:: | Varios |
:: | Hetero |
:: | Lésbicos |
:: | Gays |
:: | Incestos |
:: | Masturbación |
:: | Confesiones |
:: | Dominación |
:: | Fantasías |
:: | Fetichismo |
:: | Orgías |
:: | Sadomaso |
:: | Maduras |
:: | Ciber Sexo |
:: | Transexuales |
:: | Voyerismo |
:: | Zoofilia |
:: | No Consentido |
:: | Primera Vez |
:: | Flechazos |
:: | De Fiesta |
:: | Infidelidad |
:: | Parejas |
:: | Intercambios |
:: | En el Trabajo |
:: | Entre Amig@s |
:: | Juegos |
:: | Aberraciones |
:: | Románticos |
Era ya mediada la tarde de un día de la primera mitad de Agosto de 1970 cuando vislumbré a lo lejos las picudas torres de los campanarios de Valladolid. Poco antes de aquél mediodía, en el cementerio de La Almudena de Madrid, había recibido los restos mortales de mi madre, fallecida más de veinte años antes, metidos en un féretro que ni el de un niño es más pequeños. Se había cumplido el tiempo que unos restos mortales pueden estar en un nicho o fosa que no sea en propiedad, con lo que pedí a mi tía Pilar, hermana de mi madre, que me permitieran llevar lo que de mi madre quedaba para enterrarla allí, en Valladolid, en el panteón familiar donde descansan mi abuela, la madre de mi madre, y una hija suya, tía mía, monja, que murió hacia 1942-43 de extraño mal: Sus síntomas, unas raras llagas en las palmas de las manos… Los estigmas, las heridas, de Cristo Jesús… Era fama en la familia y amistades más allegadas que aquello fue milagro divino y evidencia de la santidad de esa monja…
La última vez que hice ese mismo viaje, a primeros de aquél ya casi antediluviano mes de Julio de 1936, fue en el coche que por entonces tenía mi padre, un Ford A, de 1927; yo andaba por los diez años y me llevaban a pasar ese mes con mi abuela, la madre de mi madre… A mí no me gustaba ir… Siempre me negaba, pero de nada me valía, pues eso de pasar el mes de Julio con mi abuela y mis tías, las dos hermanas de mi madre, parecía ser cosa incuestionable, aunque su cerrada necesidad aún no me la llego a explicar del todo; y banal es inquirir al respecto a mi padre, pues siempre me dice lo mismo: “Cosas de tu madre”. Hasta entonces, mis padres venían a recogerme a fines de Julio para irnos a la costa casi todo el mes de Agosto… Sí; mis padres eran una especie de privilegiados de la época que anualmente se iban a la playa, cosa, por aquellos entonces, exclusiva de gente de mucho postín… Pero aquél año el final de Julio sólo trajo más de lo mismo, pues a mis padres no volví a verlos hasta 1939, cuando la Guerra Civil acabó
Llegué a Valladolid y tomé habitación en un hotel; a la mañana siguiente fui a la ya casa de mi tía Pilar desde que su madre, mi abuela, muriera… Mi tía Pilar siempre me ha querido más que mucho… Creo que era la única persona, aparte de mi prima Angélica, que en esa casa me ha querido… Me recibió como siempre: Con los brazos abiertos para acogerme entre ellos, al tiempo que más besos no podía ya darme… Me condujo a la salita de estar…
Bueno, digo lo de “salita” por decir algo, porque lo cierto es que dentro cabía más de un salón-comedor de los modernos pisos… Y de los pocos amplios que se construyen hoy día… Pero es que, también, comparando esa habitación con las del resto de la casa, parecía pequeña Y es que el piso era enorme: Cinco dormitorios como plazas de toros, la salita y un comedor inmenso y más que formal, con su gran mesa para, lo menos, una docena de comensales, sus doce sillas más dos butacones a juego, su trinchero, con espejo de cornucopia dorado y dos candelabros sobre el mueble; y su aparador con cuerpos alto y bajo, todo ellos en noble madera de puro roble macizo… De ese roble macizo era todo el mobiliario de la casa, camas de los dormitorios incluidas, menos los de la sala de estar que eran del más “proletario” pino, aunque con su mesa camilla y su brasero, este, eso sí, ya eléctrico y no de picón, como antaño
Llegamos a la salita, nos sentamos, y yo intenté justificarme por la cosa de traer a mi madre a enterrarla allí
No sabía explicarme… O no podía… La lengua se me trababa al querer explicar que no era casi nada… Una caja pequeñita… Casi, casi, que una de zapatos… Accionaba las manos intentando dar la idea de lo pequeña que era la caja mortuoria donde traía los restos mortales de mi madre, pero la tía Pilar me cortó
