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Cuando la tuvo echada en el camastro se sentó junto a ella y le dijo: -Buen baile te hice dar por esos tipos, y a vos te gustó, ¿eh, puta? O vas a negármelo... -No... –murmuró Elena con los ojos cerrados.
No, no podía negar cuánto había gozado incluso del dolor que le causaran esos tres superdotados cuando la sometieron por el culo. En esos momentos, dolor y placer, placer y dolor habían sido para ella una misma cosa, como si el dolor le hubiera servido, y ahora se daba cuenta, para neutralizar la culpa que sentía por tanto goce en manos de esos hombres.
"Sí... –se dijo- tenía que ser castigada por estar gozando como una puta... Dios mío... ¡es que soy una puta!... Si no lo fuera no hubiera sentido tanto placer..."
Julia advirtió la crispación que tensaba el rostro de su esclava:
-¿En qué pensás? –quiso saber.
-Nada... no importa... –contestó Elena volviendo la cabeza hacia la pared.
-¡En qué pensás, te pregunté! –insistió Julia alzando la voz.
-En que... en que soy una... una puta... –murmuró Elena.
Al oirla, Julia sonrió ampliamente.
-¿Cómo? No te oí bien, repetí eso.
-Soy... soy una puta...
-Claro que sí, Elena, sos una puta y lo supe cuando me contaste esas fantasías que habías mantenido tan en secreto hasta ese momento. Eras una puta, aunque reprimida, claro. Pero al contármelas me diste la herramienta para que te sacara del armario. Ya te lo dije, deberías agradecérmelo. –dijo Julia sonriendo burlona mientras se dirigía hacia la puerta.
Cuando terminó de ducharse, Wanda estaba en la cocina preparando café. Mientras lo bebían la carcelera le preguntó:
-¿Y? ¿pensaste algo más para tu Elenita?
-No, todavía no.
-Si querés puedo sugerirte algo.
-Sí, claro.
-¿Qué te parecería llevarla de paseo?
Julia la miró asombrada:
-¿Sacarla a la calle?, pero...
-Sí, sacarla, claro que bajo ciertas condiciones.
-Pero es que podría aprovechar para hacer un escándalo, pedir ayuda.
-Por supuesto que eso haría si estuviera si pudiera hacerlo.
-¿Y entonces?
-No podrá con media pastilla adentro y la mordaza metálica puesta. Si te gusta la idea la sacamos a dar una vuelta en mi auto. Sería para ella una tortura sicológica. Volver a ver la calle, la gente, sentarse con nosotras en una confitería, aunque claro que ella, con la boca sellada, no podrá tomar nada, jeje.
-¡Sos tremenda!... –dijo Julia entusiasmada. –Me encanta la idea. Pero... la única ropa que tiene acá es ese atuendo de ramera que se puso para ir al pub. Así vestida llamaría demasiado la atención.
-No te preocupes por eso. Están las ropas de las otras esclavas y hay algunas que tienen su talla. Seguramente encontraremos algo para ponerle.
-Lo hacemos.
-Perfecto. Mañana llamo al Sumo Regente y arreglo incluir una visita a sus oficinas en el tour de tu esclava. Seguramente estará encantado de conocerla.
-¿Querrá probarla?
-No lo sé, querida. Veremos. ¿Dónde vivía tu puta?
-En Palermo, y trabajaba en el centro.
-Bien, antes de sacarla voy a hacerle un pequeño interrogatorio.
-¿Interrogatorio?
-Sí, seguramente sabe las zonas donde viven sus compañeros de trabajo. Haré que me lo diga para sacarla por lugares bien lejos de esos barrios y así evitar el riesgo de que algún conocido pueda verla.
-Pensás en todo.
-En esto las precauciones son muy importantes, querida. –remató Wanda, y la acompañó después hasta el portón de salida.
.....................
-Muy bien, señor, allí estaremos a esa hora. Que tenga buen día –dijo Wanda a la mañana siguiente dando por finalizada la comunicación con el Sumo Regente.
Después llamó a Julia:
-¿Cómo estás, querida? Ya tengo arreglada la visita al Sumo Regente con tu perra. Nos espera hoy a las 7,30 de la tarde. Vos venite por acá a eso de las 5, así tenemos tiempo de llevarla antes de paseo. A esa hora la tendré vestida y empastillada.
