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Soy un juguete? Un trofeo? Un mapamundi…?
Desnuda frente al espejo, miro mi cuerpo. Mi piel está cubierta de hematomas, de marcas de dientes. La herida del costado se aprecia, aunque ya no duele. Él se cuida mucho de limpiarla a diario, de aplicarle esa crema que me recetaron. Me ha mordido de pies a cabeza, por todas partes, salvo ahí.
Sigo sin entender mi situación. Es mi hermano, sin duda, pero no le conozco. No se parece al niño que yo recuerdo, simpático y amigable con todos. Apenas hemos hablado desde aquel día, pero me sirve y me cuida como si me hubiese quedado inválida. Se encarga de todo, lo dispone todo, me peina, me viste. Y de vez en cuando, sus manos se vuelven grilletes, manosea, exige. Toma. Soy una muñeca, su muñeca.
Hoy estoy sola. Él ha salido, no sé a dónde. Nunca dice dónde va, o cuánto tardará, nunca sé de cuánto tiempo dispongo para mí antes de que regrese. No hay otro juego de llaves, se ha llevado las mías. No puedo salir.
Aunque realmente no hay mucho sitio donde ir a estas horas.
Intento distraerme con la televisión, pero acabo pensando en lo que me hizo en este sofá. Sólo con eso se me seca la garganta.
Jugueteo distraída con el elástico de mis braguitas, pensando en cómo debería recibirle. Quizá si me muestro fría y distante me pregunte qué me ocurre, se muestre cariñoso, me bese la frente y me mime con caricias en el pelo, como en el hospital…
O me estampe boca abajo contra el suelo y vuelva a follarme igual de fuerte que la primera vez…
La tele sigue a lo suyo, pero me interesa más lo que hay dentro de mis braguitas. Me acaricio despacio, en círculos, jugueteando con los labios, acariciando la entrada de ese lugar que era virgen hasta hace un par de días, antes de introducirme el dedo corazón. Resbaladizo, aunque ni de lejos tanto como con él.
Retiro el dedo lentamente y subo hasta mi clítoris, respirando hondo.
Poco a poco, me dejo llevar.
Recuerdo el cosquilleo del pelo de la pobre Gabriella entre los muslos, lo suave que era su lengua cuando lamía lo que acaricio en este mismo instante. Parece mentira que así y todo, ya no me baste.
Me ayudo con la otra mano, y esta vez me introduzco dos dedos mientras la derecha hace lo suyo.
Acelerando, empiezo a fantasear con los ojos de Allesandro mirándome desde abajo, con su lengua entrando en mi cuerpo, con el roce de sus dientes. Me corro de inmediato, encendida de pies a cabeza.
Y tratando de respirar, le veo mirándome desde el marco de la puerta, con las llaves en la mano y una bolsa de plástico en la otra.
Paralizada, veo como cruza el salón a paso tranquilo, suelta la bolsa con cuidado en la mesa, luego las llaves y se encara hacia mí.
Busco rápidamente mis bragas, pero a saber dónde han ido a parar.
Sonríe y se agacha, apoyando las manos en mis rodillas.
Tengo miedo. De verdad. He hecho algo malo, lo he disgustado, esa sonrisa de cocodrilo es fingida, no le puede parecer gracioso.
“Y esta bienvenida…?”
Me abre las piernas al máximo y hunde el rostro entre ellas. Me mordisquea la cara anterior del muslo mientras yo intento apartar una de sus manos, sin éxito. No me deja cerrar las piernas.
“Eres adorable, Bianca, de verdad” –Murmura antes de lamerme.
Dios mío…
Esos ojos, justo donde los imaginaba, su lengua justo donde la quería. Intento taparme la boca, es demasiado intenso, voy a desbordarme sobre sus labios apenas un minuto después de mi primer orgasmo.
“Allessandro… Allessandro…!” -Su nombre es todo lo que alcanzo a jadear.
Estallo con violencia y las fuerzas me abandonan.
Él se incorpora y me libera las rodillas. Le brillan los ojos de anticipación y sus labios relucen con mis propios flujos. A dos centímetros de mi cara, me aparta el pelo a un lado. Por el rabillo del ojo percibo un gran bulto en sus vaqueros.
Allesandro se relame y me besa, se deja caer en el sofá y me arrastra sobre él. Rendida a su voluntad, la idea de que estoy muerta y esto es un sueño pasa fugaz por mi cabeza. No quiero parar.
Me dejo llevar de nuevo, intoxicada por sus besos y su voz, acariciando sus costillas bajo la camiseta. Siento deseos de clavarle las uñas y arrastrar.
Deslizo una mano hasta su bragueta y suelto el botón al tercer intento.
Me pego a él, quiero beberme su respiración, besar cada centímetro de su piel.
“Quieres follarme, Allessandro? Por favor…” –Le ruego en un susurro.
Y él, con una erección tremenda y el corazón desbocado responde suave y claramente “No.”
Me descoloca del todo, mi confusión le divierte. Me aparta lo justo para deshacerse de los vaqueros y de la ropa interior y me lleva una mano hasta su hombría.
“Quiero que uses la lengua”
Nunca lo he hecho, pero quiero complacerle con cada fibra de mi ser. Le doy un par de repasos suaves con la lengua antes de metérmelo en la boca, con muchísimo cuidado. Su mano izquierda aferra la parte posterior de mi cabeza y me guía despacio, no pasa mucho tiempo antes de que empiece a suspirar, a acompañar mi cadencia con sus caderas.
Noto como se endurece entre mis labios, sus dedos se crispan entre mi pelo. Mi hermano gruñe y me acaricia la mejilla con la mano libre. Estoy orgullosa de mí misma, de lo que estoy haciendo para él, aunque hasta hace unos minutos no tuviese ni idea.
Ahora me sujeta la cabeza con las dos manos, respirando con pesadez. Cierro los ojos y me concentro únicamente en su respiración, quiero llevarlo hasta el final, quiero…
Se arquea sin previo aviso y me aparta bruscamente, justo a tiempo para evitar el chorro caliente que sale disparado rozando mi mejilla. Apenas me ha tocado, la mayoría aterriza en la mesita.
Pestañeo desconcertada y él me abraza. Parece realmente satisfecho.
Me acurruco con él, reposando mi mejilla contra la suya. Ya no da miedo, no parece un extraño, sólo, quizá, él.
Y sus brazos vuelven a cerrarse en torno a mí con una fuerza inesperada, me gira la cabeza y siento sus dientes de nuevo en el cuello.
Me arrastra debajo de él, vuelve a mirarme como un animal hambriento.
“-Ahora sí quiero follarte…”
Quiero clavar las uñas en esa espalda blanca otra vez.
Hazme lo que quieras. Soy tu muñeca.
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