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Ninfomanía e infidelidad (9)

—Gracias por venir —me dijo Eduardo al cerrar la puerta y besarme con ternura.

—Te lo prometí y aquí estoy, pero acuérdate que debo regresar pronto.

—Sí, pero también te recuerdo que me prometiste que pronto tendríamos una noche para nosotros —objetó él.

—No desesperes —le dije antes de besarlo y meter la mano en los pants para acariciarle el pene.

Él se excitó con rapidez y me empezó a quitar la blusa. Siguió con el sujetador y se abalanzó con manos y boca sobre mi exuberante pecho (dice él, y otros). Al separarse, él se quitó toda la ropa y me abrazó desnudo.

—¡Qué rápido! —dije acompañando mi exclamación con una sonrisa. Al jalarle el pene circundado, éste soltó una espesa gota que distribuí con el dedo pulgar sobre el glande.

—He estado pensando en este momento todo el día —dijo Eduardo a manera de explicación.

—Yo también, incluso no me puse ropa interior y nada más de pensarlo me mojaba.

Eduardo me acostó en el sofá y me levantó la falda. Vio mi triángulo negro y lo acarició con la mano. Rápidamente me volví a bajar la falda para que Eduardo no pudiera ver algo más que pudiera delatar mi encuentro matutino.

—¡Sí que estás mojada! —dijo él antes de regresar a lamerme el pecho.

—Tú también ya estás escurriendo como yo —dije jalándole más el tronco para que saliera el líquido preseminal.

—Es que tus tetas me incitan a poseerte.

—Siempre mis tetas... —reclamé moviendo negativamente la cabeza— Mi marido está como tú, es lo primero que me toma.

—No lo culpo, ¿Acaso alguien más será capaz de permanecer impávido ante ellas?

—No, creo que no. Todos me miran primero al rostro, por cortesía, y luego al pecho. Obviamente nadie me mira a las piernas.

—Yo sí, me gusta la elegancia de su delgadez, pero más me gusta el tupido vello moreno que tienes donde empiezan.

—¿Y si me rasuro allí crees que te guste?

—También, pero ¡habría que verlo! ¿Serías capaz?—exclama sacando la mano de la falda.

—¿Qué tienes que hacer pasado mañana a esta hora?

—Nada, o si tengo que hacer algo, ¡ya no me acuerdo!

—Bueno, vendré pasado mañana. Pero ahorita, dame un vaso de agua.

—Te daré un delicioso Tasi que compré para recibirte —declaró dándome un beso antes de partir hacia la cocina.

Aproveché la ausencia para ir al baño a quitarme la falda y la pantimedia. Me humedecí el vello púbico y lo sequé vigorosamente con la toalla para dejarlo exento de semen. Regresé completamente desnuda y me senté en la alfombra justamente cuando Eduardo regresaba con dos copas llenas del vino blanco espumoso. Él me dio una copa y se hincó frente a mí.

—Por nuestro amor y por tus tetas —brindó chocando las copas y me dio un beso a cada pezón.

—Por nuestro amor y por tu pene —brindé de la misma forma, pero me metí en la boca el glande.

Volvimos a chocar las copas y tomamos un trago. Nos besamos y mezclamos en un segundo beso el segundo trago. Dejamos las copas a un lado. Lo acosté y me prendí con la boca de su pene y, sin dejar de succionarlo, me volteé para ofrecerle la vulva. Estuvimos un buen rato en esa posición antes de acomodarme sobre él para ensartarme. Se oyeron dos quejidos simultáneos que expresaron el placer que sentimos al resbalar con facilidad los sexos.

—¡Sí que estás mojada! —volvió a decir y añadió: —Sabes rico, aunque diferente, será por el sabor dulce del vino.

—Sí, eso ha de ser —expliqué antes de volver a saborear en el beso la mezcla de Roberto y mía, que me sabe diferente a la mía con la de mi esposo, la cual también he probado en esta misma boca...

Me senté para cabalgar sobre Eduardo. Éste miraba cómo se sacudían mis tetas y prefirió acariciarme de la cintura para seguir gozando de la danza hasta que grité y me acosté extenuada sobre él.

—¡Qué rico! —dije dando un chillido que completó mi orgasmo.

Solamente se escuchaba mi respiración agitada y los besos con los que Eduardo acompañaba las chupadas que me daba en el lóbulo de la oreja. Las manos de él iban dispersando mi sudor desde la espalda hasta las nalgas. Al escuchar que me he repuesto, se trató de incorporar, pero no pudo por la erección que tenía

—¿A dónde quieres ir, barbón? —le inquirí jalándolo de la barba.

