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¿Que sera de ti?

¿QUE SERA DE TI?

“Nunca mas oíste tu hablar de mi, y en cambio yo seguí pensando en ti. De toda esa nostalgia que quedo tanto tiempo ya paso y nunca te olvide; y en la distancia muero día a día sin saberlo tu y el rezo de nuestro amor quedo muy lejos olvidado para ti…”
Después de ese amor moriría por ti…

Y no es para mí extraño alcanzar estos recuerdos. Los buenos recuerdos nos hacen sonreír y sentirnos felices, los malos recuerdos nos hacen sentir una profunda tristeza y llorar. Todos esos recuerdos de las experiencias que acumulamos en nuestras vidas quedan grabados en nuestro cerebro. En el momento de nuestra muerte prevalecerá el recuerdo más fuerte y vívido que guardamos en esta existencia, definiendo nuestro destino seguramente en la siguiente vida.
Recuerdo muy bien aquel viaje por la Florida rumbo a Key West, en el asiento trasero del auto de Herman –que tiempo después falleció en un accidente- donde tú y yo, después de habernos sido presentados por el matrimonio, manteníamos una charla amena buscando las coincidencias sin evitar las miradas indiscretas de Maria, la mujer de Herman. Una hora después, te recostaste sobre el vidrio de la ventanilla buscando estirar las piernas mientras muy suavemente te acariciaba intentando hacerme el distraído. Si acaso Herman lo notaba, nunca me comentó nada. Pero mas me encanto cuando apoyaste tu cabeza sobre mi pecho, subiendo tus piernas arrodilladas al asiento y apretándote contra mi cuerpo. Te cubrí con mi campera y por debajo de ella, mi mano derecha violaba la intimidad de tu falda, te acariciaba despacio subiendo desde los tobillos y, a medida que aumentaba la agitación de tu piel, la deslizaba suavemente por tu entrepierna, la introducía en tu ropa interior advirtiendo que lo anhelabas, y lograba quitarte lentamente la bombacha regalándome tu permiso la urgencia de las partes más privadas de tu atractivo, urgencia que denunciaba tu respiración entrecortada. Sintiendo el aumento de tu apetito, que crecía con la misma intensidad con la que se hinchaba en mí algo más que la envergadura de mi pasión, me deleitaba incrementando lentamente tu placer, acariciándote la cabellera con mi mano izquierda, besando suavemente la tierna frescura de tu cuello y deslizando mis labios hacia abajo hasta alcanzar la turgencia de tus pechos ya desnudos, vulnerada la resistencia del sostén que los defendía con un fugaz movimiento de mi mano derecha que aprovechó un descuido de tu conciencia embriagada. Levemente fui contorneándolos con suavidad, rozándolos muy tenuemente con la yema de los dedos y llegando en espiral a los pezones.
Te tenía así, mis labios se acercaron a ellos, los besaron, mi lengua jugaba con ellos, los lamían, los chupaban como si nunca lo hubiera hecho, como si fuera la última vez. Tu cuerpo temblaba, sudabas y yo me bebía tu sudor, te acariciaba y tú te movías como una serpiente sedosa. Disfrutaba la dulzura de tu piel mientras mi lengua continuaba dibujando interminables cielos en las recias cimas de tus pechos. Tu respiración se hizo más dificultosa, de tu garganta salían pequeños y casi imperceptibles gemidos. Adelante, el matrimonio se hacían los distraídos.
Te tenía así, firmemente controlada con mi mano en la hendidura de tus piernas, agasajando cada centímetro de tu hermoso trasero que se entregaba solícito a mis vehementes requerimientos, apretando más y más tu cuerpo contra el mío e invadiendo mis dedos otros labios que no eran los de tu boca, ocupada ya en descontrolar mis sentidos sobornando el lóbulo de mis orejas. Te tenía así, dominando cada instante de tu excitación para hacerla estallar cuando yo quisiera, en el momento oportuno, incrementándola al estirar mis piernas hacia adelante y haciéndote palpar, así, la impetuosa dureza que, aprisionada en mi pantalón, pugnaba por conocer el estuche húmedo y delicioso en el que mi mano tanto se demoraba, deseosa por recibir antes, las mismas atenciones que lograban mis orejas de tu boca sedienta. En momentos así, lo recuerdo ahora como si lo estuviera viviendo, tus manos buscaban un poco de espacio entre nuestros cuerpos aferrados hasta que lograban desabrochar mi pantalón, abrir la bragueta abultada y alcanzar, con tus dedos ávidos pero con dulzura mi sexo que acariciaste suavemente, con un dulce y ligero vaivén. Lo sacaste a la luz de la luna y las estrellas que entraban por la ventana del auto y mientras yo te besaba los pechos comenzaste una lenta y rítmica masturbación. Tus dedos se desplazaban sobre el tronco como si eso fuera para lo que estuvieran hechos, jugabas con mi glande y hacías que me estremeciera de placer, alterabas el ritmo de tu mano para que mi sexo no se acostumbrara y estuviera siempre al máximo de excitación. Yo te chupaba los pezones con avidez, con fiereza, comiéndomelos, casi mordiéndolos. Tu mano aumentaba el ritmo, yo moría de placer; la carne robusta, cilíndrica y dominadora y el brillo casi perverso y lujurioso de tus ojos demostraba cuanto querías someterlo a tus más descontrolados instintos.
