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Categoría: Incestos

La tía Lilian (par 2) Primer e irrepetible encuentro de sexo

En la parte 1 habíamos tenido nuestro primer encuentro sexual con la “tía” Lilian una mujer madura de cuarenta y algo, yo (Luis) casi veinte. Ella separada, sin pareja y sobre todo “mal atendida” madre de Anabella una jovencita con la que teníamos algunos escarceos sexuales, que no pasaba de algunas tocadas y una que otra masturbación. Su mamá, Lilian, descubrió nuestro “entretenimiento” preguntó si habíamos tenido sexo y reconocí mi culpa por provocar o consentir el jugueteo erótico pero solo hasta ahí. Agradeció la franqueza de la respuesta y me pidió encarecidamente que no tuviera relaciones, no quería que su hija pasara lo que ella por ser madre soltera, le aseguré que no pasaría.



A cambio me propuso que buscara en ella la “contención emocional”. En la semana siguiente tuve ese momento de contención, aprovechamos que el día que la hija estaba ausente por que era el día que pasaba con su padre.



Fue el primero e irrepetible encuentro de sexo, donde la “tía” me hizo ser un hombre completo, relatado con la mayor fidelidad y emoción que me fue posible para reflejar un momento de mi vida, donde la tía me hizo disfrutar un memorable momento de sexualidad y afectuosa contención, en el cual también he dejado la impronta de mis mejores energías de macho y el amor de un joven agradecido a su maestra de vida.



Los días siguientes a éste momento memorable de sexo y locura pasional, fueron igualmente pródigos en relaciones sexuales. La novedad del descubrimiento de una hembra con sus cualidades humanas y sobre todo amatorias me tenían todo el tiempo “al palo”, caliente como una caldera, en cuanto se me presentaba una oportunidad me abalanzaba sobre ella para poseerla, el lugar y la incomodidad era lo que menos nos importaba.



Lo hacíamos en los lugares más insólitos, creo que no faltó lugar en la casa que no hubiera sido testigo de nuestra relación sexual, hasta esa vez que me la topé en el lavadero y ahí mismo, como en una película porno la senté sobre la lavadora (encendida) y le hice el sexo, la vibración del aparato servía para agregar el plus de erotismo por la manifiesta incomodidad, y vaya que lo disfrutamos tantísimo.



Con las ganas de un joven que se encuentra con todas las ganas y ella con sus necesidades sexuales insatisfechas, recorrimos todo el Kama Sutra de posturas sexuales, disfrutamos de esta relación más de lo imaginado. Cuando comenzamos esta relación me había dicho que solo era un vínculo puramente sexual que no debíamos incorporar los sentimientos, que no seríamos pareja ni nada que le pareciera, pero… las buenas intenciones se las lleva el viento y cuando el gusto de compartir se hace pasional, se escapa lo racional. Sé bien que para ella era algo más que sexo pero nunca me lo ha mencionado, tampoco yo hacía mención que dentro de mí bullía en efervescencia algo más que deseo, a la distancia puedo entender y comprender que esos sentimientos de celos era una forma encubierta del amor profesado por Lilian.



Fue precisamente esos celos que debía reprimir cuando la encontraba hablando con mi tío Daniel o con cualquier otro hombre, sentía que mi corazón latía como un potro desbocado. Estoy seguro que ella captaba esas sensaciones y disfrutaba de que un joven con toda la testosterona a full sintiera esos celos, casi infantiles, ero como mimos por sentirse tan deseada, aunque nunca me lo mencionó.



Esta referencia vale como antecedente para entender mis reacciones cuando se produjo la situación que voy a referir y que sirvió de marco referencial en la prosecución de nuestra relación de amantes.



Una tarde volvía de un curso mucho antes de tiempo habitual, como había ido en bicicleta, en lugar de entrar por la puerta de la casa, lo hice por el garaje, entre por la parte de atrás de la casa, justamente cuando mi tío salía de su cuarto, terminando de acomodarse la ropa, y precisamente subiendo el zip del cierre de la bragueta, tomó el portafolios y se dirigió a la puerta de entrada para salir.



Hasta ahí solo algo habitual, pero casi al mismo tiempo que escuchaba cerrar la puerta de entrada, se asoma a la puerta de la habitación del tío, ella… si, acertaron! Era Lilian, que también venía alisándose el vestido, hasta la bombacha acomodó…



Como podrán imaginar, el corazón volvió a latir a mil, la presión en mis sienes comenzaron a latir, por un momento emergieron esa sensación de celos que había sentido, pero ahora, era una imagen aumentada por la contundencia de los hechos que me habían nublado la entendedera, en ese instante era un terremoto de emociones, me quedé petrificado.



