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Por regla general, Internet es muy aburrido; más aún si estoy buscando compañía. En Internet la gente no habla; miente, si, exagera mucho, o se fragmenta apareciendo y desapareciendo a diestra y siniestra. En ocasiones asoma alguien que hace un listado de preguntas y luego insiste en que podríamos encontrarnos para conversar. Casi siempre digo que no al primer intento y no respondo más. Busco otra cosa. Soy mucho más lento. Tiene que interesarme, atraerme, convencerme. Es demasiada tarea para alguien con poca imaginación o pobre libido. Se rinden fácil.
Me escribió el “Hola” inicial acostumbrado, pero seguido de “que rol ss”. Estaba aburrido, deseoso, caliente como una pava, o no habría contestado tan rápido que soy pasivo. Al segundo me avisó que era activo. El siguiente mensaje fue contundente: “Keres pija”. Obvio que quería pija. Siempre quiero.
Una vez leí un twitter que decía que si los pasivos no cojemos cada cierto tiempo el culo se nos vuelve ansioso y empezamos a desesperarnos. Me hace reír, pero en ocasiones me siento así. Esa noche me sentía exactamente así.
El descaro y las fotos explícitas de su verga me convencieron lo suficiente como para comenzar a escribirle directamente por Whatsapp. En las fotos era delgado y casi lampiño, con una pija gruesa y curvada que demostraba toda la ansiedad del sexo. Pero lo mejor eran sus mensajes escritos.
Los hombres que he conocido caen inevitablemente en un error patético: ser aburridos. No hablan, insisten en que todo se va a ver en el momento en que “vaya a tu casa, bb” y que no hace falta mandar más fotos porque ellos no son “vuelteros”. Javier no tuvo ninguno de estos errores; recibí enseguida cinco fotos de su pija, evidentemente tomadas en ese momento, y varios escritos más aclarándome que no solo le gustaba mi culo, sino que también sabía exactamente qué hacer con el. En pocos minutos había conseguido lo que más disfruto: que estuviera ansioso por que viniera hasta mi casa.
Primer contratiempo: estaba terminando su horario de trabajo. (Creo que es albañil o pinto, no tuve mucho tiempo ni intenciones para aclarar eso.) Envió un audio explicándome que recién volvía a su casa del trabajo y que aún tenía que bañarse. Le contesté que tenía muy buena voz, y me devolvió el mensaje susurrándome ronco que su voz la iba a escuchar al oído cuando estuviera atrás mío dándome por el culo.
Ese audio terminó por calentarme. Intercambiamos direcciones, detalles de nuestros gustos. Y siguió tirándome audios con frases precisas, exactas, calientes sin límite. No me prometía nada, todo lo afirmaba con la seriedad dura del activo seguro de su atractivo. No me dijo que lo iba a disfrutar ni tiró halagos melosos; cada uno de sus mensajes era una aclaración de lo que quería hacer y estaba seguro que yo no le negaría nada. Esa seguridad medida y firme me puso al borde del amor. Estaba tan ansioso por esperar que se cumpliera toda la fantasía como deseoso de que llegara a mi cuarto cuanto antes.
Le dije que estaba deseoso, y recibí el último mensaje. Una foto suya donde me mostraba que ropa tenía puesta, para reconocerlo al encontrarnos. Los siguientes diez minutos corrí por la casa preparándome en todos los detalles posibles. Tenía esa ansiedad absoluta que me embarga cuando el sexo es lo único que necesito y se que puedo conseguirlo tras unos instantes. O, dicho de un modo menos enredado, sabía que me iban a coger y esa certeza me ponía feliz desde el culo hasta la cabeza.
Era exactamente igual a sus fotos; más bajo quizás y muy silencioso. Delgado, rapado a cero, el rostro anguloso y los ojos oscuros. Tenía, tiene las manos anchas y firmes. Enseguida adiviné que debajo de esa apariencia humilde se escondía alguien firme y sereno.
Mi cuarto estaba en penumbras, había puesto un compilado de reggaetón casi inaudible en la compu, y estaba casi temblando de los nervios debajo de mi ropa. Él hizo algún comentario inútil, se paseó por la habitación y acomodó una mano directamente en la hebilla de su cinturón. Ese gesto me gustó. Me arrodillé directamente mientras se habría la bragueta y me dejaba ver su miembro. Buen tamaño, aunque no lo medí nunca creo que son unos 18 centímetros, con una curva pronunciada hacia su izquierda.
Me llevó con su mano directo hacia la pija, y le empecé a chupar la cabeza con suavidad tratando de abarcar todo el grosor del troco poco a poco mientras sus dedos enredados en mi cabello me guiaban. Su tacto era firme pero suave, dándome ligeros empujones desde mi nuca mientras su verga se me hundía de a poco en la boca. Solo un pasivo entendería la sensación placentera que da mamar una buena pija así, de rodillas, en la penumbra, y con las manos del activo guiándote para que no te desprendas de su miembro, para que la mamada se vuelva más y más profunda.
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