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Categoría: Incestos

Por la unión de la familia (4)

CAPÍTULO 4



El final de las Navidades1995-96, tras quedarse atrás la Fiesta de Reyes, devolvió a casa al  padre y la hija pródigos, que arribaron, por fin, hacia la media tarde del día 8 de Enero, tan campantes los dos, más frescos que una lechuga, como si nada fuera de lo común hubiera sucedido en esos días y noches de ausencia y, desde luego, con claras intenciones de proseguir, bajo el techo familiar, “fartabe” más, el  idilio que papaíto y su nenita iniciaran en la misma noche de Fin de Año-Año Nuevo… Y es que, para ninguno de ambos quedaba duda alguna de que, lo mismito que entre ellos, padre e hija había sucedido durante sus días de ausencia, también pasó entre la tierna mamita y el “maromo” de su niño, el Alvarito, que también ellos habían pasado esos días y noches sin salir de la cama, follando como monos.



En fin, que si Emilio apareció por su  casa bastante más comedido que parlanchín en su verborrea, pus a buen entendedor bastan pocas palabras, amén de que, en ciertos asuntos más que conocidos, “huelga dar cuartos al pregonero”, su nenita, Carla, llegó hablando hasta por los codos de lo que habían sido esos divinos días con su ”popó”, que, según la interfecta, apenas si habían salido de la cama, lo justo para reponer fuerzas con los desayunos, almuerzos y cenas que se hacían servir en la habitación, consumidos, mayormente, en la cama, sin salir las más veces de ella, entre follada y follada que compartían. Vamos, que la nena estaba más que coladita por su papito, el bueno de Emilio, que, según decía a su madre, era una incansable “máquina” follando, algo así, como noticias frescas para su mami, que bien que se sabía cómo se las gastaba su todavía legal marido en tales menesteres, sólo que ya, a ella, se la traía al fresco, que dese esa noche que unió 1995/96, ni loca, ni “harta vino”, se avendría a reverdecer viejas glorias sexuales con el  susodicho



Al final, una vez que cantó mil y una veces las excelencias séxicas de su señor padre, se molestó en interesarse por cómo le había ido  en esos días a su mamita con su hermanito de su alma



·         Y a ti, mamá, cómo te ha ido con mi hermano, con Álvaro… ¿Estuvo a la altura de tus esperanzas?... ¿Te folló, te folla, a modo y manera; como a ti te gusta que te lo hagan?



A lo que Julia, sin demostrar el entusiasmo de su hija para con su  padre, respondió con un



·         Bien, hija; bien… Muy bien…



Aunque de notar es que ese “Muy bien”, final, lo dijo con un tono bastante distinto al que usó al decir lo de “Bien, hija; bien”, del principio de su respuesta, brillándole los ojos de emoción, de ilusión. Se acercó a ella, le acarició rostro y pelo, con esa dulzura que sólo una madre es capaz de sacar… Y la sonrió,  aunque, si Carla hubiera sido pelín perspicaz, hubiera notado un halo casi de tristeza en los maternos ojos… Y es que Julia temía, y mucho, por su hija… ¡La veía tan ilusionada…tan “coladita” por el  hombre que era su padre!... Y tenía miedo, miedo por ella, porque aquella relación que tan feliz había empezado, durase poco y su niña sufriera los males del desengaño amoroso… Porque ella conocía, y muy bien, a “papito”, y sabía lo poco, poquísimo, constante que era en sus relaciones amoroso-sexuales…



El tiempo, que nunca se detiene, siguió transcurriendo para todos, semana tras semana, mes tras mes, hasta llegar las fechas de los exámenes de las Oposiciones que Álvaro preparaba; en principio, las esperaban para Marzo-Abril, máximo, primeros/mediados de Mayo, pero finamente no fue sino a primeros de Junio cuando se celebraron. Las aprobó, y las de Oficial de Justicia, además; cuando llegó a casa con la noticia, su madre, Julia, saltó de contento, rió y casi bailó de júbilo, loca, sí, loquita de alegría. Ella reía a todo reír, más feliz que una perdiz, que suele decirse por España; más feliz, seguramente, que en su vida lo fuera; también Álvaro reía con ganas, abrazándola, embromándola, alzándola del suelo, girando sobre sí mismo con ella en sus brazos, en vilo, lo que aumentaba y de qué manera, las alegres carcajadas de Julia, hasta que ella, pugnando por deshacerse de él, hizo que la devolviera al suelo, soltando entonces este casi exabrupto



·         Esto hay que celebrarlo, cariño; saldremos una noche, esta noche misma, a cenar y bailar los dos… Y, sepa Dios cómo acabaremos… ¡Ja, ja, ja, lo mismo en la cama!…



Álvaro, entonces, se puso un tanto serio, aunque sin que la sangre llegara al río; vamos, que hasta ponerse adusto, como un juez, mediaba un trecho más largo que un día sin pan, que también solemos decir, decíamos, al menos, los españoles. Y en tal tesitura de casi seriedad, respondió así a la salida de su madre



·         Tranquila, Julia; tranquila. Sí, iremos a cenar y bailar, pero luego, nos volveremos a casita y “cada mochuelo a su olivo”, tú a tú cuarto y yo al mío, como dos niños buenos…



Y Julia fingió hacer “pucheretes” como niña pronta a echarse a llorar



·         ¡Eres malo; muy, muy malo conmigo!... Con lo que yo te quiero y tú no me quieres nada… Me rechazas, no quieres hacerme “cariñitos”



·         No es eso Julia…madre; y tú lo sabes… Eso, hacernos “cariñitos”, como tú dices, es mi máxima ilusión… Por eso, trabajo como trabajo, estudio como estudio, para alcanzar una posición económica digna de ti…para poder tenerte como mereces que se te tenga, como una reina… Pero es pronto, querida mía; es pronto aún para eso… Todavía no tengo la necesaria base económica Tranquila, mi amor, tranquila, que todo llegará…



Y, por su propia iniciativa, la besó como el hombre enamorado que era, en los labios, buscando su boca, su lengua, a lo que ella se prestó de la mejor gana, abriéndole su boca, saliendo, con su lengua, a recibirle con, realmente, bastante más cariño que pasión; cariño de madre que en tal manera se expresaba, en un beso más propio de hombre y mujer que de madre e hijo… ¿Con amor de mujer  enamorada?... Pues quién sabe… A lo mejor sí, a lo peor no.