Entró en una habitación que estaba a oscuras al tener cerrados los pesados, tupidos cortinajes que tapaban las vidrieras del balcón; precisamente la misma habitación donde yo, cuando iba por allí, de pequeño, solía dormir, con mi tía Pilar en la otra cama… Mi tía, mientras abría las cortinas, me preguntaba
¡Mi prima Angélica!... Casi, casi, que quién únicamente me hacía agradable mis estancias en la casa de la abuela en aquellos años de mi niñez; y digo casi porque, aunque también mi tía Pilar era…bueno, que se pasaba de buena y cariñosa conmigo, mi prima era mi gran compañera en todos los aspectos… Mi amiga, mi compañera de juegos y travesuras… Hasta quién primero posara sus labios en los míos… Fue por 1938 y yo hacía mes y pico que cumpliera doce años en tanto a Angélica le restaban cinco meses para apuntárselos… Un beso de amor niño-niña/niña-niño, pleno de cariño pero más que huérfano de erotismo, cosa a la que todavía ni por los forros alcanzábamos los niños y niñas de entonces… Al menos los de familias de clase media-media/media alta urbana de entonces y, por supuesto, católicas, apostólicas y romanas…
A mi mente vino su imagen, con sus doradas trenzas, su uniforme del colegio, moviéndose ante mí con ese atisbo de coquetería de sus dice años menos cinco meses… También recordé aquella tarde de Viernes Santo de ese mismo año 38, cuando yo, vestido de romano, con mi armadura de latón, mi típico yelmo romano, con su cimera de pelos de crin tintados de rojo, mi escudo, mi manto rojo y mi lanza, estaba de guardia ante aquél Cristo yacente sobre le losa del sepulcro… A poco de entrar yo “de puesto” penetraron en la iglesia mi tía Ángeles con mi prima, vestida de blando, casi, casi que como una novia, con su velo de organza, también blanco, su pelito rubio cayéndole en tirabuzones hasta más allá de la mitad del pecho… Me empezó a provocar para lograr que me moviera, haciéndome visajes con rostro y boca, sacándome la lengua haciéndome burla… Pero para luego me movía yo, que el cura del “cole” bien claro que me lo dijo cuando hice el relevo al niño que antes rendía guardia al Señor: “Tú aquí, sin menear un pelo; como una estatua de mármol”… ¡Y menudos eran los curas del “cole” por entonces… Bueno, por entonces y hasta hace nada, pues todavía hay alguno por esos colegios de curas…
La tía Pilar siguió a lo suyo, lo de “Hágase la luz” en la habitación… Y “la luz se hizo” cuando acabó de descorrer los cortinajes que la obstruían… Entonces apareció ante mí, ante nosotros dos, la habitación en toda su magnificencia… Seguía igual que yo la recordaba desde aquél mes de Noviembre de 1939 cuando, por fin, mis padres vinieron a buscarme a Valladolid… Mi madre vino nada más entrar los “nacionales” en Madrid, pues a mi padre lo detuvieron y metieron en la cárcel por “rojo”, y ella vino para que su familia intercediera por él… Lo logró y mi padre salió en libertad libre de cargos… Pero mi madre se tuvo que oír las mil y una… No por parte de sus hermanas, Pilar y Ángeles, ni de su madre, aunque esto me parece casi milagroso, pues menuda era mi abuela en lo tocante a los “rojos”… No de ellas tres, pero de mi tío Miguel, el marido de mi tía Ángeles y padre de mi prima… La “tira”…
Mi tío Miguel era, con perdón, un cabronazo de tente y no te menees; era falangista, de los de los primeros momentos. Pero diría que su cabronería poco tenía que ver con su falangismo; un canalla es un canalla, independientemente del credo, político o religioso, que profese… Y así, lo mismo que a un lado de las líneas de las trincheras “guerraincilistas” hubo canallas en forma de comisarios políticos y demás, al otro los hubo en forma de falangistas, requetés y otras yerbas…
A su mujer la tuvo siempre que poco más y la reduce a su sierva… Y mi tía tan tranquila… Pensaba que eso era lo natural… Ya se sabe cómo eran esas cosas antes: “La mujer, pata quebrada y en casa”… Por finales fue él, a ruegos, lágrimas incluso, de su mujer, y, cómo no, de mi tía Pilar, el que puso en la calle a mi padre pero casi, casi que obligando a mi madre a que le lamiera y besara sus botas de “falangista valeroso”
