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Por: Horny
Hola querido lector, este relato es la continuación de "Sábanas rojas de satín" (o satén) por si quieres leer el inicio de mi historia, pero también puede leerse como un relato independiente y seguramente será casi tan placentero para ti como lo fue para mí.
*******
César se durmió a mi lado y yo sentí de nuevo que estaba en el mismísimo cielo, flotando en una nube junto al ángel de mis sueños. Por poco me pellizco para ver si estaba despierta o no. Por fortuna estaba bien despierta, no quería perder el tiempo durmiendo cuando tenía a este hombre desnudo junto a mí, en mi habitación del hotel, tan cerca que podía escuchar su respiración, cuando podía ver su cuerpo en vivo y en directo y no a través de una cámara en el messenger.
Definitivamente estar con él no había sido como me lo había imaginado tantas veces en mis noches de insomnio, sino mucho mejor; mis expectativas habían sido alcanzadas y superadas con creces tanto que me daban ganas de reír o de saltar sobre la cama pero no quería despertarlo.
Alguna vez escuché que mirar a una persona mientras duerme es como abrir una carta que no es para uno, pero eso me parecía una estupidez y más en este momento. Mi única intención era velar su sueño, mirarlo a mis anchas mientras no era conciente de ser observado, llenarme la mente con la vista de su cara tan plácida mientras le declaraba mentalmente mi devoción.
Bajé la mirada por su silueta, por su perfil, retirando un poco la sábana roja la cual se resbaló deliciosamente por su costado. En cualquier otra circunstancia esas sábanas me habrían parecido de burdel pero no en este caso. El rojo hacía que todo fuera más erótico… algo así como amor en rojo…
Volviendo a la realidad hacía mucho calor y el material de las sábanas no ayudaba para nada. Además estaban llenas de sus fluidos corporales y los míos. Decidí tomar una ducha que me ayudara a conciliar el sueño pero ni eso me sirvió. Ya casi amanecía cuando logré dormirme recordando la plácida tarde y noche anterior en la cual César y yo habíamos dado rienda suelta a nuestra pasión guardada por muchos meses. Asimismo recordé que el vivía con otra mujer, que a lo mejor lo había esperado despierta toda la noche, a la cual el seguramente le había mentido para poder estar conmigo. El corazón se me encogió entre sueños.
Un par de horas después…
Despierta perezosa – me dijo él –. Mira que bonito día de final de verano hace. Recuerda que tenemos un par de planes pendientes.
Yo lo observaba a través de las pestañas sin atreverme a abrir aún los ojos pues la luz los maltrataba. Quería dormir un rato más pero sin duda prefería estar con él, escuchar atentamente lo que me proponía.
Buenos días mi vida, – le contesté entre dormida y despierta – qué hora es?
Las ocho – me respondió él besándome en los labios delicadamente.
Mmmmm, que rica manera de despertar, – le dije correspondiendo su beso con otro – ojalá todos mis amaneceres fueran así de dulces. A propósito que decías de nuestros planes pendientes?
Hace dos días reservé una casita rural – me dijo mirándome pícaramente.
¿En serio mi cielo? – le pregunté saltando de la cama –. Que felicidad… en donde es? Hace dos días?
Una pregunta a la vez princesa – me dijo el divertido ante mi actitud infantil –. Reservé una de las que te gustaron en aquella ocasión en que te comenté de las casas rurales españolas, una de la provincia de Guadalajara, la casa río dulce. Y fue hace un par de días porque debía resolver unos asuntos en la oficina; pero ya esta todo solucionado.
Pasar unos días en una de esas casas siempre fue uno de nuestros sueños. Me acerqué a él y no le dije nada, simplemente lo abracé muy fuerte como queriéndole decir gracias por pensar en todo, por ser tan dulce y lindo.
Pensamos en tomar un baño juntos pero eso nos habría retrasado mucho (ya te imaginaras por qué) y al fin nos decidimos por una ducha rápida para salir cuanto antes y tomar camino hacia nuestro pequeño nido de amor.