·         ¡Bah!... No te preocupes Álvaro, cariño mío… Fue más una broma que otra cosa… ¿Sabes lo que te digo? Que si me hubieras recogido el guante llegando a todo lo que te  ofrecí, lo más seguro es que, a la hora de la verdad, me hubiera “rajado”… La verdad es que  no estoy segura de nada… Me atrae eso de que vivamos juntos, conyugalmente, como marido y mujer, esposo y esposa, pero, al propio tiempo, me echa pa’tras pensar en llegar a todo; me da miedo… Aún me da miedo hacerlo…



Y ahí quedó, de momento, el asunto. Pero también sucedía otra cosa. Sí, tenía aprobadas las oposiciones, de facto, ya era Oficial de Justicia…pero sin plaza, lo que, económicamente, era un cero a la izquierda, pues mientras no le asignaran puesto en un Juzgado no  cobraría un puñetero céntimo, y eso, tener destino, podía tardar meses y meses en llegar; legaría, sin duda, pero podría retrasarse hasta un año…más del año, incluso.



De momento, lo que tenía eran las mañanas libres y decidió usarlas para asentarse un futuro más sólido, de más nivel social y económico que el de oficial; secretario de Justicia, juez incluso. Pero para eso era necesario tener la carrera de Derecho. Él tenía el Bachiller, pero para entrar en la Universidad eso no bastaba, había que tener también la Selectividad. Y por ahí empezó, por hacer tal curso en la misma academia donde preparara las oposiciones a Justicia. Pero también pensó en mejorar su nivel laboral actual haciéndose Vigilante Jurado, curso que podía hacer en la misma empresa de seguridad para la que trabajaba, pero pagándoselo de su bolsillo. En fin, que alternó lo de la Selectividad con el curso de Vigilante.



Y así, en esa nueva rutina, los meses fueron discurriendo hasta llegar Septiembre con los exámenes, las pruebas, de acceso a la Universidad y al título de Vigilante Jurado; y Álvaro sacó adelante ambas cosas. De inmediato, comenzó a ejercer como Vigilante Jurado en una gran superficie comercial por las  mañanas, más otras dos horas, de cuatro a seis de la tarde, en un polígono industrial del extrarradio, pues  de siete a diez  de la noche asistiría a clase en una Universidad, la Complutense, cursando primero de Derecho.



Y de nuevo el paso del tiempo, que se llevó consigo Octubre, Noviembre y casi todo Diciembre, poniendo a nuestros “protas” en las Navidades 1996-97.



La Noche Buena pasó más menos, tranquilamente, en plan familiar hasta podría decirse, con los cuatro cenando en casa, televisión tras la cena y a eso de las dos de la madrugada cada mochuelo a su olivo, esto es, cada cual a su habitación, que en el caso de papá Emilio y la niña Carla era común, con la habitación de la muchacha convertida en tálamo conyugal del padre y la hija. Noche Vieja/Año Nuevo fue muy distinta para ellos cuatro, con el padre y la hija celebrándola en un significado hotel madrileño, donde compartirían habitación esa noche y a saber cuántas más, en tanto que Julia y Álvaro cenaron juntos en casa, tomaron luego las doce uvas al son de las campanadas que saludaron al Nuevo Año 1997 con los inevitables brindis con champán… Y, seguidamente, Julia se quedó sola en casa, pues él tuvo que ausentarse al puesto de trabajo que esa noche tenía, una de tantas macro fiesta que en tal Noche suelen montarse a todo lo largo y ancho de España.



Esa noche fue la más infeliz en toda la vida de Julia. Cuando su hijo se marchó, intentó entretenerse viendo algo de televisión, pero lo único que realmente hizo fue “zapping”, pasando de cadena en cadena sin quedarse en ninguna, sin ver, fijarse, en nada, aburrida y un tanto cabreada por verse así, sola en tal noche… La primera vez que en toda su vida le pasara… Se cansó de aquello, se aburrió como nunca, pero lo que realmente le pasaba es que estaba que bufaba con su hijo, por abandonarla en tal noche… También entendía que eso era lo que debía de ser, que él tenía que trabajar, y mucho, si quería ser algo por sí mismo, y ella le avalaba enteramente en tal empeño; incluso estaba tremendamente orgullosa de su hijo por eso mismo, por emperejilarse como se emperejilaba en lograr lo que quería… Lo que, sin ambages ya, también ella deseaba… Pero qué duro se le hizo eso aquella noche.



Acabó por irse a dormir enseguida, poco más allá de la una de la madrugada, pero la noche se la pasó en blanco, sin pegar ojo ni un instante, dando vueltas y más vueltas continuamente, sin descanso, sin apenas cesar. Le echaba en falta, a él, a Álvaro, a su hijo…su propio hijo. Y no, simplemente, en casa, no, sino allí, en su cama, junto a ella; o mejor, encima de ella o  ella encima de él…como fuera, pero con la virilidad de él, su hijo, dentro de ella; pero que muy, muy, adentro, en lo más profundo de sus entrañas. Sí, le deseaba como jamás deseara a hombre alguno en su  vida; un deseo que, bien, no sabía definir, pues era distinto a todo lo antes sentido por ella… 



¡Y no había ella deseado hombres, machos humanos, ni nada en toda su “pastelera” vida! Montones de ellos, legiones de macho humanos, bien podría decirse, pero como entonces, en esa noche, deseaba a su hijo…sí, a su propio hijo, nunca, nunca jamás. No acababa de explicárselo, pero ahí estaba su “tesorito” echando llamas por todo lo alto, en pavoroso incendio que la consumía hasta el alma. Y la tentación o, mejor, necesidad, fue intensísima, obligándola a hacer lo que pocas, muy pocas veces en su vida hiciera; bajar su mano a su “prendita dorada” para, a mano plana, acariciársela… Pero eso fue peor, pues el incendio interior cobró unas proporciones dantescas, homéricas, por así decirlo.



