Instinto Sexual
Instinto sexual: el que nos lleva a satisfacer nuestro deseo como animales y escapa de nuestro control.
A veces ocurre al despertar. No sé cómo ni por qué, pero tan solo al abrir los ojos lo sé. Lo siento dentro de mi ser. Es un instinto sexual semejante al que tienen los animales. No es racional ni lógico. Hace tiempo que dejé de buscarle la lógica. Me gusta sentirlo, me hace sentir invencible y todopoderosa. Me siento más viva que nunca. Siento el tacto de las sábanas sobre mi piel de una forma intensa y consciente. Me excita.
En días como hoy, donde soy toda instinto sexual, hasta la más leve brisa me pone el vello de punta. Soy sensible a todo tipo de olores, tactos y sabores. Siento que lo vivo todo de una forma mucho más intensa y que me cala muy dentro. Disfruto de cada uno de los sorbos que le doy al café. Cierro los ojos para convertirme en parte de él. Suena todo muy poético, lo sé, pero no sé explicarlo de otra forma.
Después del café me dirijo a la ducha. Me desnudo lentamente frente al espejo y observo con detenimiento cada una de mis curvas. Hoy no tengo defectos, todo me parece perfecto y exquisito. El agua está muy caliente, como a mí me gusta. La dejo caer sobre mi cuello y mi espalda para desentumecer los músculos que parecen que aún anden dormidos.
El perfume del gel de frambuesa lo invade todo. Es tan exótico que siento como me sumerge en mi recurrente fantasía en la que me ducho bajo una cascada de agua termal mientras la gente me mira. Me devoran con la mirada mientras yo me siento deseada.
Este instinto sexual que ahora me posee me hace descolgar la alcachofa de la ducha.
Recorro mi cuello y mis pechos con su agua caliente y voy bajando por mi abdomen. Apoyo la pierna en el borde de la bañera para dejar que el agua se apodere de mi entrepierna. La temperatura es perfecta, pero debo de ajustar la distancia para que su presión sobre mi clítoris sea también perfecta.
Mis piernas tiemblan cuando por fin encuentro la presión justa sobre mi clítoris. Dejo que el agua haga todo el trabajo mientras yo me relajo y procuro no caerme. El placer me invade, pero no es suficiente. Tapo con mi mano la mitad de la alcachofa para tener una mayor presión y es en ese momento cuando todo explota en mi interior. En cuestión de segundos tengo un orgasmo. La alcachofa se me cae y mi cabeza termina apoyada sobre la pared. Eso es lo que me gusta de la ducha: su rapidez. No hay nada más rápido. A veces es tan rápido que ni sé lo que ha pasado. Pero me quedo relajada y satisfecha. Y la posibilidad de repetir es imposible, la presión del agua deja la zona demasiado sensible.
Me parece increíble que sin ni siquiera tocarme pueda alcanzar el orgasmo en menos de un minuto. Supongo que es la ventaja de ser mujer.
Me unto de aceite mientras continúo mirándome en el espejo. Todo sigue igual, salvo la sonrisa que ahora luzco en mi cara. Elegir la ropa hoy es un auténtico placer. Inconscientemente, elijo la falda que mejor se levanta y que me permite no llevar bragas. La excitación que me produce no llevarlas y que nadie lo sepa es comparable a muy pocas cosas. Mi instinto sexual hoy me lo exige. Y por supuesto, a esa falda solo le quedará bien la blusa blanca semitransparente. Contenta con mi elección, saco mi liguero nuevo de su cajita y elijo unas medias negras. El sujetador, negro también. Mientras me pongo las medias, repaso mentalmente mi agenda para ver si puedo encontrar un hueco para escaparme y dar rienda suelta a mi instinto. El tacto de la media subiendo por mi suave piel me lleva a imaginarme esa lejana época en la que los hombres se morían por poder ver un tobillo a sus novias. ¡Cómo ha cambiado todo!
Engancho las medias al liguero y me pongo el sujetador negro de encaje. Miro como queda el conjunto en el espejo. Se me hace raro que falten las bragas, pero aparte de eso, me encanta. Termino de vestirme y de arreglarme. Desde el coche, camino a la galería, llamo a mi secretaria para que me lea la agenda del día. El día está bastante completo y solo podría despejar un poco la mañana, quizás hora y media o dos. Le digo que cancele las citas y las pase a otro día. Mi siguiente llamada es para él. Su voz suena ya frenética para ser las nueve de la mañana. Al oír mi voz se relaja. Le digo que le deseo ya y que no puedo esperar. Él se queda en silencio, no necesita muchas explicaciones, me conoce demasiado como para saber que hoy es uno de esos días en los que el instinto sexual se apodera de mí y me convierte en una fiera en la cama. Sabe que si no es él será otro, hoy no es uno de esos días en los que se pueda tontear conmigo.
Por supuesto me dice que sí, no es tonto. Le sugiero ir directamente a la Casa Azul y percibo en su voz que le encanta la idea. La Casa Azul es uno de mis sitios favoritos. Por la mañana apenas hay gente y podemos disfrutar del jacuzzi sin que venga otra pareja para intercambiar. No hay tiempo para esos juegos, aunque hoy me encantaría pasarme el día entero entre mis juegos favoritos. Piso a fondo el acelerador porque me muero por llegar. En mi mente ya le estoy arrancando la ropa. Le muerdo el cuello mientras él me empuja contra la pared. Me pitan, casi me salto un semáforo. El movimiento de piernas al pisar el freno hace que me excite al oír como las medias hacen ese ruido casi imperceptible.
Cuando llego él ya está ahí. Bajo del coche lentamente para que la falda, que se ha subido un poco, le deje ver el encaje de las medias. Él aprieta su mandíbula y dibuja esa sonrisa de medio lado que me hace enloquecer. Bajo del coche y me acerco a él. Sus manos rodean mi cintura. Sumerge su nariz en mi cuello para aspirar mi perfume. Yo hago lo mismo.
Me atrae hacia él y noto que su miembro está en plena erección. Él es mi favorito, nunca me falla, da igual lo cansado que esté que él siempre deja el listón bien alto.
Me separo lo suficiente para mirarle a los ojos y en ese momento saltan chispas de alto voltaje. Nos miramos la boca y las estrellamos en una explosión de besos y lenguas. Le devoro y él me devora. Me empuja contra el coche y me levanta la falda. Detengo su mano que ya se aproximaba a mi entrepierna. Estamos en un sitio público, solo debemos andar cuatro metros para estar a salvo. Solo cuatro metros para que mi instinto sexual se apodere de su alma. Solamente un par de horas para devorarnos y alcanzar múltiples orgasmos. No hay tiempo que perder, el tiempo corre en nuestra contra y yo debo aplacar este instinto sexual que se apodera de todo mi ser. Tan solo un par de horas.