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Siempre fui durante mi juventud (mejor dicho, mi adolescencia) un chico extremadamente tímido, sobre todo a la hora de relacionarme con las chicas de mi edad, sé que puede sonar como un básico y casi insultante cliché, pero créanme, más me gustaría a mí que no hubiese sido así, creo que desperdicié gran parte de los años de mi adolescencia por esta circunstancia.
Pero os pongo en contexto, con 16 años yo era un chaval más bien rellenito, no llegaba a estar gordo, desde luego no era algo que a mí me acomplejara, ni mucho ni poco, y este aspecto no era en absoluto el responsable de mi total fracaso con las mujeres, pero la cuestión era que me sobraban unos cuantos kilitos, lo cual había que sumar a mi altura más que aceptable (supongo que por aquel entonces sería la misma que conservo a día de hoy, aproximadamente un metro ochenta y seis de los que me siento bastante orgulloso). Acababa de terminar cuarto de la ESO con unas notas bastante buenas (está mal que yo lo diga, pero siempre he sido una persona bastante inteligente, o mejor dicho, bastante capaz, aunque asquerosamente vago) exceptuando, obviamente, mi talón de Aquiles, las matemáticas. La verdad es que mi horrible “uno” en esa asignatura me importaba bastante poco, ni siquiera me había presentado en clase durante los últimos cuatro o cinco meses de curso (tenia uno de esos profesores que pasan de todo, por lo que afortunadamente mis padres nunca se enteraron) tenía pensado meterme a en letras puras en Bachillerato, y sabía que no me iban a hacer problema por una sola asignatura si me presentaba al examen en septiembre, así que me importaba bastante poco. Sin embargo, mi madre acabo por hartarse bastante de mi actitud más que pasiva frente a mi nefasto “uno” así que decidió meterme de manera forzada a dar clases particulares con la vecina del piso “A”.
Águeda tendría unos 35 años. Era bastante más bajita que yo, llevaba el pelo corto y era de un color tan oscuro que llamaba la atención. Tenía unos preciosos ojos verdes, que se dejaban ver a través de unas horribles gafas de montura que no la favorecían nada. Era delgada, tenía los pechos bastante pequeños, y una figura de lo más normal. Águeda no era la típica mujer a la que uno admirase por su físico, para que nos vamos a engañar, pero (como fui descubriendo con el paso del tiempo) era una mujer extraordinariamente interesante, y una magnífica persona, pero eso son cosas que dudo que merezca la pena contar aquí, así que vayamos a lo que nos interesa.
Tenía que ir tres veces a la semana (lunes, miércoles y viernes) durante dos horas por la mañana, así que que me veía obligado a levantarme pronto, por lo que la mayoría de los días iba a las clases de muy mal humor, y he de decir que no se lo puse nada fácil a mi pobre profesora durante las primeras semanas, dejando de lado que mi interés por la materia era básicamente nulo.
Debería comentar, llegados a este punto, que mi querida profesora Águeda tenía una curiosa manía, nunca he sabido (puesto que nunca le he preguntado, y dudo que lo haga algún día) si era simplemente un descuido, o si realmente lo hacía por gusto, pero la ventana de mi habitación daba a la ventana de la habitación de mi vecina, o sea, ella, y como ya he comentado, mi profesora de matemáticas tenía una curiosa costumbre; cambiarse de ropa sin cerrar las cortinas ni las persianas, por lo que más de una vez me ofreció durante los años en que fuimos vecinos un excelente material para mis fantasías masturbatorias. Sin embargo, teniéndola de frente durante tantas horas a la semana, nunca me había dado por fantasear con ella durante alguna clase, ni por intentar rememorar aquel cuerpo que tantas veces había visto desnudo a través de las rendijas de mi persiana.
Hasta un día a principios de Agosto. Recuerdo que aquella clase yo estaba especialmente pasota, llevaba más de veinte minutos para resolver un problema y ni siquiera había empezado a plantearlo (ni tenía en mente hacerlo) así que la paciencia mi profesora estalló finalmente:
• ¡Dios mío Lucas! ¡Llevas media hora para un jodido ejercicio! – la verdad es que me sorprendió bastante que me hablara de esa forma, nunca lo había hecho, y ella se dio cuenta, así que se apresuró a disculparse – lo siento mucho, perdóname, ¿vale? Es solo que yo sé que eres perfectamente capaz de hacerlo, y me pone de los nervios que ni lo intentes.
• Es que… dios Águeda, veo esto tan inútil, “tan jodidamente inútil” – bromeé, y conseguí arrancar de ella una sonrisa (muy bonita, dicho sea de paso)
• ¿Por qué?
• El año que viene pienso meterme a letras puras, y no voy a volver a dar matemáticas en mi vida.