Que rico hueles… – me dijo mimoso – me muero por comerte las tetas y el chocho de nuevo.
Y yo me muero de ganas de que me las comas – le contesté en un tono meloso y sensual – y de devorarte enterito otra vez, pero ya tendremos tiempo de sobra cuando lleguemos para hacer todas las guarradas que se nos ocurran.
Durante todo el camino (aproximadamente a una hora de Madrid) no hice sino preguntarle cosas sobre todo lo que veía. Parecía una niña pequeña con un juguete nuevo, con la cabeza fuera del coche mirando el paisaje, disfrutándolo todo con ojos nuevos. El también estaba radiante, sin saber si mirarme o concentrarse en la vía, con una sonrisa pintada en la carita que daba gusto mirarla.
Los excesivamente cálidos días de verano estaban pasando. Hacía varios días las tormentas habían hecho su aparición y poco a poco el paisaje otoñal entraba en escena.
Me describió como era la casita pero se quedó corto pues el lugar era una preciosidad. Los que han pasado un fin de semana en uno de esos pintorescos lugares saben de lo que estoy hablando. Era una hermosa casa tradicional completamente de piedra, rehabilitada, rústica por fuera y extremadamente acogedora por dentro, perfectamente dotada de todas las cosas que uno pudiera necesitar, con sauna, jacuzzi y chimenea. Situada en la parte alta del pueblo junto a la iglesia (como para tocar el cielo mientras pecábamos… irónico y pecaminoso) y que antiguamente albergaba el horno del pueblo. Desde la casa, las vistas del cañón, las buitreras y la arboleda del río son espectaculares. Se observan a los buitres y alimoches volar y posarse en sus nidos a 200 metros de la casa. Es un espectáculo increíble y único.
Un lugar rodeado de naturaleza, paz, tranquilidad, por estar dentro del parque natural hoz del río dulce ¿qué más se podía pedir? Lo mejor de todo era la compañía, no podía estar con nadie mejor. El entorno invitaba al romanticismo y al amor.
Entramos abrazados como una parejita de luna de miel parando cada dos metros para darnos besos apasionados y prolongados, es que teníamos tanto tiempo que reponer que no queríamos desperdiciarlo, lo único que deseábamos era estar pegados el uno al otro.
Lo tomé de la mano y lo llevé sin palabras hasta la habitación. El me tomó entre sus brazos fuertemente.
Te parece si ahora tomamos ese baño a conciencia que no pudimos darnos en el hotel? – me preguntó mirándome con lujuria –. Mira que debo hacerte una inspección minuciosa y detallada y darte una buena frotadita en cada una de las partes de tu cuerpecito…
Es la mejor propuesta que me han hecho en la vida, – le dije – suena deliciosamente tentador.
Ya sin afanes por haber llegado a nuestro destino nos despojamos uno al otro de la ropa y nos recostamos en la cama un ratito mientras la tina se llenaba. Tuvimos que hacer un esfuerzo incontrolable para no hacer el amor antes del baño, pero la espera de seguro valdría la pena.
Cortinas cerradas, velas, agua tibia… casi fría, música suave – Only Time interpretada magistralmente por Enya –, César y yo frente a frente, sumergidos en el agua mirándonos sin decir una palabra, simplemente escuchando y sintiendo la suave música, dedicándonos cada frase, mirándonos casi con adoración, con la fascinación de quien descubre a cada segundo algo nuevo y maravilloso, de quien se enamora nuevamente de su pareja a medida que el reloj avanza.