-De acuerdo, y no te olvides de ese interrogatorio.
-Perdé cuidado. Hasta luego. –dijo Wanda y luego de colgar se dirigió a la celda de Elena llevando la bandeja con el desayuno: una taza de café con leche y tostadas con manteca y mermelada. La buena alimentación de las esclavas era esencial para mantenerlas en forma.
Elena está dormida y la carcelera, después de dejar la bandeja en el piso, la despertó zamarreándola. La esclava tuvo un sobresalto al ser arrancada tan brutalmente de las brumas del sueño, se incorporó de golpe, con expresión confundida y balbuceando algo ininteligible. Se restregó los ojos y poco a poco fue recobrando la conciencia.
-Al suelo. A desayunar, puta. –le ordenó la rubia. –En un rato vendré a retirar esto y vamos a conversar un poco.
Mientras le daba tiempo a Elena para que desayunara, fue recorriendo las otras celdas retirando las bandejas con la ración y llevándolas a la cocina general, donde una de las bestias esperaba para lavar las tazas, los platos y las bandejas.
Era una jovencita de no más de 18 años comprada en un orfanato hacía ya tiempo. Muy delgadita, atractiva de cara, con tetas escasas, culo redondito y lindas piernas.
Wanda depositó todo en la pileta, echó una larga mirada a la bestezuela y volvió a la celda de Elena.
Cuando llegó, la esclava estaba sentada en el piso ante la bandeja, terminando el desayuno.
Wanda se sentó en el camastro y le dijo:
-Vengo a darte una buena noticia, Elenita. Esta tarde te sacaremos a pasear con tu Ama.
La esclava interrumpió la masticación del último trozo de tostada y la miró, incrédula.
-¿De... de paseo?...
-Sí, hace mucho que nos ves el sol, la gente, el movimiento de la ciudad.
-¿Es en serio? –preguntó imaginando una broma cruel de la carcelera.
-Claro que es en serio.
Elena retrocedió sin levantarse y se sentó de espaldas contra la pared del fondo, donde quedó pensativa.
"¿Pero cómo puede ser que me saquen?... Yo voy a gritar en cuanto vea gente, voy a pedir auxilio..."
Wanda adivinó sus pensamientos y la miró sonriendo sin decirle nada. Encontraba divertido dejar que la muy estúpida se ilusionara con una posibilidad de fuga y no la desalentó. En cambio le dijo:
-Oíme, puta, vos trabajabas, ¿cierto?
-Sí. –contestó Elena mientras sentía renacer en ella la esperanza de terminar con la pesadilla que estaba viviendo.
-¿Dónde?
-En una oficina del Gobierno.
-¿Tenías muchos compañeros?
-Cuatro
-¿Los conocías bien? ¿hablabas mucho con ellos?
-Sí, hablábamos.
-¿Y sabés dónde vivían? ¿en qué barrios?
Elena pensó un momento y luego contestó:
-Eh... Mario en Caballito... Norma en Boedo, Marcelo en Villa Urquiza y Roberto en... en San Telmo...
-Vamos a ver, Caballito, Boedo, Villa Urquiza y San Telmo, ¿es correcto?
-Sí...
-Bueno, puta, nos veremos a la tarde, cuando venga a prepararte para esa salida. –dijo la guardiana, y luego de tomar la bandeja se retiró dejando a la esclava sumida en pensamientos ilusionados.
.................
Eran las cuatro de la tarde cuando, después de dormir una siesta, Wanda comenzó a revisar el placard donde guardaba la ropa que las esclavas vestían al momento de su captura. Echó cada atuendo sobre su cama y se dijo que el de Marcela, la mamita, le quedaría bien a Elena, ya que ambas tenían una contextura física muy similar. Se trataba de una blusa blanca sin mangas, un chalequito corto de hilo negro y una pollera del mismo color, no muy ajustada. Como calzado servirían los zapatos de Elena, que eran negros también y de tacos muy altos.
Tomó el conjunto y se encaminó a la celda de la esclava. Cuando entró, Elena reposada echada de espaldas en el camastro.