Sí; aquella habitación no había cambiado nada, pero nada, nada, desde entonces: Allí estaban las mismas dos camas… En aquellos años 36 al 39 en una dormía yo y en la otra la tía Pilar… Los mismos cuadros religiosos sobre los cabeceros de las camas, ma misma mesita de noche entre ambas camas, la misma cómoda con su gran espejo colgado de la pared, el mismo perchero de pie, el mismo armario ropero… La habitación debía hacer años y años que no se usaba, pues grandes plásticos recubrían los muebles… Mi tía empezó a quitar los que cubrían las camas… Bueno, comenzó por una la que yo en tiempos ocupara, precisamente…
A la mañana siguiente conocí al tal Anselmo, marido de mi prima, cuando con mi tía Pilar bajé a su casa para que me acompañara a hacer las gestiones pertinentes a fin de enterrar debidamente los restos mortales de mi madre. Así que fuimos no sólo al juzgado para obtener la licencia de enterramiento, sino también a la parroquia para concertar la fecha del entierro, religioso, naturalmente. Ahí me llevé una sorpresa, pues el cura párroco resultó ser Felipe Sahagún, viejo compañero mío en el colegio de los salesianos, durante aquellos años 1936-39… Nos sentábamos en el mismo pupitre, y éramos uña y carne…
Claro, que para aquél entonces de 1970 ni acordarme ya del que fuera mi amigo y compañero de pupitre, con lo que ni a la de tres le reconocía; tuvo que recordarme el título de una película, “Los Ojos de Londres”, para que en mi cerebro se hiciera la luz del recuerdo
Esa segunda noche que pasaba en Valladolid no me quedó otra que cenar en casa de mi prima y su marido… Por cierto, que conocí a una personilla a la que acabaría queriendo mucho, como a una hija, mi sobrina Angelines, la hija de mi prima y su marido, una muchachita de veintidós años, guapa como su madre y más salada que las pesetas… Antes de la cena, tomamos un aperitivo en la sala… Unos wiskis… Y entonces, sentado yo en un sofá, junto a Angélica, con su marido, Anselmo, delante, repantingado en un butacón, con una pierna, la derecha, cruzada sobre la otra, la izquierda, asomando el elástico del calcetín por el bajo del pantalón, me vino a la mente aquél 18 de Julio de 1936.
Aquella mañana todo andaba manga por hombro (revuelto); no había corriente eléctrica y la calle era una barahúnda de gritos y disparos; mi tío Miguel estaba desaforado, dando voces para que se cerraran balcones y ventanas y la tónica general era un terror casi ciego en todos los ocupantes de la casa, hasta la criada, que estaba con nosotros en la sala. Mi tío dando zancadas por la habitación, como león enjaulado, y las mujeres, mi abuela, mis tías y la criada juntas, sentadas a la mesa camilla, rezando y llorando, con mi prima en brazos de su madre…
“Dios te salve María, llena Eres de gracia el Señor es contigo y bendita Tú eres entre todas las mujeres y bendito es el Fruto de tu vientre, Jesús. Santa María madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”
Parecían, ahora me lo parecían al verlas con la imaginación, reses en el corral de un matadero… Aterradas, oliendo la sangre… La muerte… Buscando la seguridad en la grey, al apiñarse Yo no entendía nada; no veía peligro alguno ni razones para estar tan asustados, pero el ambiente me podía y también yo estaba atemorizado, aunque sin saber por qué…
En un momento dado, alguien llamó a la puesta, una y otra vez… El terror en todos los rostros se agudizó… Se quedaron quietos, mirando espantados a la puerta de la sala, como si miraran la de salida… Volvieron a llamar, de nuevo estentóreamente Al fin, trémulo, dijo mi tío Miguel
Mi tía Ángeles, arrasados los ojos en lágrimas pero llenos de pánico, respondió al instante
Los aldabonazos en la puerta de entrada al piso volvieron a repetirse y mi tía Pilar, resuelta, se levantó
Mi tía, todo lo resuelta que cabía esperar en la situación de pánico que a todos embargaba, salió de la sala en busca de la puerta de calle y, al momento, el rebaño de temerosos cordero y ovejas se agrupó, se apiñó más aún. Mi tío Miguel fue hasta su mujer y su hija, abrazándolas, en tanto ellas se abrazaban a él… Y, puede, que en especial mi prima, buscando amparo en la figura de su padre… Al rato la tía Pilar volvió con un hombre de algo más que mediana edad, primo o tío de mi tío Miguel… Todos abrazaron al recién llegado, que, anhelante y trémulo, preguntó