Estaba desesperada, llamando a gritos a su hijo… Y lo hizo; hizo lo que raras veces antes hiciera, masturbarse, metiéndose no un dedo, sino dos, tres incluso, dándole desesperadamente, violentamente, proporcionándose a sí misma un verdadero sexo duro, durísimo, hasta despiadado podría entenderse… Se provocó  el orgasmo una y otra y otra vez, consecutivas, sin parar, sin solución de continuidad entre unas y otras, en una especie de orgasmo continuado, eyaculando veces y veces, sin parar, a cántaros, cual grifo abierto a chorro… Aulló en alaridos de placer, soltando por su boca lo más procaz, soez, que nadie pueda imaginarse… “¡¡¡Venga, venga, Alvarito, hijito mío, cariño mío, maldito cabrón, cerdito mío incestuoso; dame polla, más, más, polla!!!”… “Aaagg”… “Aaagg”… “Aaagg”… “¡¡¡Fóllame, cabrón, cabronazo; fóllate a tu madre…a tu puta madre, bien, bien follada...hijo de puta…maldito hijito mío, maldito hijito de la puta de tu madre!!!”... 



Pero todos esos orgasmos, todas esa consecutivas venidas que se provocaba y gozaba, no alcanzaban a apagar ese intenso fuego, esa horrenda hoguera que la devoraba en cuerpo y alma, pues por mucho que eyaculara el ansia que la dominaba no cedía un ápice, sino que más bien, crecía en inusitados puntos…



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Las Navidades pasaron, quedaron atrás, y la vida volvió, de nuevo, a la normal y, a veces, aburrida cotidianeidad, desgranándose día a día los de Enero de 1997, para, ya a fines de mes, variar la vida de Álvaro cosa fina, pues, al fin, le asignaron juzgado, y nada menos que uno de los de la Plaza de Castilla, uno de los Juzgados Centrales de Madrid. Acabó Enero y Álvaro cobró su primer sueldo del Estado, y entonces introdujo una variante que, casi de inmediato, significó un giro copernicano en su vida.



La cosa fue que decidió independizarse totalmente de la tutela paterna, largarse de casa para habitar un pisito de soltero; un estudio, que antes se decía, con una sola habitación que de día era estar, comedor y cocina, todo en una pieza, y de noche dormitorio, gracias a un sofá cama, más un baño casi completo, pues en vez de bañera tenía plato de ducha; además, se lo buscó muy en las inmediaciones de la plaza de Castilla, en la barriada de Tetuán, calle Capitán Blanco Argibay, semiesquina a Bravo Murillo, a tiro de piedra de los Juzgados Centrales, a diez, quince minutos a pie. 



Y claro, cuando le dio a su madre la nueva, que se iba de casa para vivir por su cuenta, ella se derrumbó, echándose a llorar como una magdalena, pues él era lo única razón de su vida y, al perderle, ya nada tenía interés para ella. Y le planteó con toda claridad lo de empezar a vivir juntos, aunque sólo fuera como madre e hijo, no como pareja conyugal, si él así lo prefería.



Álvaro intentó negarse, zafarse de ello, aduciendo que todavía no podía mantenerla como él quería; no como su padre la tenía, claro está, pero mucho mejor de lo que en esos entonces podría.



·         Mira cariño, amor; hace un año te dije que si aceptaba dejar a tu padre e irme contigo, de qué viviríamos; con qué medios podrías mantenerme, mantenernos a los dos. Entonces eras un vago, sin oficio ni beneficio; hoy ya no  lo eres, sino que dispone de empleo fijo, medios para poder vivir los dos juntos. Yo, mi amor, para vivir y  ser feliz, dichosa, no necesito lo que tu padre me da; desde que, en cierto modo, estoy contigo, soy mucho más feliz, muchísimo más dichosa que nunca lo he sido, porque de ti recibo lo que él nunca nadie me dio: Amor, cariño. Ahora, desde la noche de Año Nuevo 1995-96, me siento querida, amada… Querida como madre, amada como mujer; tengo lo que nunca he tenido, amor… ¡Y eso que no “lo” hacemos, ja, ja, ja, que si lo hiciéramos!...



Y le contó lo de la reciente Noche Vieja/Año Nuevo, cómo le añoró, le deseó…cómo se masturbó pensando en él, deseándole, como jamás deseara a hombre alguno… Y el pobrete de Álvaro sudaba tinta, hasta sangre, si ello le fuera dado. Al fin fue capaz de decirle



·         ¡Dios, Julia!... Pero, ¿qué dices?... ¿Estás segura de querer eso; quererlo ahora?



·         En mi vida he estado más segura de algo que ahora lo estoy de lo que te digo… Créeme, amor… ¡Te quiero, te quiero, te quiero!... Te amo, amor mío… ¡Dios mío, te amo, te amo, te amo!... ¡Amo a mi hijo, Dios, Señor mío; amo a mi propio hijo,  al hombre que él es!... ¡Dio, Dio, Dios!... ¡Qué Él me perdone, nos perdone a los dos por amarnos como nos amamos!... Pero, cariño, no lo buscamos, no lo  quisimos… Vino  sin quererlo, sin  buscarlo… Por mi parte, hasta temiéndolo, dándome miedo dar el paso…y un miedo cerval,  además… Pero sucedió, me enamoré de ti, vida mía; con toda mi alma, todo mi ser…toda yo…



·         Pero Julia; tú estás hecha a una vida que yo, hoy día, no puedo darte; aún no… Con tiempo, creo que sí podría… No, desde luego, como padre te tiene, pero sí lo suficiente para que no eches tanto en falta lo que con papá tienes…



·         Cariño mío, estás muy equivocado respecto a mí; lo que deseo, lo que necesito para vivir. Te lo he dicho antes: En este año, poco más de un año que, en cierto modo, llevamos juntos he sido más feliz que nunca; más dichosa que jamás antes lo fuera. Mira amor, lo de gastar el dinero de tu padre a manos llenas en cosas fútiles, inútiles, superfluas, pero muy, muy caras; vestidos, abrigos, joyas, perfumes, todo más que selecto, más que exclusivo… En realidad, todo eso me sobra… Era con lo que intentaba llenar un vacío interior insondable, pero que nunca se llenaba, que siempre me sentía vacía y, sobre todo, sola, tremendamente sola en medio de tanta, tantísima gente. Eso, desde que te tengo, ya no existe: Ni me siento vacía ni, mucho menos, sola…



