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RECUERDOS DE UN VIEJO DESFASADO

"Memorias de mis primeras experiencias sexuales con una mujer madura "

 

Mi primer empleo lo conseguí nada más terminar los estudios en la Escuela de Peritos Industriales. Un amigo de mi padre, bien relacionado, me recomendó al gerente de una empresa de transportes con sede en Madrid y delegaciones en varias provincias.

Estábamos a principios de la década de los sesenta y por aquel entonces la tecnología en el sector era bastante rudimentaria.

En principio, aunque mi especialidad era la electricidad el puesto que me asignaron tenía un carácter más burocrático que técnico. Dado que mi contratación había sido fruto de una influencia tuve buen cuidado en no dejar traslucir mi decepción al verme encasillado como un mero auxiliar administrativo y me reserve la intención de buscar otra oportunidad más acorde con los méritos y los conocimientos que entonces yo creía tener.

Fui agregado inicialmente a la Delegación de Barcelona donde me asignarían un destino concreto.

Al presentarme en la Delegación, el Jefe de Personal, un sobrio y taciturno barcelonés, me informó que mi destino definitivo era un centro operativo de la provincia de Gerona

Estaba ubicado en un pueblo del Bajo Ampurdán, bien comunicado por carretera y cercano al puerto marítimo más importante del la zona. Me pareció una población dinámica en la que se mezclaban una intensa actividad comercial e industrial con un creciente impulso del sector turístico propiciado por el atractivo de la Costa Brava, en plena expansión en aquellos años.

La función que me asignaron en la empresa consistía en establecer un control contable de los gastos de los camiones que conformaban la flota, tanto propios como subarrendados. El trabajo era especialmente tedioso ya que se limitaba a confeccionar unos estadillos interminables que había que cuadrar y con sus totales completar los epígrafes correspondientes de la cuenta de resultados de cada unidad de producción.

Mi primera impresión fue advertir que el coste de la vida era bastante superior al de Madrid, lo cual me causo cierta contrariedad al percatarme de que el salario con el que había sido contratado no era tan favorable como me había parecido en un principio.

Busquér un alojamiento acorde con mis posibilidades y así encontré, en una pensión bastante modesta, una habitación con nulas comodidades en la que, además, tenía que compartir un aseo con otros huéspedes.

Para comer y cenar descubrí una casa de comidas en las inmediaciones medianamente aceptable.

Desde mi incorporación a la empresa detecté un ambiente de trabajo un tanto frío y poco comunicativo. Los compañeros, incluso los más jóvenes, eran muy reservados y, salvo unas mínimas frases de cortesía, apenas hacían comentarios que no fueran exclusivos del propio trabajo. Por otra parte, salvo raras excepciones, la comunicación habitual era en catalán, lengua que en aquellos momentos yo no hablaba y malentendía.

Durante las primeras semanas me asaltaron dudas de si el haber aceptado el empleo no había sido un enorme error por mi parte.

Un día, al desplazarme desde la pensión a la empresa, leí una nota, en la valla de una vivienda a mitad de mi recorrido, en el que se anunciaba el alquiler de una habitación. La casa parecía grande y bien conservada y me causó buena impresión.

Decidí informarme y llamé al timbre. Me abrió una señora de mediana edad, vestida totalmente de negro, a la que le pregunté por el anuncio. Me observó detenidamente durante varios segundos lo que me dejó un tanto descolocado. Me preguntó para cuanto tiempo la quería. La expliqué mi situación laboral aclarando que era imprevisible pero que suponía que mi estancia en el pueblo iba a ser larga.

Se echó a un lado, hasta entonces me había tenido en la acera, y me hizo pasar.

Atravesamos un pequeño jardín, que desde la calle no era visible y entramos en la casa.

Directamente me llevó a la habitación en alquiler, que resultó ser un cuarto amplio, luminoso, bien amueblado y de una cuidada limpieza. Después, me enseño el cuarto de baño, que compartía con otra habitación, situada también en la planta baja, que ocupaba, según me dijo, un señor jubilado.

