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"Termino este relato real de un encuentro con una pareja amiga y... Bueno, mejor es leerlo ¿no creéis?"
Volvía a lucir el sol en ese último día de febrero. Era muy temprano cuando, desnuda en la cama, me despertó la luz de la mañana. Javier ya no estaba. Recuerdo que, en mi somnolencia, se despidió de mí para ir a la oficina con Pablo y poder preparar la conferencia que le alejaría de mí tres días la semana siguiente.
Fui a la cocina completamente desnuda, ensimismada en el recuerdo de los cuerpos cálidos que me llevaron anoche a otra dimensión del placer. El olor a café se mezclaba con el de los cigarrillos caros de Pablo - "Le ha dejado fumar en la cocina" - pensé aceptándolo cuando vi una hoja de la ventana abierta. Abrí el frigorífico para sacar leche y vi el paquete de salchichas. Sonreí con el recuerdo de ver a Cristina con su culito en pompa recibiendo una de ellas en su sexo y cómo, impregnada de placer, mi marido daba de comer con ella al gigantón, como si diera de comer a un niño grande. "Es gracioso, - pensé mientras cogía una y la llevaba a mi boca- nunca me han gustado las salchichas cocidas", y le di un buen bocado.
-Hola, putita- me saludó la rubia de pelo corto desde la puerta, tan desnuda como yo- Me encanta tu culo. ¿Me das un poquito de la salchicha?
Giré sólo la mitad superior de mi cuerpo para que , coqueta de mí, siguiera admirando mi trasero. Ella se acercó con ese andar suyo de pantera y rodeó desde atrás mi cintura con sus brazos mientras acerqué el que ya era un manjar fetiche a sus labios. Tras morder y masticar despacio mientras la observaba, cuando tragó aquel bocado, en aquella misma posición torsionado mi cuerpo, la besé suave.
-Hola, zorrita. Es curioso, nunca me han gustado las salchichas- le confesé mi pensamiento.
-A mí tampo - confesó a su vez ella mientras sus manos subían de mi cintura a mis pechos.
-Fóllame- le ordené deseosa de volver a sentir su lengua, sus muslos, sus pequeños pechos, sus dedos, sus labios, su ombligo, sus caricias.
Me pidió subir a la mesa en la que ayer me dejó su marido bien follada y llena de semen. Cristina abrió mis piernas con suavidad y cuidado, y aunque yo necesitaba urgentemente sexo, muy despacio, acariciaba, desde mis rodillas pasando por mis muslos, mis ingles y los pliegues exteriores de mi vulva. Cada vez que intentaba mover mis manos para obligarla a darme más placer ella paraba sus caricias bucales y me decía:
-¡Quieta, putita! Me has pedido que te folle y ahora lo haremos a mi manera.
Aquellas palabras que vertía a escasos milímetros de mi sexo y mirándome a los ojos fijamente con sus ojos verdes, me desordenaban la conciencia y me provocaban un deseo aún mayor de sentirme lamida, chupada y comida por su boca. Sin duda sabía lo que quería hacer conmigo. Sus labios seguían besando suavemente esas zonas tan sensibles y sentía un placer indescriptible teniendo en cuenta que no había llegado a tocar mi sexo.
Tras un interminable tiempo jugando a haceme sufrir de forma tan placentera, al borde de un ataque de furia sexual, colocó dos de sus dedos, uno a cada lado de mi sexo, sobre los labios externos, abriendo mi coñito. Colocó sus labios rodeando mis labios interiores y por encima del centro neurálgico de mi placer para, con sólo cuatro punzadas de su lengua en mi clítoris, hacerme estallar en un descomunal orgasmo que en lugar de hacerme cerrar las piernas me las abrió como los pétalos de una flor en primavera. Fue, quizá, el más salvaje y brutal orgasmo que había sentido jamás.
Tardé rato en recuperarme de la respiración agitada, del placer que manaba de mi clítoris y de mi cerebro. Pensé, incluso, que había llegado a desmayarme. Estaba tan extasiada tras el estruendo interior que aferré a Cristina con mis piernas y la elevé a la altura de mi boca para fundirme en un beso totalmente desbordado y cerdo. Introducía mi lengua en su boca como si quisiera follarle esa oquedad con ella. Lamí su paladar, su lengua, sus dientes y muelas, su frenillo, sus labios, su cara...
