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"Tenía que ayudar a mi marido a escalar los mejores puestos en la Compañía para la que trabajaba, y qué mejor que con mis atributos femeninos."
El vestido nuevo estaba sobre la cama, lo contemplaba y no me decidía a ponérmelo; permanecía en ropa interior, también nueva; brasier y pantaletas en negro, de encajes y vuelos. Siempre he sido una hembra alta, de senos muy abundantes y desarrollados, será porque aún contienen leche para gusto y placer de mi marido, que se deleita exprimiéndolos. Mis pezones son picudos y muy sensibles. Mi esposo se vuelve loco por mis tetas y en los años que llevamos de casados, sé que he sido la única en su vida. Aunque yo no pueda decir lo mismo...
Entonces, ¿a qué venía este despliegue?, miré el vestido de nuevo y me ruboricé.
Después me volví hacia el espejo; era un síntoma de coquetería femenina. Se puede tener 33 años y ser coqueta. Sobre todo cuando se mantiene un cuerpo como el mío. Mis senos se balanceaban en el brasier, apenas cubiertos y apenas sostenidos; el noventa por ciento de las copas del sostén, era encaje negro, el resto, sólo una tira en derredor de las circunferencias para sostener el encaje; por lo tanto, se apreciaban perfectamente mis globos de carne, casi desnudos. Mis muslos se cerraban sobre la tirita negra que hacia las veces de tanga, no quería volverme, porque mis nalgas resaltaban impúdicas, si, esa era la palabra... impúdicas.
Y sin embargo, en aquella combinación completa que mi marido me había comprado para la cena de esa noche, encontraba... no sé qué... encontraba; era una excitación que hacia muchos años había perdido.
Eres la hembra más sabrosa del mundo-, acostumbraba a decir mi esposo.
Por fin hice un esfuerzo... Ya me había probado el vestido, sólo una vez y fue suficiente para que mi marido casi me lo arrancara mordiéndome en los senos y cogiéndome por una hora. Eso fue el día anterior, cuando me compró todo el conjunto en aquella boutique exclusiva para ricos.
Se trata de una cena con mi nuevo jefe de proyectos, querida, tienes que ser la esposa más despampanante de la ciudad-, me dijo.
¿Para qué?... Tu jefe no va a acostarse conmigo-, contesté.
Mi esposo sonrió.
Tontuela, lo que quiero es impresionarlo con tu belleza... Quiero que me de un aumento de sueldo y categoría; y los aumentos de ese tipo sólo se le dan a los empleados con mujeres fantásticas como tú-, me explicó Daniel.
Yo comprendía y no comprendía.
Finalmente deslicé mis amplias y abultadas caderas en aquel vestido negro de noche, la tela era tan fina que se pegaba a cada línea de mi cuerpo. Lo peor de todo era que mis senos, casi sueltos bajo el brasier, mostraban la protuberancia de los pezones como si estuvieran desnudos. La forma de los senos era tan clara como... pero en fin... Y si me volvía de espaldas... mis nalgas se marcaban hasta el último detalle, sobre todo por la tanga que se enterraba deliciosamente en mis partes íntimas.
Si no estuviera tan nalgona y tan tetona, no habría problema… Parezco puta… -, murmuré, mientras que me daba los últimos toques de carmín en los labios.
El rubor acudió a mi rostro mientras que me alisaba el cabello con el cepillo. Como si fuera poco lo de mis pezones, el vestido tenía un escote en forma de "V" tan pronunciado que me tocaba el ombligo. Los costados de mis senos aparecían claros y nítidos, la línea que separaba mis montículos, quedaba desnuda. Me sentía extraña... y excitada… Consulté el reloj, apenas faltaban quince minutos para la hora de la cena. Rápidamente pasé revista: Mis hijos con su abuela, el asado estaba en su punto, el vino perfectamente helado, el postre en su caja de la repostería... todo estaba a punto.
