel recordaba que la mujer de Rodrigo se fijó en su persona dos ocasiones y por ello consideró la posibilidad de explotar ese interés, aunque de manera cautelosa para no verse comprometido en circunstancias desagradables o embarazosas.

Días después, y bien pertrechado de excusas, aprovecha la ausencia de Rodrigo para tocar en su domicilio. Por tercera ocasión, la mujer expresa su admiración por el chico que a la puerta quiere ya venderle sus productos de línea de belleza. La mujer explica con nerviosismo que sí le interesan los productos, pero que tendría que volver otro día, cuando estuviera su marido para ver si entre los dos podían convencerlo para que le comprara cremas y otros productos que en verdad necesitaba. Sólo había que mencionar el día en que Juan Manuel podría regresar, y esperó atento a que la mujer pronunciara ese día. Para él no habría inconveniente alguno, por lo que el domingo señalado quedó grabado en su memoria sin esfuerzo.

Juan Manuel seleccionó sus mejores ropas. Esas combinaciones eléctricas que tanto le favorecían por su hermoso tono bronceado le hicieron creer que no tardarían en conquistar a Rodrigo de una vez por todas. Pero pronto reparó que no había tenido una sola oportunidad para atraer el interés del chico y que era ocasión propicia para llegar a su hogar. Se perfumó y luego revisó que su cabello estuviese peinado como había considerado que lo favorecería más. Seleccionó un maletín en el que no olvidó incluir todos los productos que llevaría a Emma. Finalmente tocó la puerta a la hora en que había convenido con la mujer desde hacía varios días.

Fue Rodrigo quien salió a abrir y quedó sorprendido de ver a Juan Manuel, quien le ofrecía la mejor de sus sonrisas. Informó con mucha cordialidad que su señora esposa lo había citado en su presencia para que le enseñara sus productos cosméticos y demás. Alcanzó una tarjeta personal a las manos de Rodrigo y luego tomó con otra mano su identificación que lo acreditaba como empleado de los productos que representaba para que su objeto del deseo reconociera en él a una persona decente. Pese a la cordialidad, Rodrigo mencionó con firmeza el nombre de su esposa, quien llegó inmediatamente al lugar de los hechos. Aseguró que el hombre tenía los mejores y más baratos productos, pero que ella, como mujer decente no podría permitirse siquiera hablar con un hombre joven, bien parecido si su marido no se encontraba presente. Los elogios de Emma molestaron a Rodrigo de tal manera que parecía gestarse un sentimiento de rivalidad entre marido y mujer. Al fin, Rodrigo estuvo de acuerdo en franquearle la entrada al forastero vendedor, quien tan pronto se vio instalado y con aire profesional, comenzó a presentar cada uno de sus productos. Al mismo tiempo, estuvo atento de cada movimiento de Rodrigo, pero sin que este lo advirtiera. No podría darse el lujo de echar a perder todo, apenas comenzaba. Debería entonces ser paciente para conseguir sus objetivos, pensó con ganas contenidas…

Emma compró y compró lo más que pudo. Cremas, afeites, lociones y varios lápices para labios vaciaron prácticamente la pequeña maleta que portaba Juan Manuel. Había vendido todo a mitad de costo, pero no le importaba, con tal de estar cerca de su dulce obsesión. Emma, por su parte, no quiso que Juan Manuel llegara y se fuera por única vez, por lo que aseguró que sus amigas y conocidas estarían dispuestas a comprar igual o más que ella misma. Si estaba de acuerdo y su marido también (quien lo estaba a medias), en cuatro días más lo esperaría en su misma casa para que presentara su línea de productos ante más o menos 20 mujeres. Juan Manuel no cabía de gozo y cuando se despidió apretó con calidez las manos de Emma, diciendo que no sabría cómo pagarle. Rodrigo, en cambio, fue indiferente, pero no dejó de brindar su hermosa manaza peluda a quien veía con cierto recelo.

Tan pronto se quedaron solos, Rodrigo reclamó a Emma. Aseguró que había observado la manera en que la mujer veía al vendedor. Si le podía gustar otro hombre que no fuera su marido, estaba actuando mal y no lo permitiría. Pero Emma fue honesta al decir que no podía negar que Juan Manuel fuera un tipo bien parecido, de recia musculatura, pero que en primer lugar lo respetaba por ser su marido ante los ojos de Dios y de los hombres. El marido quedó complacido y no pudo menos que besar a su compañera con preámbulo de pasión. Como los chicos estaban despiertos y atentos a sus acciones, decidieron sellar el efímero momento con un sólo beso. De ser posible, el coloquio resucitaría con violencia en horas de intimidad nocturna.