-Parate, que vas a probarte el vestuario para salir.
La esclava obedeció rápidamente, impulsada por esa esperanza que no había dejado de sentir desde que supo que iban a sacarla de paseo.
Se puso la blusa, luego la falda y finalmente el chaleco, experimentando una intensa emoción al estar nuevamente vestida después de tanto tiempo de andar desnuda como un animal.
-Mhhh, te queda muy bien esa ropa, putona. Ahora quitátela que vas a tomar un baño. Vamos, seguime.
Una vez en el cuarto de baño Elena advirtió que debería soportar nuevamente el ritual de la enema, y reaccionó:
-¡¿Por qué la enema?!
Wanda le dio una bofetada.
-¡No vuelvas a abrir el hocico!
Elena se llevó una mano a la mejilla golpeada y optó por morigerar sus impulsos para no arriesgarse a sufrir un castigo mayor.
Mientras el agua iba inundándola se dijo que si le ponían una enema era porque sería usada, pero eso no afectó sus expectativas de fuga.
"Estaré en la calle, entre la gente..." –se dijo para darse ánimo.
Poco después Wanda la metía en la bañera.
-Enjabonate bien por todos lados. Ahí en la repisa están el champú y la crema de enjuague.
Mientras Elena se higienizaba bajo la ducha tibia Wanda no cesaba de mirarla, o mejor dicho, de comérsela con los ojos.
"Qué hembra... ¡qué pedazo de hembra es!..." –se decía conteniendo con esfuerzo el deseo de echársele encima y poseerla allí mismo. "Ya te voy a dar con todo esta noche" –decidió.
Momentos después Elena estaba sentada en el borde del camastro de su celda, vestida y esperando que vinieran a buscarla. La carcelera le había hecho tomar media pastilla del sedante y empezaba a sentir sus efectos.
Julia llegó puntualmente. Wanda le franqueó el portón de entrada y le dijo señalando su automóvil estacionado muy cerca:
-Esperame en el coche, querida, voy a buscar a tu hembra.
-¿Le sacaste dónde viven esos tipos del trabajo?
-Sí, son tres tipos y una mujer, quedate tranquila. –le dijo la guardiana y Julia fue hasta el auto reparando en que tenía vidrios polarizados, lo cual anulaba el riesgo de que alguien, por esas cosas del azar, pudiera reconocer a Elena desde la calle. Ya ubicada en el asiento del acompañante vio a Wanda salir de la casona llevando a Elena, que caminaba algo vacilante sobre sus piernas por efectos del sedante. Al llegar al auto la carcelera la puso en el asiento trasero, abrió el portón, sacó el auto a la vereda y volvió para cerrar el acceso.
-La tengo sedada y con la mordaza metálica. –le dijo a Julia sonriendo.
Ya en marcha el Ama preguntó:
-¿Te dijo dónde viven esos compañeros del trabajo?
-Sí, todos en la capital, así que vamos para San Isidro. Es un lindo sitio para pasearla.
Julia se volvió para mirar a Elena y la vio con la cabeza ladeada hacia la derecha, mirando a través de la ventanilla. La esclava sentía todo el cuerpo flojo y una especie de niebla en su cerebro, como producto de esa media pastilla que Wanda le había obligado a tomar.
Percibía que estaban en la calle, pero era incapaz de reacción alguna y no podía abrir la boca, sellada por esa cosa de metal que la carcelera le había puesto antes de sacarla de su celda. Los ojos se le llenaron de lágrimas al comprender que sus esperanzas de fuga no habían sido más que una ingenua ilusión. Para peor, tuvo que soportar la burla cruel de Julia, que le dijo:
-Pensaste que ya nunca volverías a ver la calle, ¿verdad, Elenita?, pero ya ves lo buena que soy que te llevo de paseo, jeje...
La esclava dejó caer la cabeza sobre el pecho, abatida, sollozante.
Julia se ladeó hacia atrás en el asiento y afectando un tono apenado dijo:
-Ay, ay, ay, Elenita, qué desagradecida habías resultado... Te sacamos de paseo y en lugar de alegrarte te ponés a llorar... –y lanzó una carcajada a la que se sumó la carcelera.