El baño era completo y limpio y tenía un aspecto inmejorable

Le comenté que me interesaba alquilarlo aunque dependería del precio porque mi sueldo era bastante limitado. Ella me dijo una cantidad que superaba ampliamente el importe de la pensión, lo que me dejó un tanto dudoso. Hice un cálculo mental aproximado y deduje que entre el alojamiento y las comidas no me iba a quedar apenas para ningún extra. Ella debió notar mis dudas y aclaró que en el precio se incluían el desayuno y el lavado de ropa.

Tomé la decisión pensando que si finalmente me resultaba inasequible el gasto siempre podía volver a la pensión.

Una vez le di la conformidad, la señora entró en una conversación más abierta, me enseño el resto de la planta baja, en la que estaba la cocina, un comedor y un cuarto de estar, cómodo y acogedor, que también estaba a disposición de los huéspedes.

Sentados en ese cuarto me contó que era viuda desde hacía dos años, su marido, pescador, había muerto en un naufragio y ella, con un hijo que tenía cinco años, vivía de la pensión de viudedad y del producto del alquiler de los dos cuartos de la planta baja. El importe del seguro que había cobrado por la muerte de su marido no lo quería tocar para que su hijo pudiera estudiar.

Después, me sometió a un interrogatorio completo. Le extrañaba que un madrileño hubiera ido tan lejos a trabajar. Le causó buena impresión que hubiera estudiado en la Universidad, aunque le aclaré que ser perito no era lo mismo que ingeniero.

También me confió que el otro huesped, un maestro jubilado, era muy prudente y reservado, que se había quedado sordo y no molestaba en absoluto.

Así pues quedamos en que el lunes siguiente me cambiaría de alojamiento

A partir de entonces mi calidad de vida mejoró sensiblemente, tanto los muebles de la habitación, en donde había un sillón muy cómodo y una mesa espaciosa, como la salita de estar aportaban un ambiente hogareño y acogedor. Además los desayunos que ofrecía la casera eran apetecibles y contundentes, muy superiores al clásico café con croisant que hasta entonces consumía.

El hijo de la patrona, un niño avispado de cinco años, era muy simpático y agradable y se le veía inquieto y curioso, todo lo preguntaba, sin llegar a ser molesto. El día lo pasaba en el colegio y cuando llegaba a media tarde hacía sus deberes. Una vez tuve cierta confianza con él le ayudé en algunas tareas, cosa que noté que satisfacía a su madre.

Fuera del tiempo del trabajo yo salía poco de casa, sólo a dar paseos por el puerto o, en ocasiones, a la playa. Realmente mi economía no daba lugar a mayores desahogos.

Mi relación con la patrona, sin ser distante, resultaba comedida y un tanto respetuosa por ambas partes. En ningún caso nos apeábamos el tratamiento de usted, en mi caso porque la veía como una señora mayor, aunque supe que no lo era tanto, con sus atuendos de luto aparentaba bastante mas que los 38 años que realmente tenía. Ella, por su parte, mantenía su reserva llamándome "Senyor Eladi" del que no conseguí que dejase en un simple Eladio, cuando se lo pedía contestaba que yo tenía estudios.

Hubo una circunstancia que influyó en mejorar la confianza que teníamos. Una tarde, al volver del trabajo, la encontré con un fuerte disgusto, llorando y totalmente agobiada. La casa se había quedado sin electricidad y cuando llamó a un técnico, éste, le dijo que la instalación estaba en malas condiciones, que había que renovarla y que aparte de estar sin servicio durante una semana el presupuesto le subía a muchos miles de pesetas.

A mi me extrañó mucho que la avería fuera tan seria porque la instalación era relativamente moderna y no parecía haber tenido sobrecargas. Traté de consolarla lo mejor que pude y me acerque a la empresa y pedí en los talleres un "tester" para analizar los circuitos. Cuando hice un par de comprobaciones vi que simplemente se había disparado el diferencial de entrada y, en un segundo vistazo que la causa era un cortocircuito en un enchufe. Aislar éste y reponer la energía fue cuestión de cinco minutos.