-Voy a hacer que te corras en mi boca, zorrita- le decía entre susurros mientas la besaba y giraba sin miramientos ante la posibilidad de caernos de la mesa y mientras mis manos buscaban sus pechos, su sexo, su culo, su espalda.
Habíamos invertido la posición y ahora estaba la rubita frente a mí expuesta a mi deseo. No me andé con miramientos y me lancé a lamer, morsisquear y saborear su humedísimo coño.
Lamí de forma salvaje, introduciendo mi lengua todo lo que podía en su interior, separaba con ella los labios vaginales y, a veces, restregaba toda mi cara en aquella exquisita zona empapándome de su zumo que mi boca golosa seguía recogiendo sin cesar.
Sus orgasmos, casi seguidos, me calentaban más y mi presión bucal en ella le hacían tener cada vez orgasmos más fuertes hasta que me tuvo que gritar para que parase.
-¡Para, putita, para! ¡Me va a dar un infarto si sigues!
Pero no paré, quería más placer suyo embriagando mis papilas y mis fosas nasales.
-¡Para, por dios, Isa! - volvió a suplicar.
"Uno más" pensé mientras mi lengua recorría, eléctrica, su clítoris.
-¡Joder, putita, mi putita, jodeeeeeeerrrrr! - la oí gritar ya al borde del delirio.
Paré poco a poco sintiendo que mi boca ardía y mi lengua, dolorida, recogía los últimos sabores de la entrada de su vagina.
Satisfechas y agotadas nos sentamos en la mesa a desayunar. Me embriagaban los ojos verdes y la voz algo quebrada pero suave de Cristina hablando de mis pechos, de mi pelo, de mi culo, de mi sexo.
-¿Cuál es la fantasía sexual que quieres cumplir? - me preguntó sonriente.
-Me encantaría lamer tu sexo mientras Javier te folla a cuatro patas. Lo deseo desde el primer día que estuvimos los 4 en el hotel- respondí sin pudor- Soy un poco adicta al semen- dije con cierto pudor- y estoy deseando beberlo directamente de tu interior ¿y la tuya?
-Creo que soy más zorrita que tú, querida--me contestó riendo - A mí me va mucho el morbo, pero también que me den caña. Me pone pensar en que tú marido y el mío me follen a la vez.
-Podrías haberlo hecho ayer- le respondí un poco esperanzada de que lo hubiera hecho.
-La verdad es que sí, y me moría de ganas de saber qué se siente con dos hombres dentro de mí. Así que lo dejé para cuando estuvieras y saber si estás también con ganas de sentir esa sensación. Ayer me conformé con hacerles una pequeña mamada a dúo, pero sólo para ponerles a tope antes de que llegaras. A tu marido no le dejé ni que se desnudara- me dijo graciosamente acompañado de un guiño.
-¡Uffff! Ganas también tengo, y tu marido tiene un tamaño de polla que creo que sí me va a entrar por detrás, aunque lo mismo me sale por la boquita- dije jocosamente.
-Pues tendremos que probar, ¿no? - me dijo. Se incorporó un poco sobre la mesa y alcanzó a darme un suave beso.
-¿Y hasta que ellos lleguen? - pregunté con cierta malicia.
El beso se fue haciendo más y más intenso y nuestras manos empezaron a recorrer los pechos, cuello, cara, caderas y espalda de la otra. Mi mano izquierda alcanzó de nuevo su sexo, húmedo y deseoso de ser probado de nuevo mientras la derecha abarcaba su pequeño pecho izquierdo en su totalidad. Notaba en la palma de la mano su pezón duro y en los dedos de la otra cómo su humedad aumentaba.
Su mano derecha alcanzó también mi entrepierna y dos de sus dedos jugaban, suaves como plumas, con mi clítoris que aumentaba su tamaño ante sus caricias. Su mano izquierda acariciaba mi cuello y bajaba a mis senos, alternando pequeños pellizcos en mis pezones. Subió dos dedos a la altura de nuestras bocas para lamerlos a dúo, mientras nuestras lenguas, deseosas, se entrecruzaban en el juego. No olvidaré el sabor de mi sexo en ese juego ni cómo, con los dedos mojados de mi interior y de nuestras bocas, pellizcaban de nuevo uno de mis pechos.
--Me encantan tus pechos, putita- dijo mientras abandonaba el intercambio de sabores para bajar a lamer mi pezón izquierdo.