—Quiero que nos pongamos de pie.

—Ummh, Ya me imagino para qué... —me relamí al contestar.

Nos levantamos hasta quedar de frente. Lo tomé de la verga, froté ésta en mi clítoris y los labios externos. Él me besó sintiendo en cada instante más la necesidad de penetrarme. Sí, esto es lo que mejor me sale y sé qué quieren cuando los tengo así. Me metí el falo antes de colgarme de su cuello, simultáneamente a que Eduardo me cargara de las nalgas, lo aprisioné de la cintura con mis piernas y el pene entró hasta el fondo.

—Me llegó hasta el fondo, amor ¿Te imaginas que la tuvieras del doble de largo? Francamente esto no se podría —le dije pensando en el pene de Roberto y las diferentes poses que con él me resultan dolorosas, aunque grande, estaría muy lejos que el doble de tamaño de Eduardo.

—Tú me enseñaste esta manera, no la aprendiste conmigo —me reclamó.

—¡Muévete, amor! —exigí iniciando el meneo —. ¡Así, amor, más rápido, más, máaas!

Eduardo me da gusto y culminamos juntos el orgasmo. Lentamente deshago el nudo con el que lo había aprisionado en la cintura. Al separarnos se escucha un pequeño estallido del aire que se acumuló en la vagina con el bombeo, y éste salpicó algunas gotas de semen y flujo. Jadeantes volvimos a acostarnos sobre la alfombra. Reposamos y antes de que él se repusiera me metí completo en la boca el palo que se le había puesto pequeño. Eduardo se acomodó para disfrutar del “69”, lamió mis vellos y vagina, tragó el flujo y en él sintió el sabor acostumbrado que le agrada, me deja casi limpia. Le pido que nos sentemos. Antes de volver a tomar el vino nos damos un largo beso donde apenas percibo el resabio de Roberto. Abrazados, compartimos el vino entre los besos.

—Este vino sabe bien. ¿Me puedo llevar la botella?

—Compré dos, ésta nos la acabaremos aquí y la otra te la llevas para que al brindar te acuerdes de mí.

—No me la terminaré ahorita, ya estoy mareada y no podré manejar —protesté sentándome sobre las piernas de Eduardo y coloqué el glande a la entrada de mi vagina.

—Toma más, aún no se acaba. Yo te llevo —sugirió él.

—No, gracias, no quiero darle a mi esposo motivos de divorcio, dije meciéndome en la punta del pene que había empezado a crecer.

—¿Lo quieres mucho?

—Sí, y aunque te suene extraño, tanto como a ti. Estoy partida por la mitad.

—No exageres, aún no crece tanto, ni cuando está a su máximo —dice él moviendo la cadera para que su pene me entre más.

—Yo no me refiero a que me hayas partido con esto —le replicó apretando los músculos de la vagina varias veces. —Está ancho pero no alcanzaría a partirme. El grueso es lo que me gusta cuando me cargas, amor. Siento delicioso cuando me bombeas, no me deja salir ni el aire.

—Oye, ¿con quién aprendiste a hacer el amor así, de pie?

—Con mi marido, ¿con quién más?

—Con Roberto, aquel amante que tuviste hace años. Según dijiste, lo amabas mucho...

—Ya vas otra vez con tus celos —le dije y me levanté. Tomé mi sujetador y mi blusa para dirigirme al baño donde había dejado las otras prendas.

Regresé vestida y Eduardo aún me esperaba desnudo.

—Perdona mis celos —suplica.

—A ver, ¿por qué no tienes celos de mi marido? —inquirí con las llaves del auto en la mano.

—También, pero lo acepto porque él te conoció primero...

—También con Roberto hice el amor antes que contigo.

—Bueno dejemos eso de lado —me suplicó abrazándome.

—Pues ahora termino yo de una vez por todas con estos celos absurdos: Me gusta más que tú me cargues, porque tienes la verga más gruesa, aunque sea pequeña (era un decir para que pensara otra cosa). También me gusta con mi marido porque él me hace el amor hasta que ya no puedo más. ¿Conforme? Además yo decido a quién amo y con quién cojo. Adiós.

—Espera, no te vayas —dijo reteniéndola con un delicado abrazo.

—Es que sólo a ti se te ocurre esto, entiéndeme, me gustas tú, me gusta mi esposo y aún me gusta Roberto, aunque no viva aquí.

—¿Todavía lo ves? —preguntó asombrado.

—Dejemos esto por la paz, será mejor no vernos más. ¡Para peleas por celos, tengo con las del padre de mis hijos!