A punto si, pero, ¿para qué?
No me cabía la menor duda de que le causaría una grata impresión en el señor Pérez. Tenía que ser así. En mi juventud gané varios concursos de belleza; y ahora a esta edad, estaba más buenota que nunca, no me engañaba yo misma, no soy modesta. Sé que mi belleza ha cuajado con el tiempo, que mis curvas han adquirido la proporción correcta, que soy una hembra tan apetecible como una estrella de cine… aún cuando sólo llegó a ama de casa. Después de mi segundo parto, mi necesidad de macho es más continua, mis caderas ensancharon, mis senos no han parado de manar leche y mis nalgas se redondearon y son más carnosas… Sé que mis amigas me envidian y los hombres me comen con la mirada, pero, ¿qué puedo hacer?,
En un gesto espontáneo, hice saltar uno de mis senos por el escote; el pezón gordo y apelotonado apareció sobre la montaña de crema. De un color marrón tostado, con la punta larga y caliente, la aureola la vi más extendida que de costumbre; estaba cachonda... Sé que mis pezones y mi culo han sido las delicias de mi marido en estos años; no pude resistir la tentación y me jalé el pezón al máximo hasta que lo sentí erecto e hinchado; unas gotitas de leche manaron de él y las recogí con la punta de los dedos. Me toqué el otro por encima del vestido y lo noté igual, erecto y vibrante.
Cuando me di la vuelta para mirar mi trasero, recordé que mi esposo, años atrás; se encontraba en celo, no celoso, en celo por la nueva secretaria que le habían contratado, esa es la verdad. Era una pelirroja muy puta, pues vestía tan descarada como yo me encontraba en ese momento. Cuando lo cuestioné; aceptó que le alborotaba las hormonas pero nunca se la cogería, según él. En esa ocasión estábamos desayunando, y cuando me di la vuelta y como traía unos vaqueros desteñidos muy ajustados, recuerdo que le dije:
Óyeme, cuando te acabes éstas-, le dije refiriéndome a mis nalgas y empujando mi culo hacía afuera, y dándome tres nalgaditas; -puedes cogértela o hacer con ella lo que quieras, ¿ok?-
Sonreí y… bueno, debía de ayudarlo... era mi deber ayudarlo a que subiera en la escala de los cargos importantes de la compañía. Guardé mi seno en el escote, lo deslicé cuidadosamente en la copa del bra y arreglé el desperfecto…
El señor Pérez, jefe de proyectos mi marido no era mal parecido, ya lo conocía y me era simpático. Sin embargo, desde el principio me sentí cohibida por sus miradas. Descaradamente seguía la línea de mis curvas con su mirada; mi marido parecía no notar lo que sucedía. Lo que es más, ignoraba lo que sucedía. Esto me extrañó sobremanera, porque mi esposo no es hombre de ignorar las miradas de los hombres hacia mi cuerpo. Sin embargo, aquellas miradas, la ignorancia de Daniel y las copas de vino me estaban causando, muy a mi pesar, una coquetería que no pasaba desapercibida. Estaba sentada al lado de ese señor, y mi esposo a cada momento pretextaba un viajecito a la cocina, al baño o al dormitorio para dejarme sola con él.
Y fue así como sucedió.
Estábamos brindando, cuando su mano se apoyó en mi muslo. No hice esfuerzos por retirarla, sería un escándalo, pensé en que mi esposo era capaz de matarlo por aquella frescura. El señor Pérez tranquilamente apartó la falda larga que tenía una abertura hasta mi entrepierna; su mano se adentró por mi muslo desnudo, acariciándome con experiencia, enviándome cosquillas por el cuerpo, hasta que llegó a tocar el borde inferior de la tanga, enredándose en mis vellos púbicos.
Por favor... no haga eso... mi esposo lo mataría-, susurré tensa y nerviosa.
