Mi cuerpo ardía en fiebre mientras el exterior se congelaba en 39º y 1º, respectivamente. Tiritaba… Sólo frías paredes “me cobijaban”, y para empeorar todo, mi ángel estaba perdido, desorientado, pero con el firme compromiso de venir a conocerme y más…
Debería llegar a él, so pena de no verlo. Así que hice un esfuerzo por levantarme de cama, arroparme todavía más y salir en su búsqueda.
El contacto con el exterior fue un choque violento de fuerzas desequilibradas, mi fiebre versus la gélida intemperie, pero al fin pude llegar al laberinto donde estaba atrapado mi ángel.
Por la descripción hecha, di con el auto. A medida que me aproximaba mi corazón fue dando vuelcos, tiritaba aún más, pero ya estaba ahí. Abrió la portezuela y con una amplia sonrisa me invitó a subir. Pero, ¡qué ángel! Agraciado, aperlado y atlético el mancebo ¡sin alas! Mi lamentable estado y apariencia lo sorprendieron, pero sólo por escasos momentos para luego sonreír y preguntar cómo me sentía. Encendió el motor y comenzó a conducir. Lo fui guiando hasta llegar a casa sin dificultad, pese a la fiebre.
El desorden, la humedad y otras agravantes de la virtual hielera por casa, incomodaron al ángel, pero recuperó el aplomo otra vez. Pasamos directamente a la recámara… Aunque lo invité a que se aproximara, aseguró que no tenía prisa y que tomaría su tiempo. Mientras tanto, yo me recosté porque materialmente no podía más…
Mi conversación, bajo el efecto de la fiebre, pareció envolverlo. Poco a poco fueron cayendo sus barreras. Agradecí su visita e interés y a partir de ese momento se levanta para acomodarse a los pies de mi cama. Así era mejor porque lo menos que deseaba era contagiarlo.
La proximidad de su cuerpo con mis pies fue un bálsamo frente al frío. Sus delicadas, pero al mismo tiempo varoniles y diestras manos abrazaron mis pies. Después de mantenerlos asidos contra sí durante varios minutos, como para darles la oportunidad de calentarse, prosiguió con el ritual de desvestirlos lenta y suavemente, hasta despojarlos de tres calcetas que pretendían en vano abrigarlos. Advirtió que permanecían fríos y temblorosos, pero que le gustaban. Yo también disfrutaba la sensación, pero apenas era el comienzo…
Al mismo tiempo, me sentía avergonzado y atontado por la fiebre, pero ¡ay dolor! El contacto de su boca, labios y luego de su lengua sobre mi hipersensible planta y entre los dedos de los pies pareció el acabóse, pero no aún. Sin embargo, gemí, reí y me contorsioné como culebra.
Instantes después, mis pies sintieron la enhiesta virilidad del ángel y perdí el frío en definitiva cuando comenzó a mordisquear mis plantas y no sólo eso hacía, sino que también se auto complacía. Creí estar a punto de convulsionar, pero el ángel se regó como cualquier mortal y el dulce suplicio cesó…
¿Por qué llamarle ángel y no simplemente fetichista? Por varias razones. Para empezar, era el día más frío de la temporada invernal, estaba sólo, enfermo, con fiebre, y víctima reciente de un amor efímero y mal correspondido me encontraba sin duda en el umbral de la depresión… Así que alguien tan especial, cuidadoso y sutil que se presenta intempestivamente con insólita afición capaz de revertir toas las dolencias físicas y morales no se le puede llamar de otra manera.
Además, no me enamoré de él, tampoco lloré su inminente partida, pero ¡quisiera otra vez al ángel a mis pies si pudiera!
FIN