De pronto, como si Lilian hubiera percibido mi silenciosa presencia, giró la cabeza, turbada y sin palabras.



Avancé hacia ella, sin palabras, sin delicadeza, la tomé de un brazo, la introduje en la habitación, el lecho aún conservaba los signos del sexo reciente. No se resistió, sentía la fuerza de mi mano sobre su muñeca, reconozco que ni sabía el porqué estaba haciendo esto, pero… son esos momentos donde la pasión anula la razón...



- Suéltame… me haces daño…



No había notado la rudeza de mi acto, hasta creo que no la había escuchado, solo tenía la imagen de una traición, me habían robado mi pertenencia, sentí el repentino calor interno de la ofensa, sentir la infidelidad en carne viva, y se me nubló el sentido de la prudencia, un acto totalmente irreflexivo y fuera de toda razón, tampoco me importó que no fuera de mi propiedad, solo me sentía humillado y vejado por arrogarme un derecho que nunca me fue prometido.



El “me haces daño” encendió la motivación escondida, solo quería hacerle sentir la represalia de haberme herido en el orgullo de macho por considerarme su único dueño. Con la vehemencia de mi sinrazón la tiré sobre la cama, tendida boca abajo. – Suéltame me estás haciendo daño!...



No me importó el reclamo anterior, menos ahora que estaba envalentonado por mis propios pensamientos. Levanté la falda, de un brusco tirón desgarre el elástico de la bombacha, subí la falda hasta la cintura, descubriendo esas nalgas que encandilaban los sentidos, tenerla tendida, inerme, vulnerable y seguirme ordenando que la suelte, que no le haga daño, fue el incentivo que necesitaba para lavar el agravio de la mujer infiel.



Un par de nalgadas, la segunda más fuerte y contundente, silenciaron los reclamos. Una tercera le hizo entender que sería mejor la obediencia, pero aun así resistía ser tratada con rudeza , por que trataba de hacerse entender o por temor, giró la cabeza, argumentó: - No eres mi dueño, no prometí nada, puedo hacerme coger por quien se me cante la real gana!...



La respuesta fue automática, la bofetada llegó junto con la última palabra…



Luego el silencio, los ojos temerosos, la actitud mansa, sumisa de dejó estar, sentía que su suerte estaba en mis pensamientos, su integridad física en mis reacciones, el instinto de conservación le indico el silencio y la aceptación.



Esta reacción en automático, despertó mis instintos de hacerle sentir el rigor del macho ofuscado, con las hilachas de la bombacha envolví sus muñecas, luego mientras con una mano sostenía el manojo de manos temblorosas de Lilian, me desprendí el cinto y bajé pantalón y calzón de un tirón. Liberé la verga totalmente enhiesta y durísima, la ofuscación me había producido una tremenda erección.



Sin ninguna consideración separe un poco sus nalgas y se la mandé de un golpe en la vagina, pude sentir el roce áspero y fugaz de la entrada su suficientemente violento como para producirle un gemido.



- Ahhhh. Me haces daño, bruto!...



Esta vez el gemido fue motivador, erótico y determinante de que debía hacerle sentir el escarmiento en carne propia, de golpe en la mente afiebrada del macho ofendido recordé que ante el pedido de hacerle sexo anal, me había dicho, “ni loca, con esa poronga tan gorma me lo vas a romper”. Ahora esa prevención servía de incentivo, se convertía en bandera de guerra para vengarme…



Ya estaba decidido, le haría el culito, sin importarme ninguna de sus prevenciones. Una fuerte nalgada fue la advertencia a permanecer sumisa. Separé los cachetes de las nalgas, un poco de saliva serviría para facilitarme la entrada, apoyé el glande sobre el esfínter, abrí bien las nalgas y comencé a empujar.



Otra nalgada calmó y sedó los intentos de rebelión, jugando con las manos en las nalgas para “mover el hoyo” y entrarle.



La retiré y volví a salivar para aportar más lubricación, ahora es tiempo de empujarla dentro del culito.



El instinto de conservación produjo el acto de intentar reptar sobre el lecho cuando volví a empujarme dentro del ano. Sostenida con fuerza de las caderas inicié el avance dentro del ano.