Su mano derecha volvía a acariciar mi coñito de forma suave y continua, haciendo círculos sobre mi clítoris.
Al tener la boca libre comencé a gemir más y más fuerte liberando la tensión previa a un anunciado orgasmo. Sabía hacerme gozar tanto como deseaba yo gozar con ella. Mis dedos, al compás de sus movimientos, recorrían en círculos inversos a los suyos su suave clítoris. Gemía a la par que besaba y mosdisqueaba suavemente mis pezones como si estuviera besando mi cerebro.
-¡Vas a hacer que me corra, zorrita! - le dije entre gemidos al oído.
-¡Tú ya lo estás consiguiendo, putita! - me respondió y elevando su rostro buscó con sus labios y su lengua mi boca y, mirándome fijamente a los ojos, se estremeció, se convulsionó y se corrió con mis caricias a la vez que una oleada de placer empezaba a llenarme desde muy dentro de mi sexo, de mi cerebro, de mi alma, amenazando con explotar en una cascada de orgásmica.
-¡No pares, no pares, noooo o pa... Ahhhhhhhhh!
Volví a sentir ese latigazo que, suave en su inicio, descarga en mi sexo bajo las caricias de Cristina una vez más.
LA CENA.
Nos vestimos y salimos de compras al centro de Madrid, como dos amigas de toda la vida. Pasamos el día tomando aperitivos, visitando la ciudad, probándonos ropa juntas en los probadores entre manoseos y besos.
-¡Hola, Silvia! - dije a mi compañera gordibuena que estaba al otro lado del teléfono.
-¡Holaaaa! - contestó efusivamente y chillona ella.
-¡Somos las bolleras! - bromeé- A las 20:30 te recogemos en tu casa.
-Vale, pero...
Colgué sin dejarle terminar la frase. La rubia y yo tomamos un café cerca de su barrio hablando de la vida, del maldito virus, de los deseos futuros, de Silvia y de sus hermosas tetas... En fin, cotilleando como mujeres que somos.
-No te preocupes, Cristina, me siento atrás- dijo Silvia con labios rojos y, abriendo la puerta de trasera se subió al coche. Iba espectacular con un vestido precioso estilo asiático, última moda.
-¿Donde vamos? - preguntó un poco inquieta.
-A un local liberal- volví a bromear mirando sus labios rojos a través del espejo interior del coche.
-No, tranquila - dijo Cristina - Vamos a buscar a los chicos y a cenar como buenos amigos.
-¿Por qué tengo la impresión de que no puedo fiarme de vosotras? - dijo entre sonrisas nerviosas.
Las tres reímos aquella gracia.
FASES.
-Hola, chico guapo - dije a Javier cuando me descolgó el teléfono.
-Ya veo que tienes el nuevo jueguecito en mente- me contestó con su boquita torcida que me pone aunque no le vea.
-Fase uno- dije a modo de contraseña antes de colgar sin siquiera despedirme.
-¿Fase uno? - preguntó la de los labios rojos.
-Siempre que estoy esperando a mi marido mal aparcada es fase uno- mentí.
Bajaron de la oficina los chicos y, cada uno por una puerta, accedieron al coche dejando a mi compañera gordibuena en el medio de los dos.
-¡Hola, princesita! - saludó Javier a Silvia acompañando el saludo con dos sonoros besos- Este es Pablo, supongo que ya has oído hablar de él - continuó mi marido.
-Encantada, Pablo, soy Silvia, compañera de Isa- se presentó ella.
De camino al restaurante hablamos sobre cosas banales. Imaginé la mente de mi compañera recreando cómo el gigantón que estaba a su izquierda me había follado en Zaragoza y que, presumibleme, ayer también. La imaginé también intentando recrear a mi marido follándose desde atrás a la rubia de pelo corto. Lo notaba en su rubor y en que mantenía un poquito separadas sus rodillas.
Llegamos al restaurante y en la mesa redonda que pedimos estaban dispuestos los 5 cubiertos. Javi, amablemente, retiró una de las sillas e invitó sentarse a la de los labios rojos, con quien no paraba de conversar sobre el malestar de la sociedad con el virus. Por su parte, Pablo, con cierta galantería, separó las sillas que ocuparíamos Cristina y yo. Así quedamos sentados, de izquierda a derecha, en sentido de las agujas de un reloj, Silvia, Javier, Cristina, Pablo y yo.
