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No se ni cuánto tiempo pasaría, el caso es que me desperté con el miembro de Román en mi mano; no estaba erecto pero se sentía de tamaño respetable, interesante, atractivo. Aun se sentía “baboso”, lleno de sus secreciones y de las mías.
Entre-dormida, comencé a masturbarlo, a chaquetearle su pene de arriba hacia abajo, sintiendo que se me reactivaba mi libido. Creo que esto mismo se lo pasé a ese muchacho, quién también, entre-dormido, comenzó a tener su erección.
No pude contenerme las ganas de llevarlo a mi boca al sentir cómo se le estaba “parando”. Me di vuelta en la cama y me coloqué a la mitad de sus piernas, llevándome de inmediato su pene parado a mi boca. ¡Lo sentía yo muy rico!, ¡”en su salsa”!, ¡“baboso”!, lleno de sus secreciones y de las mías. ¡Qué delicia chuparme esas secreciones!.
La “cabeza” de su pene, su glande, qué rico, estaba muy “hinchado”, muy lleno de energía, ¡desafiante!, con ganas de seguir en la “pelea”, en la brega, en la lucha, ¡y yo tenía ganas también de que “me diera pelea”:
¡Chelis…, qué rico la mamas…, qué rico…!,
me dijo ese chico, despertando con mi “mamada”.
¿Te gusta…?.
¡Me encanta cabrona…, la mamas bien rico…!,
me respondió, atrapándome de los cabellos con su mano derecha, y comprimiéndome con fuerza contra su pubis, contra su monte de Venus, contra sus vellos púbicos, contra su pene y sus “huevos”:
¡Romáaaan…!, ¿te gusta Román…?. ¿Lo sientes rico Román…?.
¡Trágatela toda Araceli…, métetela hasta topar con mis “pelos”!.
Y me puse a complacerlo, gustosa, aunque al hacerlo también me puse a “babear”, a salivar completamente, pues me llegaba hasta la “campanilla” y me hacía lagrimear, pero me sentía complacida complaciendo a ese chico: ¡me gustaba mirarlo feliz!; ¡me encantaba mirar cómo disfrutaba conmigo!.
El chico poco a poco se fue “incorporando al combate”, saliendo de su asombro y de ese sueño erótico que había estado teniendo y que se le había vuelto realidad al abrir sus ojitos; yo sonreía satisfecha y contenta, sin suspender mi tarea mamatoria.
¡Araaaa…, qué rico la mamas, cabrona…, que rico la chupas…, putita…, qué rico te la metes hasta allá muy adentro…, eres de garganta profunda…,
cabrona…!.
¿Te gusta Román…?,
Le preguntaba contenta, cuando me la sacaba para poder descansar las mandíbulas y jalar un poco de aire:
¡Me gusta Araceli…, me gustas…, nos gustas a todos los del equipo…, a todos los de la escuela…, a todos los de la unidad habitacional…, a todo el
que te conoce…!. Calladita, calladita, pero eres tremendamente putita…, tienes un algo escondido, que todos queremos buscar…
¡Será tu pene, que lo tengo escondido en mi boca…, que me lo quiero comer…, por completo…!, lo tienes rete sabroso…, muy parado y muy tieso…!,
Le dije, desconociéndome completamente a mí misma: ¡“desatada”, “desbocada”, sin freno, sin límites…!.
¡Mámame Ara…, chúpamela…, vuélvetela a meter…, hasta adentro…, me encanta como te la tragas…, todita!.
Y se puso a jalarme de los cabellos, a marcarme su ritmo, el ritmo de mis “mamadas”, empujándome su pene hasta el fondo y dejándome así, ensartada hasta las amígdalas, con su glande a plena profundidad. Mis ojos se llenaban de lagrimas, ¡pero eran de felicidad y de gusto, placer y lascivia!.
¡Aaaahhh…!,
Solté un gritote, tratando de jalar aire, de manera desesperada:
¡Pinche Román…, déjame respirar…!.
Román se sonrió y mirándome con cara de asombro y satisfacción me ordenó:
¡Ven y bésame…, mama Dora…!
