Era un viernes del mes de enero y fuera hacía frío.
La doctora se puso unos guantes desechables de látex y untó el dedo corazón con vaselina. En la camilla, a cuatro patas y con el culo al aire en pompa, aguardaba una mujer atractiva de 30 años.
- Raquel, ahora voy a introducir el dedo para explorar el recto. Relájate, será solo un momento.
La chica, con la cara encendida, se mordió el labio inferior y trató de relajarse a pesar de los nervios. El día había sido intenso, había tenido que meter con calzador tres reuniones con clientes en unas pocas horas y había comido a toda prisa para poder hacer el chequeo anual y volver a casa a tiempo para recibir a su invitado.
Durante un instante, de forma involuntaria, el ano de la paciente se cerró al notar la invasión, pero luego volvió a relajarse permitiendo que el dedo explorase el interior.
- Ya está. - dijo la doctora unos segundos después. - Cuidado al bajar.
La empleada bajó de la camilla apoyando sus pies en una especie de taburete antes de pisar el suelo. Ya en "tierra firme", se subió las bragas y dejó caer la falda.
- ¿Todo bien? - preguntó.
- Todo bien. Estás sana.
Raquel caminó hacia la salida mucho más relajada. Justo antes de abrir la puerta reaccionó a tiempo y contrajo sus glúteos abortando la salida de aire.
Definitivamente tendría que haber comido más despacio.
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El dulce hogar recibió a Raquel con una temperatura muy agradable. Marco, un alemán al que conoció hace años en un programa de Intercambio de estudiantes llegaría en una hora desde Berlín. Hace un mes que había recibido un correo con detalles de la visita de fin de semana y ella sin pensarlo le ofreció una habitación en su casa.
La chica se desvistió quedándose en ropa interior. De un cajón de su habitación saco un par de bragas y un sujetador de color turquesa y se dirigió al cuarto de baño cerrando la puerta tras de sí. Dentro se bajó las bragas y se sentó en la taza tirando de la cadena. Aunque estaba sola le daban cierto pudor los ruidos que salían de su cuerpo y siempre trataba de disfrazarlos con otros sonidos.
Ya en la ducha, mientras el agua caía sobre su cuerpo. Volvió a pensar en la visita. No tenía muy claro por qué le había invitado a su casa. Como no, a todos nos hace una ilusión especial volver a ver a alguien que ha formado parte de los felices días de nuestra juventud. Pero hablamos de amistad y no de convivir con alguien de quien no sabemos nada desde hace años.
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A las nueve el timbre sonó y nuestra protagonista abrió la puerta.
- Hola Raquel. - dijo con acento alemán el recién llegado.
- Hola Marcos. - respondió la anfitriona con una sonrisa.
La chica se había puesto unos pantalones holgados y una camiseta oscura.
El invitado se quitó la cazadora y los zapatos. Llevaba pantalones vaqueros y jersey gris. Se le veía alto y fuerte y Raquel no pudo evitar sentirse impresionada ante su físico.
- Estás en forma. - dijo sin pensarlo.
- Sí, tengo que estarlo. Trabajo de bombero.
- ¿Bombero? - preguntó Raquel con sorpresa.
- Sí, deje la carrera.
Raquel cocinó algo rápido mientras Marcos se duchaba.
Durante la cena hablaron recordando los viejos tiempos. Luego se sentaron en el sofá.
- Mañana he quedado con Pedro y Marta, ¿te acuerdas de ellos?
- Claro. - ¿y tú como estas en amor? -
La pregunta pilló por sorpresa a Raquel.
- Nada. Nada concreto la verdad. - ¿y tú?
- Bueno, estuve con alguna alemana... pero nada serio.
Los dos se quedaron callados.
- Estás guapa. - dijo Marcos.
Raquel se juntó un poco más. Podía percibir la corriente sensual que flotaba en el ambiente.
- ¿Estarás cansado del viaje? - dijo finalmente.
El chico se separó un poco y sonriendo asintió.
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Tumbada en cama la anfitriona dio rienda suelta a sus pensamientos.
"Debo ser estúpida. Por qué habré dicho eso."
Se durmió y no se despertó hasta que a las seis de la mañana le entraron ganas de hacer pis. De regreso a la habitación deslizó la mano bajo las bragas y comenzó a jugar con el vello púbico. "A lo mejor viene a mi habitación" pensaba. Pero eso no iba a pasar, Marcos era un caballero, un amigo, un invitado al que ella había "cortado el rollo" la noche anterior. Y si eso no ocurría se tendría que contentar con masturbarse pensando en él.
Suspiró y tomó una decisión.
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Marcos, que tampoco había podido conciliar el sueño oyó que alguien llamaba a la puerta.
- Komm herein... entra. - dijo recordando a media frase hablar en español.
La luz del nuevo día se colaba, todavía algo débil, por la ventana. La puerta se abrió y apareció la bonita figura de Raquel en pijama.
- ¿Puedo meterme en tu cama? - dijo.
El chico dudó unos segundos y la chica llegó a pensar durante un instante que sería rechazada.
- Duermo desnudo.... pero si quieres - dijo el teutón ruborizándose un poco.
Raquel se sopeso la noticia durante un instante, pero acabó entrando en el cuarto. Cerró la puerta tras de sí y se coló bajo las sábanas de la cama acostándose boca arriba y quedándose muy quieta. Luego movió la mano y tocó el muslo desnudo de Marcos. Este se puso de lado y ella continuó la exploración encontrando y tocando con la punta de los dedos el crecido y cálido miembro. El chico apoyó el codo muy cerca de la cabeza de la mujer, la miró a los ojos y la besó. Los labios eran suaves y sabían muy bien. Raquel abrió la boca permitiendo que la lengua del varón entrase y se mezclase con la suya. El intercambio de saliva, el sonido de la pasión, el olor de la piel y el calorcito que subía por las entrepiernas de ambos hicieron que sus corazones latiesen con más fuerza. Al separar sus rostros, Raquel no pudo evitar sonreír.
- Te gusta. - dijo Marcos.
Raquel se reincorporó sentándose y se quitó la chaqueta del pijama, no llevaba sujetador y sus tetas quedaron a la vista. El bombero agarró una de ellas con suavidad y sacando la lengua, con lentitud estudiada, comenzó a lamer el pezón. La chica arqueó la espalda al notar el placentero contacto y empezó a gemir mientras que con su mano buscaba nuevamente el contacto con el pene de Marcos.
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Unos minutos después Raquel yacía en cueros sobre el cuerpo, también desnudo, de su amigo. Sus senos apretados contra el pecho del bombero, sus brazos, alrededor del musculoso cuello y su cara apoyada de lado.
- Sabes. - dijo la muchacha en un susurro.
- Sí. - respondió el alemán mientras acariciaba las nalgas de la chica.
- Esta mañana una mujer me ha visto el trasero. -
- Sí. ¿Quién?
- Una doctora... la muy pervertida me ha metido el dedo en el culo.
- Es por tu bien. - dijo Marcos.
La chica se incorporó poniéndose a cuatro patas sobre el chico y mirándole a los ojos.
- ¿En Alemania meten el dedo en el culo? - preguntó.
- Sí. Es muy placentero. ¿Quieres probar?
Raquel, a cuatro patas y con el culo en pompa se mordió el labio inferior.