Estábamos algo separados pegados por las rodillas. Uno de mis pies inquieto empezó a juguetear con sus testículos muy, muy suavemente, resbalando los dedos bajo ellos, sopesándolos, acariciándolos bajo el agua mientras miraba la expresión dulce de su rostro. Tenía los dientes ligeramente apretados y apenas si parecía respirar, ambos concentrados en lo que ocurría bajo el agua y la espuma, en el movimiento de mi pie derecho alrededor de sus bolas. Mi mirada lo acojonaba, lo sabía, al igual que a mi la suya. Sentíamos una especie de desazón interior, una angustia deliciosa, miedo, ansiedad, deseo….
Una de sus manos impregnadas de espuma se deslizó por mi brazo, desde el dedo índice hasta el codo. Hasta el último de mis vellos corporales se erizó con la leve caricia de su mano y su contacto visual, por lo que dejé sus bolas por un momento y nos acercamos, nuestras piernas se enredaron y nuestros sexos quedaron frente a frente. Ahora eran sus dos manos las que subían por mis brazos, mas fuertemente, no con brusquedad sino con pasión, con premura, desde los codos hasta los hombros, enjabonándome y acariciándome, tomándome luego por el cuello, sus dedos pulgares en mi barbilla halando un poco hacia abajo para obligarme a abrir la boca.
El miraba mi boca entreabierta mientras la suya se hacía agua. En ese instante mis labios húmedos eran para el como una fruta exótica y jugosa que se moría por saborear.
Lentamente nuestros rostros se acercaron mientras cerrábamos los ojos, entregándonos ciegamente a ese beso que nos queríamos obsequiar. El deseo hacía que nuestros labios estuvieran completamente inflamados, hinchados de amor y desesperación, de lujuria, al resbalarse el uno en el otro en besos que se extendían más allá de nuestras bocas, al mentón, nariz, mejillas y ojos del otro.
Sus manos seguían en mi cuello y rostro acariciándolo. Las mías por su parte sobaban su pecho, mis palmas se apoyaban por completo en el masajeándolo en forma circular e incluso apretando fuertemente sus tetillas entre mis dedos índice y corazón lo cual al parecer le gustaba pues gemía levemente.
Siéntate encima de mí – me dijo quedamente al oído.
Me incorporé y el bajó sus piernas cerrándolas un poco para hacerme espacio. Me senté a horcadas encima de ellos frotando ligeramente mi sexo contra el suyo, fundiéndome en su cuerpo con un abrazo. Nuestros besos se agitaron, aumentaron su velocidad y las manos de uno apretaron el cuerpo del otro como si soñáramos ser uno solo.
Oh, César – gemía yo mientras sus labios se hundían en mi cuello.
Era insoportable sentir su polla crecer bajo mi sexo, sentirla dura, tiesa junto a mi concha y no introducirla de inmediato en ella… pero nada como esa ansiedad irresistible que sentíamos en ese momento. No lo hacíamos desde la noche anterior y deseaba sentirlo más que nada en el mundo.
Durante todo el camino hacia el pueblo habíamos reprimido las ganas de parar en cualquier lugar para amarnos, ahora no queríamos que la palabra reprimir estuviera mas en nuestro diccionario. Me incorporé mas aún para que mi conchita se devorara su verga y esta entró fácilmente. Lo tenía a mi merced, envuelto en mis piernas y en mis brazos, apretado contra un rincón de la tina, tomando el control en ese momento acabándolo a besos. Sus manos se deslizaron por mi espalda suavemente gracias a la espuma y tomándome por las caderas me ayudaba a subir y bajar deslizándome por su polla. Luego esas mismas hábiles manos se deslizaron por la raja de mis nalgas acariciándome el ano, sin introducirme ningún dedo aún.
Yo temblaba de la cabeza a los pies como si fuera mi primera vez mientras nuestras lenguas y piernas se enredaban aún más. Nuestras manos corrían resbalándose ágiles y yo me movía como loca encima de el, de arriba abajo y viceversa, en círculos sin detenerme ni un momento en un movimiento frenético que ni yo misma podía medir. Minutos después me anunció que se corría, no podía controlarlo más, yo no me detenía, era demasiado insoportable como para resistirlo. Sentí su calor en mi interior y reposé algo cansada inclinando mi cabeza en su hombro mientras nuestra respiración se regulaba.
