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Esas señoras - Mercedes (1)

Después de permanecer cerca de 11 meses en casa de mis tíos, conseguí trabajo en un "Metro" como gondolero, y al mismo tiempo seguía mis estudios de educación física en la Universidad.



Con mi tercer sueldo decidí que era hora de conseguir más libertad, fue así que encontré una casa que alquilaba un cuarto en la azotea de su segundo piso, el cuarto en cuestión era uno de esos prefabricados, aunque era más de tripley que otra cosa pero para lo que cobraban bien valía la pena con tal de saborear mi libertad.



Aún seguía saliendo todos los días a correr temprano antes de ir a mis clases, fue así que casi al mes conocí al chico de la casa vecina, Leonardo, quien me saludó y me invitó un día para jugar un partido de fulbito con unos amigos. Con el paso de los meses me hice amigo de él, así como de Kike y Ricardo, con quienes salíamos a veces tomar unos tragos en las discotecas de Barranco.



De improviso recibí una invitación, Ricardo se casaba con su enamorada Melissa, ya imaginaran a que se debía, el muy tonto la embarazó. Así que no tuvo más remedio que casarse a pedido de la "hinchada" y de toda su barra brava.



A la boda fueron Kike y su enamorada Sofía, Leonardo, su enamorada Carolina y su madre, la señora Mercedes, que había quedado viuda hace unos 4 años atrás cuando contaba con tan sólo 40 años de edad. Yo como me encontraba solo pues fui en busca de conocer alguna chica. Ya mi animal pedía probar carne, la abstinencia a la que lo tenía era incontrolable.



Después de la ceremonia religiosa nos dirigimos en grupo al local donde se llevaría a cabo la fiesta. Cuando ya los novios, mejor dicho esposos, iniciaron el baile todos los demás nos aunamos a su alegría. Así fue que bailé con diversas chicas, unas amigas de la novia, otras desconocidas en lo absoluto pero eso no me detenía en mi búsqueda. Fue así que me percaté de una chica, quien cedía ante mis invitaciones a bailar, era una delicia de simpatía, su nombre era Angela, trigueña, delgada, potoncita, aunque de senos escasos, pero a esas alturas no me importaba en lo más mínimo.



En un momento, Leonardo se me acercó y me dijo que le hiciera el favor de sacar a bailar a su madre. A lo cual, accedí de la forma más natural, pues estaba concentrado en Angela.



A lo lejos mientras bailaba, Leonardo me hacía señas para que no olvidara a su madre. Yo seguía repartiéndome entre Angela y la señora Mercedes, quien siendo sinceros bailaba de maravillas, ya sea salsa, merengue o cumbia, lo cual me fascinó sobremanera.



Siendo poco más de la medianoche, Leonardo se acercó a mí y a su madre mientras bailábamos.



- Mamá, me voy, a Caro le duele la cabeza y la voy a llevar a su casa.- dijo casi gritando para no ser opacado por la música.



- Bueno, hijito, entonces vámonos.- respondió la señora.



- No, para qué te vas a ir tan temprano.- dijo mirándome. Si veo que la estás pasando bien.



- Pero, ¿y quién me va acompañar a casa?- preguntó curisosa.



- Eso no es problema, mamá.- respondió con confianza. Aquí está Miguel, si es que no le molesta.



- No para nada Leonardo.- respondí ante la atenta mirada de ellos. Con gusto la acompaño señora.



- Gracias, Miguel.- dijo su madre.



- Sí, muchas gracias Miguel, que buen amigo eres.- respondió palmeando mi hombro.



Seguí bailando y afanando a Angela, a la par que bailaba con la señora Mercedes, que como fui descubriendo era de lo más divertida.



- ¡Qué bien bailas!- dijo ella admirada.



- Y usted no se queda atrás señora.- respondí haciendo unos pasos desbocados para su asombro.



- Gracias, pero hace tiempo que ya no salgo.- dijo agregando. Desde que enviudé.



- Sí, entiendo.- dije asintiendo. Pero insisto, baila muy bien.



- Vaya, ¿tanto te he sorprendido?- preguntó sonriendo y curiosa.



- Bueno, la verdad que sí.- contesté cauto.



- Es que no me conoces mucho, Miguelito.- rió jocosa.



- Tiene razón, que tonto soy.- respondí riendo.



- Y, ¿cómo vas con esa chica?- inquirió de forma natural.