Desde mi posición de dominador, tomado de sus caderas, controlaba y sometía, en ese momento la calentura me podía, la excitación se sobreponía, sentir la entrada tan estrecha me hacía sentir un súper macho, esa deliciosa sensación de estar venciendo la casi virginidad de un delicioso culito. Los gemidos eran casi inaudibles, los movimientos de rebeldía, tan solo los reflejados por la intrusión de un miembro en desarmonía con la estrechez del ano.



Este acto es la forma más primitiva del instinto, el macho lucha con la hembra por es la única forma de hacerle sentir la fuerza de la naturaleza, también en este caso, obviando las motivaciones, son dos seres en su momento más primario del deseo, el macho se impone por la fuerza, la hembra termina accediendo a las pretensiones del dominador, cuando él inicia el movimiento de penetración comprende la inutilidad de resistir, entiende que acceder a los requerimientos del su hombre es mejor para ambos.



De ese modo entiendo que sucedieron los hechos cuando comencé a penetrarla. Recién ahí voy tomando conciencia del grosor del miembro y de lo estrecho de Lilian, la penetro despacio, lento, entiendo que haciendo pausas le voy dando el tiempo para acomodarse a la relación. Voy leyendo los mensajes corporales, no hay palabras de ella, la calentura atroz que me posesiona, creo entender su aceptación ante lo inevitable, tampoco me considero un desalmado y creo que lo mejor es apurar el trámite de venirme.



La calentura a mil, me hace acelerar los tiempo, voy entrando y moviéndome dentro del estrecho culito, me agito sin prisa, pero sin pausa, el semen ya está presto, comenzando a caminar hacia la libertad. Un par de golpetazos enérgicos y profundos son el momento del final. Me surgió un bufido extremo, como la liberación de la presión interna y la esperma brotó con la fuerza de un ciclón, un par de movimientos bastaron para vaciarme todo dentro.



El final feliz del hombre era el final de la sumisión de Lilian, me retuve para evitar la molestia de sacarla en erección a pleno, mientras disminuían los latidos también la turgencia. Me retiro despacio y con esa retirada se afloja la calentura que me había obnubilado el sentido de la tolerancia y la prudencia.



Haberla sacado de su carne fue como la revelación de una realidad que me golpeaba con la fuerza de la razón, el sentido de la responsabilidad volvía a tomar el control de mis acciones.



Liberé sus manos, la giré para mirarla a los ojos, verlos llorosos fue algo que me conmovió…



- Perdón, solo puedo decirte, perdón por la bofetada, perdón, perdón y perdón…



- No… fue mi culpa no tenía que haberte dicho que no eras mi dueño…



No pude soportar el pudor y la culpa por mi comportamiento, sin poder mirarla a la cara me retiré sin decir otra palabra del cuarto, me fui recluir en mi cuarto. Quería estar a solas, la culpa era mi penitencia.



Después que hube retirado, Lilian pasó por el cuarto de baño para higienizarse, dejó pasar un tiempo y se apareció en mi cuarto, sentó a mi lado… sentí su mano, acariciando mi cabeza, en silencio acompañaba el reposo del guerrero.



- Luis, no te gires para mirarme… quiero decirte, que estoy elaborando tu comportamiento, que puedo entender tu enojo, la ira por entender que te fui infiel… No te había prometido nada, recuerdas? Con él tengo… tenemos una relación con encuentros cada tanto, sabes… te conté… las necesidades de sexo… bueno eso es todo, solo sexo sin compromisos, como contigo…



Pero lo que pasó me duele, por cómo te hice doler, y por la forma en que me trataste, con rudeza, con salvaje… energía, tanto que me asustaste, luego eso… el sexo bien brusco, que me hiciste doler mucho, me hiciste llorar, pero me oculté para que no se notara, porque en medio del dolor por la contundencia de lo gordota que la tienes, comenzó a gustarme… Sí, me gustaba, sentirte bien salvaje, bien mi hombre, era esa mezcla de dolor y de placer que mi hombre me hacía sentir en todo mi ser.



No voltees, solo quiero decir… pedirte que… necesito seguir esto, por favor…



Las palabras de Lilian adquirían en ese momento la dimensión de una declaración de amor, a la distancia puedo evaluar la magnitud de lo que había dicho, sus palabras venían a llenar los casilleros vacíos de un puzzle incompleto. La culpa y el pecado por querer dañarla se habían adormecido, el relax del goce culposo trajo luz a las sombras de los celos. El amor acababa de fecundarse.