• Pero las de este año tienes que aprobarlas
• Oh, por favor, por una asignatura no me van a decir nada, me la limpian y paso primero de bachiller como cualquier otro
• Esa no es la actitud… - me miró fijamente y dijo – Cierra el cuadernillo, nos queda aún una hora y media casi, y por lo que veo no voy a conseguir que hagas nada, así que dedicaremos el resto de la clase a hacer una “tutoria”, puedes sentarte en el sofá si quieres, yo voy a por algo de beber.
La verdad es que eso me extraño aún más que el hecho de que antes hubiera dicho una palabrota delante de mí (no os confundáis, yo no era precisamente el típico chaval majadero que se escandalizaba por cualquier cosa, pero ella era tan recatada y correcta…) Pero con tal de no tener que dar una hora y media más de matemáticas por mi estaba perfecto.
Águeda volvió con dos vasos de Coca Cola con hielo, y se sentó en el sofá con las piernas dobladas sobre este, llevaba puesto un camisón bastante corto (ya os he dicho que las clases eran muy temprano) el cual se levantó un poco más aun, dejando ver unas piernas esbeltas y perfectamente depiladas, que provocaron una reacción casi inmediata en mí, en forma de una abultadísima erección imposible de disimular bajo mis pantalones cortos de deporte.
Las siguientes clases discurrieron con regularidad, sin nada destacable, Águeda no había hecho ningún comentario al respecto de mi inoportuna erección, así que llegue incluso a pensar que no lo había notado, por lo cual mi sorpresa fue mayúscula con los acontecimientos que ocurrirían unas semanas después, cuando volvía a estar “atascado” en un ejercicio y le dije a mi profesora:
• Mira Águeda, paso de hacer esta mierda, si después el cuadernillo ni siquiera lo miran, de verdad, paso, vamos a hacer otra “tutoria” u otra cosa que se te ocurra, me da igual, pero como siga con esto me va a explotar una vena del cerebro o algo así. – ella rió.
• Bueno, vale, te lo has ganado, aunque ya discutiremos lo de no acabar el cuadernillo – se sentó en el sofá, en la misma postura de la otra vez y dio unos golpecitos con la mano en el sitio de al lado para que me sentara yo – Aunque me sorprende que quieras otra tutoría, con lo nervioso que te pusiste en la última…
• ¿Qué quieres decir? – recuerdo que estaba nerviosísimo, y muerto de vergüenza, sabía a lo que se refería, y temía que, considerándolo como algo gracioso, se lo comentara a mi madre.
• Por favor Lucas, ¿crees que no me di cuenta? – como yo seguía haciéndome el loco, acabo por señalar ligeramente hacia mis genitales.
• Joder… Joder Águeda lo siento, en serio… - Yo iba poniéndome más y más rojo por momentos, así que ella rió nuevamente y dijo:
• No te flageles, no pasa nada, es normal. Estas en una edad en la que… bueno, en la que te pasaras la mitad del día así.
• Joder, Águeda… en serio, no fue algo… joder, que fue sin querer.
• Ah, venga, ya te he dicho que no pasa nada, además, es un alago que un chico tan guapo me encuentre… atractiva.
• ¿Guapo? Vamos, creo que en nuestra relación estudiantil la guapa eres tu – en ese momento me arrepentí profundamente de haber hecho aquella broma, pero realmente la situación me excitaba un montón, hablar de aquellas cosas con Agueda era tan raro…
• No creo, porque si yo fuera la guapa tú tendrías que ser el listo y me da que no – dijo mientras me daba un empujoncito en el hombro y soltaba una carcajada. Prosiguió mientras se inclinaba ligeramente hacia mí – ¿Has estado alguna vez con alguna chica?
• Joder Águeda… hablar de esto contigo… no sé, es raro… me da mucho corte – Realmente lo que me daba vergüenza era decirle que no, por aquel entonces no solo era virgen, sino que además nunca me había siquiera liado con una chica.
• Venga… eres más maduro que la mayoría de hombres adultos que conozco, no me salgas ahora con esas, además, esto es una tutoría, ¿no? Ábrete, venga, cuenta.
• Pues… la verdad es que no, soy bastante pringado en ese sentido…
• No pasa nada, yo perdí mi virginidad a los diecinueve, o sea, era mucho mayor de lo que tú eres ahora.
• ¿Cómo fue? – Cada vez me iba animando más, siempre me sentía muy cómodo con Águeda, y ahora estaba recuperando esa confianza.
• Hum… dolió, dolió un poco, pero fue muy… placentero. Aunque tú eres un chico, a ti no tiene por qué dolerte nada, a no ser…
• Ni puta gracia Águeda, deberías haberte dado cuenta en la tutoría pasada que a mí me gustan las mujeres – Volví a ponerme muy tenso, pesaba que me había pasado, sin embargo ella rió de nuevo y dijo
• Tranqui guapa, era solo una broma… además, sí que se notó que te gustan las mujeres, “se notó bastante”
• Ya bueno, supongo que se lo que quieres decir – bromeé en tono vacilón
• Eh, relájate fiera, tampoco te creas que tienes una anaconda ahí abajo, pero si te soy sincera las he visto mucho más pequeñas.