Te deseo tanto mi amor – me dijo – vamos a nuestra cama para estar más cómodos.
Nos salimos de la tina y nos quitamos uno al otro la espuma de la piel con una toalla. Luego me tomó de la mano y nos fuimos a la cama en donde nos tumbamos de medio lado, frente a frente y nos abrazamos de nuevo. Metí una de mis piernas entre las suyas y el me envolvió con su pierna a la altura de mis caderas. Así estuvimos varios minutos simplemente mirándonos y hablando tonterías. Nos acercamos lentamente para besarnos de nuevo sin prisa y sensualmente, estirando cada labio, succionando la lengua del otro con dulzura.
Bajó una de sus manos hasta mi cueva y comenzó a masturbarme con su dedo corazón ejerciendo suave presión circular sobre mi clítoris. Me mordí el labio inferior, estaba muy caliente pues aún no me había corrido y mientras me tocaba movía las caderas hacia su mano. El miraba alternativamente mi cuerpo en movimiento y mi cara de placer. Mis ojos estaban cerrados y mi boca entreabierta, respiraba con dificultad y más a medida que la velocidad de sus caricias aumentaba. Sus dedos ahora se perdían en mi interior, se lubricaban con mis abundantes flujos y volvían a salir para continuar su masaje por mis labios exteriores y mi clítoris. Su boca se apoderó de uno de mis pezones y se mantuvo allí hasta que me corrí en medio de intensos espasmos y gemidos.
Me incorporé sin mediar palabra y hundí mi cabeza entre sus piernas apoderándome de su verga con mi boca. Estaba tan agradecida que solo deseaba devolver los favores caricia con caricia y que cavidad mas suave, húmeda y cálida que mi boca. Su polla no tardó en alcanzar su máxima expresión entre mis labios y cuando sentí aparecer sus fluidos preseminales detuve la felación unos segundos para esparcirlos por la punta como ya era mi costumbre. Me la metí en la boca de nuevo, solo el capullo mientras mis manos acariciaban el tronco y las bolas. Me olvide de lo que era ir despacio, quería probar su leche, que se corriera ya en mi boca, en mi cara, entre mis tetas, donde quisiera, ver salir ese líquido blanco mientras observaba su cara de placer, sus ojos cerrados, sentirlo mío y rendirme a el. Un par de minutos después sus gemidos me anunciaron que llegaba, no me detuve, al contrario aumente la velocidad de mis lametones en el glande y a lo largo de su verga hasta los huevos sin detener la meneada con una de mis manos, mas y mas aprisa, mis movimientos y sus gemidos hasta que sentí su primer chorro golpear mi lengua; abrí la boca y me separé un poco acabando de ordeñarlo. Los otros dos pequeños chorros impactaron mi barbilla y mi boca de nuevo. Era tan tibio y delicioso que me relamí, solo me limpié un poco la parte baja de la barbilla y lo besé en los labios compartiendo el sobrante. Aún continuaba empalmado supongo que en parte por no haberse derramado en mi interior.
Me acosté sobre el, piel a piel sin que tocaran las sábanas, mi pecho en su pecho, mis piernas en las suyas, apoyada tan solo en mis codos. Sus manos se apoderaron de mis nalgas y las mías de sus hombros por debajo de sus brazos para atraerlo mas a mí. Me levanté un poco para ayudarlo a que me penetrara de nuevo, no pensaba dejarlo en paz por ahora. Su verga apuntó a la entrada de mi vagina y comenzó a entrar lentamente y en esos segundos el tiempo casi se detuvo, el viento dejó de soplar, el mundo afuera y adentro de esas paredes permaneció en silencio salvo por un murmullo apenas perceptible en nuestras gargantas, casi incluso dejamos de respirar mientras su cuerpo entraba en el mío.