- Ah, pues... je, se ha dado cuenta.- dije sonriendo.



- Claro pues, no soy ciega.- respondió pícara.



- Bueno, tal vez pase algo aún no estoy seguro.- dije al ritmo de la música. No puedo estar en todos lados.



- Ah, eso quiere decir que te estoy interrumpiendo.- respondió retándome.



- No, perdón señora, no quería decir eso.- repliqué arrastrando las palabras.



- Ve nomás, atrápala.- dijo dejándome libre.



- Está bien, señora, pero regresaré por otro baile.- contesté.



De baile en baile, mis avances se hacían más que evidentes y Angela no me ponía ningún obstáculo, hablamos de sus estudios, su familia y tantas cosas de las que uno pueda hablar para lograr su objetivo. Cada vez que bailábamos una salsa, apretaba su cuerpo contra el mío y mi verga empezaba ha despertar al sentir esa tibieza.



Otra vez me encontraba con la señora Mercedes quien me pedía le contara mis avances con Angela, así sin querer bailamos 3 canciones seguidas hasta que fui en busca de la trigueña. Al ver a su mesa no estaba, la busqué por la pista de baile y nada, esperé a la salida del baño y nada, ella era historia para mí.



Para olvidarla regresé donde la señora, que se lamentó de mi mala suerte. Así continuamos bailando ajenos a los demás, a lo lejos pude ver que Kike y Sofía se retiraban, de seguro a un hostal. Eso no me importó pues me la estaba pasando en grande con la señora Mercedes, verla así tan alegre y desenvuelta me pareció mucho más guapa de como la había visto hasta ahora. Ambos secábamos los vasos de cerveza con rapidez, pues no deseábamos perdernos cada baile. Fue bailando una de esas salsas tan calentonas que, yo la tenía pegada a mi cuerpo y pensar en Angela, me provocaron una semierección.



El trago y los bailes pasaban volando entre risas y bromas de doble sentido, ya la desinhibición era algo latente y la confianza nos distendía más de lo que podríamos suponer.



Ya casi al borde de las 2 de la madrugada, decidimos retirarnos y tomamos un taxi con rumbo a casa. Ahí íbamos risa y risa, donde le contaba cosas de mi niñez en Chincha y ella a su vez, me contaba sobre Cajamarca. En uno de esos momentos de risa y confianza, la señora palmeó mi pierna y la dejó posada sin mover. No dijimos nada pero en esa situación algo extraño pasaba.



Al llegar a su casa permanecimos afuera conversando.



- Oye, ¿y qué tan grande es tu cuarto?- preguntó abrigada con el saco de mi terno.



- No mucho.- respondí.



- Así parece, porque no se vé mucho desde la calle.- contestó mirando hacía arriba del segundo piso.



- Pero, para lo que pago, está bien porque nadie me molesta.- dije sonriendo.



- Claro, eso es bueno.- respondió asintiendo.



- Aja.- dije aún sin apartar la vista del segundo piso.



La Luna brillaba inmensa en medio de un cúmulo de nubes, que escondía a las estrellas.



- Enséñame tu cuarto.- prorrumpió de un momento a otro.



- Por supuesto, señora.- respondí nervioso.



Sin hacer ruido abrí la puerta de rejas que me permitía el acceso al patio posterior y a la escalera que nos llevaría a la azotea del segundo piso. Con la llave procedímos a ingresar al cuarto, encendí la luz y pudimos ver los escasos objetos que la amoblaban.



- No es mucho pero es.- dije tratando de poner el parche por la pequeñez del cuarto.



- Esta bien, Miguelito, no debería darte verguenza.- respondió tocando mi brazo. Se nota que es acogedor.



La señora Mercedes se acercó a la ventana que daba al techo de su casa.



- Ahí está su casa.- dije sonriendo.



- Sí, lo sé.- respondió con comodidad. De acá debes ver todo.



- Ja,ja,ja, de verdad, ¿no?- contesté.



- ¿Acaso no tienes nada que mirar?- preguntó curiosísima.



- Bueno, sí, este digo... no cómo voy a mirar.- contesté turbado por su pregunta.



Ella se mostraba divertida con mi confusión, y así fue que se percató de la radio, de un par de saltos procedió a encenderlo, dejando que la música se deslizara bajita y seductora.



- Señora, ¿aún no se cansa?- pregunté asombrado.



