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Le observo mientras bebe su cerveza, sentado en mi terraza. Los rayos de sol hacen de sus ojos verdes un misterio aún más llamativo para mis sentidos. No me mira. Está concentrado en su conversación por teléfono móvil y no puede adivinar que, cada vez que sonríe, algo se mueve en mi interior. No tengo muchas oportunidades de observarle, así que me deleito con sus brazos fuertes, su espalda ancha, imaginando como sería tenerle sobre mí. Acariciarle, arañarle, saborearle…
Como si se hubiera sentido vigilado, me mira por un instante y, por miedo a que me pueda leer el pensamiento, bajo la mirada y pego otro trago a la cerveza. En ese momento, cuelga el teléfono.
–Dice que va a llegar tarde. Es un desastre de tío, no sé cómo no te saca de quicio.
–Ya. La puntualidad no es una de sus virtudes. Entonces, ¿qué haces?
–Pues le espero aquí mientras nos tomamos otra birra. Si no te molesto…
–Claro, no te preocupes, voy a buscar un par más fresquitas al frigorífico.
Me levanto maldiciéndome por llevar ropa de estar por casa, en vez de algún vestidito de esos ligeros de verano que sé que son los que mejor me sientan. Poco después, llega el arrepentimiento por querer mostrarme sexy. No sé por qué me importa cómo me vea Daniel y, sobre todo, no sé por qué no puedo dejar de pensar cómo debe ser un beso suyo, con esos labios tan gruesos.
Daniel es el fruto prohibido. Prohibidísimo. Pero no sé si es eso lo que me excita, el haber escuchado tantas veces sus historias de conquistas o incluso el haberle visto en acción, seduciendo a otras mujeres. O simplemente esa forma de ser, tan seguro de sí mismo y tan sensual en cada movimiento, en cada gesto. Sé que ese tipo de chicos no me convienen y sé que en una relación de pareja busco algo muy distinto. Pero, también sé que tener sexo con alguien así, es una de esas experiencias que se han quedado pendientes en mi agenda.
Vuelvo a la terraza con un nuevo par de cervezas y, cuando le tiendo la suya, me roza con los dedos. No sé muy bien si sin querer o queriendo pero, de repente, siento escalofríos.
–Nunca solemos estar los dos solos… –Daniel me mira y sonríe. Yo no puedo evitar revolverme de nervios en la silla.
–Pues no… –replico titubeante.
–Y eso que hace mucho tiempo que nos conocemos porque… ¿Cuántos años llevas saliendo con Rafa? –mencionar su nombre hace que toda la excitación se convierta en culpa, sin ni si quiera haber hecho nada.
–Haremos tres años dentro de poco, dos viviendo juntos –Recompongo el semblante.
–Te voy a contar un secreto, pero no se lo digas a Rafa…
Todas las sensaciones anteriores se desvanecen. Ahora, sólo importa desvelar el misterio…
–El día que te conocí en aquel garito de mala muerte, iba directo a entrarte. Había algo en ti que me pareció súper sexy… No sé, la forma en que mordías la pajita de tu cubata, el vestido ceñido, tus ojos grandes… En ese momento, Rafa se puso a tu lado y me dijo que eras su nueva novia. Quise matarle por haber tenido la suerte de conocerte antes que yo.
Me quedo estupefacta. No esperaba una confesión así, ni mucho menos que lo recordase con tantos detalles. Ni si quiera sé por qué me cuenta esto ahora.
–Seguro que si me hubieras conocido antes, te habrías acostado conmigo y no me habrías vuelto a llamar, como haces con todas Dani –No sé por qué soy tan borde, pero es la única arma de defensa que encuentro ahora mismo.
–Sí, puede que tuvieras suerte de conocer a Rafa primero. Pero eso no quiere decir que yo no haya fantaseado cada vez que te he vuelto a ver con ese vestido…
Daniel deja esa frase en el aire y da un trago a su cerveza. Yo me quedo totalmente bloqueada y vuelvo a beber para llenar ese silencio incómodo, pero tanta cerveza empieza a nublarme la razón y los sentidos. Me siento un poco acalorada y confusa, así que me levanto para ir al baño a refrescarme un poco. Me mareo ligeramente, perdiendo un poco el equilibrio. En ese instante, Daniel se levanta y me agarra para que no caiga al suelo.
–¿Estás bien? –En lugar de sentirme ridícula, sólo puedo pensar en lo increíblemente bien que huele.
–Sí, sí, me he levantado demasiado rápido, sólo es eso.
Daniel no me suelta. Al contrario, me coge con más fuerza y, para mi sorpresa, puedo sentir su erección entre mis piernas. ¡Qué demonios! Me separo tan rápido cómo puedo…
–Voy al baño un momento.
Me echo agua fría en la cara intentando pensar con un poco de claridad. ¿Qué está pasando? ¿De verdad lo que he sentido era lo que creo que era? Quizás fuera el móvil, quizás esté sacando conclusiones precipitadas. A Daniel siempre le ha gustado tontear, pero nunca le haría eso a Rafa, es su mejor amigo. De hecho, yo nunca le haría eso a Rafa. Es cierto que hace tiempo que las cosas no son como antes; que hemos caído en la rutina; que ya no tenemos tanto sexo como al principio; pero es algo que pasa en todas las parejas… Eso no me da derecho a ser infiel y, menos aún, ¡con su amigo! Yo no soy así, no soy ese tipo de persona. Pienso que soy una estúpida por pensar siquiera en esa idea pero, cuando abro la puerta, Daniel está justo enfrente de mí.
–Tardabas mucho, y me preocupaba que estuvieras mal.
–Sí, es sólo que me siento algo mareada. Supongo que ha sido del calor y la cerveza.