Cuando la casera vio que todo funcionaba normalmente siguió llorando, pero de alegría, y me miró como si se le hubiera aparecido un santo milagrero.

Mientras tanto en la empresa yo seguía haciendo el mismo trabajo burocrático y alienante y decidí continuar estudiando y preparar el curso de acceso a ingeniero, cosa que hasta entonces no me había planteado.

El no poder ir a clase era una dificultad pero al menos podría aprovechar el tiempo para ir avanzando materia para cuando pudiera hacerlo. Esta actividad me tuvo entretenido bastante tiempo aunque, al final, resultase fallida. Nunca llegaría a realizar el acceso y seguí trabajando como perito, o ingeniero técnico, que tanto da, durante toda mi vida.

Con ello mi permanencia en la casa, en mi tiempo libre, era casi constante.

Un sábado por la tarde cuando estaba estudiando en mi habitación, llamó a la puerta la patrona y me invitó a tomar un café en el cuarto de estar. Yo acepté encantado y nos sentamos en los cómodos sillones que tenía allí. Me dijo que el niño estaba en casa de su hermana jugando con sus primos, como hacía todos los sábados.

Note que tenia ganas de charlar y que la invitación al café había sido una excusa. También me di cuenta de que, mínimamente, vestía con menos formalidad, aunque sin perder la austeridad de su atuendo.

A lo largo de la charla me fue preguntando si había tenido alguna novia y si pensaba buscarla en el pueblo. Contesté que sólo había tenido una amiga en Madrid pero que no había cuajado la relación en nada más serio. En cuanto a la población no conocía a nadie fuera del trabajo y dadas las circunstancias dudaba mucho que éstas fueran a cambiar.

Aprovechando el tono de la charla yo también le pregunté si había pensado volver a casarse o a conocer a algún pretendiente. Respondió categóricamente que no y que ella sólo pensaba en su hijo.

Le insistí en ambas cosas eran compatibles pero vi que su idea era firme.

En un momento determinado puso en marcha un tocadiscos que no solía usar y colocó un long play de boleros de los años 50. Entonces hacían furor entre las amas casa Jorge Sepùlveda y Bonet de Sampedro. Cuando llevábamos un rato charlando con la música de fondo, me espetó que le apetecía bailar. Yo me presté enseguida y pude comprobar que tenía un excelente sentido del ritmo.

Estuvimos bailando un buen rato y noté que ella se iba acercando hasta llegar a un punto en que sus tetas se apretaban contra mi. Yo me sentía confuso y violento porque no sabía como reaccionar y al tiempo notaba que se me estaba produciendo una erección difícil de disimular. Ella también lo debió notar y su aproximación fue total hasta el punto de que bajó su mano hasta mis nalgas y me apretó contra su pubis. Ni que decir tiene que a estas alturas yo estaba excitado a tope. Como vi que no había nada casual me uni a la fiesta y la acaricie todo lo que me caía a mano. Así seguimos, bailando y sobándonos con todo descaro hasta que acabó el disco. Entonces, ella, como si fuera lo más natural, mirando mi erección, dijo: Huy!, como se ha puesto usted! pues así no le puedo dejar!

Se sentó en un sillón, me dijo que me acercara, me soltó el cinturón, me bajó el pantalón y los calzoncillos y cogió mi pene, que estaba a punto de reventar, y se lo metió en la boca.

Yo nunca había tenido una experiencia igual, y me sentí fascinado por aquella mujer que se había revelado como una consumada experta en sexo.

Ni que decir tiene que tardé escasos minutos en eyacular en medio de un orgasmo brutal. Ella retuvo todo el semen en su boca y cuando terminé de expulsarlo, se levantó. Sin decir nada y se fue al baño donde la oi escupir y lavarse la boca. Cuando volvió, me preguntó, con un gesto de malicia: qué? le ha gustado?

le contesté que me había quedado totalmente impresionado y que nunca me habían hecho nada parecido. Ella se rió y me contestó que a su marido era lo que mas le gustaba.