Mi tío Miguel le respondió
En ese momento empezó a tintinear la luz, en un sí es no es de querer restablecerse hasta que, por fin, las bombillas de la “araña” del techo quedaron fijas, encendidas… Mi tío, seguido del recién llegado, se precipitó hacia el armatoste que era el aparato de radio, encendido a su vez, y empezó a buscar emisoras que emitieran algo, en todo un “barrido” por el dial del aparato pero, de momento, con el más infructuoso resultado, hasta que, finalmente, dio con una emisora que, en tono triunfador, lanzaba al aire aguerridos mensajes de triunfo en Valladolid y no sé cuántas otras partes de España… A mi tío Miguel se le transfiguró el semblante en una expresión de infinita alegría, mientras gritaba a voz en grito
Todo cambió en la sala; las caras largas, tristes se trocaron en rostros de incontenida, exultante alegría… Todos se abrazaban, felices…Contentos… Fue todo un estallido de gozo, alegría, felicidad… Mi tío Miguel comenzó a reclamar
Mi tía Pilar, no menos alborozada que los demás, se fue al piano, levantó la tapa y empezó a tocar, desgranando las notas del “Cara al Sol”, el Himno de Falange Española y de las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista, de Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma Ramos) que todos los presentes corearon a grito pelado
Cara al Sol con la camisa nueva
Que tú bordaste en tojo ayer
Me hallará la muerte si me llega
Y no te vuelvo a ver
Y yo, pues qué podía hacer sino contagiarme de la general alegría a mi alrededor reinante… Si la anterior desazón de me metió en el alma, estrujándomela a más y mejor, la actual alegría se me metió, de “rondón”, en el corazón… Mi tía entró en la sala con una botella de coñac, otra de vino y varios vasitos en una bandeja. Se escanció el licor y el vino y se brindó por la Causa Nacional… Entonces mi tío, copa de coñac en mano, se repantingó en una mecedora, cruzando la pierna derecha sobre la izquierda, dejando asomar por el borde de la pernera izquierda del pantalón la parte superior del calcetín, sujeto a la presilla de una liga que, casi seguro, se aseguraría debajo de la rodilla, según era la costumbre de aquellos años… Me miró y me quedé petrificado ante aquella mirada… ¡Qué cantidad de odio reconcentrado, de desprecio, que en ella había… Siguió mirándome y con helada frialdad me dijo
Me sacó de mi abstracción la voz del marido de mi prima, Anselmo
La verdad es que el tal Anselmo más efusivo, más atento conmigo no podía ser, pero… Bueno, que a mí me caía como un tiro… Sabía que no debía ser así; que debía apreciarle, pues conmigo, mejor no se podía portar y, en definitiva, sólo tenía cosas que agradecerle desde que aquella mañana le conociera… Pero era superior a mí: Me resultaba inmensamente antipático
No tuve más remedio que aceptar ese segundo wiski pues Angélica no solo es que respaldara la iniciativa de su marido, sino que ya me había vuelto a llenar el vaso alto relleno de hielo. Y empecé una de esas charlas que tienen más de forzado que de espontáneo, por estereotipadas
No sé si sería por la instintiva antipatía que me causaba o si en verdad era así, pero me pareció que en su pregunta… O, mejor, en el tono que en ella me pareció encontrar, me la dirigía con retintín… Como si quisiera, en cierto modo, ningunearme… Rebajarme, considerando que yo era un pobretón al trabajar en el ramo editorial… Vamos, editando y vendiendo libro
No tuve más remedio que aceptar ese segundo wiski pues Angélica no solo es que respaldara la iniciativa de su marido, sino que ya me había vuelto a llenar el vaso alto relleno de hielo. Y empecé una de esas charlas que tienen más de forzado que de espontáneo, por estereotipadas
Entonces terció Angelines
En tal momento, Angélica empezó más que a hablar a recitar:
Una mañana serena
Sentí tu mano en la mía
Tu mano de compañera
Tu voz de niña en mi oído
Como una campana nueva
Como una campana virgen
De un alba de primavera
Al acabar se volvió a mí… Angélica, cuando me miró, estaba radiante
Yo me sonreí, más forzadamente que otra cosa, ruborizándome un poco… O eso creo
La criada, anunciando que la cena estaba lista para cuando “los señores” quisieran, puso fin a ese principio de la velada.