- No, para nada, ¿tú sí?- contestó dejando la pelota en mi cancha.



- No, tampoco.- respondí para no quedarme atrás.



Se me acercó y nos pusimos a bailar ante la luz de la luna que inundaba el cuarto. Sentir su cuerpo maduro pero que aún destilaba frescura era demasiado para mí, no pude evitar una terrible erección, monstruosa y esta vez la señora se dio por enterada al sentir el bulto que golpeaba su vientre.



- Oye, ¿qué es eso Miguelito?- preguntó sorprendida.



- No, nada señora.- contesté tratando de arreglar mi verga que se alzaba como un mástil por debajo del pantalón.



- ¿Cómo que nada?- inquirió apartándose para observar muy bien mi abusivo tamaño. ¿Y eso?



- Ahhhh... nada.- respondí enrojecido pero sin perder mi erección.



- No me digas que la tienes así de grande.- dijo con los ojos enfocados en mi paquete que luchaba por salir.



- Perdón señora, qué roche.- susurré avergonzado.



- No te disculpes... uhmmm, se te nota bastante, muchacho.- dijo con la voz nerviosa. ¿Cuánto te mide?



- Este... pues, 23 centímetros, señora.- contesté por inercia.



- ¡Wooouwwww, qué grande la tienes!- gritó admirada por mis dimensiones. Nunca vi una así.



- Pero, ¿y su esposo?- pregunté curioso ante su expresión.



- Él la tenía chiquita.- respondió moviendo el dedo meñique.



El silencio era quebrado por la respiración agitada de la señora Mercedes, y yo no sabía que esperar de todo esto.



- Quiero verla.- dijo ordenando mientras se acercaba poniéndose de rodillas ante mí.



Con la destreza que da la madurez, desajustó la correa, soltó el broche y bajó el cierre de mi pantalón.



- Miércoles, se ve muy grande en verdad.- dijo como hablándole a mi verga y liberándola de la opresión del boxer.



Sus ojos parecían desorbitados de la emoción ante tamaña sorpresa, que no pensaba vivir en su vida y de igual manera me encontraba yo. Levantó la vista hasta mí para luego tomarlo con la mano y tantear el grosor, que la maravilló gratamente al comprobar que no alcanzaba a juntar sus dedos índice y pulgar. La señora meneaba la cabeza como si no creyera aún lo que veía, pero era real, ante ella mi monstruo de carne negra, la invitaba a probarlo. Su mano fue deslizándose en busca de lograr la erección total de mi plátano bellaco, a dos manos seguía como hipnotizada ante la desmesurada proporción de mis medidas.



- ¡Qué grandota y gordota la tienes, Miguelito!- suspiró con la voz de hembra arrecha que tantas veces después conocería.



Sin demora, la señora empezó a lamer mi glande morado de la excitación, para luego bajar por el tronco interminable de mi secuoya hasta llegar a mis huevotes, que le parecieron bolas de billar. Yo observaba absorto la escena con las manos en la cintura, sin protestar. Su lengua subía y bajaba por toda mi verga, y acto seguido procedió a engullir el manzanón que se mostraba desafiante. Su boca esforzaba al máximo sus comisuras por comerse mi garrote pero ella no se detenía, había aceptado el reto y no saldría de ahí sin salir victoriosa.



Yo me quitaba la corbata, la camisa y el bividí mientras seguía con movimientos de pelvis la mamada que me daba la madre de Leonardo.



- No te demores.- dijo desprendiéndose de mi animalote mientras se desnudaba. Quiero probarlo todo.



Me acosté boca arriba y la señora siguió con su labor momentaneamente interrumpida. Su cara de hembra golosa era nueva para mí y, supongo que si hubiera estado presente, también lo sería para su hijo. Mi verga se mostraba devorada hasta casi la mitad, a la vez que se encontraba bañaba en saliva femenina. Yo que podía decir, me encontraba en el cielo. De un momento a otro ante mi cara se mostraba húmeda la vagina de la señora Mercedes, no tuve que esperar a que me dieran órdenes. Gustoso, me comía cada pliegue de su concha, sus vellitos castaños se me pegaban a la lengua, mas eso no me detenía. ¿Qué lo haría? ¿quién podría? Nadie. Eso era un hecho indiscutible.