Por fin entró por completo y al unísono soltamos un suspiro como de alivio… no sabría describirlo salvo diciendo que casi siempre vamos conjuntados en todo. Iniciamos el consabido, inevitable y delicioso movimiento circular de nuestras caderas, despacio, con algo menos de desenfreno que unos momentos antes y que la noche anterior pues nuestros cuerpos comenzaban a conocerse, a aprender cual era el ritmo más placentero y adecuado para ambos.
Su pelvis rozaba mi clítoris en cada pasada, apenas podía creer lo que estaba sintiendo, minutos después estaba a punto de un nuevo orgasmo, tenía al hombre mas maravilloso del mundo debajo de mi y todo un fin de semana para disfrutarlo. Todo ese placer se junto en un nuevo delicioso y estruendoso orgasmo que me hizo gritar y apretarme aún más a su cuerpo. El verme dar rienda suelta a mi placer sin ningún tipo de inhibición le encantaba a él, no podía resistirlo, segundos después me inundó de nuevo con su calor.
Caí exhausta sobre su pecho, respirando con dificultad, sudorosa y satisfecha, escuchando el agitado palpitar de su corazón. Me tumbé a su lado y dormimos un par de horas. Yo estaba especialmente cansada, desvelada aunque con una placidez que no sentía hacía mucho tiempo. Entre sueños sentía sus caricias por mi cabello, cuello y espalda.
Nos levantamos hacia mitad de la tarde y decidimos salir un rato, para comer algo pues ni siquiera habíamos desayunado y para disfrutar del paisaje, no todo podía ser sexo, había que guardar las apariencias…. El resto de la tarde practicamos algo de pesca deportiva y senderismo, observamos las aves protegidas tomando fotografías, como recuerdo de ese día que hasta ahora había sido perfecto. No podían faltar las excursiones culturales (Románico Rural, Arquitectura Negra y Arqueología) ni los besos y abrazos cada diez metros que no hacían más que encendernos como un par de fosforitos.
Tratamos de disimularlo pero ambos deseábamos regresar a la casita, nuestras miradas nerviosas de reojo nos delataban. Como tontos temíamos que el otro pensara que solo queríamos sexo y en gran parte era así pues el sexo es la máxima expresión del amor, no había nada malo en desearnos como lo hacíamos. Deseaba cuidarlo y protegerlo y sentirme acunada entre sus brazos.
Regresamos después de la cena y nos metimos desnudos bajo las sábanas como la cosa más natural del mundo, como si lleváramos años compartiendo esa habitación. Una de sus manos se apoderó de nuevo de mis nalgas y uno de sus dedos tanteo suavemente mi ano. En silencio me estaba haciendo una pregunta y yo solo debía responder. Quería penetrarme analmente y yo también lo deseaba aunque con un poco de temor.
Me acosté boca bajo sobre un par de almohadas pues las rodillas me temblaban como para sostenerme en cuatro. El por su parte se acostó encima de mí y pegó su pecho a mi espalda. Mi respiración estaba muy agitada y ambas manos se aferraban a las sábanas como si esperara una tanda de azotes.
Tranquila princesa – me dijo tratando de calmarme – lo haremos muy lenta y suavemente, si algo te molesta me dices y paramos.
Yo asentí con la cabeza y entonces el se incorporó un poco y comenzó a bajar por mi cuello y espalda besándome sin afanes, con sus labios y lengua. Su polla estaba cómodamente instalada en el canal entre mis nalgas y sus manos apoyadas en mi cintura.
A medida que me besaba me iba relajando y soltando la sábana que tenía agarrada. Minutos después llegaba a su objetivo: mis nalgas, las cuales recibieron una buena dosis de besos y lametones. Posteriormente las separó con ambas manos y se hundió entre ellas con sus labios primero y luego con la punta de su lengua. Para este momento mis nervios habían desaparecido por completo y me dejaba llevar por la situación tan deliciosa de sentirlo lamer mi "puerta trasera" y mas de la manera en que lo hacía, con suavidad y devoción como si mi culo sonrosado fuera su plato favorito el cual quería degustar sin afanes.