Confesé que lo que me dejaba mal sabor de boca era que yo a ella no la había atendido en absoluto. Con una cierta sorna contestó que ya le gustaría, porque estaba excitada pero que no le era posible hacer nada porque estaba en fechas críticas y no quería tener un embarazo.

Me di cuenta de que el momento era propicio para intentar un acercamiento y le insinué que ya encontraríamos alguna manera de que no corriera ese riesgo.

Me miró intensamente y dijo que en su habitación estaríamos más cómodos.

Subimos a su cuarto, que yo no conocía y resulto ser una habitación espléndida, con un gran ventanal, una cama enorme, varios muebles auxiliares además de una cama pequeña pegada a una pared, supuse era donde dormía su niño. El conjunto era muy discreto y armonioso. Lo primero que hizo fue bajar la persiana con lo que quedamos en una penumbra muy agradable.

Se acercó a mi y me empezó a desnudar. Cuando terminó, me sentó en la cama, de la que había retirado la colcha, se puso delante de un espejo y empezó a desnudarse lentamente.

Según se iba descubriendo mi sorpresa iba en aumento. Al despojarse de los ropajes negros que le deformaban la figura descubrió un cuerpo rollizo y de una ligera corpulencia en el que las formas aparecían armoniosamente enlazadas cosa que, en su apariencia habitual, era imposible adivinar.

Especialmente me sorprendió la turgencia de su piel, blanquísima, la estrechez de su cintura y la rotundidad de sus caderas. La visión de sus nalgas, poderosas y firmes me dejaron estupefacto.

Yo seguía sentado en la cama y con aquella exhibición del desnudo había vuelto a tener una erección de caballo.

Se sentó a mi lado, me besó con todas sus ganas y me espetó: bueno, a ver que es lo que se le ocurre hacer!

Por un momento me sentí inseguro, por aquel entonces mi únicas experiencias habían sido unas escasas visitas a profesionales que me habían dejado muy mal recuerdo. Así que me encontré con una mujer de bandera con la que no sabía como empezar. Vi que tenía que reaccionar para no hacer el ridículo y la coloqué tumbada boca arriba y comencé a pasarle la boca en sentido descendente.

Tuve la fortuna de pasar la lengua por sus orejas lo que le produjo un estremecimiento tan evidente que me indicó que, sin pretenderlo, había encontrado uno de sus puntos críticos. Animado por el éxito imprevisto, seguí bajando lentamente por su cuerpo y al llegar a sus pezones les dediqué toda mi atención. Enseguida noté, por sus temblores que era también terreno propicio para insistir no sólo con la lengua sino también con los dientes, mordisqueándolos ligeramente. Su respuesta fue en aumento hasta que le di un respiro siguiendo mi viaje hacia el ombligo, en el que pasé casi sin detenerme para llegar hasta el pubis, en donde, de una forma intuitiva separe el abundante vello descubriendo un punto, que yo ignoraba que se llamaba clítoris, y que me pareció un elemento privilegiado. Me dediqué a darle lenguetazos, con mejor o peor estilo y sentí que ella se retorcia entre exclamaciones y suspiros. Sin perder el ritmo mi boca siguió trabajando intensamente su vulva al tiempo que mi dedo índice se movía lentamente en su interior. Yo notaba que su excitación iba en aumento y en un par de minutos me sorprendió un grito contenido y un estremecimiento exagerado. 

Nunca había sido espectador del orgasmo de una mujer, pero me pareció desmesurado. Ahora, casi sesenta años después creo que he visto pocos como aquel.

Se quedó desmadejada respirando profundamente. Por un momento pensé que iba a quedarse traspuesta, pero a los pocos minutos se desperezó y se volvió hacia mi, sin decir una palabra cogió mi pene, que en la refriega había perdido su rigidez, se lo metió en la boca y me repitió la felación, esta vez más profunda y morosa que la anterior.

A partir de aquel día todo cambió. Aunque aparentemente nuestro comportamiento seguía siendo el de patrona y pupilo, aprovechábamos todas las ocasiones para de una u otra forma retozar cuando estábamos solos en la casa.

