Después de los seismos de 1985 cambié de domicilio, llegué a un barrio nuevo, tendría unos 11 años, cambié un poco de hábitos y costumbres, hice nuevas amistades con otros chavos de mi nueva colonia, y ahí fue en donde conocí a Toño, un chavalon apenas un año menor que yo y con quien me lleve muy bien. Y así fue pasando el tiempo. Toño y yo éramos tan buenos amigos que pasábamos mucho tiempo juntos, principalmente en su casa, teníamos mucho tiempo para nosotros, por la edad, empezamos a descubrir muchas cosas de la calle y de nuestra sexualidad. Era muy común bañarnos juntos y comenzar a tocarnos, así llegamos a la edad de la chaqueta, de la masturbación en todo su esplendor.

No veíamos nada de malo en que él tocara mi pene y yo el suyo y nos masturbáramos mutuamente, no veíamos ninguna maldad, sólo deseo y curiosidad, y así fue que poco a poco empezamos a experimentar con partes nuevas de nuestro cuerpo. El deseo se volvió en una constante en nuestros juegos, ya sabíamos que al final del día habríamos de encontrarnos y volver a nuestra amistad secreta.

Había días en que yo tocaba a Toño con tanto deseo que él hacía lo mismo conmigo y comenzaba el juego, hasta que llegó un día en que muy, muy ciegos de deseo comenzamos a tocarnos, a recorrernos con las manos, con la curiosidad, y poco a poco su pene se acercó a mi ano; su pene estaba tan erecto y lleno de furia, húmedo como el rocío de un sueño húmedo, deseoso como la boca de un amante, tanto que cuando lo acercó a mi ano no hice nada más que dejarme llevar por su deseo, por su rigidez, por su velocidad, por su amor. Ha sido el dolor que más he gozado.

Y así duro nuestra amistad durante parte de la pubertad, hasta que nos llegó otra edad de aprender nuevas cosas, con nuevos cuerpos, con historias por construir.