Sus dedos reemplazaron su lengua y mientras hurgaba esta vez mi vagina me besó en los labios con indescriptible pasión, mordiéndolos y halándolos hasta casi hacerme daño. Sin duda lo que acababa de hacerme lo había dejado supremamente encendido y a mi ni se diga, no estaba caliente sino hirviendo. Me tenía donde se le daba la gana, a punto de ebullición.
Los movimientos de dos dedos en mi vagina aceleraron y de allí comenzaron a pasar a mi culo para lubricarme con mis abundantes flujos vaginales.
Dámelo ya mi amor – gemía yo – quiero tenerte.
Mi gemido fue la gota que derramó el vaso y ni corto ni perezoso apuntó su verga a mi culito ya dilatado y de un solo golpe entró el glande. Lo dejó allí quieto, no retrocedió mientras ambos nos acostumbrábamos a la nueva situación. Yo trataba de vencer mis ganas naturales de apretar tratando de relajarme. El arrodillado entre mis piernas me tenía fuertemente agarrada por las caderas, no me soltaba y yo intentaba mirarlo por encima del hombro.
Sigue clavándome César – gemí de nuevo intentando pegarme un poco más a él a pesar de mi dolor.
El continuó avanzando por mi estrecho canal de placer lentamente hasta llegar al final. Luego comenzó a moverse y yo me enloquecí, no podría creer que en verdad lo estaba disfrutando. Me moví hacia atrás hasta quedar en cuatro, como una perrita, posición en la cual podía corresponder plenamente sus movimientos. El me agarraba las tetas desde atrás, halándolas y sobándolas para regresar de nuevo a las caderas. Me sostuve con una mano mientras con la otra me masturbaba, ambos gemíamos, casi gritábamos pero nada nos importaba, solo el goce, el placer, el disfrute, bebernos el uno al otro hasta la última deliciosa gota, amarnos hasta mas no poder, ser uno solo. En ese momento no tuve uno sino dos orgasmos seguidos, largos y fuertísimos, cuyas contracciones provocaron que el también se corriera, había sido sencillamente espectacular.
Nos acostamos de nuevo frente a frente para disponernos a dormir, ya oscurecía y el día había sido agitado, además nos esperaba otro día de intensa pasión. Antes de cerrar los ojos hablamos un poco.
Alguna vez te dije que eras en un 99.9% mi hombre ideal, lo recuerdas? – le dije mirándolo con dulzura en la penumbra.
Si, lo recuerdo – me contestó el intrigado.
Nunca me preguntaste por el 0.1% restante – le dije – y creo que te imaginaste que era porque estabas lejos o eras ajeno.
La verdad sí, pensé que era por una de esas razones. No es así? – preguntó.
No – le contesté categóricamente –. Era porque aún no había habido contacto físico. Para mí, y se que para ti también, el contacto físico es importante y algo me decía que si te tocaba aunque no fuera genitalmente hablando…
Jejeje… – se rió el.
En ese momento sabría si eras o no eras. Además presentía que no iba a poder dejarte ir nunca más.
Y después de que nos hemos tocado mil veces en todas las partes posibles… qué piensas? – me preguntó.
Espero que este beso conteste tu pregunta… – le dije acercándome a él.
Lo besé profundamente y pensé que aunque el concepto del hombre ideal está mandado a recoger, con la palabra ideal definía lo que significaba César para mí. Es como si toda la vida hubiera buscado llenar un vacío y por fin hubiera encontrado a alguien capaz de colmarlo. No quiero decir con esto que el es perfecto sino que puedo verlo en toda su dimensión, aceptando sus virtudes y defectos. Además los príncipes azules ya se fueron con Cenicienta, Blancanieves y Rapunzel.
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