Su clítoris se alzaba turgente en medio de esa mata de vellos salvajes, de una madre salvaje. Ninguno dejaba lugar a dudas, el 69 en el que nos sumergíamos era descontrolado y lascivo. No me importó que sea la madre de Leonardo, ya nada importaba en ese momento. Total, me dio permiso para mantener contenta a su madre y eso hacía yo como buen amigo.



Ella se levantó y se echó acomodándose abierta de piernas ante mí.



- La quiero toda adentro.- susurró decidida y arrecha.



- Sus deseos son órdenes, señora.- contesté obediente ante su pedido.



Mi verga fue marcando con fluidos preseminales el nuevo territorio que después de la invasión pasaría a ser de su propiedad absoluta. A prueba ponía todo lo que había aprendido hasta ahora y deseaba no defraudar a la dama en cuestión. Lentamente mi glande se fue enterrando en el interior de la señora, dejando escapar suspiros de goce al sentir el tamaño y grosor desmesurados que la empezaba a penetrar. Ella había estado en abstinencia forzada por cerca de 4 largos años, desde la muerte de su esposo, y en su cuerpo el deseo la invadía por completo. Aún tenía mucho por vivir y no deseaba perder ni un minuto más.



- Vaya, es inmensa Miguel, eres muy grande.- gimió acariciando sus pezones.



- Usted es la más hermosa de las mujeres que he conocido.- dije sosteniendo sus piernas mientras mi verga de ébano ganaba centímetros en sus entrañas.



Con cada embate mi vergón traspasaba cada vez más en lo profundo de ella, incluso en regiones que a pesar de haber estado casada se mantenían aún sin invadir. Y me di cuenta perfectamente de esto pues la mujer empezó a soltar sutiles "ays", que tanto me gusta escuchar de mi amante de turno, eso no me detuvo en seguir forzando con más brutalidad su conducto vaginal, ya casi tenía más de media mitad de plátano bellaco atravezado en sus entrañas y la pobre señora era un continuo de muecas de dolor.



- Qué bestia eres muchacho, estas entrando en lo más profundo de mí.- gimió sin detenerme.



- Ya falta poco, aguante.- dije empujando.



- Ay, carajo... ¡esto es único!- gritó poniendo sus manos sobre sus labios vaginales abiertos al máximo como nunca lo hizo su esposo.



- Así señora, va muy bien.- dije animándola al ver que ya faltaba casi nada por entrar.



- Sigue papito no te detengas, tú sigue nomás.- gimió con la respiración agitada. Y en verdad, tienen razón con todo lo que dicen de los negros, ¡Qué bárbaro eres!



Tomando en cuenta sus palabras me detuve un instante para acomodarme mejor y terminar de empotrárselo, cuan largo, grueso y negro era, por su conchaza de mujer madura. Después de lanzar un grito al sentir que todo mi intruso descomunal la llenaba, ambos nos relajábamos contentos de haber completado el primer paso. Sus piernas se apoyaban sobre mis hombros, y en silencio disfrutábamos de nuestra unión. En la parte de los genitales sólo se veía la mezcla de vellos púbicos negros y castaños, que le daban un toque muy especial a la situación, yo era observador de lujo de cada gesto y movimiento de la señora Mercedes.



- Me siento tan llena por dentro.- dijo acariciando mis abdominales marcados por la rutina de los ejercicios. Nunca me he sentido así.



- Con una mujer como usted, ¿qué más podía hacer?.- contesté frotando su clítoris y meciéndome suavemente.



- Sinceramente, eres toda una sorpresa para mí.- dijo con la cara de hembra arrecha. Una gratísima y descomunal sorpresa.



Mi cadera siguió con sus vaivenes peligrosos y debastadores en el interior de la señora pero eso era lo que su cara pedía, un buen pedazo de verga que la llevara a las estrellas. Y eso fue precisamente lo que le daría por ser tan buena vecina. Con vecinos así, ¿quién se mudaría de barrio? Yo no por el momento. Mi verga salía de su chucha completamente mojada, los jugos de la dama eran alucinantes, ¡parecía un sutnami! A cada embestida ella dejaba escapar un grito que mezclaba con sus gemidos, el concierto era delicioso, sus muslos se empezaron a salpicar de gotitas de sudor, al igual que su frente y el centro de sus senos, que bailaban a su propio ritmo.