—Discúlpame, sé cómo eres. Prométeme que vendrás pasado mañana y rasurada como dijiste —me pidió antes de darme un beso que le correspondí abrazándolo de las nalgas y mi actitud belicosa se transformó en ternura.

—Sí vengo, aunque no sé si rasurada. Pero me haces el favor de recoger este saco en la mañana de ese día, lo dejé para que me lo arreglaran a mis medidas —le dije extendiéndole una nota de remisión de un almacén muy conocido.

—¿Te quedó chico? —pregunta acariciándole el pecho.

—Al revés, tontito, lo compro más grande para que me quede de ahí y lo dejo en sastrería para que lo arreglen a mi medida —expliqué antes de darle un beso de despedida.

—Espera, voy por tu vino.

—Gracias —dije cuando Eduardo me dio la botella, y me agaché para darle un pequeño beso de despedida en el pene y sacudirlo mientras lo miraba —Adiós, gordito.

Cuando tomé la manija de la puerta, él se retiró tras la puerta por si hubiera alguien afuera.

Al llegar a mi casa, ya estaba el auto de mi marido. Entré y lo miré sentado en la sala escuchando música.

—¿Acabas de llegar, aún no llegan los niños?

—No, llegué hace mucho, salí temprano porque quería acompañarte al almacén. Los niños se fueron tarde con tu hermana, pero no han de tardar. ¿Recogiste tu ropa? —preguntó al recibir un beso en la frente y percibir el olor a vino.

—¿Qué crees que hicieron los sastres mensos? Me dejaron el saco apretado. Dijeron que lo arreglarían enseguida, que regresara en veinte minutos. En ese tiempo me puse a pasear por el almacén, en el sótano había una degustación de vinos y me puse a probar de muchos. Por cierto, te compré uno que me gustó, se me olvidó bajarlo del coche. El asunto es que cuando regresé me dijeron que tenía que escoger otro saco porque ese no se podía arreglar ya a mis medidas. Así que tuve que probarme otro, afortunadamente sí hubo y lo dejé otra vez para arreglo. Pedí que tomaran otra vez las medidas por si había algún problema. Para el caso, llamaron al mero maestro y él me tomó las medidas. Déjame traerte el vino —dije saliendo hacia la cochera, regresé con la botella, afortunadamente yo traía una bolsa de ese almacén, la cual arrugué en la mano y le enseñó la botella. Inmediatamente Saúl la llevó al congelador y yo oculté bolsa en un cajón pues era de un tamaño mayor.

—Ando muy mareada con tantas pruebas que hice. El sastre se dio cuenta y me pedía que me mantuviera derecha. El burro se aprovechó de eso para medirme despacio el pecho y... me calentó —le dije dándole un beso al tiempo que puse mi mano sobre el regazo buscando su pene.

—Pues no era tan burro, sabía bien qué quería —me dijo, abriéndome la blusa, para acariciarme el pecho.

—Lo de burro lo dije porque parecía eso, se le notaba mucho, se le paró rápido y se le veía un bulto muy grande.

—Pues yo no la tendré tan grande, pero con el vino la vas a sentir así, dame un poco.

—Pero ese se toma frío, además, no tardarán en llegar los niños...

Las caricias y los besos habían iniciado. Me quitó la blusa y el sostén desparramando besos en todo mi pecho, después fue con la lengua. Se apoderó con las dos manos de una chiche y se metió en la boca todo lo que pudo; succionó con la abertura máxima, hasta que le dolió la quijada, retiró los labios escuchándose un chasquido y miró en el color de la piel lo que había abarcado: no fue más allá de un centímetro después de la areola. Dio un lengüetazo al pezón y corrió la lengua sobre la piel del pecho, hacia la axila, deteniéndose un poco antes para chupar la zona donde se me acumula un poco de grasa. El olor de la axila lo excitó más y me chupó los vellos de esa zona, sin desodorante. Yo no acostumbro rasurarme allí, excepción hecha cuando el vestido lo requiriera en alguna reunión de gala.

—Me haces cosquillas, pero siento muy rico —lo incité para que hiciera lo mismo en el otro brazo.

Entre besos y caricias, le quité la camisa y la camiseta, tomé el control del aparato de sonido, subí el volumen y levanté a mi esposo para que bailáramos. Tallamos nuestros pechos al compás de la pieza musical, sin separar nuestras bocas. Apenas concluyó la canción, se escuchó el timbre. Me puse la blusa y sólo abroché un par de botones antes de abrir. Al verme anudándome el tercer botón y sin sujetador, mi hermana entendió que no era conveniente pasar y se despidió de los sobrinos. Los niños entraron de inmediato, y le recordé a mi hermana que pasado mañana acudiera a la misma hora. La merienda fue breve y no hubo cuento pues los niños se durmieron de inmediato.