El auto había llegado a la avenida del Libertador y Wanda tomó hacia San Isidro, un suburbio residencial con abundancia de lujosas galerías y locales comerciales, confiterías, algún shopping, edificios costosos y casas igualmente carísimas.
Elena iba mirándolo todo con tanta avidez como angustia. Esos días encerrada le habían creado una sensación de aislamiento del mundo que ahora se le hacía extremadamente dolorosa.
La realidad exterior seguía como siempre, diversa y apasionante, pero ya sin ella, que ahora pertenecía a un mundo sórdido y perverso.
De pronto escuchó como desde lejos que su Ama y Wanda hablaban de detenerse a tomar algo. Poco después Wanda encontró un sitio libre para estacionar. Sacaron a Elena del vehículo y sosteniéndola entre las dos caminaron unos metros hasta una confitería con mesas en la vereda. La sentaron y cuando vino el camarero Julia ordenó dos gaseosas con tostados de jamón y queso para ella y Wanda.
-¿La señorita va a pedir algo? –preguntó el hombre mirando a la esclava.
-Para ella nada, gracias. –contestó Julia.
Echada contra el respaldo de la silla, Elena miraba pasar a la gente mientras oía el rumor de conversaciones en las mesas vecinas, todo con una percepción sensiblemente afectada por el sedante. El camarero había traído las gaseosas y los tostados y Wanda y Julia hablaban de ella, que las escuchaba en actitud obligadamente pasiva.
-Tengo curiosidad por lo que pasará con el Sumo Regente. –decía Julia en ese momento.
-Te confieso que yo también, querida. El viejo es muy perverso y no tengo dudas de que tendremos una reunión muy interesante.
-¿Querrá cogérsela?
-Eso no lo sé, pero conociéndolo puedo asegurarte que no nos vamos a aburrir.
Poco después, ambas terminaban de comer y beber, alzaban a Elena y la llevaban de regreso al automóvil.
Ya en marcha Julia dijo:
-Tengo una idea.
-Contame.
-Yo te guío. Vamos a ir a cierto lugar.
-Wanda la miró intrigada y vio en el rostro de Julia una expresión cruel.
-¿En qué estás pensando?
-Ya lo vas a saber. Será divertido. –se limitó a decir Julia con una sonrisa malévola.
Wanda condujo siguiendo las indicaciones de Julia y poco después llegaron al barrio de Flores. Parajes conocidos para Elena, que al advertir, sorprendida, donde se encontraban, comenzó a sentirse agitada por sensaciones dolorosas "Mi... mi barrio..." –se dijo mirando a través de la ventanilla con los ojos muy abiertos y el corazón oprimido por una intensa angustia.
-Doblá a la derecha. –indicó Julia cuando habían dejado atrás la plaza sobre la avenida Rivadavia. Wanda lo hizo y dos cuadras más adelante la esclava, moviéndose convulsivamente en el asiento, llevó sus manos a la manija de la puerta, tirando de ella en un vano intento de abrirla mientras la carcelera, por indicación de Julia, disminuía la velocidad del auto.
-Ahí, ¿ves?, en ese edificio de frente beige con puerta de madera marrón vive mi perra, en el quinto piso a la calle. –le dijo el Ama mientras dirigía la vista hacia el balcón indicado y Elena seguía con sus vanos intentos de abrir la puerta. Su boca, sellada por la mordaza metálica emitía gruñidos roncos, desesperados, ante las risitas burlonas de las otras dos.
Wanda estacionó el auto junto al cordón, giró el torso hacia atrás y dijo:
-Dejá de intentarlo, perra estúpida. Las puertas están trabadas electrónicamente.
Elena lloraba y gruñía al mismo tiempo, echada sobre la puerta y con su mano crispada sobre la manija, estimulando así la crueldad de ambas mujeres.
-Bueno, vamos, ya vio suficiente. –dijo Julia, y Wanda reanudó la marcha con destino a las oficinas del Sumo Regente, con Elena llorando a mares tendida de costado en el asiento.