Siguió acariciándome, me hizo girar, tapó mi boca con la suya, el beso más honesto, más intenso, más procaz me lo dio en ese instante, luego, siempre en silencio, fue desnudándome hacia abajo, dejando en libertad el miembro que hasta un rato nada más había horadado su ano con la intención de hacerle doler, ahora acariciado y besado, excitando para llevarme a la gloria.



- Shhhhh!!!... déjame hacerlo, necesito… hacerlo no puedo irme así. Déjame hacerte sentir mi hombre, porfa!!! Quiero, quiero… que te vengas en mi boca, por favor… déjame…



Comenzó con la maestría de quien sabe cómo y cuánto, a masajear, sacudir, incentivar y todos los adjetivos que se les ocurran. Sin apartar los ojos de mí, comenzó a lamer, succionar, mamar con toda las ganas, alojar la verga y frotarla como me hace tal feliz, entre sus redondosos pechos, frotando y dando lamidas furtivas cuando emerge desde lo profundo del valle de sus senos.



Luego la masturbación intensa, con la cabeza dentro de su boca hasta conseguir el delicioso final feliz, cuando la presión interior hace emerger el magma ígneo de la eyaculación y estalla en su boca, derrama el semen sobre su lengua, hasta la última gota. Abre la boca para exhibir el fruto de su hombre antes de tragárselo. Me arrancó la promesa de que mañana fuera por ella para repetir ese acto salvaje



Me costó dormir esa noche, la mañana siguiente perdido en las imágenes del sexo que tendría esa misma tarde, concentrado y perdido en mis propios pensamientos llegó el llamado de Lilian. – Luis, estoy sola puedes venir… por favor…



El sonido de su voz era la celestial música en mis oídos. Rápido como el viento me llegué a su casa, mis nervios me asustaron un poco, logrando inhibirme pero solo hasta que su boca coronó la mía con esos besos que me comían hasta el alma. Pasa por la cocina y trae un par de cervezas, te espero en el dormitorio.



La escena era más que erótica y armónica, tendida sobre la cama, de espaldas, tendida, totalmente desnuda, las piernas flexionadas, los pies sobre el lecho, apenas abiertas dejan entrever el vello púbico, una flor negra entre la blancura de sus carnes.



El paisaje me hizo olvidar de todo, dejé la cerveza y me desnudé sin dejar de mirarla por un solo instante.



De su cuerpo emergía la pasión de una dulce y profunda seducción, los cabellos esparcidos sobre su pecho la hacían ver como una diosa del sexo, sensualmente pulposa y voluptuosa.



Avanzo sobre el lecho sumido en el éxtasis de estar seducido por el aroma de mujer. Me hace tender en la cama, se coloca ahorcajada sobre mí, arrodillada, exhibiendo toda la artillería de su seducción, lleva mis manos a sus caderas, acaricio con lascivia las curvas vehementes de su contorno, alternando con caricias furtivas sobre los turgentes pechos, que ella no escatima en ofrecerme a la vista y al tacto



Casi diría que podía oír los latidos acelerados de la mujer en celo, no pude contenerme, tomé con firmeza la cintura de Lilian, giré, hasta quedar montado sobre ella. Comencé a llenarla de besos, sin dejar espacio por besar, sobre las partes más sensibles, como haciendo el inventario de sus zonas erógenas.



Inicié el periplo recorriendo con mi boca los párpados, mejillas, boca, cuello, hombros, axilas, pechos y pezones, rondando por la planicie del vientre hasta caer entre sus piernas y lamer de la jugosa almeja el néctar del sexo más ardiente. Vuelta a girar, boca abajo, una mordidita en la nuca, bajo el cabello, para marcar el instinto salvaje, descender con besos y caricias deslizando sobre su espalda hasta llegar a su ano… lamí hasta robarle esos deliciosos gemidos de mi presa de amor.



Ella siente como su cuerpo se dispone a la cópula, lujuriosa, me agarro de su cintura, elevándola hasta dejarla de rodillas, dispuesta en el ángulo preciso para la penetración vaginal. No me hago demorar, la jugosa oferta de su sexo, asido a sus caderas, su macho intrusa en un arrebato de pasión y dulzura. Lilian murmura palabras gozosas entre jadeos y gemidos.



Nos embarcamos en el torbellino de pasiones, el vaivén del sexo penetrando hasta lo profundo, la tensión sexual se extendía por todo el cuerpo de Lilian, las contracciones vaginales y las tensiones precursores de la inminencia del cercano orgasmo. Los jadeos previos y el gemido ahogado entre las sábanas denotan el torrente emocional al sentirse invadida por el placer que la agota en el tumultuoso orgasmo.



