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No hacía mucho que había terminado mi trabajo en Mexico y abandonando el apartamento que me reservó la empresa y a mi apreciada limpiadora Adela, regresé a mi país, a las oficinas centrales de la empresa en la Capital.
Se estaban llegando las fiestas de Navidad y por la oficina, la verdad es que circulábamos cuatro gatos, la más de la gente había reservado días de feriado para estas fechas y los estaban disfrutando con sus familias y amigos.
Alguno de los presentes tuvo la ocurrencia de proponer celebrar una pequeña fiesta un viernes tarde, cercana ya la hora de marchar de fin de semana. Estas celebraciones rápidamente concitan adhesiones y otros por no ser menos también asentimos. Rápidamente estuvo organizada, algunos compañeros acudieron a un ultramarinos cercano y regresaron bien pertrechados de algunos productos para realizar un pica-pica, y sobre todo bebidas, principalmente cervezas y otros alcoholes de más graduación. Una emisora musical de radio pondría la necesaria ambientación.
Como ya he dicho éramos pocos los que nos encontrábamos en estas fechas en la oficina, y por supuesto jefes casi ninguno, escasamente un par, pero uno de ellos era Doña Ana María de Barrios y Escabel, una autentica ‘elementa’, ceñuda y malcarada. Era esta señora hija de uno de los fundadores de la empresa, Don Agustín de Barrios, y gracias a ello ocupaba el cargo de ‘Dirección de Compras’. Tenía la mujer escasamente 40 años, y una figura extremadamente angulosa por su exagerada delgadez. Unos fríos ojos azules que siempre te miraban por encima del hombro, con aires de superioridad y una nariz picuda que aumentaba la imagen siniestra. Ese día vestía un pantalón negro un poco acampanado que se le introducía entre los glúteos de su respingón trasero, una lustrosa camisa rosa con bordados en amarillo y unos zapatos de punta con medio tacón también en tonos rosas.
Ya era media tarde cuando decidimos, ante el escaso trabajo, comenzar la fiesta. Todo estaba dispuesto de una de las amplias salas de la oficinas de la compañía. La gente pululaba por la sala picoteando el refrigerio, y se agrupaba en pequeños corrillos de parloteo. El alcohol corría con abundancia y en escasamente media hora ya había algunos ligeramente tomados.
El ambiente se animaba y los más osados incluso se atrevían a comenzar a bailar con la música ambiente. Poco dado para el baile, me mantenía apartado de la improvisada pista observando cuando Doña Ana María se dirigió hacia donde estaba y con sus maneras de mando me cogió por el brazo y me llevó hacia la zona de baile. No me valieron mis excusas ante su insistencia, y pude fijarme en el especial brillo que presentaban sus ojos, era inevitable notar el efecto de la bebida.
En fin, allí estaba yo abrazado a Doña Ana María, y vaya forma de estar abrazado, me sujetaba con tanta fuerza que no tenía cabida ni una hoja de papel entre nosotros. Tanta cercanía tenía que surtir su efecto, el roce contra mi pecho de unos pequeños pero muy firmes senos, la dureza que notaba en sus pezones no tardaron en iniciar en mí una significativa erección, que lógicamente me azoraba.
Ya he dicho que soy bastante torpe en el baile, y en pocos minutos tropecé varias veces con los pies de mi pareja, yo trataba de disculparme como podía y ella sin abandonar sus aires de superioridad me espetó:
‘Parece que eres muy torpe bailando, ¿no?’.
‘Pues sí’, le contesté, ‘pero tengo otras habilidades, señora’.
‘Ya lo noto, pero me lo tendrás que demostrar, sígueme’.
Y diciendo esto me soltó y se dirigió hacia la puerta de la sala. Yo la seguía de forma sumisa un par de pasos detrás viendo como se encaminaba hacia lo que denominaban ‘cuarto de material’, un pequeño despacho donde se almacenaba el material de oficina. Doña Ana María como responsable de compras era de las pocas personas de la empresa que tenía llave de este cuartito y con un poco de dificultad a la hora de meter la llave consiguió abrirlo y me hizo entrar, cerrando detrás nuestro.
Sin tiempo de reaccionar, y manteniendo su tono de mando soltó: ‘veamos que tenemos aquí’ llevando las manos hasta la hebilla de mi pantalón.
‘¡Pero señora!’, exclamé.
‘No te preocupes, no vendrá nadie’ decía al tiempo que en un solo movimiento bajaba pantalón y ‘slip’ hasta la altura de mis tobillos, ‘vaya, vaya que cosa’, mientras su mano asía firmemente mi ya bastante erecta verga.
Mi excitación, no negaré iba paulatinamente en aumento, y quería ver hasta donde quería llegar en su actuación. Claramente el alcohol hacía estragos en su remilgada y distante actitud habitual.
