Una tarde, apenas pasado el mediodía, salí a recorrer las calles del barrio donde vivo. Pasando junto a una tienda, cerca a un teléfono público, vi a Juanita, una antigua amiga con la que había estudiado los primeros años de la secundaria en el mismo salón. Bueno, ahora ya bordeaba los veinte años, tantos como yo, y las formas esféricas de su cuerpo sobresalían sobre su vestido sobrio. Cuando me vio, se le iluminó el rostro igual que a mí y, nos saludamos con un beso ligero en la mejilla desde donde pude percibir el aroma de un perfume a rosas rociada en su cuerpo. Nos pusimos a recordar tiempos pasados y mientras conversábamos, allí, de pie los dos, mis ojos no dejaban de mirarla embelesado. Del borde inferior de su minifalda sobresalían sus muslos contorneados y tersos incitando al deseo. Hablamos de todo y con tanta confianza que parecía que el tiempo se hubiera detenido en el momento aquel en que dejó el colegio donde estudiábamos juntos para irse a otro. Luego de siete años, aquella chica delgada y menuda, de bucles descuidados, era ya toda una mujer muy bien formada y cuidada en extremo en su arreglo personal. Ahora, sus bucles negros brillaban al sol, sus pestañas enfilaban directo a mis ojos como flechas de cupido y su sonrisa transparente y delicada apocaba el día. De tanto verla se me turbó el alma. En medio de nuestra amena plática, me contó que tuvo una aventura fugaz con un chico de otro barrio, pero que no duró mucho. Yo por mi parte le dije que aún seguía solo, que no había encontrado mi pareja perfecta. La invité a comer a un restaurante que quedaba cerca y nos fuimos caminando, siempre conversando. Cuando llegamos al restaurante, vi en la parte alta del edificio un inmenso letrero que decía “HOSTAL”, y súbitamente se me ocurrió algo que cambiaría el rumbo de los acontecimientos. Le dije sin preámbulos. “¿Quieres que subamos al segundo piso?” Tan confiado me sentí en ese momento que decidí decirle eso, medio en broma, medio en serio, esperando una negativa de su parte. Ella me miró un poco sorprendida por la sugerencia, observó el edificio con muchas ventanas, vio el letrero inmenso que destacaba por sus luminosos colores, miró alrededor, sin decidirse. Creí que había metido la pata y que se molestaría pero cuando estuve a punto de disculparme por lo irrespetuoso que había sido, me dijo: “No traigo documentos” Eso era el sí que yo no esperaba y reaccioné de inmediato. Le tomé la mano y subimos las gradas hasta el segundo piso. Ella se dejó llevar pero estaba seria como si su alegría de hace apenas segundos hubiera desaparecido para siempre. En la recepción, no fue necesario presentar los documentos de ella cuando le dije al encargado que éramos casados, dejé el mío y continuamos subiendo a una habitación en el tercer piso. Cuando entramos allí, ella me miró un poco extrañada y me preguntó qué me había impulsado a llevarla hasta allá. También yo tenía el rostro grave. Le dije que desde que la había visto ese día, con su minifalda al viento y su polo copiando muy bien sus formas femeninas, me había despertado el deseo de hacerle el amor. No sé por qué fui directo y tajante. Me lo reproché al instante, pero ya no podía retroceder ni borrar las palabras dichas. Volví a contrariarme un poco. “Yo también te deseo, no te imaginas cuanto” dijo al verme aturrullado. Entonces nos acercamos tanto que nuestros cuerpos rozaron y nuestros labios se encontraron en un cálido beso. Después, ella colocó su pequeño bolso en la mesa y se sentó sobre el borde de la cama y me preguntó “¿traes protección?” Tarde un poco en comprender y antes de continuar, bajé a la recepción, compré condones, algunos cigarros, bebida gaseosa y regresé con ella a la habitación. Una vez allí, cerré muy bien la puerta dejando la llave en la cerradura para que no pudieran abrirla por fuera y me senté junto a ella en la cama. Comencé a besarla y acariciar su cuerpo por encima de su ropa por un momento prolongado, luego, nos pusimos de pie instintivamente, le levanté el polo hasta que logré ver sus senos sostenidos por un sujetador transparente el cual desabroché para poder ver aquellos jugosos pechos de mujer. Mientras le besaba los labios, acariciaba sus senos con mis manos, y en su respiración sentía la aceleración de sus latidos y la conmoción de su cuerpo. Luego, dejé sus labios y llevé mi boca hasta donde estaban sus pezones erguidos, comencé a succionarlos suavemente, uno y otro. Intenté llenar mi boca con semejantes esferas, pero no podía, sin embargo, sentía que su piel se escarapelaba en todo su cuerpo, lo deducía