El domingo de presentación de su línea ante 20 o más mujeres, dejó a Juan Manuel muy satisfecho. Su producto había gustado y las mujeres estaban muy animadas de poder disfrutar no sólo de productos baratos y de calidad, sino de la belleza de un sujeto sencillo pero interesante que se los presentaba. Rodrigo estuvo presente pero siempre a la distancia y en algunos momentos se encontraron próximos uno al otro. Algunas juzgaron que el cabello lacio y sedoso del chico era su mayor atractivo. Otras creían que eran sus ropas lo que daban al muchacho ese estímulo que las enloquecía. Pero las más audaces no dejaron de señalar sus nalgas como el poderoso imán y que probablemente ocultaba algo más. Juan Manuel, ajeno a tales observaciones, quiso en todo momento limar asperezas, pero Rodrigo parecía exacerbarlas con sus celos infundados y no dejó de mostrarlos hasta que el vendedor le explicó de manera elocuente lo mucho que amaba a su propia mujer y el respeto que le profesaba conscientemente. Aceptaba que Emma era una persona agraciada físicamente, pero que ella misma había insistido en que su presencia en su casa se daría única y exclusivamente cuando su marido estuviera presente. Como por arte de magia la desconfianza de Rodrigo desapareció sinceramente y luego invitó al joven a tomarse un trago en la cocina, mientras las mujeres decidían y hacían cuentas sobre lo que gastarían. Para Juan Manuel las palabras fueron música para sus oídos y de mil amores, sin decirlo, siguió a su admirado tesoro a tal cercanía que no dejó de estremecerse cuando lo tuvo a escasos centímetros de tocarlo porque inesperadamente, Rodrigo se agachó para recoger algo del piso y estuvo a punto de ser tocado. Rodrigo no se percató de la acción, pero sintió un calor que lo hizo volver la mirada y reaccionar inmediatamente para sujetar a Juan Manuel, quien pareció estar a punto de caerse o algo similar. La emoción de ser recibido tan intempestivamente por los fuertes brazos de Rodrigo recorrió su cuerpo de pies a cabeza. Era como recibir una descarga eléctrica. Reaccionó de manera improvisada cuando se deshizo violentamente de los brazos de quien lo había rescatado. Claro que lo agradeció y dijo que había sentido un mareo pasajero que no impediría que tomasen el trago invitado. Paternalista, Rodrigo aseguró que si bien no deberían cancelarlo, le ofrecería un trago suave, con poco espíritu.

Platicaron brevemente, pero pese a ello la información que dispondría Juan Manuel de Rodrigo en ese momento, era una manera de ir librando la batalla que apenas había comenzado. Tendría que pensar en alguna manera para seguir llegando a su domicilio. Sería capaz de mentir si fuese necesario, tan sólo porque la obsesión de estar cerca de Rodrigo ya lo había abrumado. Gracias a este último, Juan Manuel pudo aferrarse a la oportunidad que surgió en un momento. Aunque no se había titulado como reflexólogo, había hecho largas prácticas en ese terreno hasta lograr la dominación de la técnica como una terapia excelente para relajar a los pacientes sin importar realmente si están enfermos o no. Estaría dispuesto a aplicar la terapia a su esposa, siempre y cuando Rodrigo estuviera de acuerdo. Este reaccionó más o menos receptivo a la propuesta, pero dijo que lo consultaría con Emma para aceptar o rechazar la moción. Juan Manuel había agotado ya su presupuesto para mantenerse cerca de Rodrigo. Habló también con Emma y le propuso la posibilidad de llevar al cabo una sesión de reflexología y que ofrecería a muy buen precio y que aplicaría por lo menos una vez a la semana.

Fue suficiente para convencer a Rodrigo, aunque de manera parcial. Convinieron en aceptar la sesión de reflexología una vez a la semana, tiempo que pareció a eterno a Juan Manuel para ver de nuevo a Rodrigo.

Al fin se llegó el día. Juan Manuel llegó temprano a casa de Emma, con quien se esmeró en aplicar la sesión de reflexología y a quien dejó completamente relajada e interesada por continuar. La oferta planteada por Juan Manuel era al dos por uno, por lo que Emma animó a Rodrigo a recibir la terapia que no le costaría más. Rodrigo se negó automáticamente, pero no tardo mucho en ser convencido por la mujer.