Me llamo Carlos... –
Por favor... no... –
Me pasó un brazo por los hombros. La copa de vino cayó al suelo, estrellándose en mil pedazos; pensé que mi marido acudiría de inmediato, mandando el asado al carajo; sin embargo los labios de ese señor, fuertes y calientes se apoyaron en los míos. Y por mucho que traté de contener las oleadas de deseo que me subían por el vientre, no dudé... no dudé hacerlo.
No, no... Carlos... no... –
Sus besos se hacían de fuego, mi lengua y la suya se unieron en una batalla deliciosa, mientras que seguía acariciándome los muslos. Ahora uno de sus dedos había logrado traspasar la línea inferior de la tanga y acariciaba mi abultada labia vaginal. Lo peor de todo es que estaba majada... caliente y mojada. Mi rajita se contraía en espasmos de felicidad. Al engañar a mi marido fuera de casa, no me traía remordimientos, pero ahora estaba bajo el mismo techo, y no sabía cual sería su reacción al verme manoseada por su jefe inmediato…
El perfume de Carlos era delicioso, masculino, intoxicante, cegador. Sin darme cuenta de lo que hacia, mi mano fue hasta sus muslos y le toqué tímidamente el bulto de la bragueta… Tenía la verga como un resorte de acero, por lo menos veinte centímetros de jugosa carne. Pensé que si no fuera una señora casada... Posiblemente este pensamiento me hizo reaccionar y apartarme de él, tratando de recomponer mi vestido.
No más... por favor... Lo que hace no es correcto-
En ese momento apareció Daniel…
Me acaban de llamar de la oficina, el sistema de cómputo parece que se volvió loco… ¿Me disculpas Carlos, si te dejo en la compañía de mi esposa?-, estas palabras fueron como un jarro de agua fría.
Pero... pero... ¿Te marcharás en este momento?-
Querida, te dejo en la mejor compañía del mundo-, dijo mi esposo.
Un momento después cerraba la puerta y nos dejaba solos.
¿Comprendes ahora, preciosa? Tu esposo no es tonto-, susurró el señor Pérez en mi oído.
Una furia loca, una frustración total me invadió.
¿Así que mi esposo me entregaba a otro hombre? Pues bien, haría el papel de puta a la perfección. Después de todo, no me costaba tanto trabajo con un caballero elegante y fino como Carlos Pérez. Desatendida sexualmente, tampoco lo estaba; pero cuando sales a la calle y te dicen toda clase de piropos, tu fantasía empieza por abarcar otros rostros que ya no es el de tu marido… Las pláticas con las amigas que te dicen que se las cogió un buen macho, o que fueron seducidas por esos "maleducados que no te piden permiso para nada"… Pues va haciendo mella en ti…
¿Bailamos?-, me invitó Carlos.
Por supuesto… -, asentí.
Nos deslizamos por el salón al compás de una música suave. Mientras que Carlos me apretaba como si fuera de gelatina., su mano se deslizaba por mis redondas caderas terminando apoyada en mis nalgas, en donde trazaba exquisitos círculos. Yo me pegaba más a él, sintiendo el calor y el impacto de aquel falo duro y masculino. Mi mano lo recorrió a lo largo... mentalmente contándole cada centímetro.
¡Eres preciosa, Helena!... -, musitaba en mi oído.
Adulador... –
No... Es la verdad... eres una mujer perfecta... estoy penando por verte los senos... deben ser exquisitos y cargados de sabor-
¿Quieres ordeñármelos?, pues si ese es tu deseo, por mí no te detengas-, acababa de refrendar ese excitante camino que es el de la infidelidad, pero como mi marido se empeñó en lucir como vikingo, con gusto le daría brillo a sus cuernitos.
Me soltó los dos tirantes que sostenían el vestido nuevo de mis hombros y este resbalo al suelo como líquido negro, dejándome en la combinación que les describí al principio. Un gemido de admiración partió de Carlos que se apartó un paso, contemplándome y relamiéndose los labios.