Poco después, a la hora convenida para la cita, la carcelera dejaba el auto en una playa de estacionamiento cercana. Entre ella y Julia bajaron a Elena, que tenía los ojos enrojecidos de llorar. Finalmente y a pesar del tremendo y doloroso impacto emocional sufrido, se la veía agotada por tanto llanto y presa del efecto que el poderoso sedante continuaba haciendo en ella.
Entre Wanda y Julia la condujeron tomada de ambos brazos hasta la puerta del edificio y allí la guardiana oprimió el portero eléctrico.
-¿Sí? –dijo una voz de mujer.
-El señor nos espera, soy Wanda.
De inmediato sonó la chicharra indicadora de que la puerta podía abrirse. Wanda lo hizo y se apartó para dejar paso a Julia con su esclava.
Muy poco después ingresaban a las oficinas recibidas por la secretaria, que se fijó en Elena y después dijo:
-Siéntense, por favor, ya le aviso al señor.
-Gracias. –contestó Julia y después de acomodar a Elena en uno de los sillones le preguntó a la carcelera:
-¿Esa chica tiene que ver con El Club?
-No. –fue la respuesta. –El Sumo Regente no mezcla las cosas. Aquí es sólo un poderoso empresario. Esa chica ignora lo otro.
Un instante después la secretaría regresaba para acompañarlas al despacho del Sumo Regente, que estaba sentado a su escritorio y se incorporó para ir al encuentro de las visitantes.
Lucía impecablemente vestido, con un traje gris oscuro de muy buen corte, corbata de un tono rojo pálido, camisa blanca y zapatos negros.
Luego de saludar a Julia y a Wanda clavó sus ojos penetrantes en Elena, que seguía sujeta por las dos y con la mirada un tanto perdida.
-La trajeron dopada...
-Sí. –contestó Julia. –Por seguridad, naturalmente.
-Comprendo. Échenla en el piso y siéntense, por favor. –dijo el Sumo Regente señalando un sofa para después ocupar un sillón frente a ellas, con Elena en el medio tendida sobre la alfombra.
La posición en que estaba, de costado y con una pierna semiencogida, daba realce a la de por si amplia cadera. El Sumo Regente estuvo observándola durante un momento y después dijo:
-Su hembra supera mis expectativas, Julia. Aún no la he apreciado desnuda, pero puedo darme cuenta de que es un espléndido animal.
Julia sonrió, halagada:
-Gracias, señor, y no hace falta que le diga que mi perra es toda suya, si lo desea.
-Vayan desnudándola y sáquenle la mordaza mientras despido a mi secretaria. –dijo el Sumo Regente poniéndose pie.
Cuando regresó, ambas tenían a la esclava ya sin ropas y tendida de espaldas. El Sumo regente avanzó lentamente hacia ella, se detuvo a su lado y estuvo mirándola un buen rato mientras Elena gemía débilmente
-Pónganla de pie. –ordenó.
Julia y Wanda se apresuraron a alzarla y la sostuvieron ante el anciano. Había algo en él que Julia admiraba. Su estilo, su calma, sus maneras precisas, sus gestos medidos, alejados de toda ampulosidad y precisamente por eso tan profundamente expresivos. Lo vio mirar a Elena de arriba abajo y advirtió en sus ojos la mirada de alguien que lo ha visto todo y que, por tanto, poseía la capacidad de justipreciar debidamente aquello que juzgaba. Cuando adelantó una mano hacia los pechos de la esclava lo hizo sin apresuramientos. Palpó una teta y luego la otra, trabajándole los pezones hasta ponerlos duros, mientras Elena, que apenas podía sostenerse sobre sus piernas, pronunciaba algunas palabras con voz apenas audible.
El Sumo Regente la abrazó por la cintura y colocó después sus manos en las nalgas, apretándolas con fuerza.
-Qué culo tan firme tenés. –dijo, y la dio vuelta para apreciarlo en su magnífica redondez. Volvió a ponerla de frente y una de sus manos descendió hasta la concha, que empezaba a humedecerse. Cuando el hombre advirtió ese signo de excitación miró a Julia, que había vuelto a sentarse en el sofá junto a Wanda.
-Es una perra calentona...
-Es una verdadera puta, señor. Ella misma lo admite a pesar de sentirse desesperada por su situación.