Al día siguiente, por la tarde, a eso de las cinco, tuvo lugar el definitivo sepelio de mi madre; mi tía Pilar lloró a lágrima viva, desconsolada, diciendo a cada momento lo de “Pobrecita, pobrecita mi hermana”… Salimos del cementerio y nos dirigimos, los cinco, mi prima, su marido y su hija, mi tía Pilar y yo, a casa. Yo, con esa ceremonia, había concluido con lo que me había llevado allí, a Valladolid, a ver a mi familia materna… Aquí será de señalar que de la paterna nadie me quedaba ya, excepto lo más importante, mi propio padre…
O sea, que lo lógico hubiera sido que, esa misma tarde, tan pronto dejamos el cementerio o muy poco después, tras dejar en casa a la tía Pilar, me hubiera metido en el coche y carretera y manta para Madrid. Pero no me fui, sino que me quedé… ¿Por qué?... La verdad es que no lo sé muy bien… O mejor dicho, no lo sabía entonces… No quise saberlo; no quise saber que si me quedé fue por mi prima, por Angélica… Yo, de plano, me había enamorado de ella treinta y dos, treinta y tres años antes, a mis once-doce años, cuando aún no era ni siquiera adolescente…
Los años transcurridos desde aquél fin de Noviembre de 1939, inexorablemente fueron acallando lo que en aquellos tempranos años, de más preadolescencia que otra cosa, para mí llegó a significar Angélica, pero cuando, ahora, volví a verla, todo aquello que estaba olvidado, renació en mí rebosante como la lava de un volcán que, inopinadamente, por sorpresa, entra en erupción
Mi tía Pilar tenía por costumbre hacer que ni prima y su marido, con su hija cuando estaba en casa, subieran cada tarde a su casa a merendar chocolate con picatostes, pero aquella tarde la tía no estaba para esos trotes, por lo que había sido Angélica quién se ocupara de tal costumbre, ya un casi rito, teniéndolo todo ya preparado cuando llegamos gracias a la criada… La velada no fue tan amena como otras tardes, pues el desánimo de la tía Pilar no daba cuartel. Nos retiramos ella y yo al piso de la tía a eso de las ocho de la tarde, no sin que, en el último minuto, estando ya prácticamente en la puerta me dice mi sobrina y lo reiteran sus padres, que al día siguiente vaya con ellos a pasar el día en el campo, de gira
A la mañana siguiente, cuando me desperté, distraídamente, mi vista se posó en la cama vacía que, al otro lado de la mesita, de noche había… Como antes dijera, era donde mi tía dormía durante aquellos tres años que duraron las vacaciones de aquél ya más que lejano 1936… Y a mi mente vinieron los recuerdos de otra mañana en que también me desperté al tiempo que mi tía se despertaba. Ella se incorporó sobre la cama, sentándose; se desperezó y se desabrochó los botones de la pechera; se abrió el, digamos, escote, echándolo hacia atrás y, tirando por detrás, por la espalda, hacia abajo, sacó los brazos a través de las mangas y se ajustó el sujetador… Yo, subiéndome disimuladamente el embozo de mantas y sábanas, había girado la cabeza hacia ella… Fue el primer desnudo femenino que contemplé… Los primeros senos femeninos que observaba… Recordando eso, en la actualidad, reconozco que mi tía, a sus treinta y ocho años, estaba como un tren
Salí de gira con Angélica, su marido e hija… Pero no fue, exactamente, un día de campo… Más bien, aquello fue un intento de operación económico-inmobiliaria de corto alcance por parte del, en cierto modo, primo mío Anselmo; donde fuimos fue a una enorme parcela que casi, casi, acababa de adquirir, tan enorme que con cierta holgura podría parcelarse en tres espacios donde cabría un buen chalet, con su piscina y zona de árboles frutales cada uno
Anselmo trabajaba, de antiguo ya, en una notaría, lo que le daba unas inmejorables relaciones con los juzgados vallisoletanos, lo que equivale a decir que disponía de “información privilegiada” respecto a los lotes de bienes inmuebles que el juzgado sacaba a subasta pública… Bueno, Anselmo y los tres, cuatro o cinco empleados de la notaría más antiguos… Más significativos En fin, que gracias a tal “privilegio” se había hecho con esa gran parcela… O esas tres parcelas, qué narices…
Y no acabábamos de comer cuando empezó a tenderme el anzuelo. Que si fíjate qué estupenda situación, a un paso de la carretera, pero lo suficientemente alejado para que los ruidos del tráfico no lleguen, con un riachuelo a tiro de piedra y robles, encinas y pinos por aquí y por allá, amén del típico monte alto de la meseta castellana