La mujer comenzó regalándome una lenta y tranquila masturbación, con qué habilidad me acariciaba, una firmeza sutil que surtía el deseado efecto proporcionándome una sensación muy placentera, llevando mi órgano al máximo nivel de volumen y dureza.
En tanto yo comencé a abrir apresuradamente los botones de su camisa dejando al descubierto sus pequeños pero muy firmes senos, sus amplias y enrojecidas aureolas, fruto de su propia excitación, y aquellos gruesos y duros pezones. Mis manos detuvieron su labor para concentrarse unos instantes en amasar y estrujar con aquellos pechos que se me ofrecían e inclinando un poco el cuerpo introduje uno de aquellos enhiestos botones en mi boca, mi lengua lo rodeaba y lamía, mis labios lo aprisionaban dando suaves tirones.
Mis manos continuaron recorriendo su delgada figura hasta llega a la cintura del pantalón y procedí a descorrer el par de botones que lo cerraban para seguidamente empujarlo hacia abajo para dejar al descubierto un muy escueto tanga, escasamente un pequeño triángulo de fina tela en color marfil con unos pequeños encajes y un par de cordoncillos, lo que en Brasil denominan ‘de hilo dental’.
Ana María consideró que yo ya me mostraba en plenitud y no necesita seguir con sus jugueteos y me hizo sentar sobre una serie de cajas apiladas, yo aproveche el momento para terminar de desprenderme del pantalón y el ‘slip’, que quedaron en el suelo junto con los zapatos. Ella se arrodilló entre mis piernas y sujetando mi pene con ambas manos lo llevó hasta sus labios, suavemente lo comenzó a besar y rodear con su boca mientras su lengua comenzaba un alegre jugueteo.
Poco a poco lo fue introduciendo más y más profundamente en su boca, su lengua lo recorría en toda su extensión en tanto sus labios lo aprisionaban con firmeza y yo notaba el efecto de sus succiones. Sus manos lo acariciaban, recorriéndolo en toda su extensión o bajaban hasta acariciar los testículos mientras subía y bajaba con lentitud su boca sobre mi órgano, los labios apretados y la lengua jugueteando con mi glande. Yo sujetaba su cabeza, con los dedos hundidos en su media melena negra, acompañando el movimiento.
Aprovechando un momento en que apartó su cabeza de mi cuerpo para mirarme a la cara, como esperando mi aprobación, me levanté fui a situarme detrás de ella y con una leve presión en su espalda la hice que se apoyara sobre las mismas cajas en que yo había estado sentado.
Procedí a retirar el tanga bajándolo hasta las rodillas e introduje un dedo entre sus piernas, recorriendo en toda su extensión aquella pequeña concha perfectamente rasurada, introduje lentamente el dedo hasta notar el calor y la humedad que desprendía, y seguidamente sujete mi pene y lo dirigí dispuesto a realizar una profunda penetración entre sus piernas. El momento era indescriptible, no sólo por el acto en sí, también por el morbo que representaba tener a alguien tan distante, con tantos aires de superioridad, en aquella sumisa posición a mis pies. Yo bombeaba con fuerza y rítmicamente, ella movía la cintura realizando un preciso movimiento circular que le ayudaba a mantener sujetando y dirigiendo su cintura. Poco a poco comenzó a emitir unos sonidos, mezcla de ronroneo y entrecortados jadeos.
‘Ssiii…, sigue…, me gusta !!!…, mááás…, asííí….’.
‘Toma, toma, toma más, sigue disfrutando, zorrita’.
‘Ssiii…, asííí…., mááás…, ssiii…, soy tu zorra y me gusta !!!, sigue…’.
‘Que ‘chochito’ mas rico, que caliente, me encanta’.
‘Aahh, como me gusta. Que polla más rica tienes’.
Aumenté el ritmo y empezó a jadear más fuerte. ‘Así…, más, mááás…, sigue…,’. Pude notar como todo su cuerpo se tensaba y finalmente en un movimiento espasmódico se producía el climax y una gran emisión de jugos vaginales resbalaba por sus piernas. Sin darle tiempo a recuperarse retire mi verga de su vaina natural y siguiendo la línea que pasa por el periné la situé sobre su orificio anal, y comencé una lenta pero firme introducción.
‘Toma, verás como consigues mas de lo que esperas’, le susurré al oído mientras mi pene cada vez se adentraba más en su orificio. Para hacérselo más llevadero había rodeado su pierna con uno de mis brazos y mis dedos se dedicaban a acariciar su excitado clítoris.
Su voz temblorosa emitía una mezcolanza de expresiones de placer junto con algunos quejidos de dolor, que a medida que avanzaba mi penetración, y su esfínter se iba dilatando tendían a remitir.