La velada fue divertida y la cena exquisita, repleto de platos sabrosos y bien hechos, regada en abundancia de un rico Ribera del Duero que apenas puede probar ya que decidí que la conductora, ese día, sería yo, pero que a ellos les estaba haciendo un efecto deshinibidor. Entre el plato principal y el postre, la rubita de pelo corto, no sin cierta malicia, se acercó a mí marido y, delante de mi compañera, le besó en los labios de una forma suave, provocativa y sexi. En ese momento aproveché para acercarme a Silvia, que se había quedado alucinada, y al igual que Cristina, besé de forma suave sus labios rojos y me giré a besar con la misma normalidad y suavidad a Pablo.
-Si esto es una trampa me voy- dijo sin ningún tipo de convencimiento mi gordibuena compañera.
-Puedes irte, si quieres, o puedes besar a Javi. Tú eliges- la reté mientras volví a besar sus labios rojos.
La notaba azorada y volvían a endurecerse sus grandes pezones bajo aquel vestido tan bonito. Mi marido la miraba fijamente con una sonrisa maliciosa y ella bajaba y subía su mirada. Cristina besó suave a Javier y acto seguido a su marido que, a su vez, girando la cabeza, me besó suave. Eran pequeños piquitos pero muy sexis. En aquella mesa apartada pasaba bastante desaparecido nuestro juego. Tras el roce de labios con Pablo fui yo la que me giré y dirigí mis labios a los rojos morritos de mi compañera como en una rueda de besos. Ella se detuvo un poco más en el beso que, si bien no duró más de tres segundos, sí fue más húmedo que los que los 4 anteriores nos habíamos dado entre parejas.
Pasé mi lengua por su labio superior y le ordené - ¡Bésale!
Giró su cabeza y morreó con pasión a mi marido. Aquella situación de ver a Javier besándose con otras mujeres me empezaba a gustar demasiado. Según terminó el largo beso, y sin dejar que dijera nada, la atraje hacia mí para recompensar su atrevimiento y mi condición de viciosilla con otro largo beso con mi gordibuena compañera.
-¡Ufff, estás loca, Isa! - dijo suavemente aún con los ojos cerrados y sus rojos labios en posición de beso.
-¿Podemos ya pedir los postres? - preguntó jocoso Pablo mientras su mano se deslizó, discreta y juguetona, entre mis muslos.
Supuse que Silvia también era acariciado, por su cara de sorpresa y su rubor, por la mano derecha de mi marido y Cristina, a su vez, por la mano izquierda. Llegaron los postres y alternábamos el sabor de estos con las sensaciones de caricias.
Silvia no se movía, apenas hablaba y, aprovechando cada cucharada de la mousse de limón y papaya que había pedido, gemía más por las caricias que por el sabor. La copa de orujo para los que no iban a conducir finalizó la cena y dio el pistoletazo de salida a la siguiente dimensión.
FASE DOS.
Mi gordibuena compañera no decía nada aparte de hablar con Javier como siempre, con su voz fina de señorita moviendo, como de pitiminí, sus labios rojos . A la conversación se les unió Cristina que la asió del brazo como si fuesen amigas de toda la vida. Pablo se puso a mi lado con su enorme estatura, pasó su brazo sobre mi hombro, y con uno de sus dedos rozaba mi pecho izquierdo. Nadie que no nos conociese adivinaría quién era pareja de quién mientras íbamos hacia el coche.
A sólo unos minutos antes de llegar al aparcamiento, pedí a Pablo que acercase su oído
-Fase dos- le susurré como una espía dando información confidencial.
El gigantón se separó de mí justo en el momento en que Cristina, intuyendo que era el momento, miró para atrás y, al verme un poco más retirada fingiendo un inexistente tropiezo, soltó a Silvia casi al tiempo de que su marido se colocara al lado opuesto al que estaba el mío.
-Es interesante vuestra investigación, por lo que me venía contando Isabel - dijo Pablo a la morena de pelo azulado para distraer su atención, a la vez que mi chico guapo agarró suavemente la cintura de mi compañera.
No sé qué pensaría en ese momento Silvia, tras el espectáculo vivido y protagonizado en el restaurante, pero estoy segura de que no intuía, ni lo más mínimo, lo que iba a vivir aquella noche.