Daniel pone su mano en mi frente con un gesto tierno que, en realidad, no le pega nada.
–Sí, estás algo caliente… –su gesto cambia a esa cara pícara (mucho más suya que aquella cariñosa). ¿Crees que sólo es por eso?
–Supongo… –pero Daniel no se aparta de mi camino. Rafa estará a punto de llegar –susurro con esta (no tan sutil) amenaza.
–No creo, dijo que tardaría un buen rato. Aún nos queda tiempo… –asevera sin compasión.
–¿Para qué?
Su mano pasa de la frente a la espalda. Me empieza a acariciar lentamente pero, cuando estoy a punto de ronronear de placer como una gata lasciva, reacciono.
–¿Qué haces?
–Tocarte… Llevo mucho tiempo con ganas de hacerlo, de saber cómo será tu piel de suave, de saber cómo será tu cuerpo desnudo bajo ese vestido.
–No digas tonterías Dani, Rafa es tu amigo.
–Rafa nunca tendría por qué saber esto…
–Lo sabría yo.
–Lo sé. Pensarás en ello cada vez que nos volvamos a ver; pensarás en ello incluso cuando estés con él; y no sabes cómo me excita eso.
Como buen experto desabrocha mi sujetador y, como si fuera incapaz de moverme, dejo que me quite la camiseta y deslice los tirantes de mi sujetador por debajo de mis hombros.
–Son preciosas. ¿Te lo han dicho alguna vez?
–No nos hagas esto Dani. Por favor, no podemos. No… –Pero Daniel sumerge su cara entre mis pechos y los adora con la misma cantidad de devoción que de ardor.
–Esto está mal Dani, esto es horrible… No debemos…
–No debemos, pero podemos. Y, desde luego, está claro que queremos…
Mi cabeza emite palabras que mi cuerpo ya no interpreta porque, mientras niego, agarro su cabeza y la subo para besarle con fiereza. Sabe a deseo puro y concentrado. Su lengua aguijonea mi boca, a la vez que su erección se clava con urgencia entre mis piernas.
–Sólo pídemelo. Pídemelo, y te hago mía aquí y ahora. Sólo tú y yo, sin que nadie nunca lo sepa.
Todo deja de tener sentido. Lo que está bien, lo que está mal, lo que debo hacer y lo quiero hacer… Y sin que las palabras se filtren por mi cabeza, salen solas de mi boca:
–¡Fóllame Dani! Fóllame como nunca me han follado.
Como si fuera casi una orden, Daniel me coge en volandas y me lleva del cuarto de baño al sofá –el sofá de su mejor amigo. Nos quitamos la ropa a trompicones, como animales en celo que han dejado de pensar en cualquier ley racional y sólo saben dejarse llevar por sus instintos. Se sienta en el sofá pero, cuando estoy a punto de posarme sobre él y dejar que me penetre, sonríe y me para.
–Déjame saborearte primero…
Coge una de mis piernas, la alza y sumerge su cara en mi vulva. Rafa nunca quiere hacerme eso –pienso. Ahora me siento estúpida por pensar en mi novio. Pero en al sentir la lengua de Dani entre mis pliegues para introducirla en lo más oscuro de mí, la culpa y el miedo se disipan. Creo que voy a llegar al orgasmo pero, entonces, Dani para y me da la vuelta. Me inclina sobre la mesita de café y, para mi sorpresa, comienza a comerme lo que nunca nadie me ha comido. Abro los ojos de par en par ante la intensidad de una sensación del todo desconocida que, de hecho, me gusta más de lo que jamás hubiera pensado. El orgasmo me abrasa sin piedad mientras la lengua del mejor amigo de mi novio se cuela en mi parte trasera. Intento no gritar porque no quiero dejar pistas. No quiero que nadie pueda enterarse de lo que está pasando.
Daniel vuelve a darme la vuelta y, sin saber cómo lo ha hecho, ya tiene un condón en su firme erección. No lo pienso más, sin más preámbulos, me siento sobre él y me meto su pene en la vagina con mis propias manos. El primer orgasmo me ha dejado tan húmeda que se desliza con facilidad hasta lo más hondo de mí. Creo morir de placer al sentir como su sexo duro acaricia mi interior en cada una de sus embestidas. Me coge de las caderas y, a diferencia de ese mete saca que tantas veces he sufrido, se mueve para presionar todos mis puntos sensibles, sin dejar de penetrarme con fuerza. Quiero más, necesito más. Esto es una auténtica locura, una perdición, un viaje sin retorno. Nunca había sentido el sexo así, con tanto deseo, y creo que el orgasmo va a volver a encontrarme sin remedio. Daniel clava sus ojos en mi mirada.
–¡Grita! Antes no has gritado cuando te has corrido… ¡Grita para mí! Déjame sentir cómo te gusta.
–No. ¿Y si alguien nos oye? ¿Y si él nos oye?
–Nada me excitaría más que nos oyese…
Como si esas palabras prohibidas hubieran activado algo dentro de mí, me corro con una intensidad desconocida. Rompiéndome en mil pedazos y gritando todo el placer que había escondido, Dani aumenta el ritmo y con un sonido gutural –enormemente masculino– se deja ir conmigo.
Tras un aseo exprés en el baño, exhausta y hechizada por esos ojos verdes, vuelvo con él a la terraza para recuperar el resuello con nuestras cervezas. Daniel acaba de colgar el móvil.
–Es Rafa. Dice que ya llega.
Asiento con la cabeza y cruzo las piernas, como si así disimulara la humedad que hay entre ellas. Vuelvo a beber de mi cerveza, acallando las perversas ideas que bombardean mi mente.
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