Ya tenía el pene totalmente introducido, comencé un lento movimiento de vaivén y poco a poco fui aumentando tanto el ritmo como la fuerza de mi embiste, ya mis testículos golpeaban sobre su trasero a cada nuevo empuje, ya sus iniciales quejidos se habían transformado en gozosos jadeos.
‘Aaaahhhh, aaaahhhhh, siiiii, sssssiiiiii’.
‘¿Te gusta?, zorrona’, pregunté.
‘Me encanta’, dijo, ‘Aaaaahhh, siiii, sigue, que gusto, me voy a correr, sigue, sigue’, ‘que buen rabo tienes’, ‘me encanta como lo haces’.
‘A mi me queda poco, estoy a punto de correrme’, decía mientras mis huevos seguían golpeando aquel respingón culo a cada embestida.
Parecía que me iba a estallar y con un espasmo de placer que recorrió todo mi cuerpo eyaculé una gran cantidad de semen en su interior.
‘Sigue, sigue, córrete, eso es, que caliente, córrete pero no pares, Sssiii, que bueno, que gusto, vamos, no pares ahora, por lo que más quieras’, suplicaba Ana María.
Tras esto me retiré a recuperar el aliento mientras mis manos recorrian su cuerpo, acariciando aquí, amasando allá, como si de un erótico masaje se tratara, y mi boca, mis labios, mi lengua volvían a juguetear, lamer, mordisquear y succionar sus duros pezones.
Pasado un tiempo me alcé con la intención de vestirme y regresar a la fiesta cuando Ana María presa de un impulso de ninfómana se abalanzó sobre mí y nuevamente reiteró sus besos y lametones recorriendo mi pene en toda su longitud y descendiendo hasta los testículos. Se lo volvía a introducir en su boca con ardiente furor y palpaba los testículos hasta conseguir que experimentase una nueva erección.
‘Despacio, con suavidad, disfrútala’ le dije. ‘Si sigues así no voy a aguantar’. Y ella redujo su ritmo y nuevamente se dedicó a acariciármelo de forma suave y lenta.
Sus esfuerzos no podían dejar de hacer su efecto y me volvía a mostrar en plena forma con dureza y tamaño más que suficiente para volver al combate, con un brusco movimiento, Ana María, consiguió que quedase tendido en el suelo, y manteniendo mi órgano sujeto firmemente, lo dirigió hacia su entreabierta concha, introdujo con suavidad la cabeza de mi pene y rápidamente se dejó caer sentada sobre mis piernas provocando una profunda penetración.
Con qué maestría se balanceaba sobre mi cuerpo, que acompasado movimiento y mientras yo disfrutaba acariciando su delgado cuerpo, sus firmes senos, sus expandidas y obscurecidas aureolas, sus grandes y duros pezones que jugueteaban trémulos entre mis dedos, una caricia por aquí, un liguero pellizco por allá, todo en ella llamaba al placer más rotundo, al abandono de toda inhibición, al desenfreno de la pasión más lasciva.
Ella seguía su peculiar cabalgada cual una amazona experta, yo comenzaba ya a notar los espasmos anunciadores del orgasmo y debía realizar un esfuerzo para no abandomarme.
‘Aaaahhhhh, me corro, siiiii, sigue así, sigue …’ exclamé.
Ella volvía a elevar el tono de sus suspiros llevándolos de nuevo a convertirse en más que audibles gemidos de pasión y de placer. Y yo llevado por la euforia del momento volví a alcanzar un sublime orgasmo y procedí a una nueva y explosiva emisión seminal que borboteo por su vagina hacia el exterior.
Pero aprisionado como estaba por sus piernas no pude abandonar mi posición y ella continuaba cabalgando, con un ritmo más frenético, con más empuje, casi con rabia y por fin ella también, el clímax, la explosión de placer y con el clímax el estallido de un autentico aullido de placer.
‘Sssiiii, aaahh, Dios que gusto, que bueno, me ha encantado, que bueno’. ‘¡Oh!, como me ha gustado’, exclamaba casi sin aliento mientras nos dejábamos caer al suelo totalmente desmadejados y agotados por el esfuerzo.
Poco a poco recuperamos el aliento, y con las piernas aun temblorosas recuperamos nuestras ropas y nos vestimos para poder regresar a la fiesta.
Esta experiencia me sirvió para conocer la faceta oculta y perversa de Doña Ana María de Barrios y Escabel, la ceñuda ‘Directora de Compras’ que al día siguiente no quería recordar nada de lo sucedido en la fiesta.
No fue esta mi única experiencia con compañeras de la empresa, pero como suelo decir, eso ya son otros historias.
Moraleja: Ojo queridos lectores y lectoras con el exceso de alcohol, puede desatar vuestros instintos y llevaros a hacer lo que después queráis olvidar.
Alex.
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