Tu esposo tiene un manjar en casa-
Pues si… Lástima que lo saboree de vez en cuando… -, dije para acelerar su grado de excitación y que lo hiciera pensar que estaba ansiosa por ser penetrada.
Con un bombón como tú, me la pasaría dándote por todos lados-
En un segundo encontró el broche del bra y la prenda fue a reunirse con mi vestido. Mis senos se elevaron macizos y desnudos, mis pezones apuntaron al techo. De inmediatos los labios ardientes de aquel hombre se posaron en mis hinchadas tetas y comenzó a succionar mis endurecidos pezones, mamándolos al mismo tiempo. Cuando probó el néctar de mis mamas, su placer no tuvo límites… Sus manos se enterraban en mis tetas y corrientes de lascivia me recorrían; mientras que esta puta, se entregaba por completo a la delirante pasión.
Sin dejar de mamarme los pezones, y su saliva corriéndome por mis costillas, me tiró sobre el sofá y me arrancó la tanga. Me sentí avergonzada y por instinto, me cubrí el pubis; sin embargo a mi lado estaba un hombre que ya no razonaba. Apartó mis manos, y su boca se pegó a mi pelambrera, hundiendo el rostro en mi frondosa mata, aspirando y chupando, mi vagina… Localizó mi clítoris y le dio una lamida que me hizo retorcer todo mi calcinante cuerpo, lo atrapó entre sus labios y tiró de él como queriendo arrancarlo de mí; mi vulva respondió de inmediato, haciendo que mis jugos se deslizaran aún por fuera de mi cavidad…
En mi vida pocas veces había recibido tal trato, pues los encuentros con mi marido eran cargados de ternura y delicadeza; aún cuando había soñado que me tomaba en forma violenta, jamás se lo propuse... Me revolcaba de placer, me tomaba los pezones con la punta de los dedos y me los retorcía y los hacia saltar, haciendo que traviesas gotitas de mi leche materna se perdieran en el sofá; aumentando el placer que sentía. Su lengua penetró en mis nalgas y acarició mi ano. Trazando minúsculos círculos alrededor del botoncito rosado; lamió la parte interior de mis pompas y chupó mi raja bebiéndose los jugos que manaban de mi cuerpo.
¡Cógeme, gózame toda; métemela ya!-, susurré.
¡Todavía no!... Una joya como esta merece ser enloquecida de placer-, contestó.
Sentí que me tomaba por la cintura, que me volteaba hasta colocarme sobre mis rodillas y codos. Comprendí que quería verme empinada, así que hundí la cabeza entre mis brazos, paré mi trasero y dejé que su lengua siguiera explorándome las nalgas abiertas. Un dedo se enterró en mi culo y el resto en el interior de la vulva.
¡Me vengo!... ¡Oh, madre mía, ¿qué me haces?!... ¡Me estás sacando la vida!...-, grité cuando sentí que sus dedos me arañaban el culo por dentro y el pulgar se restregaba en mi clítoris.
Los chorros de mi clímax empaparon sus dedos. Lentamente los revolvió en mi gruta, hasta que quedaron completamente embadurnados. Entonces los chupó uno por uno hasta dejarlos limpios.
¡Métemela por favor, no me hagas sufrir más!-, le rogaba contemplándolo sobre mi hombro.
Antes quiero exprimirte las tetas… -, dijo.
Me acostó bocarriba y subiéndose sobre mis pechos, colocó sus muslos bajo ellos, para elevarlos. Después, dirigió su enorme verga y la colocó en la ranura que dividía mis melones. Con ambas manos apretó los costados de mis senos hasta que su tranca desapareció absorbida entre mis tetotas.
¡Oh Carlos, por favor papi!... –
Yo sacaba la lengua, tratando de meterme en la boca la jugosa y amoratada cabezota que tenía tan cerca. Pero él no me dejaba, se movía fornicándome por los senos, su pene se deslizaba a lo largo de mi canalillo, entre la leche que fluía de su verga y la que brotaba de mis pezones, formando un resbaloso sendero.