Yo no pensaba detenerme hasta llegar al final el cual se prolongó mucho más de lo que imaginé, para goce de los dos. Entraba y salía con todo el ímpetu y la fuerza de mi juventud, mi garrote negro se perdía completo por instantes en esa mujer blanca, cajamarquina de pura cepa. Para completar la faena me eché sobre ella y sentí el vigor de sus senos maduros pero comibles al 100%, definitivamente. Nuestros púbis se golpeaban entre sí como si de una pelea se tratara mientras nuestras lenguas se trenzaban en un duelo aparte, ¡qué tal cachada!



Los minutos pasaban, ¿quién lleva la cuenta después de todo? sólo se pueden saber aproximados y nosotros nos aproximábamos a los 50 minutos de estar cogiendo como dos desesperados. El aumento de sus gemidos me indicaban que la señora Mercedes se encontraba al borde del colapso, orgásmico en este caso, y aguanté de igual manera mi corrida, aunque no por mucho tiempo pues sentí las contracciones de sus paredes vaginales explotando en un mar de sabores, y yo dejé mi marca y sello de garantía en su interior. Hecho por Miguel. Consume producto Peruano y no sufras, mi hermano.



Aún encima de ella, nuestros cuerpos se relajaban de la sabrosa cogida, mezclando nuestros sudores y salivas, y fue en ese momento de fluídos donde recordé algo que se nos pasó.



- Señora Mercedes.- susurré mirando preocupado y directo a sus ojos. ¿Aún tiene la regla?



- Sí, muchacho.- sonrió con tranquilidad. ¿Por qué esa cara de susto?



- ¿Cómo que por qué, señora?- contesté. Pues, que tal si queda embarazada.



- Ahhh, no te preocupes Miguel.- dijo serenamente. No creo que pase nada.



- Pucha, señora que tal confianza se tiene.- dije aún temeroso.



- Je,je,je, y tú, mucho te estas preocupando por ese asunto.- dijo acariciando mi cabello ensortijado. Relájate que recién hemos compartido un momento maravilloso.



- Bueno, tiene razón en eso.- dije tranquilizándome porque a fin de cuentas ya era una mujer mayor y sabría que hacer.



- Así me gusta, mi papito lindo.- susurró estampándome un sonoro beso. Me has hecho ver estrellitas con tu tremenda vergota.



- No hay por qué, señora.- contesté pensando en la misión cumplida.



- Es la verdad, ha sido el mejor polvo de mi vida.- dijo con cara seria.



- Vaya, ni por aquí.- dije pasando mi mano por la frente. Aunque con los gritos que soltaba algo me parecía.



- Je,je,je, ¿muy gritona soy?- preguntó divertida.



- Bueno, sí... bastante gritona.- contesté riendo. Se habrá escuchado de acá a 5 cuadras a la redonda.



- Qué gracioso eres.- dijo riendo. Tampoco ha sido para tanto.



- Estoy bromeando señora, pero de que los vecinos habrán escuchado eso no cabe la menor duda.- dije jugando con su cabello castaño.



- Bueno, eso no me importa porque no saben quién gritaba de esa manera.- dijo aclarando la situación.



- Claro, eso es cierto.- respondí apoyándola.



A través de la ventana se colaba el brillo de la Luna, como única cómplice de nuestra aventura, que áun distaba mucho por terminar. Abrazados nos acariciábamos en silencio y con los ojos cerrados, como para no despertar y descubrir que todo era un simple y afiebrado sueño. Por mi mente rondaba esa petición, ese deseo de disfrutar de su ano, para completar la noche.



- Señora Mercedes, ¿sabe algo?- pregunté tanteando el terreno.



- Dime, Miguelito, ¿qué pasa?- dijo respondiéndome y esperando despejar mis dudas.



- Pues, no sé cómo decírselo.- contesté ruborizado por mi osadía.



- Ay, vamos, con confianza, ya después de esto no te me vas a poner así, ¿verdad?- dijo sonriendo.



- Tiene razón, disculpe, pero es que me gustaría saber si se animaría a probar...- dije sin terminar.



- La haces tan larga como tú, dime de una vez.- dijo fingiendo molestia.



- Es que me gustaría probarla por el otra lado.- dije ya jugándome por completo.



- ¿Tanto te demoraste en pedirme eso?- dijo sonriendo.



- Entonces, le gustaría.- dije asombrado.