El solo contacto con los pies de Rodrigo a través de sus manos embadurnadas de aceite de esencias y crema humectante, estremeció a Juan Manuel, pero se cuidó de expresarlo. Rodrigo demostró ser excesivamente sensible al contacto en esa zona, por lo que Juan Manuel debió aplicar la terapia con suavidad para evitar que Rodrigo fuera víctima de violentos accesos de risa debido a las cosquillas que sentía por el frote de dos manos diestras. Pero poco a poco, Juan Manuel fue doblegando la resistencia de Rodrigo, quien al final de la sesión quedó tan profundamente dormido como su esposa. Juan Manuel había alcanzado a tocar hasta las pantorrillas velludas de su objeto del deseo. Lo disfrutó tan intensamente que no se acordó de cobrar por servicios en ese momento. Cuando salió de la casa, solo Emma lo despidió porque Rodrigo había caído en un letargo profundo. Volvería en una semana.

Aun cuando Juan Manuel había conseguido entrar a casa de Rodrigo con relativa facilidad, sabiendo que es inconcebible que eso ocurra en realidad, sentía que no ocurría ya el menor avance en sus intentos por captar la atención y algo más de Rodrigo. Pero no perdía ni la paciencia ni la perseverancia, que bien podrían llevarlo lejos, tal vez demasiado lejos.

Una semana más tarde, Juan Manuel había llegado ya hasta las rodillas en el contacto de reflexología con Rodrigo, consiguiendo de manera invariable que tanto Rodrigo y Emma se relajaran completamente. Las hábiles y milagrosas manos de Juan Manuel fueron recomendadas por Emma entre sus amistades. Pronto Juan Manuel tuvo que declinar peticiones de sesiones de reflexología porque el tiempo ya no le alcanzaba. Pero en verdad, su interés estaba claramente marcado por Rodrigo y su esposa por mera conveniencia, aunque Emma no le desagradara como persona.

En la tercera sesión, Juan Manuel fue víctima de una erección tras el momento en que la energía sufrió un corte pasajero. Durante el masaje, Rodrigo permitió a Juan Manuel romper la barrera de contacto al llegar a las rodillas y en segundos después a los muslos cuando no había luz para distinguir. Rodrigo sintió algo extraño, pero no detuvo a Juan Manuel, quien prosiguió con renovados bríos, sin excederse más allá de los muslos y sin tocar partes íntimas, aunque lo quisiera… Emma prendió una bujía y Juan Manuel advirtió que Rodrigo estaba excitado, dureza que había cedido no obstante, tan pronto como la corriente regresara y cegara momentáneamente a todos.

Para la siguiente sesión, Juan Manuel encontró a Rodrigo solo y abatido. Emma estaba en casa de sus padres después de haber reñido, aunque sin llegar a la violencia casera. Juan Manuel escuchó atentamente la ilación de hechos de principio a fin. Después preguntó si Emma volvería. Juan Manuel se ofreció para hablar con ella, en su primera oportunidad. Para que Rodrigo se tranquilizara, Juan Manuel aplicó la terapia más larga que hubiese brindado a cualquier persona y consiguió finalmente que Rodrigo se relajara completamente. Cuando se despidió de Rodrigo, se percató que la terapia había cumplido su cometido. Al día siguiente hablaría con Emma para escuchar la versión de los hechos y más que nada para convencerla de su regreso a casa.

Juan Manuel ya no era sólo el terapeuta de la familia, sino el consejero matrimonial tras los acontecimientos recientes. Llegó a donde estaba Emma, y la urgió a tranquilizarse, y qué mejor remedio que aceptar la terapia en casa de sus padres. Tan pronto hubo terminado, Emma pudo reconstruir los hechos y se percató que no tenía la importancia que ella había insistido en otorgarle al suceso. Su orgullo herido la había endurecido, pero resolvió que volvería a casa dentro de algunos días, sin precisarlos. Daría a Rodrigo, la oportunidad de reflexionar sobre su relación y lo que vivirían a futuro.

Juan Manuel volvió a casa con las buenas nuevas, y se sintió alborozado en el momento en que Rodrigo lo rodeaba con fuerza, agradeciéndolo su buena intención. Pero fue Rodrigo mismo quien tuvo que desembarazarse de los brazos de Juan Manuel cuando sintió que el tiempo "reglamentario" de abrazo entre dos varones, estaba excediendo los límites. De cualquier manera, no mostró molestia. Juan Manuel procedió a aplicar la terapia con ganas pero cuidadoso de no provocar cosquillas. Como de costumbre, las milagrosas manos de Juan Manuel consiguieron por enésima vez su intención: relajar a Rodrigo, hasta dejarlo dormido.