-Sí, por lo que veo su situación no le impide calentarse cuando se le mete mano. –dijo el Sumo Regente mientras introducía uno de sus dedos en la concha de Elena, que cerró los ojos y gimió largamente.
-Mmhh, estás queriendo pija, ¿eh?... muy bien, voy a darte pija, pero debés apreciar el honor que esto significa para vos, porque no uso a todas las esclavas que son traídas al Club, sino sólo a aquéllas que me gustan de verdad.
Elena iba sintiendo que se excitaba cada vez más con esos dedos en su concha, que ahora eran dos y se movían provocándole estremecimientos que no podía controlar.
-Mirala. –dijo Wanda dirigiéndose a Julia. –Está ardiendo la muy perra.
Elena respiraba agitadamente, con la boca muy abierta, mientras los dedos del Sumo Regente continuaban avanzando y retrocediendo provocándole un río de flujo. En medio del vértigo de sus sensaciones estuvo a punto de caer, pero el hombre la sostuvo con firmeza por la cintura, retiró sus dedos empapados y acercándolos a la cara de la esclava, dijo:
-Los quiero limpios, abrí la boca.
Elena no encontró fuerzas para resistirse y obedeció mientras el hombre sentía que la dosis de viagra empezaba a provocar el efecto deseado. Pero aún le faltaba algo para alcanzar el grado máximo de excitación sexual antes de someter a su víctima. La puso boca abajo sobre el respaldo del sillón y tras indiciar a Wanda y a Julia que la vigilaran para que no se moviera fue hasta su escritorio y de uno de los cajones extrajo una paleta de madera oscura, de forma rectangular y unos 30 centímetros de largo por 10 de ancho.
Cuando advirtió lo que seguía Wanda respiró hondo, muy excitada. El castigo a una hembra era uno de sus placeres favoritos, ya fuera que lo aplicara ella u otra persona con ella como espectadora.
Julia también se sintió excitada. Todo sufrimiento de Elena le provocaba un goce muy especial.
La esclava fue la última en darse cuenta lo que iba a ocurrirle, y el miedo inicial fue muy pronto acompañado por una extraña ansiedad. Había descubierto que el castigo aliviaba su sentimiento de culpa por ser una puta. Estaba anhelando que ese hombre la cogiera, y si lo hacía después de darle una buena zurra iba a poder soportar mejor esa contradicción que la atormentaba.
El Sumo Regente apoyó la paleta en las soberbias nalgas de la esclava y comenzó a desplazarla lentamente de un lado al otro, una y otra vez, hasta que en un momento le dijo a Wanda:
-Ponele la mordaza. Ese sedante la tiene medio atontada y sin fuerzas, pero de todas maneras no quiero correr riesgos de que grite y alguien la oiga.
-Sí, señor. –contestó la carcelera y acercándose a Elena con la mordaza le enderezó la cabeza sin delicadeza alguna, la obligó a abrir la boca y con hábiles y rápidos movimientos le metió el ingenioso artefacto metálico, para volver después a ocupar su lugar en el sofá, junto a Julia.
-Ahora sí está lista. –dijo el hombre, que era un apasionado de los azotes y un muy hábil spanker.
Eligió el lado derecho del culo para comenzar y descargó el primer paletazo. La madera, al contacto con la carne, produjo un sonido seco y agudo que hizo temblar de calentura a Wanda y a Julia y le arrancó a Elena un gemido ahogado por la mordaza. El Sumo Regente hizo una breve pausa y volvió a golpear, esta vez a la izquierda. La esclava emitió un sonido gutural y movió sus caderas de un lado al otro, muy dolorida.
Wanda y Julia miraban inclinadas hacia delante, con los brazos sobre sus muslos, muy excitadas.
Con el transcurrir de la paliza las nalgas de Elena se iban coloreando de un rojo cada vez más intenso en toda su amplia superficie, mientras la pobre corcoveaba y sus gemidos de dolor se hacían más fuertes.
El hombre palpó ambas redondeces y sonrió complacido al notarlas calientes.
Wanda y Julia se habían subido las polleras y estaban con una mano en sus conchas, ya mojadísimas.