Julia calló un momento, tomando aliento. Había hablado con toda la pasión de su ardiente feminidad, con el corazón en la mano…en su boca, conservando aún su cara encendida, roja como la amapola, y su respiración jadeante, entrecortada. Y a Álvaro le pareció que nunca, pero nunca jamás, la vio así de radiante, así de espléndida. Estaba casi anonadado ante tan bravía mujer, tan soberbia hembra humana… Y se sintió encogido, pequeño, muy, muy, pequeño ante semejante pedazo de mujer… Por fin, Julia prosiguió



·         Mi  amor, con ese sueldo que dices que para mí no es nada, mucha, muchísima gente vive; familias enteras, con varios miembros, algunas, hasta cinco… ¿Es que no vamos a ser capaces de vivir, con eso, los dos solos? Ten confianza, fe en mí; sabré hacer llegar, lo que puedas darme, a fin de mes, con todos los gastos cubiertos; ya verás, sabré tenerte, con lo que puedas darme, hecho un pincel, bien comido, bien vestido… Hasta haré que nos sobre un poquito para darnos, de vez en cuando, “una alegría pal cuerpo”, “una canita al aire”, saliendo a cenar y bailar alguna que otra noche… Y seremos felices, los dos juntos; siempre juntos, fundidos los dos, tú y yo, en un solo cuerpo, una sola alma…



Julia seguía enteramente alterada, exultante, exaltada, con las mejillas rojas como la grana y un brillo más que especial en sus ojos… Ella, hablando, hablando, se le había arrimado más que mucho, metiéndole los senos hasta el alma, estrellándoselos en el masculino pecho, con unos pezones que él notaba duros como piedras, enhiestos como pitones de Miura, corniveleto y astifino, con sus brazos rodeándole el cuello en más que prieto, prietísimo, abrazo que no parecía sino que ella quisiera fundirse con su hijo en un solo, único cuerpo hacer de ambos cuerpos uno solo. Como solía, estando informalmente en casa, la comodidad ante todo, se cubría con una sencilla bata de casa en seda natural de liviano tacto que, perfectamente, imitaba la suavidad de  y el calor  de la femenina piel; abierta de arriba abajo, con sólo un ceñidor en la misma seda que constituía la bata y, como en ella era, digamos, clásico, sin más prendas, bajo la bata, que la minúscula braguita tanga, cómo no, negra, con encajes en transparencias, como habitualmente solía usar.



Álvaro notaba todo  eso, la calidez del cuerpo exuberante de la mujer que su madre era, sus naturales efluvios, ese  aroma que el cuerpo femenino, por naturaleza, exhala, metiéndosele dentro…muy, muy adentro, por todos los poros de su cuerpo, embriagándole esa fragancia de mujer más, mucho, muchísimo más, que el vino, el licor más fuerte. Y no pudo  más; quiso, se empeñó incluso, en mantener su estoicismo, que todo eso le resbalara, le resultara casi ajeno…



Sí, quiso, y denodadamente, no rendirse ante ese cuerpo de odalisca, pero no pudo, le fue imposible, naufragó en toda la línea. La deseaba como jamás deseara a mujer alguna; como, ni a ella misma, la hubiera deseado antes…y mira que no la había deseado desde que se sintió subyugado por ella… Pues ni como en sus más desenfrenados momentos anteriores la deseara; loco, loquito del todo estaba por su Julia, su madre, su propia madre, sí. Pero es que, si él deseaba a la mujer que era su madre, ella no se quedaba atrás deseándole a él, al hombre que su hijo, su propio hijo, era. Le deseaba con ansia, con frenesí… Como en la pasada Noche Vieja le deseara, o, tal vez, aún más



Álvaro, loquito perdido, sin poder atender ya a raciocinio alguno, casi saltó sobre su madre, abrazándola frenético perdido, buscando la femenina boca, la femenina lengua, su saliva, su aliento mismo, como sediento en medio del desierto buscaría un odre, una fuente, un manantial de agua…y la encontró, pues Julia, ansiosa y solícita, solícita y ansiosa, de su hijo, le salió al  encuentro, abriéndole al punto su boca, saliendo su propia lengua a recibir al huésped en busca de posada. Se besaron como si en ello les fuera la vida, aferrándose el uno al otro cual naufrago a tabla salvadora, mordiéndose los labios hasta rasgarlos, hasta hacer brotar la sangre… Aquello era la locura hecha ardiente, candente, pasión, teñida, casi a partes iguales, del más primitivo deseo macho-hembra en lo más álgido de su celo, cariño materno filial llevado al límite de lo que una madre puede querer al hijo, el hijo puede querer a la madre pero también del amor hombre-mujer desesperadamente enamorados él de ella, ella de él.



Mientras se besaban se acariciaban, mutuamente, con toda ternura, toda dulzura, perro con una salvedad que enseguida introdujo él, Álvaro, al bajar su mano diestra a los senos maternos, tomándolos, acariciándolos, ora uno, ora otro, arrancando así a su madre los primeros suspiros, gemidos casi, de placer. Pero Álvaro, ya lanzado, cuesta abajo y sin frenos, quería más, mucho, muchísimo más; y le soltó el cíngulo que ceñía la bata, soltándola, abriéndola de par en par; y ante él surgió el cuerpo de su madre, cubierto sólo por la exigua braguita-tanga.



Y sin pensarlo ni un segundo, se lanzó sobre la ambrosía de los maternos senos, esas cántaras de arrope y miel, lo más dulce del universo mundo, al menos para él, el éxtasis de todas las dulzuras que imaginarse pueda nadie. Los besó, los lamió, una y otra y otra vez, besando, lamiendo y chupando, succionando, bien, pero que bien, los pezoncitos de ambos senos, pasando del uno al otro, del otro al uno y vuelta a empezar.



Y qué decir de Julia, henchida de dicha, gimiendo de gozoso placer urbi et orbe, a todo trapo, acariciando la cabeza, el cogote, de su hijo, empujándole dulcemente hacia sí misma, contra sí misma, pidiéndole que siga, y siga, y siga



·         ¡Así, mi amor, así! ¡Chúpale las tetas a tu madre, los pezoncitos, mi amor, mi vida! ¡Así, así, corazoncito mío; no pares, mi amor, mi cielo, sigue, sigue chupándome, cariño mío!



Pero aquello ya para ella, Julia, no era bastante; su femenino interior era ya como un volcán presto a entrar en erupción, necesitada, pues, de alivios urgentes, que ella demandaba, de todas-todas, casi a voz en grito, de su hijo 



·         ¡Cariño mío, vidita mía, llévame ya a la cama; te necesito, mi amor, te necesito dentro de mí! ¡Vamos, amor mío, vamos, no me hagas esperar más!