• Anda anda, no flipes, si nunca me la has visto
• ¿Ni la voy a ver? – En este momento yo estaba ya tan excitado que no podía pensar con claridad, ¿era todo una coña o de verdad estaba pasando lo que yo creía que estaba pasando?
• Depende
• ¿De qué?
• De lo que me dejes ver tu a cambio
• ¡Eh! Eso no es justo, tú ya te hartaste de mirar el otro día, y hoy también te estas poniendo fino majete
• ¡Ah, por favor! Si solo te estoy mirando un poco las piernas, no es suficiente
En ese momento, Águeda se levantó del sofá y, parándose delante de mí, dejó caer el camisón desde los hombros hasta el suelo, dejando ver sus pequeños y firmes pechos de pezones rosados, su delgada figura de piel suave y tersa, se le marcaban ligeramente las costillas, pero no demasiado, no estaba excesivamente delgada. Llevaba unas bragas de encaje negras que dejaban ver su sexo, cubierto por un poco de vello, pero nada demasiado exagerado.
Tendió sus manos y, cogiéndome las mías, me hizo incorporarme del sofá.
• Te toca - dijo sonriéndome.
Yo me baje los pantalones, era raro, estaba nervioso y tranquilo al mismo tiempo, y mi pene estaba más duro de lo que había estado nunca, de hecho, me sorprendió que pudiera alcanzar tal estado de rigidez. Ella me empujó sobre el sofá para que volviera a sentarme e hizo lo propio, pero sobre mí, de frente, cara a cara, dejándome los pechos a la altura de la boca. Lo había visto tantas veces en innumerable cantidad de videos pornográficos que empecé a chuparle las tetas, intentado jugar con mi lengua y sus pezones, sin embargo, como de la teoría a la práctica hay un trecho bastante largo, estoy seguro de que lo estaba haciendo horriblemente mal, sin embargo, Águeda en lugar de quejarse empezó a jadear ligeramente, aunque sigo estando seguro de que era una simple manera de hacerme sentir más tranquilo, mientras con su mano derecha subía y bajaba lentamente sobre el tronco de mi pene. Alguna vez había hecho la gilipollez de intentar masturbarme yo mismo con la mano dormida (idiota…) pero esto era tan diferente que tuve que apartar a Águeda de encima de mí cuando empezó a subir el ritmo para no correrme.
• ¿Qué pasa? – me preguntó, mirándome asustada.
• Es que… ibas muy deprisa, me iba a correr – reí yo, un poco avergonzado – lo siento, es que… no estoy muy acostumbrado que digamos
• Tranquilo, solo es que pensaba que te habías arrepentido y…
• Ni de coña, esto es increíble
Águeda se inclinó sobre mí, y empezó a chuparme el pene, lentamente, jugando con la lengua y mi glande, subiendo por el tronco, metiéndosela entera en la boca y volviendo a bajar hasta los testículos. Estuvo así durante unos cinco minutos más, cuando de nuevo tuve que detenerla para no venirme.
Águeda se tumbó boca arriba sobre el sofá, y cogiéndome el pene con la mano lo guió hacia su vagina (cosa que agradecí, dudo que la hubiera metido bien si no, exacto, tan pringado era)
Estaba muy caliente y húmedo, pero sobre todo caliente, nunca había imaginado que fuera así, la temperatura me sorprendió enormemente. Empecé a metérsela y a sacársela con un movimiento de caderas que ella guiaba agarrándome con las manos de los muslos.
• Ah… Puedes… puedes ir más rápido si quieres… ahhh – me dijo entre jadeos soltando sus manos y dirigiéndolas hacia sus pechos
Empecé a empujar más deprisa, por lo que en unos pocos minutos acabé por correrme en el interior de su vagina. Exhausto, me tumbé sobre ella y nos fundimos en un beso apasionado y eterno, entrecruzando nuestras lenguas, mientras con una mano yo intentaba hacerle un dedo, aunque no muy bien que digamos (nuevamente, mi experiencia era nula).
• Me voy a duchar – me dijo, levantándose del sofá y librándose de mi abrazo, dejándome allí tumbado boca arriba, totalmente reventado. – te diría que vinieras, pero creo que hoy no das más de ti – y se marchó riendo.
Obviamente, este no fue mi último encuentro con Águeda, estuvimos quedando y haciendo el amor durante más de cinco meses, hasta que yo empecé a salir con una chica de mi edad, y por razones lógicas de fidelidad decidimos de mutuo acuerdo terminar con aquello, aunque si quedamos como buenos amigos, y posteriormente, cuando ambos nos encontrábamos solteros llegamos a tener algún encuentro esporádico, pero ya no como antes, cuando quedábamos para hacerlo unas cuantas veces a la semana.
Si me animo, contaré alguna experiencia más con Agueda, hay alguna que puede resultar interesante, aunque tendría que escoger bien. Gracias por leerme, un saludo ;)
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