El Sumo Regente dio un paso atrás, alzó el brazo y pegó otro paletazo que hizo corcovear a Elena nuevamente, aunque sus movimientos se veían notoriamente limitados por esa laxitud en que el sedante la tenía sumida.
Sentía en sus martirizadas nalgas un intenso ardor, como si tuviese brasas encendidas sobre ellas. El hombre hacía largas pausas entre golpe y golpe, para que su víctima experimentara el dolor en toda su intensidad y duración.
Le había dado ya treinta paletazos cuando decidió cambiar el ritmo y empezó a castigarla sin interrupción en una y otra de las nalgas. Elena gemía fuertemente y en un momento intentó desplazarse del sillón al suelo, pero el Sumo Regente al advertirlo, dijo alzando la voz:
-¡Sujétenla!.
Wanda y Julia se abalanzaron al unísono sobre ella y la retuvieron apretada contra el respaldo, mientras notaban que una abundante cantidad de flujo se les deslizaba por los muslos.
Mientras tanto Elena se sentía atrapada en una vertiginosa y embriagadora mezcla de dolor y placer que le empapaba la concha y elevaba al máximo su deseo de ser cogida.
Por fin el Sumo Regente dio por finalizado el castigo, cuando las nalgas de la esclava semejaban dos enormes globos rojos e hirvientes.
Wanda y Julia la soltaron y la pobre se llevó ambas manos al trasero, frotándolo en procura de aliviar el quemante dolor.
La verga del Sumo Regente palpitaba erecta bajo el pantalón, pero aún no iba a usarla.
Por el contrario, tomó el instrumento de castigo por el lado de la paleta y miró por un instante, con una sonrisa perversa, el mango de unos veinte centímetros de largo por 3 de ancho, y punta redondeada.
Lo exhibió ante Wanda y Julia y ambas sonrieron también al comprender la intención del hombre, que se dirigió a su escritorio y volvió con un pote de crema. Dejó la paleta en el sillón, junto a la cabeza inerte de Elena, abrió el pote y mientras Julia mantenía entreabiertas las nalgas de su hembra le aplicó un poco de crema en el orificio anal, para después embadurnar el mango con el que iba a penetrarla.
-Eso es, Julia, muy bien. Téngamela con las nalgas abiertas.
El Ama sentía la concha cada vez más mojada y las mejillas ardiendo cuando el Sumo Regente acercó el extremo del mango a la entrada posterior de Elena mientras se escuchaba la fuerte y agitada respiración de Wanda, que había empezado a masturbarse sentada en el sofá.
Elena tuvo un estremecimiento al sentir algo duro que pugnaba por entrarle.
-Mmhhh, qué cerrado lo tiene, ¿es que no le dan por aquí? –preguntó el hombre a Julia.
-Al contrario, señor, ya su marido le daba por el culo y en El Club no le han mezquinado vergas por ahí. Ocurre que es un privilegio de esta puta el mantenerlo tan cerrado a pesar de todo lo que tuvo que tragar.
-Delicioso... ¡Realmente delicioso!... –dijo el Sumo Regente mientras persistía en su intento de introducir el mango, excitándose más aún con los gemidos y movimientos de caderas de su víctima.
Elena no gemía ni corcoveaba de miedo, sino agitada por el más violento deseo de ser penetrada. No sabía ni le importaba qué era lo que ese hombre iba a meterle, sólo ansiaba que lo hiciera de una vez y calmara su hambre sexual. Era una puta, la más puta, y por eso acababa de ser castigada con tan dura paliza.
Por fin el mango empezó a entrar y al sentirlo, Elena quiso mover sus nalgas hacia atrás, para tragarse por completo esa cosa, pero las fuerzas no le respondieron. Wanda seguía masturbándose frenéticamente y Julia miraba extasiada cómo ese mango iba metiéndose en el culo de su esclava hasta desaparecer por completo. El Sumo Regente, con una expresión perversa en su rostro, sostenía ahora el instrumento por ambos bordes de la paleta, haciéndolo avanzar y retroceder mientras se deleitaba con los gemidos y movimientos de Elena y la visión de ese culo portentoso que estaba horadando.
