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Categoría: Orgías

Cuánto hombre para mi sola

¿Qué tal? Aquí estoy, dispuesta a contaros otra de mis experiencias sexuales. Esta me ocurrió en Septiembre de 1999. Había tenido que ir a la boda de un primo mío en La Coruña. Había ido con mis padres y mi hermano. Mi novio, me iba a haber acompañado, pero al final, circunstancias del trabajo le habían impedido acudir. Me había quedado compuesta… y sin novio. Pero como habéis podido ver, desde el verano me las había compuesto muy bien. Para la boda, me había puesto un vestido negro de encaje con minifalda, un corsé negro con un liguero y medias negras. Durante un tiempo había dudado en si me ponía tanga o no me lo ponía… Al final decidí que me lo ponía. No era cuestión de que un golpe de viento te levantara la falda y…



La boda transcurrió como transcurren la mayoría de bodas. Lo bueno llegó en el banquete…



Aquí, en España es costumbre que en los banquetes de las bodas te den el castañazo unos estudiantes vestidos como en el siglo XVII, tocando guitarras, bandurrias y panderetas: Son los tunos. Aquí eran cinco chicos. La verdad es que muy guapos… Normalmente tocan tres o cuatro canciones, hacen un par de chistecitos y reciben una propina por parte del padrino. Estos hicieron igual. Recibieron su propina y se salieron. Mientras tanto se acercaban los postres y decidí salir un momento fuera a llamar a mi novio, para preguntarle cómo iba todo. Cogí unas monedas y me salí al vestíbulo, a la cabina. Cuando llegaba, una de las monedas se me cayó y fue rodando hasta la pared. Me acerque a ella y me agaché a cogerla.



―¡¡Vaya trasera, preciosa!!… ¡¡ Mejor que la de un tráiler!!…



El grito procedía de uno de los tunos, que estaban a mis espaldas. No me había dado cuenta de ello y al agacharme le había ofrecido una espléndida visión de mis muslos y nalgas.



Me di la vuelta apresuradamente, bajando mi falda y ellos volvieron a replicar.



―Si fueras un tráiler, yo sería un mecánico y te daría el repaso de los 10000 km.



Me puse a pensar rápidamente: 5 chicos que no estaban nada mal, yo sin mi novio…



―… Ya… todos los tíos sois iguales… de boquilla mucho pero luego a la hora de la verdad os acojonáis.



―Como que nos acojonamos… si las tías sois las que sois unas estrechas…



― ¿Estrecha, yo…? …Mirad, bonitos, con vosotros 5 no tengo ni para empezar.



Se miraron entre ellos, se sonrieron y me hablo el que parecía el jefe.



―Es muy fácil decir eso… como no se puede demostrar.



― ¿Cómo que no se puede demostrar?… Cuando queráis… aquí y ahora… si sois capaces… -dije con una sonrisa de complicidad.



― ¿Aquí?… ¿Dónde?



Eche una mirada a mi alrededor y vi uno de los salones de las bodas, ahora vacío…



―Ahí… vamos… si sois valientes…



Comencé a andar hacia el salón, sonriéndome a mi misma y pensando que o me había convertido en una ninfómana peligrosa o me estaba volviendo loca de remate.



Llegué al salón, que estaba a oscuras y encendí una de las luces. En ese momento comenzaron a entrar. Al entrar el quinto, cerró la puerta y echó el cerrojo.



―Bien chicos. Solo os pongo dos condiciones. Que me dejéis quitarme el vestido y que no os corráis ni en mi pelo ni en mi cara. Luego he de volver a la fiesta…



Me giré para que uno de ellos me ayudara a bajarme de cremallera. Mientras uno de ellos me la bajaba, otro me preguntó:



―Oye… en serio… ¿Eres de verdad?… yo solo creía que tías como tú existía en las revistas…



Finalmente, el vestido cayó a mis pies. Lo recogí y lo dejé encima de una mesa. Me di la vuelta mientras preguntaba:



―Bueno, ¿Quién va a ser el primero?



El primero estaba claro. El que parecía el jefe. Ya se había quitado las calzas y se sujetaba su pene, un hermoso ejemplar largo y grueso, su punta brillante y viscosa.



―Mira, cacho guarra, puedes empezar cuando quieras…



Me acerqué a él contoneándome y le comencé a besar. Mientras, cogí su pene y me lo metí entre los muslos. Su punta me salía por las nalgas. Apreté con fuerza y comencé a moverme adelante y atrás, masturbándole. El me metía su lengua y recorría toda mi boca. Comenzó a besarme el cuello y a resoplar y su miembro a hincharse entre mis piernas.



― ¡So guarra!… ¡Mámamela antes de que me corra!