¡Ah... qué rico!... -, gemía Carlos.
¡Dámela papito... dámela toda!.. -, con mi lengua envolvía la punta de su daga y la succionaba tratando de hacerlo eyacular.
Siguió moviéndose con mayor rapidez, sin lograr soltar su esperma… Por varios minutos continué con mi labor, sin lograr que pudiera terminar sobre mis mamas… Cuando ya me dolía el maxilar, de tanto mamarle la verga, le dije:
¿Qué pasa, papito; no puedes venirte?-
No, necesito… -
¿Qué papi?... –
Que tú… Que me dejes… No, nada… -
Anda dime… -
No, sólo espérame que se me ponga bien dura para metértela… -
Yo estaba bañada en sudor, mis poros ardían; mi cuevita se derramaba de placer, y la labia vaginal se abultaba al doble de su tamaño. Jamás había deseado tanto una verga en mis entrañas.
¡Vamos papi, métemela ya!... –
Deja que se ponga más dura… Ya casi lo logro… -
¿Quieres que me ponga en cuatro?...
Ahorita… Es que…
¿Es que qué, querido?-
Me gustaría… -
Dímelo papacito, que estoy ardiendo y te necesito… ¿Cómo quieres que me ponga?... -
Es que quiero decirte que eres bien puta… –
¡Ah, es eso!... Pues dímelo mi rey, no me enojo y por el contrario; me gusta que me lo digas-
De inmediato sentí que la dureza en su miembro cambiaba, la rigidez me asombró y decidí ayudarlo…
¿Te da pena decirme lo que soy? Papi, he sido bien cogelona y bien piruja; me encantan las vergas grandes y bien paradas como la tuya; y cuando la estoy mamando… ¡Mmm, me encanta su sabor!... -
¿Qué dijiste que te encanta?-
¡La verga, papacito!… ¡Me encanta la verga y soy bien puta!-
¡Ahora!... ¡Tómala, puta!... ¡Trágatela toda!... ¡Tu marido es un cornudo que no conoce a la mujerzuela con quien se casó!... –
Sentí como el semen eruptaba chorros, globos espesos y densos de semen que me bañaban la cara, los labios, los ojos... Mi lengua capturaba algunos los deliciosos chisguetes en el aire, pero la mayoría me llegaban hasta el cabello… Su respiración era agitada, y su palo, aún en mi boca seguía erecto; así que si pensaba que lo dejaría descansar, se equivocó…
Volví a la carga:
¿No te piensas coger a la esposa de Daniel?... ¿A esta putona que delira porque le metas la verga?... La señora de la O quiere un macho que se la coja, que la retaque de verga por delante y por atrás… -
Me senté sobre el sillón, él también lo hizo. Me apreté los senos y con esa sonrisa seductora que me caracteriza y entornando los ojos, le musité:
¡Qué buenas nalgas tengo, papito; y son tuyas mi rey!... ¿Quieres meter tu verga entre ellas, o prefieres que te la siga mamando?... –
¡Oh, puta!...
Si soy puta… Soy tu puta… -
Me coloqué en cuatro patas, con mi culo apuntando hacía él…
¡Mira que nalgotas te vas a comer!... –
De inmediato me tomó de las caderas, frotó su endurecida verga entre el canal de mis nalgas y de un sólo golpe me la enterró.
¡Oh, papi; qué vergota!-, grité al sentirla.
Me penetró hasta lo más profundo de mi vagina, hasta que sus testículos golpearon en la parte inferior de mis nalgas. Se detuvo un instante para saborear el calor de mi cuerpo y entonces comenzó a bombearme rítmicamente. Su verga se movía en el estrecho canal vaginal como si lo conociera de toda la vida. Carlos cambiaba la posición de sus piernas mientras que empujaba y bombeaba, de forma que me sentía la inmensa cabezota de chile, en varios lugares distintos... tocándome puntos que nunca antes habían sido explorados.