Serían las 11 PM. Y en toda la carretera se apreciaba el clima especial que al sur de la Florida le dan los fines de semana largos. Herman estacionó en un motel del camino, a unos 80 kilómetros de Key West, convencido de que no encontraríamos alojamiento en la ciudad. Nos convenció y tomamos dos habitaciones, yendo Herman y Maria a ocupar la habitación asignada. Tú y yo entramos rápidamente en la nuestra y nos tiramos literalmente en la cama reiniciando el juego que habíamos suspendido. Nada me impedía ahora, una enorme ansiedad nos embargaba; comencé dejando al descubierto el esplendor de tus tetas, y otra vez me zambullí en el recreo delicioso de succionar y degustar sus cumbres vigorizadas por mis caldeadas caricias y mis carnales arrumacos. Voluptuosa como estabas, no dudaron tus piernas en enredarse entre las mías, y aunque te enajenaba la tarea a la que estaba entregada mi boca, procurabas por momentos que se encontrara con la tuya en unos exquisitos, muy cálidos y profundos besos que casi lastimaban nuestras lenguas ardientes con tanto delirio. ¡Cómo me cautivaba besarte en la boca! ¡Cuánto me hechizaba hurgar en la caverna de tu boca con mi lengua atrevida que se relamía en tu asfixiante saliva! Cuando la fiebre de nuestros cuerpos me impulsó a quitarte la ropa, precipitado por el deseo, casi me rompo el pantalón para liberar mis genitales que sabía bien tanto te atraían.
Y no estaba errado. Abandonando las caricias con las que obsequiaban mi pecho y mi espalda, y acompañando el asombro de tus ojos saltones, tus manos capturaron los bordes de mí bóxer investigando ávidamente la forma de retirarlos. Era tal tu deseo, que tus ojillos se abrieron brillando desmesuradamente cuando sin demora lograste tu propósito. Tenías ahora en tus manos el objeto codiciado, y al grito susurrado, ahogado y trepidante, pero inolvidable para mí, de "¡Qué pija, qué pija!", "¡Hermosa, divina!" y tomando con tus manos "mi pija" me regalaste las caricias más fantásticas que hasta entonces no había conocido. Escuchar tu voz ronca, encendida de pasión, y sentir en mi piel los dedos empapados con mis flujos sobre el miembro, estimulaba aún más la irrigación sanguínea que endurecía implacablemente al prisionero de tus manos. Con las mías en tu cabeza, la fui acercando dócilmente a mi vientre ordenando en silencio a tu boca que homenajeara la materia de tu deseo, pero tu instinto malicioso prefirió desarrollar un juego perverso y endiablado: sujetando férreamente mi pija, la acercabas a tu boca profiriendo gemidos de placer; la besabas muy ligeramente, retirabas tus labios, aumentabas la intensidad de los masajes que brindabas al tronco erecto, y volvías acercar exultante tu boca que me enloquecía para apenas rozarla. Mucho no pudo durar tu juego: me miraste con esa sonrisa pícara y burlona, te inclinaste sobre mí y cuando tus labios aprisionaron mi glande creí desmayarme. Tu lengua jugaba con él, recorría toda su longitud, lo lamías con pasión y provocabas en mí gemidos descontrolados. Lo sujetaste por la base y lentamente fuiste engulléndolo todo, notaba tu lengua, tu paladar y las cosquillas que tus dientes hacia sobre la sensible piel mientras debido a la postura, yo sólo podía acariciar tus pechos. Tu boca tragaba todo mi pene hasta casi la base, y luego volvía a subir hasta mi glande, pero sin sacarlo de tu boca, tu lengua lo envolvía como una víbora, y la operación se repetía continuamente, cada vez con un ritmo más acelerado y a la vez más difícil de controlar. Te diste cuenta que estaba a punto de estallar, separaste tu boca de el y mirándome a los ojos te apartaste mientras tus manos siguieron masturbándome hasta que mi fogosidad se derramó entre nosotros y sobre aquella vieja cama y quisiste conservar como un regalo los restos de mi semen antes que se perdieran entre las sabanas.