Llegamos al parking y, caballeroso mi Javi, abrió la puerta trasera del coche para dejar pasar a Silvia mientras, por la puerta del otro lado Pablo introducía su enorme tamaño también en los asientos traseros. "Menos mal que el coche es grande", pensé mientras la pequeña rubita de pelo corto y yo subíamos en los asientos delanteros. Antes de salir a las calles de la ciudad Cristina ya había puesto su mano izquierda en mi mulo derecho y Pablo, por primera vez, besaba a mi gordibuena compañera con un mojado beso de alto voltaje mientras mi marido, intuí a través de la imagen que me ofreció el retrovisor, palpaba con una mano la entrepierna de Silvia y la otra buscaba, bajo el escote, uno de sus pechos.
El mediano trayecto hasta nuestra casa, en las afueras de Madrid, dio para situaciones curiosas. Cristina había logrado introducir uno de sus finos dedos bajo mi vestido y bajo la tela de mis braguitas; uno de los míos, de mi mano derecha, a su vez, había encontrado su clítoris apartando su suave tanga de algodón, y lo acariciaba de arriba a abajo y en suaves círculos mientras manejaba el volante con la izquierda.
En la parte trasera la fase dos estaba bastante candente. Los grandes pezones de Silvia estaban ya fuera del escote. Habían sido masajeados, lamidos y mordidos suavemente por las bocas de Javier y Pablo. Las manos de ellos recorrían, de las rodillas hacia arriba, cada milímetro de piel que aquella gordibuena no se molestaba en cubrir, muy al contrario, en una de las veces que la luz exterior permitía ver lo que atrás ocurría, en ese segundo, pude ver que Silvia ya no llevaba ropa interior y la mano enorme de Pablo buceaba entre la humedad de su sexo. Javier, mientras tanto, besaba los labios rojos.
Las manos de Silvia asían, con evidente deseo, los miembros erectos que, en algún momento, habían sido liberados y resplandecían ante las caricias manuales (o tal vez bucales) de mi compañera de trabajo.
Según metí el coche en el garaje parecía que ya no había ningún tipo de pudor ni freno. Silvia mantenía cogidos los miembros erectos de nuestros maridos delante de la rubia de pelo corto y de mí que desnudándonos, les seguíamos hasta el salón.
Nada más flaquear la puerta, la gordibuena de mi compañera, con sus pechos fuera del escote y el vestido levantado hasta la cintura, se agachó poniendo a los dos hombres frente a ella, y en un casi frenesí devorador, se introdujo en su boca, sin soltar de sus manos, primero el grueso pene de mi marido para, nada más sacarlo, hacer lo mismo con la mitad del largo pene de Pablo y continuar así durante unos minutos.
Cristina, a su vez, abrazaba mis caderas desde atrás llegando con sus manos a mi sexo ya desnudo y besando con extrema sensualidad y sexualidad mis hombros, mi nuca y mi cuello.
Yo sentía pulsaciones incomprensibles cada vez que Silvia mamaba el pene de Javier con sus labios rojos rodeando su grosor. Mis manos, detrás de mi cintura, como esposada mentalmente, llegaban a rozar y sentir toda la humedad de la rubia una vez más.
En un momento en que Pablo era el blanco de los labios de mi gordibuena compañera, Javier se acercó a nosotras que expectantes le vimos llegar con su miembro erguido. Se puso frente a mí y mientras me besaba como esposa la mujer a la que ya se había follado frente a mí agarró su miembro y lo acercó, así de pie como estábamos, a mi húmedo coñito, rozando con su prepucio y con su ayuda mi clítoris y mis labios vaginales.
Cuando volví a mirar a mi compañera estaba a cuatro patas recibiendo la penetración y las fuertes embestidas del gigantón que estaba a horcajadas sobre ella como en una película X.
No pudimos resistir más y los tres, Cristina, mi marido y yo, nos acercamos a ellos con ánimo de follar y ser follados, chupar y ser chupados, besar y ser besados.
Recuerdo, entre penetraciones de todo tipo, de penes en bocas, en coñitos húmedos y hambrientos, de dedos suaves con masajes exteriores y también profundos, cómo Cristina cabalgaba sobre Javier, Silvia tenía su sexo en la cara de mi marido y se besaban y masajeaban los pechos entre ambas. Mientras yo sentía cómo la mano de Javier frotaba suave mi punto del placer a la vez que Pablo trataba de introducir su miembro fino y largo en mi culito. Estaba segura que aquella era una orden dada a su marido por la que ahora se estaba follando al mío.