Aprovechó esa oportunidad para ordenar la casa y preparar comida para ambos. Después, como Rodrigo no daba muestras de querer despertar todavía, e incluso roncaba, Juan Manuel inició un rito peligroso para despertar a su gema preciosa, rozando con la yema de sus dedos las cejas, los labios y la barba de Rodrigo .Aun cuando se quedó profundamente dormido, se levantó preocupado porque había dejado a Juan Manuel mucho tiempo solo. Cuando lo encontró afanándose en cocinar se sintió culpable. Además, la cordial invitación a sentarse, lo estimuló a compartir con bromas y risas.

Cuando Juan Manuel regresó a la semana siguiente, la familia estaba reunida una vez más. Celebraban la reconciliación, pero el único que hacía falta, le dijeron, era él. Ambos lo abrazaron efusivamente para luego convertirse en un abrazo de tres que Juan Manuel aprovechó para tocar y sentir lo que deseaba, como si fuera accidental.

La reunión terminó tarde, pero aún así, Juan Manuel procedió a aplicar la terapia a Emma. La chica cayó en sueño profundo y cuando procedía a ofrecer el masaje a Rodrigo, este lo despidió para que durmiera y descansara porque Juan Manuel se quedaría a dormir con ellos, por primera vez.

Rodrigo demoró en conciliar el sueño pensando que si bien había hecho una buena obra, tampoco podía ocultara su decepción y la aventura estaba a punto de terminar. Como había bebido considerablemente, tuvo que levantarse al baño. Tan pronto abrió la puerta se percató de la presencia de Rodrigo, completamente desnudo y sentado al inodoro. Se sonrieron y en el momento en que Juan Manuel decidía abandonar el baño, Rodrigo se paró para luego abrazar a Juan Manuel, en una mezcla de agradecimiento y pasión que Juan Manuel no supo interpretar bien. Sin embargo, la dureza del miembro de Rodrigo fue la clave de todo. Este procedió a tranquilizar a Juan Manuel al decir que Emma había recibido un masaje que no la despertaría nada y que la noche era de los dos chicos.

Juan Manuel supo que la calidez, la humedad y la pasión de la lengua que hurgaba en su interior y el jugoso beso que recibía era sólo el preludio de mucho más. Se desvistieron uno a uno, poco a poco, hasta quedar desnudos, uno frente al otro. Rodrigo extendió sus varoniles y velludos brazos pidiendo que lo abrazara. Recostó a Juan Manuel en la alfombra y ahí fue acariciando al chico con el suave pero erguido instrumento, a partir de la cabeza fue deslizando el miembro con lentitud, dejando tocar todos y cada uno de los rincones de su compañero (oídos, axilas, ombligo) hasta llegar a uno muy particular, embadurnado de lubricante y ansioso por recibirlo. Entonces dejó que se deslizara lenta pero seguramente hasta su interior, sin que Juan Manuel dejara de contraer amorosamente su cavidad y besando al chico gracias a una capacidad de contorsión extraordinaria que le permitió ofrecer su boca fácilmente para luego succionar la lengua de su compañero como si estuviera frente a él. Mientras tanto, ambos ya habían enloquecido con estas caricias y advirtieron recíprocamente que de un momento a otro “estallarían”. Hicieron lo imposible por alargar el placer hasta niveles insospechados, pero Juan Manuel temía que Emma pudiese despertar de un momento a pesar de la seguridad de Rodrigo de que no sucedería así. Juan Manuel se contuvo para no gritar cuando sintió el momento claro en que sus fluidos internos estaban a punto de excretar. Una sacudida a manera de dulce convulsión anunció la salida de un chorro caliente que recorrió libremente el cuerpo de quien también escupía “lava hirviente” en el interior de su amigo. Habían agotado sus reservas y quedaron satisfechos, pero tan solo de momento.

Nadie podría asegurar que permanecerían unidos para siempre, pero era claro que no sería la última vez.
Datos del Relato
  • Autor: Rojo Ligo
  • Código: 14804
  • Fecha: 31-05-2005
  • Categoría: Gays
  • Media: 5.29
  • Votos: 62
  • Envios: 1
  • Lecturas: 3248
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