Los rayos del sol se filtraban por la ventana e iluminaban con floreciente claridad la habitación, me desperté perezosamente, mire el reloj y te busque con la mirada. No estabas, seguramente habías salido a caminar temprano por la rambla. La noche había pasado rápidamente y tan sólo la ritual erección matutina me recordó que no había sido un sueño. Me vestí y bajé paseando hasta el puerto, deambulando de un lado a otro, viendo los veleros que llegaban y aquellos que se hacían a la mar. Y de pronto, a lo lejos, te vi., como una nube, como una nube de algodón de las ferias, vestías un traje blanco inmaculado que la brisa marina agitaba al igual que los rizos de tus cabellos, tu sonrisa siempre hermosa me descubrió y me hiciste señas con la mano, esa mano que la noche anterior me había proporcionado tanto placer. Me acerqué y me besaste en la comisura de los labios, no había olvidado cuál era tu olor y al estar nuevamente a tu lado tu fragancia me envolvió.
¡Vayamos a tomar un poco de sol a la playa! Dijiste
¡Y así lo hicimos! Bajamos hasta una hermosa y pequeña playa de arena grisácea, Mientras tomabas el sol yo te observaba, admirando tu rostro mientras tú leías, estudiando cada centímetro de tu piel, cada pliegue, cada peca, cada lunar. Todas las aguas del silencio rompían en una danza. Dicha de abrazos y de besos, toda la gloria de la vida en la alegría loca de un viento suave que abrazaba nuestros cuerpos
Al cabo de un rato cerraste el libro y decidiste que era un buen momento para bañarse. Comenzaste a desnudarte como si fuera lo más natural del mundo, era como un sueño, estabas ante mí como una ninfa, desnuda, hermosa. ¿No vas a desnudarte? Aquí nadie nos molestará, podemos hacer nudismo. Me desnude como tantas veces en playas nudistas, como algo natural. Solo que aquella vez estábamos en una zona prohibida. Me tomaste de la mano y me llevaste al mar que estaba fría, pero igual nadamos muy poco porque enseguida nos acercamos y comenzamos a besarnos, y nuestros cuerpos se acariciaban entre sí, balanceándose al ritmo de las olas. Mis manos acariciaban dulcemente tus pechos, tu boca lamía mi cuello mientras tus manos acariciaban mi culo y mi pija rozaba tu vientre logrando que nuestras caricias seguramente fueran la causante de que la temperatura del mar aumentase. Te acerqué aún más y tus piernas aprisionaron mi cintura, sentía tu sexo sobre mi vientre, ardiente, palpitante.
Hazme el amor en la orilla, hazme el amor eternamente, como si el mundo no existiera, como si sólo quedáramos tú y yo, como si el tiempo no existiera, como si no hubiera mañana ni ayer, solo hoy, implorabas al oído mientras me mordías la oreja
Así como estabas, anudada a mi cintura, te acerqué a la orilla, donde las ligeras olas del mar rompían con la arena, apoyé tu espalda sobre la arena, te miré a los ojos y te besé, te besé como si toda mi vida hubiera esperado por ello. Tus manos acariciaban mi sexo erecto y las mías acariciaba tus labios mayores, surcándolos de arriba abajo, despacio y muy suavemente, como separando los pétalos de una hermosa y delicada rosa. Mimaban tus labios menores sensibles y rosados, para por fin posarse en tu clítoris erecto.
Me separé de ti, y bajé mi rostro por tu vientre hasta alcanzar tu sexo, tu olor penetrante me emborrachaba, lo besé, jugué con mi nariz abrir tus labios vaginales y con mi lengua acaricié tu clítoris, primero arriba y abajo, luego en círculos y por fin con mis labios en forma de "O" lo atrapé y mientras lo acariciaba y lamía, tus piernas se cerraron sobre mi cara, tus gemidos eran roncos, la humedad de tu sexo cada vez era mayor. Mi dedo índice se aproximó a la entrada de tu vagina, y mientras mis labios y mi lengua se entretenían con el dueño del mundo, mi dedo comenzaba a penetrarte despacio, lentamente, haciendo círculos y rozando todas las paredes de la vagina hasta el fondo. De tu garganta salió un ronco gemido de placer, mi dedo índice cada vez el ritmo con el que mis dedos te penetraban era mayor y cada vez faltaba menos para que tu cuerpo estallara como un volcán en erupción. Unas contracciones de tu vientre y de tus muslos me anunciaron lo que tanto ansiaba, tus jugos comenzaron a salir de tu sexo como de una catarata para correr por tus muslos y nalgas como múltiples riachuelos. Lamí y bebí con fruición, como si estuviera en medio del desierto.