El sábado siguiente, en el que el niño se fue a casa de su tía a jugar con sus primos y el jubilado pasó la tarde jugando al dominó en el Casal, volvimos a subir a la habitación y esta vez me dijo que estaba a punto de tener la regla con lo que podíamos follar sin problema. Ni que decir tiene que estuvimos toda la tarde en la cama, yo perdí la cuenta de las veces que nos corrimos ambos, lo que sí recuerdo es que ella me dijo que mi pene era mucho mas largo y grueso que el de su marido. Yo entonces me sentí muy satisfecho. Tiempo después pude contrastar que mi tamaño era bastante normal por lo que llegué a la conclusión de que el marinero naufragado debía andar escaso de atributos. Como fuera, ella se sentía como una reina y día a día le fue cambiando el carácter. Se hizo más locuaz, se reía con frecuencia, y cambió su vestuario dejando a un lado sus lutos y vistiendo de forma mas alegre.

Salvo en los ratos que podíamos estar solos, nuestra relación se mantuvo aparentemente sin variaciones. Nos seguíamos tratando de usted, manteníamos un lenguaje convencional y tratábamos de no dar ninguna señal de la vida privada que habíamos iniciado.

En algún momento debimos cometer algún error o indiscreción porque una tarde en que estaba en la sala de estar con el otro huesped, el jubilado, él resolviendo crucigramas y yo estudiando, me miro con bastante sorna y me soltó: qué? Fot bé la Marieta, eh?. Yo me quedé cortado sin saber que decir, y sólo atiné a negar que supiera de qué estaba hablando; él, con una sonrisa guasona, insistió: ‘’home, estic sord però no ximple’’. Me pareció absurdo seguir negando así que hice un comentario evasivo y aparenté que me centraba en mi libro. El hizo lo mismo con sus crucigramas, si bien, antes musitó: ‘’Aprofiti, la Marieta és una dona collonuda’’

A partir de entonces el vejete no volvió a hacer la más mínima alusión al tema y se mantuvo en su papel distante y desinteresado que había tenido hasta entonces. Eso sí, yo ya quedé convencido de que pese a su papel de despistado y ausente era un hábil observador.

Decidí esperar unos días para comentarle a ella esta incidencia, pero como vi que él no hacía ninguna otra alusión, preferí no preocuparla innecesariamente. Efectivamente, todo transcurrió con normalidad y no hubo necesidad de forzar la situación. Eso sí, a partir de entonces, tuve buen cuidado de no tener ningún descuido que pudiera evidenciar la tórrida relación que teníamos.

Hubo un nuevo episodio que cambió nuestras prácticas. Con frecuencia ella me pedía que la penetrase desde atrás, lo que los clásicos llamaban ‘’a tergo’’. De esa forma ella manipulaba su clítoris y aumentaba su estimulación. Cuando estábamos en esa postura la vista de su trasero era tan apetitosa que de forma intuitiva se me escapó un azote. Yo me quedé un poco cortado porque no sabía si la había molestado. Curiosamente ella me pidió que lo repitiera. Lo hice y volvió a pedírmelo insistiendo en que le diera con más fuerza. Llegó un momento en que a mi me daba miedo causarle daño y dejar alguna señal pero ella siguió pidiendo que aumentara la fuerza de los golpes. Noté que su excitación iba en aumento y finalmente estalló en un orgasmo ruidoso e incontenible.

Me quedé confundido y perplejo. Entonces yo no había oído hablar del sadismo ni del masoquismo y me pareció una rareza suya. Cuando se calmó, le pregunté si ya le había pasado lo mismo con su marido y me confesó que no, que era la primera vez que le pasaba y que los azotes le habían hecho perder totalmente el control.

Es decir, de forma casual e imprevista ambos habíamos descubierto una práctica tan antigua como oculta: el sadomasoquismo; sin saber que existía desde hacía siglos.

Durante el tiempo que seguimos juntos los azotes y los pellizcos en los pezones fueron una constante, y cada día ella se sintió más adicta a mezclar el placer y el dolor.