Accedí a sus deseos. Liberé su pene y poniéndome a horcajadas, comencé a lamerlo delicadamente. Recogí una gota de líquido con la punta de mi lengua y comencé a explorar el agujero de su polla. Finalmente, me llené la boca de saliva y me la mete hasta que su pubis dio en mi nariz y con la punta me tocaba la campanilla. Mi boca estaba llena de su carne y mi vagina de mis líquidos. Empezaba a venirme el calentón de nuevo. Su polla tenía un sabor dulce y viscoso, a esperma. Me encanta ese sabor. Por fin sentí las palpitaciones de su rabo y explotó en mi boca. Una cascada cálida comenzó a llenarme la boca, a un ritmo que iba a hacer que me rebasara pues me llenaba más que tragaba. Así que todo lo cuidadosamente que pude, saqué su miembro de la boca y dirigí los últimos chorros a mi escote. Los regueros de semen aterrizaron en uno de mis senos y en el canalillo. Notaba como descendían hasta llegar al fondo de mi corpiño. Como aun me quedaba en la boca una buena dosis de su leche y a los tíos le gustan que las tías hagamos las mayores cerdadas, me levante y girándome a los otros 4 tunos (que por cierto, tenían sus instrumentos en la mano, cascándosela a base de bien) comencé a dejar caer el semen en mi escote. Los grumos tomaron el mismo camino y comenzaron a acumularse en mi corpiño. Me relamí los labios, tragué los restos y dije:



―Bien… ¿Quién va a ser el siguiente?



Rápidamente, el más gordito salió:



―Ven aquí, cacho puta… te voy a reventar.



Me agarró y me empujó hasta sentarme en una mesa. Su polla era como él: Corta pero gorda. Se embutió un preservativo y, metiendo su mano entre mi raja y mi tanga, tiró violentamente y me lo rompió. Yo quise protestar, pero él me volvió a empujar contra la mesa y agarrándome de los tobillos y de un golpe me metió su polla hasta la empuñadura. Mi vagina estaba tan llena de líquidos que se oyó en toda la sala el chapoteo. El golpe me repercutió hasta la punta de los pelos. Me follaba con una violencia desconocida para mí y cada embestida era un nuevo chapoteo. Su polla, al ser corta no entraba mucho, pero era de un grosor bastante bueno y mi entrada estaba muy dilatada. A cada chapoteo y gemido mío, sus compañeros le jaleaban con los típicos comentarios:



― ¡Rompe a esa puta!



― ¡Demuéstrale quien somos…!



― ¡Que pida misericordia o más pollas…!



Desde luego estaba haciendo un trabajo muy bueno, ya que logró arrancarme los dos primeros orgasmos de la noche. El chico sudaba y resoplaba del esfuerzo hasta que, apretando los dientes, se corrió. Se quedó boqueando un rato, como un pez. Saco su pene. El preservativo estaba viscoso de mis licores vaginales y su depósito bien lleno de su leche. Me bajé de la mesa, me arrodillé y le saqué el condón. Cogí su flácido pene y me lo metí en la boca, lamiendo y succionando para no dejar ni un solo grumo. Mientras, cogí el preservativo y me lo vertí en el escote, volviendo a notar como el esperma se deslizaba entre mis tetas y reuniéndose en mi tripita con el de su compañero. Me levanté muy, muy satisfecha…



―Bueno, chicos, ya han caído dos… ¿Quién va a ser el tercero en sucumbir?



Se adelantó el más alto de los tres. Bajó su mano hasta mi húmeda raja y comenzó a acariciarme el clítoris.



―Eres una zorrita… ahora vas a ver lo que es un hombre de verdad.



―Menos hablar, cabrón, y más follar…



Me agarró por los hombros y volteándome, me dio la vuelta, me empujó contra la mesa, dejando mi culo en pompa y mi tripa y pechos contra la mesa. Luego, muy, muy despacio comenzó a penetrarme. La follada de este era diferente. Se esmeraba más en restregar su pene por mis paredes vaginales, produciéndome unas descargas orgásmicas desde la punta de los pies hasta el pelo. Se removía dentro de mí como una serpiente.



― ¿Te gusta, putón?… ¿Te gusta…?



Ya lo creo que me gustaba. Para demostrárselo, pegué aún más mis nalgas a él. Él, para moverse mejor, deslizó sus manos entre las cinchas de mi liguero y mis nalgas, me agarró las caderas y arreció en sus movimientos, que eran suaves pero firmes, hasta el punto que dos o tres veces me levantó del suelo. Mi tercer orgasmo me vino como una explosión en mi útero y una descarga de fluidos vaginales. No me di cuenta como otro de los chicos dio la vuelta a la mesa y me metía la polla, enfundada, en su preservativo, en la boca.



― ¡No aguanto más, come… ¡Comeee!!!