Se desanimó pronto cuando comprobó que yo era irreductible en mi no “aprovechar” el negocio que me ofrecía y se fue al coche a dormir un rato de siesta… Angélica recogía de la mesa lo usado para comer, lanzándoselo a Angelines que lo metía en la cesta donde se llevara todo; cuando nada quedaba ya por recoger, excepto las dos tazas en que Angélica y yo tomábamos café, la chica, Angelines se marchó hacia donde su padre estaba, preparándose la trasera del coche, un Citroën ID19 Familiar, de cinco puertas con la trasera, para poderse acostar allí a dormir su siesta; a tal efecto, había abierto esa puerta trasera y extendido los asientos de atrás, allanándose un espacio, mullido por el foam de los asientos, formando así algo así como una cama
Con ello, Angélica y yo quedamos solos, sentados en una de esas butaquillas de armazón de aluminio y asiento y respaldo de lona, de esas plegables, de “camping”, junto a una mesa también de estructura metálica, aluminio, y plegable, con ambas tazas llenas de café sobre tal mesa. Ella seguía con la vista a su hija, empeñada en hacer cariñitos a su padre, pero que a éste no parecían hacerle tanto tilín, pues se oyó, perfectamente, cómo se la quitaba de encima
Y a la muchacha no le quedó otra que dejar en paz a su padre, tal y como el hombre le pedía… Se marchó, un tanto cabizbaja, en dirección a una somera arboleda de olmos, siete u ocho árboles, no más, a paso bastante más lento de vivo
Angélica calló un momento, mientras yo encendía un cigarrillo
Le alargué un pitillo y se lo encendí; dio una profunda calada al cigarrillo y luego otra, expeliendo el humo poco a poco, como recreándose en formar las espirales que de sus labios, en “O”, surgían
La miré intrigado, pareciéndome guapa, deseable como nunca. Vestía pantalón un tanto ajustado, camisa o blusa, con los dos botones de arriba desabrochados y una chaqueta de punto, o Rebequita, por encima
El rostro de Angélica se ensombreció… Se volvió a llevar a los labios la taza de café, dando otro sorbo; la dejó en el platillo, sobre la mesa; dio otra profunda chupada al cigarro y, exhibiendo una sonrisa en la que todo era tristeza, desengaño, dijo
Mi prima no respondió; su vista se hizo más y más baja, esquivando mirarme…
Mis manos tomaron la suyas pero ella no las retiró; no solo mantuvo sus manos entre las mías, sino que sus dedos comenzaron a acariciar los míos
Retiró sus manos de entre las mías, para sorber otro poco de café y pedirme otro cigarrillo; yo, entonces, le pregunté
Ahora, quien hizo la pausa, sorbiendo café, fui yo; pero quien prosiguió la conversación fue ella
¡Ya lo creo que lo recordaba…que me acordaba!... La añoranza… Ese dulce dolor añorante de lo que pudo ser, pero no fue, me embargó… Se apoderó de mí, suavizando los más que amargos recuerdos que también eso me traía aparejados: La tremenda paliza que mi tío me arreó, azotándome sin piedad con su grueso cinturón de “falangista valeroso”, de tres, cuatro dedos de ancho, cuando la Guardia Civil nos devolvió a mi prima y a mí a la casa… Y la posterior prisión en aquél colegio de los agustinos donde me metió interno sin permitir, que nadie me viera, me visitara… Pero le salió un grano en la nariz, pues mis tías, Pilar y Ángeles, le dejaron con un palmo de narices viniendo a verme cada domingo… Hasta me sacaban del colegio y me llevaban a comer con ellas a cualquier restaurante y luego, por la tarde, al cine o a jugar por cualquier parque… Hasta a las orillas del Pisuerga… Y así, hasta que en Noviembre del 39 vinieron al colegio mi padre y mi madre y me devolvieron, con ellos, a Madrid… Con mi prima Angélica no pasó lo mismo, pues no volví a verla hasta ahora
Siguió riéndose un rato hasta que, callándose, empezó a ponerse seria
Y los dos reímos entonces a carcajada limpia… Los días fueron pasando, tres, cuatro, cinco… Hasta alguno más; todos eran la mar de amables conmigo… La tía Pilar ni oír quería que yo me fuera a ir algún día de su lado y Anselmo se mostraba más que afectuoso conmigo… La verdad, llegué a casi convencerme de que, en verdad, me apreciaba… Que me ofrecía una amistad sincera… Lo comenté con Angélica y me dejó patidifuso (más que asombrado) con su respuesta
A Angélica la veía casi cada día; o mejor, cada tarde; lo normal era que subiera a casa de la tía Pilar a merendar… Ya dije que la tía nos preparaba in chocolate, espeso, dulce, con picatostes… Es decir, pan frito en aceite de oliva hasta dorarse, pero sin tusturrarse… Sin quemarse… Luego, a veces, bajábamos a la calle y paseábamos tranquilos, charlando de mil naderías… Banalidades en suma, pero que a mí me gustaba más que a un tonto un lapicero… Porque estaba con ella… Disfrutaba de su compañía… Del calor de su cercanía… Del calor, del aroma de su cercano cuerpo