Levanté mi cara de entre tus piernas y te miré, sudorosa, colorada, pero con una sonrisa de placer enorme en tu cara. Me acerqué a tu rostro y te besé, giraste sobre mi cuerpo y quedaste sobre mí.
Lamiste mi pecho y tu mano bajó por mi vientre hasta alcanzar mi sexo plenamente erecto, te pusiste de cuclillas sobre mí, aproximaste mi pene a la entrada de tu vagina y lentamente fuiste dejándote caer dulcemente -sentía como entraba cada centímetro- hasta que la penetración fue completa. Por unos segundos quedaste quieta, disfrutando esa posesión y luego poco a poco comenzaste a moverte, arriba y abajo, haciendo círculos y marcando el ritmo, gozando de la penetración y cabalgándome como una experta amazona. Así nos pasamos un buen rato, tú llegabas al extremo de quererme hacer eyacular, te parabas y me impedías moverme, para continuar nuevamente, como un dulce martirio. Cuando ya estabas a punto de volver a correrte, aceleraste el ritmo de nuestra penetración, y así como dos animales en celo, locos de pasión y lujuria llegamos al orgasmo simultáneamente, y como dos cuerpos alicaídos, pero unidos, nos dejamos desfallecer sobre la arena mojada
¿Vayamos a comer algo y luego nos vamos al hotel? ¡Necesito reponer fuerzas!
Después del almuerzo salimos a caminar y durante casi tres horas goce de tu presencia hermosa, altiva, serena y de tu sonrisa, siempre cautivante y también de esa forma tuya de apartarte los rizos de la cara.
Cada vez que me besabas, sabias a mar como si fueras la sirena perdida que quiso conocer el mundo lejos del agua. Atravesamos el puerto agarrados de la cintura hasta el espigon contemplando las olas que rompían embravecidas contra las rocas. Un viento frío nos obligo a guarecernos en un refugio desierto, mas teníamos ansiedad el uno del otro y nuestro labios se buscaron como pretendiendo calmar la sed de amor que nos embargaba. Lentamente metiste tus manos bajo el vestido y te quitaste las bragas. Desabrochaste mi pantalón y lo bajaste junto con los calzoncillos para sentarte sobre mí. Tus manos aprisionaron mi pene, tus dedos lo recorrían de arriba abajo, masturbándome nuevamente con la misma pasión. Mis manos acariciaban tu fantástico culo bajo el vestido, acariciándolo intensamente, y notando tu sexo palpitante y húmedo por los flujos que empapaban mis dedos…Comenzó a llover…
Volvimos presurosos y empapados al hotel, el cuarto estaba perfectamente en orden - habían hecho la limpieza- tiramos nuestras ropas sobre el piso y nos tiramos desnudos sobre la cama en una abrazo desesperado de amor. Como enloquecida de pasión acercaste tu boca al sexo y lo engulliste como si la vida te fuera en ello, lo lamías y besabas con frenesí, con lujuria, mojando con la saliva que caía por las comisuras de tus labios mis testículos. Mis manos tomaron tu cabeza, la separaron de mi pene ya absolutamente lubricado y duro. Te besé, te lamí el cuello y también los pechos, y chupé de tus pezones. Tú levantaste un poco tus caderas, con la mano izquierda abriste tu sexo y con la derecha aproximaste mi pene a la entrada de tu vagina. Y yo, despacio fui empujando, disfrutando de la presión que tu sexo ejercía sobre el mío, hasta que estuviste completamente penetrada. Te hice el amor como un loco, como si fuera el día final te cogi, mi pene entraba y salía por completo; el ritmo era alto, hasta llegar a ser casi infernal. Gemías, llorabas, gritabas, y yo continuaba penetrándote sin descanso, sin tregua alguna, tu sexo me empapaba, habías tenido ya varios orgasmos y mi pene seguía perforándote, horadando tu interior, hasta que por fin, el mas prolongado orgasmo llego quedando por segundos que parecían eternos, completamente exhausta, tu cuerpo sobre el mío, y yo aún dentro de ti.