- Pues, claro que me gustaría sentir una de ese calibre por la cola.- dijo palmeándose una nalga.



No tuvimos que decir más, ella empezó a jugar con mi animal y provocarlo con sus lamidas y besos ardientes, por supuesto, el condenado monstruo respondió contento a los mimos. La señora Mercedes se pusó en cuatro patas, lista y preparada para ser atacada por la retaguardia.



- Oye, Miguel, lubrícame bien el ano.- dijo aconsejándome mientras movía su colita parada y seductora.



- Como ordene, señora.- dije haciendo un saludo militar con la mano.



Del cajón de la mesa de noche, rebusqué entre papeles, cassettes y demás chucherías que uno guarda para dar con lo que tanto buscaba. En mis manos el pequeño frasco de brillantina relucía su contenido reluciente y oleoso. La señora sonrió al ver el frasco que bailaba en mi mano y que nos sería de suma utilidad.



- Ya tú sabes que hacer.- dijo sumisa y entregando su ano.



Tras colocarme detrás de ella, procedí a destapar el frasco y embarrar un dedo que se posó decidido en su agujero. Con lentitud me paseaba preparando su ojete para la lucha que tenía que librar. Y sería una dura batalla. Con el resto de brillantina en mi dedo terminé por embadurnar mi glande morado y gigantesco.



Abriendo con una mano su ojete logré colocar la punta de mi vergota en su ano brilloso, ella abría y cerraba el ojete, invitándome a entrar. Lentamente y con cuidado fui dejándole ir la cabezota abriéndola al máximo, y viendo que la mitad de mi glande estaba en su agujero, adelanté mis riñones terminando de metérsela. Su grito me sirvió para medir sus deseos de ser penetrada en su totalidad por mi deformación. Y si así no fuera, yo estaba decidido a no parar hasta estar insertado totalmente en su conducto anal.



Con suavidad dejaba que mi glande abriera el camino, seguido por todo el tronco de mi trozo de carne que no daba tregua a la señora, ella se dejaba con sumisión para mi fortuna, a pesar de soltar graciosos y provocadores lamentos de dolor.



- ¡Ay, que bestia eres!- gimió adolorida.



- ¿Sigo señora?- pregunté sobando sus nalgas.



- Sí, papito rico sigue.- dijo abrazando con sus manos la almohada.



De una buena embestida le enterré cerca de 7 centímetros a los que ella respondió con un grito desaforado. Qué podía hacer, ¿detenerme? Lo dudo, yo para ese momento estaba desconocido y desbocado, no había marcha atrás ni paradas extremas.



Volví a sacar esos centímetros enterrados tan sólo para volver a enterrarlos con más fuerza que antes, sus gritos amenazaban despertar al vecindario, pero eso me importaba poco o nada. Así seguí entrando y saliendo haciéndole ver ya no sólo estrellas, sino toda la galaxia entera, la cachada era de lujo. Conseguí introducir varios centímetros de longaniza, así como le dicen al profesor Jirafales, negra y su ano parecía a punto de estallar, mi excitación estaba al tope.



- Ay, me duele, muchacho, ¡me estás partiendo en dos!- gritó tratando de separarse un poco.



- Es que está deliciosa, señora.- dije tomándola por las caderas sin permitirle escapar.



- ¡Me matas, me matasssss!- gritó terminando por aferrarse a la almohada como mudo compañero de su dolor.



- No puedo detenerme ahora.- gemí empujando lo que faltaba por entrar de verga.



Ella se sacudía, prácticamente temblaba, pidiendo clemencia ante tanto castigo al que era sometido su ano. No me importaron sus lamentos, ya era una máquina a todo vapor que no se detendría hasta el final.



A última hora decidí que mi tamaño era demasiado para su agujerito anal, y con euforia embestía y embestía tratando de acabar lo más pronto y no alargar su sufrimiento. Así fue que a los 20 minutos de enterrarle mi vergón en su sabrosa colita, terminé en una abundante y vital lluvia de espermatozoides, que pobres, buscaban en medio de la mierda, un óvulo al cual fecundar.



De un movimiento rápido retiré toda la gordura y largura de mi animal que se mantenía aún firme y con el glande embarrado del excremento de la señora Mercedes.



Ella se echó tal cual estaba sobre la cama, recuperándose de mi cachada extrema, yo me acosté a su lado boca arriba, con la verga perdiendo su erección.