Luego, cuando me quedaba solo, especialmente estando ya en mi cuarto, en la soledad de mi cama, me decía que estaba cometiendo una de las mayores locuras de mi vida Más, si cabe, que la cometida cuando me dio por engolfar a mi prima en lo de fugarnos a Madrid, con mis padres… Me decía que tenía que poner fin a eso y regresar a Madrid… A mi vida de siempre… Pero a ver quién le ponía el cascabel al gato… Yo, desde luego, no
Por cierto, que un día Angélica me hizo una confesión que me dejó turulato; yo le había comentado lo tremendamente cariñosa que era la tía Pilar conmigo; vamos, que hasta me parecía que me distinguía sobre ella misma, sobre mi prima
Angélica se echó a reír diciéndome burlona
Así, una tarde subió a casa, diciéndome que me iba a enseñar algo… Y subimos para la azotea… En tiempos, ese edificio había sido de mi familia materna; al parecer lo construyó, allá por las postrimerías del siglo XIX, un antepasado mío, bisabuelo o tatarabuelo más bien, si es que no, incluso, bitatarabuelo, para reservarse un par de ellos, más la cámara de arriba, y alquilar el resto; pero, poco a poco, la familia lo fue perdiendo todo, excepto el piso que ocupaba la tía Pilar y ese camaranchón bajo el tejado
Llegamos arriba y me quedé asombrado ante lo que allí había; parecía un museo de antiguallas más que de antigüedades, pues, al parecer, allí había ido yendo a parar, a lo largo de los años, de los siglos diría, todo cuanto se iba prescindiendo en la familia. Así, reconocí aquél cuadro, sin pies no cabeza, de la monja crucificada pero apoyando sus pies en una bola enorme que parecía el globo terráqueo, que en mi niñez estaba en mi cuarto, frente a ambas camas y que a mí, entonces, me asustaba, sin saber, ni ahora, el por qué… O el viejo lavabo de pie, en madera, con su espejo redondo en el frente de la parte superior, su aro, de madera como todo el mueble, para sujetar la palangana y, abajo, el cuadrado, de madera, claro, donde se asentaba el cubo donde iba a parar el agua de la palangana, ya jabonosa, después de usada…
Por fin, mi prima vino a mí triunfante, tras encontrar lo que buscaba
Y me alargó un mazo de libros y cuadernos… ¡Claro que los recordaba!
Empecé a ojearlo todo… Un “Compendio de Historia de España”, con un león de las Cortes en la portada y envolviéndolo, ondulante, la bandera tricolor de la República, roja, amarilla y morada… ¡Un texto de la época republicana vigente en aquél colegio de curas que era el de los salesianos de la más que franquista Valladolid de aquellos años 1936 y 37cuando menos. Ojeé el libro, como también un tratado de Lengua Castellana, otro libro de Geografía de España… Y los cuadernos, escritos a tinta, con plumilla. Aquellas de corona, que soltaban cada borrón que se hundía el “Basto” (As de Bastos, de la baraja española)… O las de “Pata de Gallo”, que nos gustaban más, pues dejaban menos borrones, pero que no era fácil encontrarlas
Empezamos a dirigirnos a la salida cuando me fijé en una habitación, frente a nosotros, que se veía más iluminada que donde estábamos; al instante me dirigí allá. Angélica ya estaba prácticamente en la puerta, por lo que, volviéndose, anduvo intrigada tras de mí
Angélica me siguió y nos encontramos en una pieza con un ventanuco al exterior; al instante supe que tal abertura daba al tejado: Ese camaranchón era bastante más reducido que la planta del edificio, por lo que forma algo así como un copete sobre el tejado general. Me metí por el hueco de esa ventana saliendo al exterior, a las tejas del tejado. Angélica, al momento, dijo
Salí fuera y me volví hacia ella, hacia el interior de la casa
Pero salió conmigo, apoyándose en la mano que le tendía. Nos sentamos los dos sobre las tejas del tejado, apoyando la espalda en la pared externa del camaranchón
No le respondí; simplemente, sonreí, abrazando la rodilla de mi pierna flexionada con mis manos trenzadas… Y Angélica buscó apoyo a su cabeza en mi hombro… En mi pecho… Escuchamos las campanadas de alguna iglesia cercana, mientras ante nuestros ojos se extendía un panorama de tejados y campanarios de iglesia
Le sonreí, afirmando o, confirmando, sus palabras, Nos miramos un momento y ella se acurrucó más contra mí… Y yo arrimé mi mejilla a su frente… Nos arrimamos más, el uno al otro, sonriendo felices… Tranquilos… Relajados… Gozando de esos momentos de íntima dicha…de unión espiritual entre los dos… De alguna forma, volvíamos a ser los dos críos que antaño fuimos… Los dos críos que un día se pusieron en marcha hacia Madrid, fugándose de unos mayores que nos ahogaban, dispuestos a compartir la vida hasta el fin de nuestros días