Álvaro, de momento, no respondió a su madre; se limitó a suspender las atenciones dedicadas a los maternales senos, para acariciarla con suma delicadeza, todo él dulzura, cariño, sin ápice de sexualidad.



·         ¿Sabes Julia?... Tendrás que esperar un poco; lo justo para cambiarte, ponerte lo imprescindible para salir a la calle y llegar a casa… A nuestra casa, nuestro hogar desde esta misma ya casi noche…



Julia se quedó un instante como parada, como si no supiera bien que hacer, pero eso fue, solamente eso, un instante, algún segundo, tras lo cual dio un besito, un “piquito” más que fugaz a su hijo, su marido ya a todas luces, diciéndole



·         Dame diez minutos y estaré aquí lista para marcharnos…



Y sin más salió casi corriendo a su habitación; aún no habían pasado los diez minutos pedidos y Julia estaba de nuevo junto a su hijo, lista para salir a la calle, con un conjunto de blusa y falda la mar de discreto, salvo por lo  ceñido de la falda, que bien se dice que “genio y figura, hasta la sepultura” y eso, lucirse, era congénito en ella, Julia, completado el conjunto con unos zapatos sencillitos, de medio tacón



Y sin más, con lo puesto pero cogiditos del brazo, como la parejita de enamorados que, en verdad, eran salieron de aquella casa que durante años fuera su morada para nunca más volver. Bajaron y se metieron en el Seat de él, de ellos dos ya, cual cuadra a matrimonio bien avenido y salieron hacia el que sería ya su hogar, su primer nidito de amor



·         Bueno Julia; la verdad, no esperes grandes cosas de…de… Bueno, mi casa…nuestra casa; es minúscula, una sola habitación que, de día, es sala de estar, comedor y cocina a la vez y de noche, dormitorio con un sofá-cama… Y un aseo con ducha, sin mampara. Está amueblado, pero tampoco esperes gran cosa de los muebles; lo básico, lo imprescindible para decir que es amueblado… y medio ruinosos… La cama, por ejemplo, con los muelles…



Álvaro no pudo seguir pues su madre se lo impidió, tapándole la boca con sus dedos



·         No te preocupes, amor; nos arreglaremos con lo que tenemos y, cuando podamos, lo  iremos mejorando todo. Lo importante es que es nuestra casa, nuestro hogar; nuestro nidito de amor y ni los muelles rotos ni Cristo que lo fundó impedirá que nos amemos, que seamos inmensamente felices, dichosos. Nos tenemos a nosotros, yo a ti, tú a mí… ¿Qué más necesitamos ni tú ni yo?



Julia, según hablaba, como tantas otras veces pasara, se había ido enardeciendo más y más hasta tintarse sus mejillas en rojo vivo, y él, Álvaro, admiró, una vez más, a la mujer que su madre era; a ese “pedazo de mujer que tenía por esposa y madre”, según él mismo se dijera para su coleto en tales instantes.



Llegaron por fin al piso, al “estudio amueblado”, y en menos que canta un gallo estaban los dos en “cueritates” vivos, tras desnudarse mutuamente al alimón, turnándose de prenda en prenda él le quitaba una a ella y ella respondía quitándole una a él. Ya desnudos, entre  ambos, desplegaron el sofá cama y ella, Julia, sin más, se encamó boca arriba, abriendo  un tanto sus piernas mientras, tendiendo los brazos bien abiertos a su hijo, decía



·         Ven amor, corazoncito mío; ven con mamá, hijito mío querido… Maridito, ven con tu mujercita que te adora



Y Álvaro, el hijito-maridito, no se hizo esperar; se subió también a la cama yendo en busca de su mamita-mujercita. Y sin más, se le subió encima; ella, entonces, le abrió sus piernas de par en par, a todo abrirlas, ansiosa por recibir en sus entrañas al deseado invasor, en acto que sellaría, per in saecula saeculorum, su unión marital



·         ¿Tendrás cuidado, verdad? Es que, cariño, hace mucho que no lo hago, catorce meses, y puede que esté más cerrada que antes…



·         Tranquila Julia…madre; tendré mucho, pero que mucho cuidado. Ya verás, no  te dolerá nada…



·         Venga,  amor; métemela ya…



Al tiempo de decir esto, Julia se había abrazado a su hijo, rodeándole el cuello con sus brazos, en prietísimo lazo; al tiempo, apoyándose firmemente en pies y clavícula-omóplatos, alzaba su pubis, lista a salirle al encuentro al miembro invasor de su hijo. Al instante, nada más escuchar Álvaro la materna petición, arrodillado entre los más que abiertos muslos de ella, se inclinó aún más sobre el cuerpo ardiente de Julia, con la viril “herramienta” en su mano diestra, en decidida actitud de penetrarla, en tanto su madre hacía que sus caderas empujaran “p’alante” su “prendita dorada”, ansiosa por atrapar en su interior la varonil “herramienta”.



Ella le había pedido “cuidadín” al penetrarla, por lo del año y pico de inactividad, pero enseguida comprobó que casi nada había variado en ella, pues la cabezota de “lo” de su  amado hijo se le coló como “Perico por su casa”, pues lo tremendamente hidratada, “mojada” que estaba había suplido cuantas carencias el paso del tiempo obrara en ella, por lo que más bien bramó.



·         ¡Venga, valiente!... ¡Tira p’alante! ¡Métemela de un empujón!



·         ¿See…seguro?... ¿Seguro, madre?



·         ¡Segurísimo, m’hijito querido! Adelante, hijito mío; adelante, valiente, mi hombre… ¡¡¡MI MACHO!!!...



Y Álvaro respondió con  todas sus fuerzas, con toda su alma, en un “meneo” que, si más, le llegó al  fondo de las entrañas de su madre, de la femenina “prendita” materna, al mismísimo cérvix de ella, al  mismísimo cuello de la matriz de Julia, donde golpeó inmisericorde, pero es que ella respondió al filial ímpetu con la misma intensidad, lanzando sus caderas a su “dorada prendita” con imponente brío hacia lo que se le venía, más que encima, para adentro, ansiosa por recibirlo en su interior. Y al punto, nada más sentirse llena a rebosar, nada más notar el duro golpeteo del “invasor” en lo más hondo de su “oquedad del placer”, lanzó un gemido hondo, profundo, sonoro, muy sonoro; tanto que remedó a las mil maravillas a un verdadero aullido.