Noté una tensión algo dolorosa al principio, pero suave y placentera cuando mi ano se dilató despacio para acoger la virilidad de Pablo. Sentía cómo profundizaba poco a poco en mi interior, en aquella zona poco explorada. El grueso tamaño del pene de Javier había impedido hacer aquello con asiduidad y, las veces que allí lo recibí, sentí un dolor agudo que me impedía disfrutar del placer anal que aquel otro hombre estaba dándome.
Cristina abandonó la posición sobre Javier que, ávidamente, ocupó mi compañera. Sentí aquellas mismas pulsaciones en mi sexo cuando vi claramente cómo la polla de mi marido entraba suave entre los pliegues vaginales de mi amiga y compañera desde hacía tantos años. Absorta en aquella imagen sentí cómo el largo pene de Pablo estaba en su totalidad dentro de mí y cómo comenzó a follar despacio mi culito.
Cristina se acercó a besarme y me propuso de una forma obscena hacer un 69.
-Putita, quiero comerte el coñito mientras mi Pablo te folla el culo. Quiero ver cómo te lo folla con tu coño en mi boca- me dijo al oído tras besarme con ese sabor a cigarrillo caro y menta que me hacía explotar de deseos.
Acto seguido, como en un juego escurridizo, logró situar su pequeño cuerpo bajo el mío lamiendo a su paso mis pezones que se movían al ritmo de las suaves embestidas de su marido. Cuando alcanzó mi sexo con sus labios quedó el suyo expuesto a mi boca y abandoné el espectáculo de mi marido y mi gordibuena compañera para centrar mis labios y lengua en el sabor de la rubia y en los placeres mezclados de Cristina en mi sexo y su marido en mi ano.
Sabía que no aguantaría mucho en explotar en un nuevo tipo de orgasmo ante aquellas caricias y penetraciones. Un latigazo de inmenso placer hundió toda mi cara en el sexo de Cristina mientras Silvia, con sólo segundos de diferencia, brindaba un escandaloso orgasmo con el pene de mi marido en su interior, uno de los pechos apretado por una mano y el otro en la boca del hombre al que se follaba: mi Javier.
No estaba segura de si mi marido se habría corrido en la boca o el interior de Silvia, o si aún no lo había hecho. Mi compañera, con una agilidad asombrosa, se puso en pie dejando ver el reluciente pene de Javier muy erecto y palpitante.
En ese momento de cierta recuperación Pablo salió de mi interior y, ávida, Cristina salió de debajo de mí dejándome a cuatro patas y huérfana de sexo, aún convulsionando mi clítoris y mi ano del brutal orgasmo que me había provocado el matrimonio.
Tras recuperar la consciencia y volver a darme cuenta de lo que pasaba, me quedé atónita. Cristina se había puesto sobre mi marido y le besaba salvajemente. Estaban en tal posición que podía ver perfectamente cómo ella, con sus movimientos oscilantes, se introducía totalmente y hasta los testículos, el grueso pene de Javier. Mientras tanto Pablo volvía a recibir una profunda mamada de Silvia en el sofá. Y yo, allí, de rodillas, seguía de espectadora con las palmas de las manos apolladas aún en el suelo y mi boca con sabor al sexo de la rubia de pelo corto. Ese sabor que impregnaba ahora la polla de mi chico guapo.
Pablo abandonó la boca de mi compañera gordibuena para, despacio, acercarse y poner su largo miembro entre los labios de su mujer y mi marido que gustosos comenzaron a lamer toda su longitud. Cuando uno lamía el tronco del pene la otra aprovechaba para introducir el capullo en su boca y hacerle una felación. Después cambiaban de objetivo y era la rubia la que lamía el tronco y mi marido chupaba el capullo de su amigo.
Me extasiaba esa imagen y, al parecer a Silvia también, que en el chaise losing se masturbaba suavemente al compás de los movimientos, como absorta en aquella imagen. Al poco tiempo de esta mamada a dúo Pablo retiró el pene de sus bocas y se puso tras su mujer. Parecía un sueño. Yo seguía sus movimientos en mi misma posición, expuesto mi sexo a nadie en concreto pero abierto como una rosa en primavera, El grandullón aprovechaba su tamaño y largas piernas para ponerse de nuevo a horcajadas sobre la espalda y culito de Cristina y su largo pene ya apuntaba a su orificio anal. De repente se arrodilló dejando en medio de sus piernas las de su mujer y las de mi marido y comenzó a mover sus caderas hacia adelante muy despacio, como teniendo cuidado de no dañar a su rubita de pelo corto, mientras con una mano dirigía su largo falo a donde quería entrar.