Tendido boca arriba y en silencio – escuchando solo el jadeo de tu respiración- gozaba aquellos momentos. Mas tus dedos comenzaron a jugar con mis cabellos y tus labios buscaron los míos. Y todo comenzó de nuevo, los juegos, las caricias, la pasión, la entrega absoluta. Tus pechos bailaban siguiendo un ritmo acompasado, tus caderas se movían como si hubieran sido creadas sólo para hacer el amor, tu sexo me inundaba, me exprimía, mi pene era absorbido por tu vagina, oprimido contra sus paredes, rozándolas en un acompasado balanceo. Penetraciones largas, profundas y cálidas, gemidos, lamentos, susurros. Así se nos pasó la tarde. Jamás he vuelto a hacer el amor como aquel día…
La visión de tus manos empuñando la dureza de mi pija y tus encarnados y jugosos labios cerca de ella, cuando la emulsión manaba con un chorro triunfante no me abandono jamás, pues fue sin duda alguna uno de los fines de semana más hermosos y dulces de mí vida. No era sólo el indomable hechizo sexual que habías sabido avivar en mí: tu ternura, tu comprensión, tu bondad, el dulce gemido de tu voz y tu increíble compañerismo que jamás, jamás, volví a encontrar en otra persona, habían calado muy hondo en mi alma en muy pocos días. No era sólo que me embrujaba disfrutar la más pura atracción animal que mutuamente nos profesábamos, que sencillamente me enloquecía: era fabuloso estar contigo, recorrer de tu mano las callecitas de la isla, los paseos por la rambla contemplando uno de la mas espectaculares puestas de sol del mundo, robándonos besos clandestinos a la sombra del café Joe o al costado de la tienda de Calvin Klein. Me había sentido orgulloso junto a ti porque fue ciertamente muy especial. Recuerdo que aprovechábamos cada momento aun entre el gentío para palmearte el culo, buscando cada instante desierto de gente para cogerte y sentir vibrar en mí las soberbias y tenaces redondeles de tus tetas. Recuerdo que te fascinaban mis expresiones “pija”, “concha”,"trincar" y "coger", argentinismos que para ti significaban follar, hacer el amor, fornicar; y te las susurraba despacito cuando te pellizcaba las nalgas como una promesa de las cosas que te haría y un anuncio de los espasmos que conmigo alcanzarías.
Y fue pasando el fin de semana, y al acercarse las últimas horas nos invadió una nostalgia por lo que habíamos disfrutado; jirones del alma allí dejábamos y en lo personal, mil ideas extrañas me daban vueltas. Sentados juntos como siempre, en el asiento posterior la lluvia que caía como una triste despedida nos acercaba aún más, aprovechábamos los largos silencios que se producían con los otros y, simulando dormir, te recostabas sobre mi pecho y cubierta con mi campera de cuero daba rienda suelta a las caricias que mi mano dibujaba bajo tu falda. Acercabas tu boca a la mía y besabas largamente mis labios. Tu boca para mí era un néctar, un damasco abierto al sol, un manantial de cariño. Te dejabas besar, y respondías a mis besos con tu lengua ardiente que llevaba hasta mis resquicios más recónditos todo el sabor tropical de tu cuerpo incandescente. Yo lamía con fruición la calidez de tus mejillas y contorneaba dulcemente las líneas de tus orejas mientras mi mano buscaba descarada el fuego de tu concha, y tú no podías demorar las tuyas, que escrutaban ansiosamente mi bulto queriendo excarcelar nuevamente la luminosidad de mi pija el hambre de tu boca absolvía la irreverencia de mi erección, y soñábamos ambos con la noche escandalosa que nos esperaba con ansiedad llena de amor.
Ese fue el final, al llegar me dijiste “ no me gustan las despedidas” y me besaste por última vez, con los ojos llenos de lagrimas, te diste la vuelta y sin volver la vista atrás me dejaste para siempre, sin dejarme decir nada, aunque nada había que decir.
Datos del Relato
  • Categoría: Hetero
  • Media: 5.74
  • Votos: 66
  • Envios: 6
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1 comentarios. Página 1 de 1
Angel F. Félix
invitado-Angel F. Félix 28-11-2004 00:00:00

Hoy, Mateo Colon, nos lleva Con su fluida imaginación A un mundo que supera la baja y sucia pasión. Su prosa nos hace sentir, Sin caer en lo vulgar, El goce del buen escribir Y hasta nos hace soñar. Yo, Mateo, te felicito Y admiro tu buen hacer, Por escribir tan bonito Sobre la dicha del placer. ("¿Qué será de ti?", de Mateo Colon)

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