Él, al momento, se quedó quieto, parado…hasta u tanto asustado o  pesaroso



·         ¿Te duele  madre?... ¿Te hice daño?



·         No mi  amor, no; todo lo contrario. Soy dichosa, muy, muy,  dichosa, amor mío, querido mío… ¡Dios, y cómo deseaba esto; ser tuya, enteramente tuya… Y tú mío; enteramente mío… Yo, tuya, tuya solamente, en cuerpo y alma; y tú mío, mío solamente… Porque, eres mío, ¿verdad, mi amor?; mío solamente, de nadie más, ¿verdad, cariño mío…hijito mío de mi alma?



·         Y que no te quepa de ello la menor duda, madre; mamá querida, mamita amada… ¡Tuyo, mamá; sola y únicamente tuyo!... ¡Tuyo para siempre, mientras viva!... ¡Te lo  juro, Julia; te lo juro, madre, madrecita, mamaíta mía querida, amada, adorada



Julia estaba que en sí misma, de gozo, ni cabía… Exultante, dichosa,  feliz por todo lo alto. Se abrazó a él con más ganas, más prietamente, aunque eso apenas si fuera ya posible, pero lo fue… Le  besó, se besaron los dos, con indecible pasión de amantes más que menos desesperados, comiéndose, ella a él, él a ella, a suaves mordisquitos en los labios, el cuello, los lóbulos de las orejas, las tetitas, ella a él, los pezones, él a ella,  que no causaban dolor alguno pero enardecían, encendían, más y más, la pasión que es unía.



Al fin ella, Julia, alzó sus piernas, atenazando entre ellas a su hijo, por las nalgas y la cintura, en apretadísimo, pero dulce dogal, y al momento, él, Álvaro, entró en acción iniciando el dulce vaivén del amor trascendido en sexo, en un ritmo suave, lento, recreándose en ello, viviéndolo, segundo a segundo, con toda su alma, todo su ser. Tampoco la amorosa madre se quedó quieta, sino que, al punto, secundó el movimiento de su hijo, acompasándose a su ritmo hasta moverse ambos al unísono, en absoluta comunión de actos, deseos y sentimientos.



No hablaban; en esos  principios no cruzaron palabra alguna, con sólo los reiterados suspiros y quedos gemidos de ella, los mesurados jadeos de placer de él, llenando la habitación, sin estridencias, entregados ambos a darse placer y amor; amor y placer, buscando los dos dejar ahíto al otro, dándose, en cuerpo y alma, él a ella, ella a él, pues el propio placer, tanto la madre como el hijo, lo cifraban en dar placer, amor, al otro…



Y los besos, las caricias recíproca se sucedieron sin cesar, prácticamente, con los senos de ella, y sus pezones, al alcance de la golosa boca de él, sus labios, su lengua, que se aplicaban en degustarlo todo, besando, lamiendo, chupando, succionando, ora un pecho, ora otro, ora un pezón, ora el otro, arrancándole a ella aullidos de placer, volviéndola loca, loca perdida, de placer…de gusto… De inmenso placer, de denodado gusto…



·         Así, mi amor, así, cariño mío… Como me lo haces, como me lo  estás haciendo…suavecito, dulcecito. Me gusta mucho, vidita mía…  ¡Dios y qué feliz, qué dichosa, que soy…que me estás haciendo, amor mío!… ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! Soy feliz, muy, muy feliz…muy, muy dichosa, mi amor…amado hijito mío…



·         Eso deseo, mamita mía adorada; hacerte dichosa, feliz. Hacer que disfrutes con toda ti alma, con todo tu cuerpo…



·         Y lo logras, amor; lo logras. ¡Te quiero, hijo; te amo, querido mío Y te deseo. Te deseo, sí,  mi hijo querido; como jamás deseé a nadie…a nadie, mi amor; a nadie. ¡Sigue, sigue, mi amor… No pares, vida mía, cariño mío, no pares. Empuja, mi bien; empuja, empuja, querido hijo mío…



Sí, Julia se recreaba en decirle eso, llamarle así: Hijo, hijito mío… La enervaba, la “ponía” más y más, pensar, saber, que era con su hijo, su querido, queridísimo hijo, con quien lo estaba “haciendo”… Eso, ser consciente de tal detalle, la elevaba por la nubes; la ponía cachondita del todo… Y cuanto más enervada se sentía, cuanto más deseosa de él estaba, tanto más disfrutaba… Los minutos pasaban y pasaban, uno tras otro, sin pausa alguna con Álvaro “empujando” y empujaba, sin tregua ni cuartel, llenando a su madre de dicha, de gozo insuperable, pero es que tampoco ella se quedaba tan atrás en su empeño de hacer enormemente feliz, inmensamente dichoso, a su hijo bien amado, de modo que, si él se esforzaba en dar placer a su madre, ella pujaba y pujaba, y volvía a pujar, por hacerle dichoso a él…darle todo el placer del mundo.



Y así, los gemidos de placer de Julia, los bramidos de infinita dicha de Álvaro, se sucedían y sucedían, casi interminables, adquiriendo más y más  sonoridad, hasta casi trocarse todo ello en aullidos de lobo, de loba, en celo



·         Más, más, querido mío; dame más… Un poquito más, cielo mío, cariñito mío… Más, más polla… Quiero más polla…necesito más polla en mi coñito, en mi chochito. ¡Aayyy! ¡Aayyy! Clávamela bien clavada…métemela bien hondo, hasta adentro, mi bien, hijo, hijito mío… Hasta el fondo…hasta la matriz…Métemela hasta la matriz,  mi bien...mi hombre…mi macho…



Y, nuevamente, Álvaro se esforzó y esforzó en satisfacer, por todo lo alto, a su madre…a su hembra. Y pasó lo que tenía que pasar, que Álvaro entró en capilla de magnas eyaculaciones



·         Madre, creo…creo que…que…que estoy a punto…a punto… Acabo, acabo…me vengo, madre; me vengo…me corro, mamita mía queridísima



·         Sí mi amor, sí, córrete, mi vida, queridito mío Hazlo dentro; dentro de mamá



·         ¡Por Dios, madre! ¿Estás segura?... Ya sabes, puede ser muy, pero que muy peligroso



·         No importa; no importa, amor; no pasará nada…ya lo verás, mi bien Y también yo estoy que ardo…a punto, a puntito de correrme yo también… Sí, estoy segura, de que tan pronto tú empieces a correrte dentro de mí, estallaré yo también… Acabaremos los dos juntos, amor, querido mío…hijito mío…



Y Álvaro siguió y siguió hasta explosionar el hirviente volcán que era toda su masculina humanidad, lanzando chorros de “lava” hasta el fondo de la maternal grutita de los más eximios placeres… Y entonces, al primer “disparo” de su amado hijo, tal y como ella presentía, también entró en sonada erupción el hirviente “volcán” que en lo más femenino de su organismo venía generándose.