Era increíble cuando empezaron a moverse los 3 de forma coordinada. En la cara y gestos de Cristina se dibujaba perfectamente el placer de sentir cómo era penetrada y tan deseada sexualmente por dos hombres. Estaba cumpliendo su fantasía. Me acerqué a gatas a ella.
-Hola, zorrita- le dije antes de besarla e introducir mi lengua en su boca sobre la cabeza de mi marido- Por fin te están follando los dos a la vez.
-Unmmm, Unmmm- gemía ella y con su boca medio abierta de nuevo esperando ser follada de nuevo por mi lengua.
-¡Siéntelo, zorrita! - le dije al oído mientras mi mano izquierda se introjo entre el cuerpo de mi marido y el suyo para, primero agarrar uno de sus pequeños pechos y, después, buscar más profundamente su hinchado clítoris.
Cristina empezó a gemir muy alto, a gritar "¡folladme, cabrones, folladme!" con los ojos abiertos como platos mirando directamente a mi compañera que habían acelerado y acompañado el ritmo de su masturbación al de los movimientos de los tres cuerpos que estaban a punto de fundirse en placer.
-¡Joder, dios, joder! - empezó a decir mi marido señalando con ello que estaba a punto de explotar dentro de la rubia.
-¡Voy a correrme, nena! ¡Voy a llenarte! - dijo a continuación Pablo con una voz tan potente que no la reconocería si no le estuviera viendo gritar.
-¡No paréis, no, por favor, estoy a punto, no paréis! - dijo Cristina entre convulsiones que anunciaban un intenso orgasmo en su cerebro y su cuerpo.
-¡Me corro, nena, me corro!- gritaba instantes después Pablo a la vez que Javier se tensaba bajo ellos.
-¡Dios, dios, dios, aaaaahhhhhggg! - explotó mi marido verbalmente mientras su semen inundaba a la rubia.
Tras unos segundos de quedarse quietos y de que mi mano notara la húmeda vulva de Cristina ya sin convulsiones, Pablo se retiró de detrás de su mujer mientras ella me dijo sudorosa:
-No era exactamente así tu fantasía pero puedes beber de mí mientras me la saca tu marido- y tras un largo beso sáfico entre ambas desplacé a gatas mi cuerpo hacia aquella fuente de deseo que era ver el pene de mi Javier dentro de ella.
El miembro ya semi erecto de mi marido salía del interior de aquel coñito totalmente cubierto de restos de esperma y flujos. Ahí me di cuenta de que ambos habían penetado a Cristina por su sexo, "¡los dos a la vez dentro!" exclamó mi interior mientras lamía y bebía aquellos jugos directamente del miembro de mi marido que no dejaba de empaparse del semen suyo y de Pablo mezclados con los jugosos placeres de esa zorrita de pelo corto y rubio.
Tras salir completamente el pene de Javier y lamerlo mientras seguía empapándose, me dediqué durante mucho tiempo a beber directamente aquella macedonia de néctares en la fuente de la que manaba, a la vez que una de mis manos masturbaba mi sexo con fuerza, con desesperación por obtener otra ración de placer.
Pablo se había sentado junto a Silvia, apoyando la cabeza en uno de sus grandes pechos, cuando Cristina, Javier y yo pudimos ponernos en pie.
Era tarde, muy tarde y al día siguiente nuestros amigos tenían que salir temprano hacia su casa. En un último acto de cortesía y morbo le pedí a Pablo que esa noche durmiera conmigo y que Cristina, Silvia y Javier ocuparan nuestra cama matrimonial.
Era muy temprano cuando me desperté y no noté el cuerpo aquel gigante que me había abrazado toda la noche. Me dirigí completamente desnuda a la cocina y encontré allí a Silvia y a Javier, también desnudos, tomando café mientras las noticias en la pequeña tele no paraban de dar datos sobre la pandemia que, imparable, se extendía por todo el mundo.
-¿Cafe, cariño? - dijo mi amado marido con esa sonrisa que me encanta.
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