Sin saber bien lo que hacía, más de forma autónoma que voluntaria, la besé, suavemente, el cabello… Una, y otra, y otra vez… Angélica dobló su rostro hacia mí, elevándolo…ofreciéndome sus labios… Nos besamos… Suavemente, dulcemente… Con mucha más ternura que pasión… Nos separamos para mirarnos con el amor, el cariño infinito que desde niños nos teníamos… Angélica volvió a refugiarse en mi pecho, abrazada ya a mí, estrechando mi cuello entre sus brazos al tiempo que yo estrechaba su cintura entre los míos
Me salió del alma el decírselo
Angélica se separó de mí para mirarme intensamente… A los ojos, mientras yo, anhelante, también tenía mis ojos fijos en ella… Estaba seria… Muy, muy seria… Por fin habló
Bajamos al piso de abajo, donde estaba la vivienda de la ría Pilar; yo me quedé allí, pero al separarnos para ella bajar a su planta, nos besamos de nuevo, pero esta vez con sobrada pasión… Sobrados deseos de unir nuestros cuerpos en íntima cópula… Mis manos se fueron a sus senos, acariciándoselos por encima de la fina tela de la camisa o blusa que portaba Por fin ella me separó las manos
Me quedé allí, entrando en casa de la tía mientras Angélica bajaba a su casa. Nada más entrar me fui, raudo a mi habitación… Aquella tarde la tía Pilar no estaba en casa; se había ido a una iglesia por no sé qué celebración o motivo, por lo que estaba solo en casa, entregado, más frenética que tranquilamente, a meter mis cosas en la maleta. Tenía ya casi hecho el equipaje cuando llamaron repetidamente a la puerta; salí a abrir y Anselmo me saludó lanzándome un puñetazo a plena cara que de poco no me deja KO… Trastabillé, retrocediendo, y él, hecho una furia, me vuelve a “regalar” la carita… Y luego otro puñetazo y otro más… Consigo equilibrarme y logro detenerle otros dos “mandobles” de tomo y lomo
Rehecho un tanto, también yo empecé a darle “candela” a más y mejor, hasta que, desinflados, deshechos, caímos los dos al suelo, sentándonos uno junto al otro. Anselmo se dejó caer hacia atrás, hasta quedar enteramente tendido en el santo duelo, boca arriba, respirando afanosamente… Bueno, no menos que yo, que conste… Fue, fuimos, recuperando el resuello y me dijo
Anselmo no me respondió; se quedó en silencio un rato y también yo me dejé caer, todo largo, sobre el suelo… Permanecimos callados un tiempo hasta que él rompió ese silencio
Volvió el rostro hacia mí
Nada más “saludarme” tan “atentamente”, Anselmo había cerrado la puerta con el pie pero al momento, empezaron a porrear la puerta con entusiasmo digno de mejor causa, prosiguiendo el aporreamiento hasta esos mismos momentos, con lo que acabé por decir
El primero en levantarse fue Anselmo, que, ya de pie, me tendió la mano, ayudándome a izarme; quisimos ir hacia la puerta pero no fue necesario pues al momento de empezar a nadar hacia allá, la puerta se abrió, apareciendo ante nosotros Angélica, la tía y Angelines
Dijo la tía
Terció Angélica, para cerrar el “tercio de puyas” Angelines con un sentencioso
Nos restañaron las tumefacciones del rostro, más enfadadas que otra cosa, en especial tía Pilar y Angélica, pues a Angelines, el hecho de que su padre y su tío se hubieran liado a trompazo límpio parecía divertirla
Una media hora, tal vez algo más tarde, aparcaba junto al portal de la finca; allí, en la acera, me esperaban los cuatro, la tía, Angélica, Anselmo y Angelines, con mi maleta dispuesta y lo que mi prima se traía en nuestra “fuga”; me bajé, metí los bultos en el maletero y llegó la hora de los lloros en las despedidas… Ni tía… Bueno, nuestra tía Pilar, lloraba cual plañidera hebrea y tanto Angélica como yo la intentábamos con solar con lo de que no tardaríamos en volver a verla… Máxime, las próximas Navidades… Anselmo y Angélica se besaron en las mejillas, efusivos ambos, al despedirse y a mí él me estrechó la mano hecho un océano de amabilidad… Angelines, muy seria, me espetaba que a ver cómo me portaba con su querida madre… Pero luego me dio un sonoro beso de despedida en la mejilla. Con su madre se deshizo en besos y abrazos, pero me intrigó un aparte que hizo con ella, hablándole, bajito, al oído; Angélica, al escucharla, rompió a reír a carcajadas, para decirle al momento
Y riéndose todavía se metió por fin en el coche, pudiendo, al final, arrancar. Ya habían quedado atrás las últimas edificaciones de la ciudad y enfilábamos carretera abierta, rumbo Madrid, cuando, curioso todavía, le pregunté
Angélica volvió a reír con ganas
» | Total Relatos: | 38.461 |
» | Autores Activos: | 2.273 |
» | Total Comentarios: | 11.905 |
» | Total Votos: | 512.062 |
» | Total Envios | 21.926 |
» | Total Lecturas | 105.323.149 |