Julia preveía, estaba más que segura, que el orgasmo que se le avecinaba sería más que menos monstruoso; de órdago a la grande, a la chica, a juego, a pares…a todo(1)… Pero lo que sucedió, la realidad que vivió, superó, y de qué manera, todas sus expectativas, todos sus presupuestos, pues aquello no fue un orgasmo, en el común sentido del término, sino toda una serie de orgasmos que se sucedían casi ininterrumpidamente, uno tras otro, sin más intervalo entre precedente y subsiguiente que uno, dos, tres minutos a lo sumo, formando como un único orgasmo interminable



No se lo podía creer; era de todo punto inconcebible que aquello, lo que estaba viviendo, fuera verdad, una realidad, pero ahí estaba la “Prueba del Algodón”, que se dice que no engaña… Ella, Julia, no   aullaba ni lanzaba alarido alguno, sino que permanecía casi en silencio, y digo casi, porque ese casi silencio era roto por suspiros, gemidos, jadeos, de íntimo, más que sibarita, placer. Y no aullaba, no tronaba en alaridos, cual era lo suyo al disfrutar un orgasmo, porque aquello, lo que entonces vivía, la tenía anonadada, incapaz de hacer nada que ni fuera entregarse enteramente a ese tremendo placer que sentía, disfrutando del sexo que su hijo le hacía como jamás antes disfrutara… ¡Y mira que no tenía ella “mili” ni nada en tales  lances!... Pero nada, ni color siquiera todo lo anterior frente a lo actual, lo que en ese momento estaba viviendo…y disfrutando…



Otra cosa era lo que, en tal momento, Álvaro hacía y sentía. Por descontado que tallaba y tallaba en su madre como poseído por fuerzas extra-terrenales, incansable, denodado, a increíble velocidad, eyaculando en multitud de chorros que rompían en lo más profundo de la materna intimidad golpeando allí con fuerza impresionante,  bramando, berreando, rugiendo cual león en la cima de su celo sexual. Pero en esta vida todo llega a “sé acabar e consumir”, y las eyaculaciones de Álvaro no fueron excepción, agotándose lo que parecía imperecedero.



Julia lo había notado, presentido, algún que otro instante antes, que experiencia para reconocer tales asuntos, precisamente, no le faltaba, y casi se aterrorizó, pues ella aún estaba en el séptimo cielo del Edén de Allah, disfrutando de su inacabable orgasmo, con lo que temió verse tirada, cortada, en tan particularmente gozoso trace…



·         No pares, mi amor, no pares; aguanta, mi bien, amor mío, aguanta… Aunque acabes, aguanta, no te salgas de mí, amor; aún no  he terminado…todavía me estoy corriendo… No me cortes, amor; no  me cortes este tremendo,  maravilloso, placer que me das con tu olla… Te lo ruego, amor mío, te lo ruego; te lo suplico, bien mío, vidita mía, sigue, sigue dándome polla…más polla, más, mi niño, mi bebé…hijito mío querido…



A decir verdad, Alvarito en absoluto estaba por dejar tirada a su mami queridísima, como tampoco por quedarse él mismo “tirado” al agotarse sus energías tras tan tremendo derrame, con lo que andaba más que empeñado en seguir “trabajando” la “prendita dorada” de su amada madre, esa “cosita” que le traía turumba perdido, loquito del todo… Y, a más, a más, seguir disfrutando de ese cuerpo de odalisca tan deseado, tan soñado, por él, durante todos esos meses. Claro que tenían tiempo, toda esa moche, hasta todo el día siguiente, para “hacerlo” un montón de veces, pero eso, en tal momento, ni lo pensaba, pues lo que más que querer, ansiaba,  era beberse de un solo trago esa copa repleta de genuino placer de dioses que era el “tesorito” de su madre, el espectacular cuerpo materno



Sí, su espíritu estaba más que presto al “sacrificio”; lo ansiaba como pocas cosas deseara en toda su “pastelera” vida, pero, ¡ay!, que la carne era de un debilucho, de un enclenque, que tiraba de espaldas. Él quería; su mente, su voluntad, se empeñaban en ello, pero ¡ay! la carne, emperejilada toda ella en lo contrario, descansar, batirse en vergonzosa retirada, amorcillándole la “cosa” más a marchas forzadas que pasito a pasito… Él quería, y con toda su alma, además, pero su “cosa” le traicionaba cosa fina…



Mas allí estaba su madre, para salvar la penosa situación. Bien se dice que “A Dios rogando, pero con el mazo dando” o, lo que es lo mismo, “Fíate de Dios y no corras”… Julia, vieja veterana en tales lides, se apercibió con antelación de que el orgasmo de su niño andaba ya de capa caída y supo lo que se le avecinaba más que corriendo, quedarse tirada en su tan peculiar multiorgasmia, así que hizo lo propio, que mientras rogaba y suplicaba a su hijo, puso a trabajar en tan loable empresa sus paredes vaginales atrapando entre ellas el glande de la filial “herramienta”, obrando sobre ella como mano masturbadora, cual boca succionadora…  



Y allí fue Troya, pues “aquello”, en segundos más que minutos, se magnificó por todo lo alto, endureciéndose cual dura piedra, engordando, además, que era una vida suya, de ambos, surgiendo un Álvaro redivivo en algo así como un Superman del Sexo, tallando y tallando y más y más tallar en la materna cueva del placer, provocando en su madre-esposa las más homéricas delicias… Pero es que tampoco ella, Julia, se anduvo tan ociosa, sino que se sumó, con toda su alma, a la loable tarea del hijo, empujando y empujando sus caderas lo más genuinamente femenino de su ser de mujer.