Me sonreí y toda contenta y emocionada, feliz, me lancé a besar a ese chico. ¡Fue un beso precioso!, con toda mi alma, mi cuerpo y mi ser…, con todas mis hormonas y mis jugos vaginales, con toda mi boca llena de nuestras secreciones y sabor a su pene, erecto y listo para inseminarme. ¡Fue muy largo ese beso!.
Román, mientras me besaba, no dejaba de acariciarme mis senos, de apretarme deliciosamente mis pezones erectos y luego que despegamos nuestros labios, después de una gran bocanada de aire, me preguntó:
¿Y así se la chupas a todos?.
Creo que sí…, pero como no me acordaba si así se la chupaba yo a todos, preferí contestarle:
¡Me gusta mucho mamar…, mamar y chupar…!.
¿Y tragarte la leche…, los mecos…, el semen…?.
¡También…!. ¡Acepto todo lo que me piden…!. ¡Me gusta complacer a mi pareja…, a mi compañero…!.
¿A cuántos andas complaciendo…?.
¡A tres…, contigo…!.
¡Cabrona…, cogelona…, tan puta…!,
me dijo, jalándome de los cabellos hacia su cara, dándome un beso muy lindo y muy largo, de nuevo.
Ese beso se prolongó mucho tiempo y rodamos sobre la cama: yo arriba de él, él arriba de mi, hacia la derecha, hacia la izquierda; yo abrazada de él; él sin soltarme de los cabellos, sin dejar que suspendiera mi beso, que se me hizo de verdad in-ter-mi-na-ble…, de largo y de bello.
En alguna de aquellas vueltas también, me introdujo su pene: ¡lo sentí delicioso!; lo estaba esperando…, ¡lo estaba deseando, con ansias!.
¡Araceli…, qué rico…, siempre soñé con cogerte…, estás bien sabrosa…, cabrona…, tan puta…!,
me gritaba el muchacho, desaforado, como loquito, y me besaba en la boca, y me empujaba su vientre y me bombeaba con fuerza, y se quedaba hasta adentro y dejaba de besarme y se despegaba de mí; respirábamos dos o tres veces y volvíamos a girarnos, sobre la cama, sin desacoplarnos de nuestro coito tan hermoso que estábamos efectuando.
Cuando quedaba yo arriba, yo era la que movía las caderas, hacia adelante, hacia atrás, con fuerza; hacia la derecha, a la izquierda, rotando, con ritmo y a veces con felicidad:
¡pareces una licuadora, chiquita…!,
me comentaba jocoso Román.
Cuando Román era el que quedaba en la parte de arriba, me embestía como toro, resoplando y empujando con fuerza y velocidad: un ataque “mortal”, con su pitón penetrando en mi vientre, en mi vagina, en mi sexo, tratando de sacarme más de diez mil orgasmos, uno por cada embestida brutal que me daba. ¡Me sentía deveras colmada!, ¡pero deseaba y rogaba por más!:
¡Sigue Román, no te pares…, sigue, con fuerza, duro Román…, duro…, duro…!.
Mis caderas giraban con fuerza, y lo embestían a su vez. Cada embestida de Román era contestada por una embestida mía; le jalaba su pene hacia adentro, con fuerza, sintiendo que le crecía y que se agigantaba por adentro de mí:
¡Román…, qué sabroso…, chiquito…, que rico…, mi niño…, qué rica…, tu verga…, qué rica…, qué rica…!.
¡Ara…, cariño…, quiero echarte mis mecos adentro…, quiero hacerte un bebé…, quiero dejarte panzona, chiquita…, quiero llenarte de semen…, tu vientre…,
todito…, todito…, toditooo…!.
¡Dámelos Román…, dámelos…, todos…, todos…, toditooosss…!.
Nos quedamos tendidos sobre la cama, reposando esos orgasmos maravillosos.
Lo último que recuerdo, como entre sueños, fue una confesión de Román:
¡Siempre soñé con acostarme contigo…, Araceli…!.
invitado-Kevin 27-03-2016 12:38:00
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Huy que delicio