Ya lo creo que comí. La primera vez desde Granada que tenía dos pollas en mi cuerpo. Le comí la polla, se la chupé, me metí los huevos en la boca, todo eso mientras su amigo hacía de batidora con su rabo en mis entrañas. Estaba en esa locura cuando me vino casi seguidos el cuarto y quinto orgasmo. Todavía me estremecía cuando noté que el condón de la boca se hinchaba. También su compañero debía de haberse corrido porque con un ruido de succión, saco su pene. Me quedé un rato, saboreando ese orgasmo casi múltiple que había tenido. Por fin me levante, notando que al haber estado apoyada boca abajo en la mesa, todo el semen que llevaba acumulado en las copas de mi corsé, había traspasado el tejido, quedando este empapado… ¡Qué más da!… me encantaba la humedad del esperma.



Con ellos dos seguí el ritual: Les retiré los condones y los exprimí bien en mis tetas. Empezaba a notar el olor dulzón del semen.



Bueno, solo quedaba uno. Parecía un poco cortado el chico, allí medio en pelotas, con una tranca de buen tamaño.



― ¿Qué pasa cariño, eres tímido?



―Es el pardillo -comentó el jefe- …seguro que no ha visto pelo en toda su vida.



Sus compañeros comenzaron a reírse y a animarle.



―Vamos, Manuel, dale caña…



―Dale de comer a esta putilla kilo y medio de carne…



―Pero que no se te olvide darle un vasito de leche…



Como parecía muy cortado, le dediqué una sonrisa me acerqué a él y muy suavemente, comencé a besarle en la boca. El me daba un beso tímido pero yo bajé la mano y agarré su pollón, ya enfundado en la goma, y comencé a pajearle. Su beso comenzó a coger consistencia, un beso largo y apasionado, húmedo, entrelazando nuestras lenguas. Sin separar nuestros labios, me agarró por la cintura y quiso comenzar a penetrarme, pero yo le iba a dar una sorpresa. Sin poder apenas separarme de su apasionado beso, le musité:



―Espera, cariño, a ti te guardo algo especial…



Mi di la vuelta y pasé mis manos por debajo de mis ingles. Agarré su miembro y lo apoyé en la entrada de mi recto.



―Empuja, empuja… que no me va a doler…



La timidez del chico era manifiesta porque no empujaba nada, así que le di un empujón. El perdió pie y cayo, sentado en la mesa. Su polla se alojó en mi intestino entera y mis nalgas atraparon sus pelotas. Gimió con fuerza. Yo me agarré a sus muslos y empecé a moverme.



―¡¡Vamos, vamos!!… ¡¡¡Rómpeme el ojete!!!…



Estaba en éxtasis, casi se me iba la cabeza… que me follen el culo es algo que me vuelve loca… ¿Cómo podía haber pasado parte de mi vida sin que me reventaran los intestinos a pollazos?… En ese momento, me acordé del campamento… Granada… un coche… los pinos…



― ¡A que esperáis!… ¡¿Tengo el coño libre y nadie me lo folla?!… ¡¿Sois maricones o qué?!



El que parecía el jefe -el primero que se había corrido en mi boca- se apresuró a ponerse un condón y allí mismo me metió la polla en mi palpitante y desbordada vagina. Ya casi no recuerdo nada, la cabeza me daba vueltas. El sexto, séptimo y octavo orgasmo me dejaron apenas sin fuerzas. Pero con fuerzas suficientes como para al correrse ellos, realizar la mayor salvajada de mi vida: Cogí los preservativos llenos y me los vacié en la boca, metiendo la lengua dentro de ellos, cogiendo los grumos, notando como se deslizaban garganta abajo… ¡Mmmmhhh!… Asqueroso pero delicioso a un mismo tiempo. Para acabar la faena, hice que, a pajas, los otros se volvieran a correr en mi escote.



Reconocieron mi victoria, porque después de esto, no quisieron más caña. Me ayudaron a ponerme el vestido encima de mi rebosante y empapado corsé y se despidieron de mí. Salí de la sala, llamé a mi novio y me fui a arreglar un poco al servicio de señoras. Una gran noche…



Al regresar al hotel y quitarme la ropa, descubrí que el corsé estaba perdido de esperma, completamente empapado. Lo tuve que enviar a la tintorería. También me di cuenta que mi tanga había quedado olvidado… bueno, otro souvenir más… a este paso no gano para tangas… finalmente observé mis pechos, con costras de esperma reseco… me los limpié a lametazos y luego me hice una buena paja. Cuando volví a Madrid… Bueno eso es otra…



PD.- Al día siguiente fuimos a Santiago de Compostela y vi a mis "amigos". Había un certamen de tunas. Ellos no me vieron. El jefe, en su capa, llevaba muchas cintas y entre ellas, un trofeo… los restos de mi tanga.


Datos del Relato
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