- Vaya, señora, no sé que me pasó pero no podía detenerme.- dije disculpándome por lo sucedido.



- No te preocupes, Miguelito.- contestó mirándome y sonriendo. Algo así deseaba toda mi vida.



- ¿Me va a decir que le gusta que la traten de esta manera?- pregunté incrédulo.



- Sí, aunque no te parezca adecuado o qué sé yo.- respondió guiñándome divertida.



- Por mí no hay problema, señora.- dije asintiendo. Si así le gusta pues así será.



No demoró en arreglarse el vestido aunque para lo cerca que estábamos de su casa, optó por no ponerse su ropa interior que se encontraba guardada en su cartera. Yo ya me había lavado la verga, y salía acompañándola hasta la puerta portando sólo mi boxer.



- Me lo he pasado como nunca.- dijo besándome y agarrándome la verga. Cuida a este animal.



- Así lo haré señora, no se preocupe.- respondí palmeando una de sus nalgas.



- Vaya, de todas maneras habrá una segunda parte.- dijo sonriendo arrechona.



- Cuando usted guste, señora.- respondí ofreciéndome. Sólo llámeme a mi celular.



- Claro, ya lo tengo anotado.- dijo caminando de espaldas.



Antes de entrar a su casa, me lanzó un beso volado que yo atrapé instantáneamente, para luego desaparecer cerrando la puerta. Yo regresé a mi cuarto, contento y sorprendido de la maravillosa mujer que era la madre de Leonardo. Y a sabiendas que cumplí mi objetivo de mantener contenta a su madre, me desvanecí sobre la cama a rememorar lo que me había pasado.



Al día siguiente, todo siguió su curso natural como todos los domingos aburridos y largos, aunque para mí había sido un inicio de domingo como nunca antes.



Regresando de comprar pan para tomar mi lonche, tropecé con Leonardo que salía de su casa, y viéndome se me acercó.



- Hola Miguel, ¿cómo estas?- preguntó sonriendo.



- Hola Leo, yo muy bien.- respondí tanteando sus palabras.



- Y, ¿qué tal ayer?- preguntó inclinando la cabeza a un lado.



- Pues, ahi nomás.- respondí algo incómodo.



- ¡Mentiroso!- dijo de improviso.



- Es verdad, no pasó nada.- dije adivinando que ya sabía lo sucedido con su madre.



- Con toda la bullaza que hicieron ayer en la madrugada.- dijo riendo.



- ¿Escuchaste todo?- pregunté asustado.



- Bueno, casi todo.- dijo tranquilo. Pero se notó que le diste de alma.



- Sí, claro.- dije sin comprender.



- Pero, ¿cómo hiciste para que mi madre no te malograra el plan con la flaca de la fiesta?- preguntó revelándome su pensamiento.



- Ah, te refieres a Angela.- dije suspirando por dentro.



- Claro pues, Miguel, ¿a quién más?- preguntó riendo. Dime pues.



- Pues, fue fácil.- dije explicando. Simplemente le dije a tu madre que Angela era una amiga.



- Aja, sigue.- dijo atento.



- Y que antes la dejaríamos a ella y luego yo acompañaría a Angela a su casa.- dije terminando de explicar.



- Que buena, ja,ja,ja.- respondió riendo divertido. Y, ¿qué tal estuvo la loca esa?



- Muy buena, toda una experta, de verdad que me dejó sorprendido.- respondí sin saber que en el fondo me refería a su madre. Hasta le di por la cola.



- ¡Mierda, que perra!- dijo asombrado. Con razón gritaba como loca.



- Si pues muy gritona.- dije riendo.



- Parecía que la matabas, ja,ja,ja.- dijo riendo aún más. Pero bien hecho que le hayas dado con todo.



- Así es Leo, se lo merecía.- dije con una risa ahogada. Toda la madrugada estuvo así.



- Uyyy, que rico, aunque yo sólo estuve escuchando un rato hasta que me quedé dormido.- dijo asintiendo.



Yo no aguantaba la conversación y me despedí llevando mi bolsa de panes. En el cuarto, se mezclaban las imágenes y las palabras, la conversación con la señora Mercedes se yuxtaponía con la reciente de Leonardo. Y pensar que esto sólo era el comienzo de mi aventura con ella, hasta dónde podría llegar todo esto, ni idea pero sí sabía que lo disfrutaría a más no poder.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
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