De nuevo, el aquelarre de aullidos, alaridos, rugidos, se adueñó de la habitación, con ambos dos hechos fieras salvajes, mordiéndose a modo y manera con ella en plan tigresa rasgando sus dientes los labios de su hijo hasta verter su sangre, mordiéndole cuello, hombros, pecho, con especial dedicación a las tetillas, dejándole todo ello marcado por el doble arco de sus dientes. Tampoco la masculina espalda quedó sin las “caricias” de las femeninas uñas, que trazaron en ellas una doble hilera de cuatro sanguinolentos surcos.



Y si ella entonces andaba loca, loquita, loca, con los divinos goces que su vástago le prodigaba, él “anduvia” mochales perdido con el placer, más que sibarita, que en el “tesorito” materno encontraba… Y lo que tenía que pasar, pasó; esto es, que Álvaro se volvió aún más loco, de atar más bien, cuando volvió a estallar en un segundo orgasmo que ya fue la caraba de los orgasmos, pues el chorreo del masculino germen de vida que chocaba, golpeando el materno cérvix vaginal, sí que parecía inacabable, entrando hasta el mismísimo fondo de la vaginal chorros y más chorros de la vital esencia de hombre que parecían no tener fin.



Y claro, ocurrió que, nada más comenzar a sentir los primeros golpes de la filial y masculina esencia, también ella explotó en inusitado, tremebundo orgasmo, algo así como el padre y l madre de todos los orgasmos… Y ahí sí que fueron de oírse los clamores de puro gusto, excelso placer, tanto de él como de ella; lo mismo del hijo como de la madre, aullando los dos como lobo y loba en celo; rugiendo los dos como león y leona  apareándose



·         ¡Toma madre; toma, putita mía! ¡Toma polla, mamita mía, putita mía, toma polla, toma, toma!... ¡Que eres la tía más descomunal que haber pueda sobre la Tierra!... ¡Tía buena, tía rica, tía riquísima!... ¡Dios y que loco me tienes, Julia, madre, mamita, madrecita mía de mi alma!...



·         ¡Y tú, mi vida, y tú!... ¡Que eres el tío más bueno, más “buenorro”, más macho, que bajo la capa del cielo pueda haber!... ¡Sí, sí, mi amor, mi macho…dame polla…más, más polla…mucha más polla, machote mío…maridito mío!... ¡Aayyy! ¡Aayyy! ¡Aayyy!... ¡Qué feliz me haces, hijito mío de mi alma!... ¡Cuánto, pero cuánto placer me das…cuantísimo, amor mío…marido mío!... ¡Maridito mío queridísimo!...



Los minutos pasaban y pasaban, pero eso, el placer, la dicha, ese inmenso placer, esa inigualable dicha de que ambos disfrutaban, que ambos se regalaban a raudales, el hijo a la madre, la madre al hijo, seguía y seguía vigente, minuto tras minuto, minutos tras minutos, eternos minutos, bien podríase decir, en infinito combate cuerpo a cuerpo, dulce, tiernísimo combate, mas no por ello menos aguerrido, si darse tregua ni cuartel, ni él a ella, ni ella a él…



Al fin pasó lo que tenía que pasar, que los increíbles orgasmos que tanto el hijo como la madre disfrutaban, acabáronse, pues todo lo que empieza, todo lo que nace, está llamado a acabar, fenecer, antes o después, más pronto o más tarde… El terminó algo antes que ella, que siguió moviendo con todo ímpetu sus caderas, rebañando, gotita a gotita, sus últimos espasmos de placer, pero eso no hizo que él cesara en sus embestidas, sino que siguió entando y saliendo de la femenina intimidad materna con el mismo brío que antes lo hiciera, si es que no, aún más briosamente, incluso-



Para ella, Julia, lo que Ana Belén dice en una de sus canciones se hizo  tangible realidad, casi absoluta materialidad, que “Para entrar en el Cielo, no hace falta morir”, sólo amarse como entonces se amaban madre e hijo, la mujer que la madre era, el hombre que el hijo era, e su conyugal intimidad de verdaderos esposo y esposa, marido y mujer pues, podría decirse, con absoluta justicia, que con sus dedos llegó a tocar ese Cielo, ese mismo Cielo, el auténtico, genuino, Paraíso de Dios, el Edén por antonomasia…



Al fin, consumado hasta sus últimas heces, el monumental y postrer orgasmo, algo así como el padre y la madre de todos los orgasmos, habidos y por haber, Julia no pudo más, dejándose caer sobre la superficie del lecho, rota, aniquilada, desmadejada… Pero es que, no acababa ella de derrumbarse, boca arriba, en el lecho, que él, Álvaro, cayó desplomado sobre el desnudo cuerpo materno, enterrando el rostro entre los maternales senos, con nariz y boca chocando contra el torso de su madre en tanto los senos que de crío le alimentaron con su leche, ahora acariciaban suavemente sus mejillas, uno la diestra, el otro la otra mejilla.



Pero aquello no duró mucho; realmente, nada, ya que al punto, como quién dice, sacó de allí el rostro, mucho más interesado en insuflar  aire en sus casi vacíos pulmones que en gozar del aroma, el sabor, de la suave, dulce, piel de su madre, por lo que quedó, más menos como estaba, encima de ella, con su miembro aún dentro de las entrañas de ella, pero el rostro vuelto hacia un lado, dándole a ella el cogote. No la vio, pero notó sus manos acariciándole cabellos y mejillas… Y sus labios, besándole el cuello, debajo mismo  de la nuca, y sus dientes, mordisqueándole suave, tiernamente, el lóbulo de la oreja… Se volvió hacia ella, quedando los dos mirándose, frente a frente; alzó entonces su brazo diestro, tomándola por el cogote, haciendo que agachara su rostro, sus labios, su boca, hasta poderla besar en esos sus labios, esa su boca, que le volvía tarumba perdido.



Así, besó esos labios, esa boca tan amada, tan deseada, con toda la pasión de su corazón, su alma, joven, apasionada, tremendamente ardiente, pero es que su mami querida, tampoco se quedó manca al corresponder a sus besos, caricias que acabaron en sendas comidas de boca a mordisco limpio, convertidos los dos en casi fieras salvajes, carniceras…



Y así, la temperatu

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