—¿En qué nos quedamos? —dijo él ofreciéndome una copa, pues ya había abierto el vino que me dio Eduardo.

—En que vas a terminar de emborracharme, ¡Salud! —contesté.

Tomamos la primera copa completa y me levanté para ir al baño, tomando el sostén que aún yacía en el sofá. Al quitarme las pantimedias miré que estaban completamente chorreadas. Las metí en el fondo del cesto de la ropa, mojé un poco la blusa y me limpié con ella las piernas y la vulva, al terminar la envié al cesto, después acumulé encima las demás prendas, incluidas las que me quité. Regresé desnuda y ya me esperaba una copa más; la música suave surgió.

—Ésta me la tomaré a sorbos, desde tu pecho —dijo Saúl tomándome un pezón para mojarlo.

—¡Está frío! —protesté.

—Te calentaré con mi boca —replicó para mamarme de inmediato.

Continuaron un poco más de esos sorbos en tanto que yo desanudé los pocos botones que se había abrochado mi esposo. Le quité la camisa y después me hinqué para quitarle el pantalón.

—¡De verdad que también parece de burro! —exclamé antes de bajarle la trusa.

—Viéndote las tetas, a quién no se le pone grande — explicó y yo pensé en las otras dos veces que eso había sucedido en el día.

Al dejarlo completamente desnudo, tomé la copa y metí sus testículos en ella, después los lamí. La operación se repitió tres veces más y después apuré todo el contenido de la copa para dedicar mi boca al tronco y al glande.

—¡Yo también quiero chuparte! —él me suplicó excitado acostándose en la alfombra.

Al chuparme precipitadamente, se regodeó restregando la boca en el vello, metiendo la nariz en la vagina chupando el clítoris y volviendo a meter la lengua en mi cueva extremadamente húmeda. No sabía qué le agradaba más, si el sabor que traía yo o las caricias que me daba con su lengua.

—¡Sabes riquísimo! ¡No cabe duda que el vino te pone más cachonda! —dijo antes de dar la vuelta para penetrarme de frente y besarme, y en el beso probé el mismo sabor que un par de horas antes...

Al sentir las ganas de mi esposo y responder moviéndome con la misma rapidez que él, lo arañé y rasguñé sin darme cuenta, porque ya estaba próxima al clímax. Nos vinimos al mismo tiempo. Él sintió cómo lo exprimí con mi “perrito” y aflojó su cuerpo, dejando caer todo su peso sobre mí y tuve que soportarlo estoicamente un par de minutos antes de hacerlo rodar hacia la alfombra. Durante varios minutos la música tuvo un acompañamiento más: nuestras respiraciones cuya agitación fue disminuyendo paulatinamente. Descansados, nos levantamos. Él me llevó cargada a la cama y allí volvimos a probar nuestros sexos.

—Me gustan tus pelos —me dijo él acariciándome el pubis y aspirando el olor a mar que yo emanaba.

—Es muy rico sentirme cabalgada a puro pelo y sin protección, más si se trata de un burro... —contesté jalándole el tallo a mi consorte—. Aunque ya no está del tamaño que tenía cuando empezamos. Lo bueno es que a mi edad tengo mucho pelo allí. Si me hubieras conocido a los doce años no te hubiera gustado, estaba lampiña.

—Entonces yo tenía trece y también lo tenía muy ralo, seguramente que sí me hubiera gustado. Además ya te conocía a esa edad.

—Sí, pero te fijaste en mí hasta que tuve el pecho desarrollado.

—¡Y bien desarrolladote! ¿Te acuerdas que cuando te lo besé por primera vez también vi esta mata?

—Sí, pero tu lengua se atoraba en el vello. Vamos a dormirnos —dijo ella levantando las cobijas —. Ve a apagar las luces de la sala.

Saúl regresó y se durmió como bebé: mamándome el pecho. Yo estaba cansada, sentía la panocha irritada e hice el recuento de las causas de mi delicioso malestar: “Tres con Roberto, dos con Eduardo y una con Saúl. Dos de Roberto, una de Eduardo y una de Saúl. ¡Tanto flujo mío y tanto esperma de ellos! Con razón estoy así...” Me dormí tratando de armar en sueños un hombre con lo mejor de los tres o mejor: ¡Ellos tres al mismo tiempo!

Datos del Relato
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