de sus movimientos mientras sus manos acariciaban mis cabellos. Sus gemidos suaves llegaban hasta mí desde las cuatro paredes de la habitación. Llevada por mis caricias, ella levantó las manos para liberarla del polo y del sujetador, los que lancé lejos sin mirar a donde irían a caer. Acto seguido, ella metió sus manos debajo de mi polo e hizo lo mismo. Me acarició los pectorales, bajó sus manos desde mi cuello, hasta mi vientre, trazando una línea vertical. Volvió sus manos sobre mis tetillas girándolo en círculos y poco a poco iban descendiendo hasta encontrarse con el extremo superior de mis pantalones cortos y sin más, los deslizó hacia abajo dejándome totalmente desnudo. Entonces cogió con ambas manos mis testículos, frotándolos suavemente, y poco a poco mi pene terminó por adquirir grandeza y grosor. Con sus manos lo cogía como a un palo duro y lo frotaba suavemente, y en medio de su juego, se arrodilló y acercó su boca hacia mi pene erguido y comenzó a lamerlo estirando su carnosa lengua sobre la cabeza roja hasta que comenzó a chupármelo. Mis ansias comenzaron a multiplicarse y mis músculos comenzaron a tensarse, tanto que decidí recostarme y lo hice sobre la cama, ella seguía prendido de mis genitales, succionando mi pene con suavidad y ansiedad que me hacia experimentar sensaciones agradables. Me sometí a sus deseos y me dejé hacer lo que quisiera mientras ella, aferrada a mi miembro erecto, entre sus movimientos que alcanzaba a percibir, sin que me diera cuenta se sacó el calzón por debajo de su minifalda y se subió sobre mi cintura. Yo lleve mis manos por sobre sus muslos carnosos buscando su ropa interior y encontré sus vellos erizados y su vagina húmeda. Ella dejó caer sus senos sobre mi rostro y con mi boca comencé a chuparle los pezones, luego retrocedió un poco y colocó su vagina sobre mi pene erecto y se dejó penetrar. “Hazme tuya por completo” gimió en medio de su voz agitada por la excitación y el paroxismo. Nuestros movimientos se hicieron interminables y oí los gemidos de ella en medio de nuestro balanceo. Cuando sintió mi cuerpo temblando a debajo de ella, me pidió al oído que cuando estuviera a punto de eyacular, sacara mi pene de su vagina y le bañara el rostro con mi semen. Entre suspiros y gemidos me entregué al placer que me ofrecía aquel maravilloso cuerpo femenino, acariciando cada pedazo de su piel, besando cada centímetro de su cuerpo, abrazándola fuertemente como deseando no dejarla nunca, esforzándome por rozar con fuertes movimientos su clítoris, invadido también por sus gemidos y gritos apagados. Finalmente cuando estuve a punto de eyacular, retiré mi pene de su mojada vagina y salté al suelo. Ella hizo lo mismo y se arrodilló delante de mí recibiendo en su rostro el semen que salía disparado de mi pene, mientras con sus manos, se lo frotaba por toda su cara, su cuello y su pecho. Cuando mi pene dejó de expulsar el líquido seminal, ella se acercó, siempre de rodillas y se puso a lamerlo. Para mi sorpresa, saltó otra vez sobre la cama, se echó y me jaló sobre ella para metérsela nuevamente: “vamos, papi, métemelo, antes de que se muera”. Y así, ella me hizo el amor con tanta violencia hasta alcanzar su punto culminante cuando, llevada por los delirios del gozo, gritó, sacudió mi cuerpo que estaba sobre el de ella, me jaló los pelos; mientras yo sentía deshacerse, en bruscas vibraciones, toda su vagina golosa. Finalmente, caímos rendidos en la cama y permanecimos un buen rato en silencio. Minutos después, me recosté sobre mi codo y mirándola a los ojos, le dije: “Eres una maravillosa mujer, gracias”. Ella sonrió, se abrazó a mi cuerpo y me besó deliciosamente. Cuando pudo hablar, me dijo al oído. “Te olvidaste el poncho”. Yo lo miré asustado mientras ella permanecía muy seria. Al verme preocupado me dijo: “¿qué harías si salgo embarazada?”. No me lo esperaba, pero le dije con absoluta sinceridad y mirándola a los ojos. “No te dejaré”. Ella seguía muy seria y eso me preocupaba aún más. “Estoy en mis días fértiles” remató. Y yo, no sé cómo me puse. Entonces ella ya no pudo aguantar la risa y se echó sobre la cama a reír a carcajadas. No te preocupes mucho, estoy en los días en que puedo tener relaciones, así que ya, ven, vuelve conmigo.
Desde entonces nos hicimos novios y salimos juntos a todos lados, y no hay mañana, ni tarde, ni noche, sin hacer el amor con ella.
realmente me gusto el comentario algo que me hubiera gustado que me pasara a mi con una ex compañera , pero me alegro por ustedes suerte chicos y difruten la vida es hermosa de a dos cuando hay amor ...