¡Me estás matando... qué palo... dame duro... cógeme duro... así papacito!... –
Querías verga, ¿no, cabrona? ¿Te gusta cómo te la meto? ¿Quieres más puta?... –
Duro... más duro... mátame... sácame la leche-, gritaba yo.
Si supieran la clase de puta que eres… -
Muchos hombres ya me conocen y saben lo rico que cojo… -
Tu marido es… -
Si papi, eso y más… Pero sígueme cogiendo, no pares… -
Mis palabras le enardecían. Sus caderas se movían con mayor rapidez. Me acribillaba a bombeos frenéticos; estaba a punto de venirse, lo sentía a punto de explotar en mi vagina. Abracé su daga con mis músculos vaginales, cuando la tenía enterrada por completo; le regalé fuertes apretoncitos y no se la solté hasta que la sentí vibrar.
Quiero sentir cómo te vienes… Dámela, dame hasta la última gota... -, jadeé.
La tendrás toda... La que quieras... Te bañaré hasta ahogarte en semen... –
Si mi macho... mátame... gózame... Cógete a la putona esposa de tu amigo… ¡Oh, qué verga me estás clavando papacito!... –
Ya no pudimos más y llegábamos al clímax.
¡Más duro, párteme la madre!... ¡Más, mátame!... ¡Oh!... ¡Ahora!... –
¡Tómala!... ¡Ohhh!... ¡Tómala toda!... –
En el momento final, nuestros cuerpos se pegaron como si fueran una sola carne. Ambos estábamos bañados, en sudor, jadeantes y sin aliento. Abrazados y moviéndonos como muñecos congestionados por el deseo. Me apretó los pechos hasta que la sangre se condensó en los pezones, que de inmediato eructaron leche, de tal manera que se tornaron negros, y se pudieron al doble de su tamaño normal. Se inclinó sobre mis dos hermosas rosetas y las mordió con pasión y succionó mis líquidos en el mismo momento en que su cuerpo dejaba explotar el torrencial derrame… Deslicé mi mano por debajo de sus caderas y encontré sus testículos, los apreté para que la última gota saliera.
Carlos rodó a mi lado, tratando de recobrar el aliento; yo quedé inmóvil, disfrutando la serie de sensaciones que me producía su derrame en mi cuerpo. Sentía mi vulva abierta de par en par, cómo si alguien la hubiera forzado con una enorme herramienta. Las caderas me dolían y las sienes me temblaban.
No puedo más... ha sido... exquisito... -, pude al fin decir.
Es lo que me habían comentado. Eres fuego, mamacita… -
Abrí los ojos y lo miré apoyándome en un codo.
¿Quién?... ¿Quién te dijo, mi esposo? ¿Dime quién?-
Tienes fama mi reina… Permíteme omitir el nombre; pero si te diré que es alguien a quien ya se la mamaste… -
La vergüenza me dio de lleno. Era verdad lo que había sospechado, que tarde o temprano mi comportamiento liberal, sería conocido. Pero ahora no se trataba de una persona ajena, era el jefe de proyectos de mi marido, y quién sabe quienes más sabía lo puta que soy. Era una realidad, no debía de estar enojada ni de complicarme la vida; si mi esposo me quería así de golfa, y de paso podía ayudarle, ¿para qué pensar en ese rollo?...
¿Qué le voy hacer, si como hembra soy un éxito?, creo que debo de aprovechar que me gusta mi sexualidad-, dije de pronto.
Carlos buscó mi mano.
Yo también estoy encantado contigo... y por supuesto... tu esposo se ganó el aumento-
¿Y yo?-, pregunté coqueta.
¿Tú?... Tú te ganaste un amante... –
Lo besé en los labios... mientras que buscaba su pene.
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