Yo tardé muchos años en volver a encontrar a otra mujer con esa afición aunque entonces ya era una práctica si no popular sí reconocida. Pero eso ya son otras historias.

Cuando llevaba un año en aquel destino me había acostumbrado a vivir aquella actividad sexual tan irregular y adictiva que ignoraba los inconvenientes que suponía vivir fuera de mi entorno y no ver ninguna proyección de futuro profesional. Puede decirse que estaba totalmente enganchado a aquella mujer, que, pese a nuestra situación tan particular seguía empeñada en mantener el tratamiento de usted sin ceder lo más mínimo en su empeño. No volví a insistir y me adapté de buen grado a su capricho, ya que no influía en absoluto en las efusiones cada vez más intensas que teníamos con creciente frecuencia.

Me llegó una carta de mi padre en la que me decía que se había reunido con su amigo y con el Gerente de la Compañía, y le habían informado que se iban a producir vacantes en la Central de Madrid y le aconsejaba que estuviésemos atentos para solicitar los puestos que pudieran salir a concurso.

Pasaron varias semanas sin tener más noticias del asunto y yo, absorbido por las sesiones de sexo con Marieta, no volví a acordarme, pero me llegó otra carta de mi padre en la que me enviaba una serie de instancias ya redactadas para que las firmara y se las devolviera, en las que se solicitaban diversos puestos que habían quedado vacantes en una remodelación interna.

En aquellos momentos sentí deseos de romper todos aquellos papeles e ignorar las posibilidades que pudieran existir de volver a Madrid, tal era la afición que tenía a mis encuentros con Marieta, pero no me atreví a contrariar a mi padre, y mucho menos a confesar cual era la causa de mis reticencias.

Como aquel procedimiento era un concurso abierto en el que se suponía la adjudicación de las plazas se hacía por un equipo de selección de personal, pensé que sería difícil que a mi, que era uno de los empleados más recientes de la empresa y que realizaba una función anodina, me adjudicaran alguno de los puestos solicitados

Para no crear inquietud decidí no comentar a Marieta nada de todo esto y esperar a ver en que terminaba el concurso.

Mi sorpresa se produjo cuando a los veinte días de haber enviado las instancias, recibí una comunicación del Director de personal de Madrid en el que me comunicaba que había sido seleccionado para un puesto de los que había pedido, precisamente uno que encajaba con mi formación técnica.

La alegría por aquella oportunidad que se me abría en mi carrera profesional se empañó al pensar que se terminaban los buenos ratos que pasaba con Marieta.

Al tener ya seguridad del nombramiento se lo dejé caer a ella, omitiendo, eso sí, que respondía a una solicitud mía.

Quedé sorprendido por la tranquilidad y naturalidad con que ella recibió la noticia. Vino a decirme que ella sabía que antes o después yo me volvería a Madrid ya que mi vida en aquel pueblo no tenía sentido. Aunque reconoció que siempre recordaría los buenos ratos que habíamos pasado juntos.

El plazo de presentación en el nuevo destino era de un mes, que agoté en su totalidad ya que Marieta estaba dispuesta a despedirme por todo lo alto. Fue un mes intenso en el que prácticamente hicimos sexo día y noche. Lo difícil era justificar el uso de todo el mes, pero le sugerí al Jefe del Centro operativo que debía dejar cerrados todos los datos que estaban pendiente de contabilizar. Éste se mostró de acuerdo aunque me imaginé que si le hubiera sugerido lo contrario también lo habría aceptado. Lo cierto que es tuve la cobertura de la Empresa para mantenerme durante todo el mes en el pueblo, y por supuesto, en los brazos de Marieta

Cuando nos despedimos lo hicimos ya como viejos amigos, sabiendo ambos que difícilmente volveríamos a coincidir.

Durante unos años envié las entonces clásicas tarjetas navideñas, con un mensaje de felicitación convencional, a las que ella contestaba de igual forma.

Después otros avatares me hicieron perder ese mínimo contacto aunque siempre, en algunos momentos de sosiego, he recordado la época y aquella mujer que tan importante fue en aquella etapa de mi vida.

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