Sin abandonar el jugoso nido, tan solo moviéndome para conservar la erección en su máxima tensión.



- Por favor… podemos despertar a ese salvaje que tienes dentro. Que me vuelva a tomar, a poseerme por… mi cola… Que quiero, que necesito que ese macho me… haga…me “rompa el culo”… porfa… no me hagas desearte más… Tómame, cogerte a tu hembra!!!



Era el llamado esperado, mis ganas contenidas solo necesitaron ese llamado a despertar al salvaje instinto pasional.



La dejé tenderse, se colocó volcada sobre una almohada, quedando el culito bien elevado, ni falta hizo pedirle colaboración, sus manos separaron las nalgas para facilitar la visión de ese culito levemente rosado, libre de todo vello, ofrendado para honor y gloria de su hombre. Un beso furtivo previo a la saliva para lubricar el hoyito.



La verga rescatada de la húmeda vagina, lleva restos de sus jugos para iniciar la introducción en el ano. Juego con las manos en las nalgas, moviendo y agitando, para suavizar la tensión muscular y favorecer el introito de la gruesa cabezota en tan estrecho acceso. El primer gemido se reprime con la pausa, el segundo empujón respondido con el jadeo de permitirle la entrada, otra pausa para generar el tiempo del relax que afloje algo la tensión refleja, y otro avance, otra pausa jadeada y… el avance final, todo dentro!!



Con la pija a tope, permanecimos estáticos, aferrado a sus hombros con la fuerza de alguien que se sostiene sobre el borde del abismo para no caerse, presagio de un embate con el vigor del salvaje que necesita esta potra para ser domesticada.



El movimiento de la cogida anal se manifiesta al máximo, la penetración se intensifica en cada envión. El miembro es un pistón entrando y saliendo con la fuerza arrolladora. Los gemidos y jadeos ya no son acallados por Lilian, la vorágine sexual la envuelve y enciende, se pierde en el delirio de sentir como sus entrañas son arrasadas y devoradas por una emoción que supera sus expectativas. Ya no importa el fragor de la fricción, ni los dolores lógicos de la falta de uso. Necesita expresarse para sobrellevar el dolor de la cogida, entre jadeos y gemidos puedo escucharla desde la lejanía de mi propio goce:



- Así, así, quiero sentir a mi macho, sentirte rompiendo mi culito. Dale, dale!! Haceme el culo, rompe el culo de tu mujer, de tu hembra… más, más…



Esas palabras jadeadas eran el grito de guerra, la guerra sin cuartel, sin treguas hasta la victoria, hasta conseguir el delicioso martirio de correrme entre sus gritos de placer y de dolor, vaciar mi energía viva entre las nalgas vibrantes de la tortura de su propia calentura.



Comienzo a sacudirme en sus entrañas, a jadear más allá de mis fuerzas, jadear y ahogarme en el gutural grito de triunfo cuando el primer latido del chorro de semen se expande dentro del culo de Lilian.



Otro grito, otro chorro, y otros más hasta agotarme en la entrega del caudal lácteo vertido en tan delicioso recinto.



Tendido sobre su espalda, abrazado y apretando sus pechos permanecí los instantes siguientes a la descarga seminal. Besando la espalda de la potra sometida y domada por el salvaje macho que la posee. Ahora es la calma que se recrea después de la tormenta, los latidos van menguando en intensidad hasta desaparecer, es momento de retirarme, despacio, desocupando el cálido estuche que ocupé más allá de sus dimensiones.



Salgo despacio, hasta quedar sentado, visualizando la obra concluida, como el anillo se va cerrando. Sabe e intuye que necesito el espectáculo de un final con todo el cotillón de la fiesta, hace los movimientos propios para “colaborar” en que pueda ver mi propio semen salirse de su culito. Consigue que vea mi propio semen abandonar en un suave hilo de leche escurrirse de su esfínter, cual Pigmalión que se regodea y vanagloria de ver como su obra se concreta ante sus ojos.



Luego del sexo devino el amor, amor de hombre a mujer, con el compromiso espiritual de seguirnos amando, cada uno en su mundo, pero nunca renunciamos a tenernos, a reencontrarnos en el resto del camino, por mucho tiempo fuimos amantes furtivos, en todo el sentido y extensión de la palabra.



Por eso decía al comienzo de la primera parte de esta historia que era un relato de amor con algo de sexo.



Lobo Feroz


Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
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