Al cabo de unos momentos se escuchó el largo y agudo grito de Wanda cuando alcanzó el orgasmo y cayó de costado sobre el sofá entre violentas convulsiones. El hombre retiró el mango del culo de Elena y se dijo que era el momento de reemplazarlo por su verga. La sacó del pantalón y mientras Julia mantenía abiertas las nalgas de la hembra se la metió hasta los huevos de un solo envión. Elena se dio cuenta de que era una pija lo que ahora la estaba clavando y como desde lejos escuchó que el Sumo Regente le decía a Julia:
-Ocúpese de su clítoris, pero que no acabe.
-Entendido, señor. –contestó el Ama. Buscó con sus dedos el botón que estaba fuera del capullo, durísimo, y se puso a estimularlo mientras el hombre seguía con sus violentos embates que hacían sonar sus huevos una y otra vez contra el culo de la esclava. No quería acabar allí sino en la boca de la hembra, y fue por eso que después de unos instantes retiró la pija. Ayudado por Julia arrodilló a Elena sobre la alfombra e hizo que el Ama la sostuviera. Le quitó rápidamente la mordaza metálica y sin perder un segundo le metió la verga dura y palpitante en la boca, hasta la garganta.
-A mamar, puta. –dijo y Elena, con los ojos cerrados y las mejillas ardiendo, comenzó a hacerlo hasta que no mucho después brotaron de la verga tres chorros de semen que le inundaron la boca. El Sumo Regente, jadeando, le exigió:
-Tragala, puta, tragá toda mi leche. –y retiró la pija para ver cómo la esclava tragaba y tragaba abriendo y cerrando la boca hasta percibir que no quedaba allí ni una gota de ese semen.
-Muy bien, mamona, muy bien. –aprobó el hombre y Julia soltó entonces a su esclava que cayó de espaldas sobre la alfombra, donde quedó inmóvil.
-Voy a higienizarme, Julia. –dijo el Sumo Regente encaminándose hacia la puerta del despacho. –Ahora sí hágala acabar. Se lo ha ganado por haber sido una buena perra.
Sin hacerse rogar el Ama se echó sobre Elena y luego de darle un largo e intenso beso en la boca que la esclava devolvió apasionadamente, sin pensar, llevó sus dedos a la concha de esa hembra de la cual se sentía cada vez más dueña.
-Qué empapada estás, Elenita, tanto como yo, ¿sabés?... –dijo y se puso a chuparle los pezones, que sintió duros entre sus labios. Metió dos dedos hasta los nudillos en la concha y con el pulgar comenzó a estimular el clítoris. No pasó mucho tiempo hasta que la esclava, que temblaba de calentura bajo el cuerpo de Julia, explotó en un orgasmo que la tuvo estremecida de pies a cabeza durante varios segundos. El Ama se masturbó allí mismo, sobre su hembra, hasta acabar justo en el momento en que volvía el Sumo Regente.
-Qué bello espectáculo... –dijo el hombre sonriendo complacido.
Julia se levantó mientras se arreglaba la ropa y el Sumo Regente le dijo:
-Quiero tener con usted una conversación muy importante, Julia. ¿Cuándo podría venir a verme?
Julia pensó un instante y respondió:
-A ver... ¿Le parece bien mañana a las 7 de la tarde?
-Permítame consultar mi agenda. –dijo el hombre dirigiéndose hacia su escritorio.
-Sí, está bien, mi querida. La espero entonces mañana.
Julia estaba intrigada y preguntó:
-¿No puede adelantarme algo?
-No, mi querida. No delante de su perra.
Julia se resignó al suspenso que debía soportar hasta el día siguiente y fue entonces que Wanda le dijo:
-¿Vamos a higienizarnos, Julia? Estoy llena de jugos resecos.
-Sí, yo también necesito lavarme...
-Pasen al baño, señoritas, está en el pasillo, a la derecha, y llévense a ésta si quieren lavarla también.
"Ésta soy yo..." –pensó Elena mientras era incorporada por Julia y Wanda. "Una miserable puta... una cosa... un animal para el goce de quien quiera usarme..."
-Vamos, Elenita, vamos... –le decía Julia con fingido afecto mientras ayudada por Wanda la conducía hacia la puerta.
(continuará)
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